Comentarios. Este tema que uno podría decir
que solo acontece en tierra, también a veces involucra a quienes navegamos.
Es probable que hayamos visto cosas que en su momento
no nos llamaron la atención.
Viví (como varios colegas) en la Misión del Marino de
Buenos Aires y conocí casos extremos de marinos abandonados o que huían de sus
buques.
Luego vi en varios puertos argentinos, chicos muy jóvenes
(12 a 15 años) como camareros / aprendices, de capitanes de buques griegos.
Vi hindúes con sueldos bajísimos y con alimentación en
buques ingleses.
En la década del 90 supe de marineros chinos navegando
en pesqueros argentinos con sueldos de 200 dólares mensuales y contratos de 2
años y que si se volvían antes debían pagarse pasaje y le quedaban chirolas o
deudas.
Foto infonews.com
A principios del 2000 vi tripulantes de marinería de
todo el mundo en cruceros, con contratos de 10 meses y si lo bajaban antes debían
pagarse sus pasajes.
Si se busca en google: "trabajo esclavo en
argentina" encontraran muchos casos pero en general en trabajos en
ciudades o en el campo.
El siguiente articulo lo baje de @PasionNautica
que a su copia de la página nauticajonkepa.wordpress.com y empieza analizando un caso en Tailandia y
termina incluyendo a Argentina, con datos duros de la ONU.
Al final un enlace a la revistapuerto.com.ar
donde además de reflejar un conflicto serio con Uruguay de esta semana, cuenta
de las condiciones laborales actuales en buques pesqueros asiáticos operando
en nuestro mar argentino.
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El lucrativo negocio de la
esclavitud
Posted by jonkepa en marzo 8, 2016
Durante seis años, Samat Senasuk sacó con sus manos desnudas toneladas
de peces atrapados en unas redes que erosionaron poco a poco sus dedos. Las jornadas
de hasta 18 horas al día no daban respiro a sus huesos y, al final, dos de
sus dedos cedieron ante las afiladas redes y se quebraron. Recibió una paliza
por su torpeza y tuvo que seguir trabajando. En alta mar, entre Tailandia e
Indonesia, era imposible abandonar su cárcel.
Samat nunca eligió subirse a ese barco, que alimentaba la rica industria
pesquera tailandesa, una de las principales proveedoras de Europa. Todo empezó
con una promesa de un trabajo con un sustancioso salario como guardia de seguridad
en un edificio de Bangkok, la capital de Tailandia. El prometido inmueble acabó
siendo un gigante flotante, del que Samat casi nunca podía salir. El sueldo
terminó reducido a apenas 80 euros mensuales (una tercera parte del salario
mínimo en Tailandia) y era a menudo retenido por su patrón para evitar que se
escapara. Al final, Samat consiguió ahorrar algo de dinero para sobornar al
guardia de un puerto en Indonesia en el que el barco había atracado y pudo
escapar.
El caso de Samat no es único. Unas 800.000 personas son traficadas
cada año a través de fronteras internacionales para acabar explotadas en contra
de su voluntad y 21 millones de personas viven en condiciones análogas a la
esclavitud, según datos de Naciones Unidas. Las alarmantes cifras han hecho
de este tipo de explotación una de las principales batallas de la comunidad
internacional durante los últimos años y los fondos destinados a combatirla han
aumentado. Según la ONG Walk Free, los países de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) gastan cada año 120 millones de
dólares (100 millones de euros) en luchar contra la trata, una cifra que no
incluye los fondos destinados por iniciativas privadas o por las organizaciones
internacionales. Y sin embargo, Naciones Unidas dice que el tráfico de personas
es uno de los negocios ilícitos que más rápido crece. Hoy es el segundo
crimen internacional que más ingresos genera, sólo por detrás del tráfico de
drogas, con unos 30.000 millones de euros anuales. “La trata es una
situación de esclavitud, y forma un triángulo entre el origen, el tránsito y el
destino. Está absolutamente relacionada con el crimen organizado, muy de la
mano del narcotráfico”, explica en la revista Pueblos la feminista boliviana
María Ximena Machicao Barbery, que ha investigado la trata en cinco países
suramericanos.
