Jorge Muñoz.
Para el tiempo del conflicto de
Malvinas, todo el país experimentó, conmocionadamente, la hora crítica; pero a
partir de Bahía Blanca y hasta el extremo sur de nuestro litoral marítimo, se
vivió con intensa realidad, dado que sus habitantes, en parte, por la cercanía
de los hechos que los hacía partícipes insoslayables y también por una
conciencia patriótica que siempre anidó en sus corazones, se pusieron en pié de
guerra dispuestos a enfrentar cualquier eventualidad.
El Teatro de Operaciones del
Atlántico Sur (TOAS) a cuyo cargo se encontraba el Vicealmirante, Juan José
Lombardo, con la misión de asumir la defensa estratégica en esa área, estaba
integrado además de Fuerzas Navales, por el Comando de la IX Brigada Aérea y el
V Cuerpo de Ejército. El continuo alerta de estos componentes que vigilaban,
por tierra, aire y mar, la costa patagónica, aseguraban a esa porción
continental Argentina de todo intento de intromisión.
En forma paralela a la intensa
tarea que se cumplía en el plano militar, las autoridades civiles desarrollaban
en centros urbanos tales como Comodoro Rivadavia y Río Gallegos, planes para la
Defensa Civil. El reclutamiento de voluntarios por parte de la Cruz Roja les
permitió tener un elevado número de socorristas capacitados para casos de
desastres y emergencias. Así también las continúas prácticas de obscurecimiento
daban una impresión generalizada que la población estaba anímica y físicamente
preparada para la difícil contingencia.
La actividad marítima de la zona, a
la que se encuentra tan vinculada esa parte de nuestro territorio, también se
vio enfrentada a la inevitable y dramática circunstancia que fue imponiendo la
marcha del conflicto.
La réplica no se hizo esperar.
Nuestro gobierno, ese mismo mes comunicó que se consideraría hostil a todo
buque o aeronave británico que ingresara en la jurisdicción de 200 millas de
nuestro mar Atlántico.
Al día siguiente del anuncio inglés
y quizá como una demostración de que no nos iban a amedrentar con insólitas
decisiones, el Centro de Navegación Trasatlántica, entidad civil y comercial,
formada por las principales agencias marítimas de Armadores argentinos y
extranjeros con sede en Buenos Aires, emitió una circular con la firma de su
presidente el Sr. Horacio Delfino y el Secretario, Rodolfo García Piñeiro. La
misma, dirigida a los socios, pero ampliamente publicitada, señalaba que “...la
navegación hacia y desde cualquier puerto argentinos es perfectamente normal,
sin ninguna demora salvo las normales de atraque. Esta situación abarca a todos
los puertos argentinos a lo largo de la costa atlántica, como así el Río de la Plata
”.
Asimismo, la entidad afirmaba que
el flujo de carga de todo tipo de transporte interno comunicaciones
nacionales e internacionales funcionan también con normalidad. Agregaba
el comunicado que:”Buques de todas las nacionalidades, con excepción de los
británicos, están traficando en puertos argentinos y que un número considerable
de pesqueros y petroleros con bandera extranjera entran y operan, con
total normalidad, en nuestros puertos de la costa atlántica...”.
Ratificando esta circular, el mismo día
hubo una confirmación oficial. El Subsecretario de Marina Mercante
expresó: “Todos los puertos comerciales del país continúan operando con
absoluta normalidad, sin restricciones para los buques cuyas banderas y países
mantienen relaciones comerciales con el nuestro”.
La compañía naviera Argentina, Geomater, que mantenía en servicio en el sur de
nuestro litoral Atlántico, a dos naves gemelas: el Yehuin y
el Yaktemi, ante un requerimiento de las Autoridades Navales, cedió
temporalmente a la armada la primera de las naves, la cual, con parte de su
tripulación original y una dotación de personal Naval Militar, pasó a cumplir
funciones en Malvinas.
De esa manera quedó en el área,
para múltiples trabajos, el Yaktemi, un supply, según
la denominación naviera, que hasta ese momento desarrollaba tareas de
mantenimiento de balizas y apoyo logístico al mando del Capitán de Ultramar,
Carlos Enrique Terreni (h), secundado por una reducida tripulación: el Jefe de
Máquinas, Adrián López y los marineros, Luis Ballares, Hugo Núñez y J. Brunet.
Una preocupación constante para
quienes navegaban por la zona amenazada por el bloqueo lo constituyó la
presencia de submarinos británicos. Ese anunciado fantasma se hizo luego
lamentable realidad el 2 de mayo, cuando el sumergible nuclear Conqueror,
torpedeó y hundió al Crucero General Belgrano, en
circunstancias que navegaba fuera de la zona de exclusión demarcada
arbitrariamente por los británicos.
Para tratar de contrarrestar dicha
amenaza, nuestros submarinos incursionaban temerariamente muy cerca de la flota
británica y también los aviones de la Armada , patrullaban el mar, en una
especie de juego de gato y ratón, intentando obligar a los intrusos a mantenerse
alejados de los buques argentinos. Por supuesto la mejor protección consistía
en navegar pegado a la costa o en aguas poco profundas donde los
sumergibles enemigos no podían maniobrar fácilmente.
