31 de octubre de 2015

"E L L A" Hector Scalglione


Comentarios. El 11 de mayo de 2013 publicamos por primera vez esta narración del Colega Maquinista, Héctor Scaglione.
Como las elecciones en Maquinistas parecen eternas, de a poco iremos retomando la actividad del Blog y como siempre esperando colaboraciones.
Tengo un par de notas pendientes que los iré subiendo en semanas siguientes.
Saludos
Eduardo Canon

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ELLA. 

Estábamos en plena actividad de descarga cuando la descubrimos. Era un espectáculo verla caminar por los muelles de Brest. Cadenciosa, esbelta, con el pelo al viento, parecía deslizarse entre los hombres ocupados en sus tareas. Muy segura de sí, enfiló en dirección a nuestro buque, enfrentó la planchada real y embarcó sin pedir permiso como si fuese una experta marinera, dueña del lugar en que pisaba. Al trasponer la cubierta principal entornó los ojos y nos miró como si nos conociese. En ese primer instante conquistó a todos, desde el capitán al último marinero. Sin dudarlo prefirió a los oficiales, al dirigirse resueltamente hacia nosotros. Su presencia a bordo motivó con el tiempo una sucesión de gratificaciones que nos hizo quererla entrañablemente.


Una de sus características era la de ser muy observadora. Nunca quiso pecar de maleducada ni equivocarse en cuestiones de protocolo. Con el capitán, vaya a saber por qué, eludía el trato mirándolo desde lejos. A la marinería también, tal vez por ser muy ruidosos. Prefería la tranquilidad de los oficiales y nosotros encantados. Era nuestra un poquito más que de los demás. ¿Celos por acapararla? No, para nada. Además ella se multiplicaba para conformarnos a todos.

Una tarde en un puerto del nordeste brasileño bajó a tierra y no retornó al anochecer como acostumbraba. Una lógica inquietud nos invadió. Cada cual salió en su búsqueda por diferentes caminos. Nada, pasaban las horas y no aparecía. Esperaríamos un poco más para hacer la denuncia policial. Recién después de la media noche un hombre de la Prefectura Naval se presentó a bordo. Pensamos lo peor. No estábamos tan equivocados.

—Unos señores la encontraron, quieren hablar con ustedes —dijo el agente. Parecía feliz de sernos útil, aunque siempre nos quedó la duda.

Esos tales “señores” terminaron pidiendo rescate para entregarla.

—No avisen a la policía si la quieren recuperar, si no.... —dijo uno de los forajidos, pasándose el canto de la mano por la garganta.

Sentí un escalofrío, como si la navaja me estuviese cortando.

Estaba claro que la negociación debería hacerse con mucho cuidado, trágico sería que pasase lo peor por no conocer bien el idioma.

—Señores, la cosa es seria, hagamos una “vaquita” para juntar el dinero —les dije tratando de mantener el aplomo.

Completamos espontáneamente el monto pactado, cantidad que, a pesar del regateo, era bastante elevada. Pero ella bien lo valía.

Al ir hacia el sitio acordado para el intercambio, un lugar desolado con casuchas de mala muerte, temí por nuestra propia seguridad.

El negociador, un mulato de mediana edad, con una fea cicatriz que le cruzaba el rostro, sonrió al contar el dinero.

Cuando fue liberada corrimos a ella embargados por la emoción. Era tan grande que no hallábamos palabras para expresar tanta alegría. Ya más tranquilos, regresamos a nuestro refugio, nuestra casa, punto de reunión y lazo con los afectos lejanos: el barco.

Un día, no me pregunten cómo, quedó embarazada. Pensando en las causas concluimos que debió ocurrir en una de las arribadas a puerto. De seguro había logrado eludir nuestros cuidados y, desoyendo sensatos consejos -urgencia del sexo mediante- concertó un encuentro casual, casi seguro con algún ignoto plebeyo europeo.

Pasó el tiempo y aunque sin perder su prestancia, la panza le crecía. El embarazo la había dulcificado, le sentaba de maravillas. A pesar de haberle variado el centro de gravedad, bien parada sobre cubierta podía seguir los movimientos del buque con el cuerpo, sin marearse. Pero ya no disfrutaba del placer de las caminatas que hacíamos por cubierta en navegación. Solíamos comenzar por la banda de babor hasta la proa para retornar por estribor hasta la popa. Aclaremos que esos paseos eran bastante monótonos de no haber sido por su compañía. En los trópicos nos zambullíamos en la 'pelopincho' gigante, ahora con ella, convertida en la atracción principal.

Se mostraba lejana, ensimismada en su gravidez. Nosotros respetábamos esa variante del carácter, tratando de no importunarla.

Próxima al momento culminante y durante el proceso de parto en pleno Atlántico, nuestro médico de a bordo la asistió como se merecía la pasajera de lujo y entrañable amiga que era.

Al arribar a puerto, cuando embarcaron las autoridades, conocedoras del acaecimiento, preguntaron:

―¿Y los cachorros?

―Bien, gracias, son hermosos como la madre y gozan de buena salud.

ESTE Y OTROS CUENTOS LO PUEDEN ENCONTRAR EN EL BLOG DE HECTOR:               FRASES DISPERSAS

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