A pesar de este rápido crecimiento, sólo unas 25.000 personas son
identificadas y ayudadas cada año por gobiernos y organizaciones
internacionales, según datos de la Organización de Naciones Unidas para las
Drogas y el Crimen (UNODC en sus siglas en inglés). “No es siquiera un 1% de
las víctimas que hay ahí fuera. Tenemos que cambiar la manera en la que hacemos
lo que hacemos para que sea más eficiente y efectiva, porque no estamos reduciendo
[la esclavitud]”, dice Matthew Friedman, director ejecutivo del Mekong Club,
una organización empresarial de Asia que se propone combatir la esclavitud.
Una realidad poco conocida
“Vas a ganar en dólares y no vas a gastar en nada, ni en comida”, le dijo
su tío a Delia. Así la convenció para lanzarse a la aventura de la emigración
en 2005, y convertirse en una de miles de bolivianas y bolivianos que
trabajan en talleres textiles en Buenos Aires y su área metropolitana.
Ocurrió que, una vez en Argentina, las condiciones en el taller de sus tíos no
eran exactamente las que le habían prometido: la jornada, que iba a ser de
lunes a viernes de 7 a 22 horas, y sábados de 7 al mediodía, sólo se cumplió el
primer mes. Terminó trabajando hasta medianoche; cuando terminaba de tejer,
debía limpiar el cuarto de trabajo y planchar las prendas para dejarlas listas
para llevarlas a la feria; no descansaba ni los domingos. Tampoco se cumplieron
sus expectativas económicas. Había acordado con sus tíos que cobraría cuando
regresase a Bolivia. Mientras tanto, mandarían dinero a su familia, pero nunca
le mostraron el resguardo del giro. Su tía, que manejaba el taller, no dejaba
de gritar y maltratar a Delia y sus compañeras. Les acusó de robo. Le impidió
ir al médico cuando, por la picadura de algún insecto, se le infectó la pierna.
Pronto, Delia comenzó a pensar en huir. Una vez se escapó. Pero, cuando se
vio sola en la ciudad, sin conocer a nadie, sin documentos –se los habían
retirado sus tíos– y sin dinero, no le quedó otra opción que volver. Y esperar.
Como Delia y Samat, los millones de esclavos que hay en el mundo viven
en el anonimato, a menudo como inmigrantes ilegales que no pueden pedir
ayuda. La clandestinidad hace más complicado saber contra qué se está
luchando. “No hemos pasado tiempo suficiente recogiendo datos para saber qué
hace falta hacer exactamente y la ineficiencia viene de que no tenemos
suficiente información sobre cuál es el problema”, dice Friedman. “La trata de
personas es un crimen muy complejo porque implica cruzar fronteras y se hace de
forma clandestina”, añade Saisuree Chutikul, experta en trata en Tailandia, uno
de los centros de este negocio en Asia.
Cada lugar, tiene además sus particularidades, como se ve claramente en
América Latina. Así, en Bolivia, por ejemplo, la ciudad de El Alto se ha
convertido en un lugar de captación de jóvenes de bajos recursos que buscan una
vida mejor en Argentina o Europa. En Paraguay, el objetivo son las mujeres
indígenas guaraníes en la vulnerable Triple Frontera. En Brasil, ciudades
turísticas del Nordeste como Salvador de Bahia, Natal y Fortaleza se han
transformado en núcleos del turismo sexual. Los casos de Colombia y Perú
evidencian la relación entre la llegada de proyectos extractivos
transnacionales, como la megaminería o la explotación de hidrocarburos, y el
aumento de la prostitución en la región.