En los primeros días de mayo, se
presentó a bordo del Yaktemi, el Subprefecto, García, de la
Prefectura Naval, con asiento en Río Grande, quién, seguramente cumpliendo
directivas de los mandos Navales, requirió de su capitán la posibilidad de una
cooperación en las innumerables tareas que se avecinaban. Terreni, comprendió
la urgencia del pedido y tras recibir el espontáneo apoyo de su dotación, elevó
la inquietud a los directivos de la Empresa Geomater, quienes dieron a la vez
su consentimiento para el empleo de la nave.
En el inicio de las
actividades la principal misión del Supply consistió en dar
apoyo a los buques de la Compañía petrolera estatal Y.P.F quienes provenientes
de Comodoro Rivadavia, descargaban combustible para aviones y barcos en el
Puerto de San Sebastián, ubicado en la bahía del mismo nombre, en el extremo
noreste de la Isla Grande de Tierra del Fuego. En este refugio natural
flaqueado por los Cabos, Punta Páramo y San Sebastián, se encuentran las
tuberías por donde ingresa el combustible que, inyectado desde los buques, es
derivado hacia Río Grande donde funciona una base aeronaval.
Sin perjuicio de esa tarea que no
tenía pausa, el Yaktemi, desde su estratégica posición – a doce
horas de navegación de Malvinas- fue requerido en varias oportunidades para
salir en búsqueda de naves provenientes de la zona de exclusión que registraban
graves problemas o habían sufrido ataques del enemigo.
En el anochecer del 1 de mayo, a
pocas horas del primer ataque aéreo inglés a Malvinas, el Capitán, Terreni
recibió la indicación de señalar con balizas un helipuerto de circunstancia en
Punta Páramo, adecuándolo para recibir en horas de la noche una aeronave de ese
tipo. La orden le instaba, además, a salir al encuentro del buque
carguero Formosa que regresaba de Malvinas con diversos
problemas, luego de sufrir un ataque aéreo.
El Yaktemi salió
al cruce del Formosa y lo guió hasta el fondeadero designado.
Un lugar apropiado, pues en caso de producirse una varadura o hundimiento no
debía quedar bloqueada la entrada de la bahía.
El problema del Formosa consistió
en que, a poco de dejar Puerto Argentino, fue atacado con bombas por aviones no
identificados. Una de ellas no dio en el blanco pero otra luego de atravesar la
cubierta había quedado alojada sin explotar, en una de las bodegas. La
incertidumbre acerca del peligro que representaba dicho artefacto en ese lugar
obligó a solicitar la presencia de algún idóneo para que dispusiera las medidas
apropiadas. Ante ese pedido la Fuerza Aérea envió en un helicóptero, desde una
base cercana, al Suboficial Auxiliar P. P. Miranda, quién luego de inspeccionar
la bomba, aconsejó trincar la misma e inmovilizarla, para poder llevarla,
siempre a bordo, hasta puerto donde pudiera ser retirada con personal experto y
medios adecuados.
Como el tiempo corría sin que
aparecieran soluciones definitivas a la vista y el Formosa requería
ser removido del lugar, pues representaba un potencial peligro para todos,
inclusive para aquellas naves que se desplazaban en las inmediaciones de la
bahía, Terreni recordó que dos hombres de su tripulación eran buzos autónomos y
quizás ellos pudieran aportar alguna ayuda. Efectivamente consultados al
respecto los marinos Ballares y Brunet, quienes habían pertenecido al Batallón
de Comandos Anfibios de la Armada, se mostraron dispuestos a intentar la
riesgosa tarea de trincar la bomba.
Con gran precaución los ex buzos
tácticos, provistos de sendas fuentes de iluminación penetraron en la espaciosa
y profunda bodega y llegaron hasta donde había quedado alojado el temible
proyectil de 250 Kilos.
Luego de asegurarse que la posición
del artefacto no iba a sufrir cambios a menos que la nave experimentara
un fuerte zarandeo; muy lentamente, comenzaron a amarrar la bomba con fuertes
cabos que trincaron a gruesos maderos que se encontraban en el piso de la
bodega. Después de dos horas de tensa labor, en cuyo transcurso lograron
inmovilizar el inquietante artilugio, los dos temerarios marinos salieron a
cubierta empapados en transpiración. Pero allí no terminaron su trabajo. Acto
seguido, con mucho cuidado procedieron a arrojar por la borda un pequeño
paracaídas que, desprendido de una de las bombas arrojadas por los atacantes,
había quedado enredado en la baranda de cubierta y en cuyo extremo tenía
adosada una espoleta.
Una vez cumplido el comprometido
trámite, que brindó una parcial solución a su problema, el Formosa,
zarpó ante de las seis de la mañana hacia Buenos Aires, donde arribó sin otra
novedad al cabo de cinco días.
En tanto finalizó ese episodio la
guerra continuó con su serie de infortunios. Ese mismo día -2 de mayo-
recibieron a bordo del Yaktemi, la información que a pocas millas
de su posición, un submarino británico había torpedeado y hundido al
Crucero General Belgrano. La tremenda noticia lejos de
paralizarlos, los impulsó a la acción y sin titubeos se lanzaron en busca de
náufragos.
Poco antes de llegar a la zona de la
tragedia, cercana a la Isla de los Estados, el Yaktemi fue
compelido por el Comando de Operaciones Navales a que regresara a su base, pues
ya había sido organizada la tarea de búsqueda y rescate de náufragos por medio
del Destructor, Piedra Blanca; el Aviso, ARA Gurruchaga y
la nave, ARA Bahía Paraíso que se encontraba en Ushuaia.
En pleno noche, el noble barco,
volvía a San Sebastián sin novedad pero Terreni no dejaba de pensar en la
suerte que podían haber corrido los tripulantes del Gral. Belgrano,
especialmente que habría pasado con su amigo y camarada de la Escuela de
Náutica, el Capitán de Ultramar, Martín Sgut, quién se encontraba incorporado a
la tripulación del crucero en calidad de oficial de navegación con el grado de
Teniente de Corbeta. Más tarde tuvo la alegría de saber que entre los 770
sobrevivientes, el mismo había sido hallado a bordo de una balsa donde pasó
interminables y angustiosas horas antes de que fuera rescatado por naves de la
Armada.
La tripulación del Yaktemi continuó
con sus tareas de apoyo que se cumplían dentro de un clima de inusual
expectativa que los llevaba a estar muy atentos al desarrollo de los graves
acontecimientos que sucedían muy cerca de ellos. Una de esas indeseadas
noticias llegó muy pronto. La mañana del 9 tuvieron conocimiento que el buque
pesquero argentino Narwal, que se encontraba navegando a unas 66
millas al sur de Puerto Argentino, había sido atacado por aviones ingleses. Las
comunicaciones anunciaban que uno de sus tripulantes había fallecido y el
resto, en razón que la nave se hundía, procuraba salvarse utilizando botes.
Ante ello, el Comando Naval, no tardó en disponer que el Yaktemi saliera
en búsqueda del barco atacado y de sus eventuales náufragos.
Cuando llegaron al área
correspondiente a la Latitud 52° 45´ S y Longitud 58° 02 Oeste –dentro de la
zona de exclusión- donde de acuerdo a las noticias, el Narwal había
sufrido el ataque, no hallaron señas del mismo. Pese a que era de noche y
estaban peligrosamente cerca de las costas malvinenses, decidieron arriesgarse
y buscar en círculos cada vez más amplios en tanto tuvieran el amparo de la
oscuridad.
Esa noche, cuya tenebrosidad se vio
aumentada por un violento temporal tuvo para los tripulantes del Yaktemi
una experiencia adicional. Durante el tiempo que duró la búsqueda, una luz
muy potente de color azulado los acompañó desde una distancia aproximada de 500
metros . Cuando trataban de acercarse a la misma enfilando a toda marcha, la
luz los eludía y no podían alcanzarla. Cuando volvían sobre sus pasos, el
vívido resplandor retornaba a seguirlos. Como el radar no denunciaba en su
pantalla la señal que denotara la presencia de nave alguna, no supieron dar
explicación al fenómeno y entonces decidieron ignorarlo hasta que al llegar la
claridad del día la luz desapareció.
Cerca de las seis de la mañana,
luego de una infructuosa búsqueda, el barco de auxilio emprendió el regreso sin
saber, en ese momento, que el Narwal se había hundido y sus
tripulantes, capturados por tropas británicas, fueron llevados en calidad de
prisioneros al portaviones Invincible.
El servicio cumplido por el Yaktemi y
la silenciosa entrega de los hombres de su tripulación al apoyo de las tareas
que le eran requeridas por los mandos navales tuvo múltiples facetas.
Aprovechando que la nave dotada de una cámara hiperbárica de compresión y
descompresión para buzos, encararon bajo la supervisón profesional de un médico
de la Armada, la recuperación de aquellos soldados que regresaban de Malvinas
afectados de “pié de trinchera”. Efectivamente, decenas de jóvenes combatientes
encontraron su alivio y curación luego de pasar varias horas en ese habitáculo
presurizado con oxígeno.
El Yaktemi cumplió
su patriótico servicio hasta el final del conflicto y por su valioso desempeño
mereció el beneplácito de numerosas autoridades y diversas instituciones.
El Capitán, Terreni, más allá de su
diligencia en acudir al llamado del deber como argentino, tuvo una razón más
para brindarse desde su puesto de servicio a lo que consideró su compromiso con
la Patria. Bastante lejos de la zona donde le tocó actuar, en la boca del Río
de la Plata, estuvo anclada durante ese tiempo la Fragata ARA Libertad,
afectada a la defensa del estuario y embarcado en la misma en calidad de
práctico, se encontraba su padre el Capitán de Ultramar, Carlos Enrique
Terreni.
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