Luchar contra la trata de personas está de moda y hasta la famosa
cadena de vídeos musicales MTV tiene un programa destinado a ello. Muchos
gobiernos, especialmente los occidentales, destinan millones de euros cada año
a luchar sobre todo contra las redes de prostitución. Sin embargo, la ONU ha
apuntado a que la trata, especialmente en Asia, está cada vez más orientada a
llenar fábricas y plantaciones que proveen a los supermercados europeos o
estadounidenses, y no tanto a llenar los burdeles de medio mundo, si
bien el tráfico con fines de explotación sexual sigue siendo mayoritario.
El periodista brasileño Leonardo Sakamoto, fundador de la ONG Repórter Brasil,
centrada en la denuncia de la explotación, pone el dedo en la llaga: “El
trabajo esclavo no es una enfermedad, sino el síntoma del sistema. Estas nuevas
formas de esclavitud no son un resquicio de prácticas arcaicas que
sobrevivieron a la introducción del capitalismo, sino un instrumento del
sistema para favorecer la acumulación del capital en su interminable proceso de
expansión”, sostiene.
En los centros calientes de la trata de personas, la complicidad de los
Estados es la norma antes que la excepción: desde la policía a la justicia y
la política, como evidencia el caso de Susana Trimarco en Argentina. Trimarco
se arremangó después de que, hace una década, su hija, Marita Verón, fuese
secuestrada por una red mafiosa en la provincia de Tucumán. Ante la negativa de
las autoridades a hacer nada al respecto, comenzó a recorrer un prostíbulo tras
otro, hasta demostrar que Argentina se ha convertido en uno de los países del
mundo con más presencia de la trata de mujeres con fines de explotación sexual.
Algunas mujeres terminaban en los prostíbulos nacionales y otras fueron
enviadas a países europeos, como España, que tiene el triste honor de figurar
entre los primeros puestos del ranking mundial de este negocio tan lucrativo
como deshumanizado.
El caso Marita Verón se tornó mediático y tuvo mucho que ver en la
presión social que llevó a la aprobación en 2008 de la primera ley argentina
destinada a proteger a las víctimas de trata y sancionar a sus victimarios.
El problema que denuncia el activismo de base es que muchas de estas
personas vuelven a las mismas redes, o a otras formas de explotación sexual,
porque el Estado no les ofrece alternativas. “Tenemos que considerar el
coste de no hacer ninguna reintegración [de las víctimas]. Si no les ofrecemos
un apoyo amplio e individualizado, es posible que no se recuperen de [la
experiencia de] la trata y que no se puedan reintegrar. Existe también el
riesgo de ser explotado o traficado de nuevo”, dice Rebecca Surtees,
investigadora del Instituto Nexus y consejera del Programa de Reintegración de
Víctimas de Trata en los Balcanes. Es el caso de Samat de vuelta en
Tailandia, no ha sido siquiera considerado como víctima de trata por las
autoridades del país porque, aseguran, se enroló en el barco de forma
voluntaria. Hoy, sin trabajo, tiene una deuda de más de 200 euros con el
Estado por el billete de barco que lo devolvió a Tailandia desde Indonesia. Es
un candidato perfecto para terminar de nuevo en las garras de las redes de
trata.
Algo parecido ocurre en España, donde las mujeres víctimas de redes de
prostitución que consiguen escapar de los burdeles donde están aprisionadas, a
menudo terminan cayendo en otras redes por falta de alternativas de
supervivencia. Esa realidad llevó a la creación de la de la Asociación para la
Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (Apramp), orientada a
la asistencia integral a las víctimas de trata, desde una perspectiva de género
y los derechos humanos. “No trabajamos para las mujeres, sino que trabajamos
con las mujeres, que participan en los talleres que diseñamos y nos indican qué
medidas son las más efectivas”, aseguran desde la asociación, que tiene en la
madrileña calle Ballesta, número 9, una tienda donde se pueden adquirir
productos elaborados artesanalmente por estas mujeres.
Los retos son enormes y la trata sigue siendo un negocio lucrativo y en
alza, si bien ha habido algunos avances en los últimos años en la lucha contra
esta lacra. En 2003 entró en vigor el Protocolo sobre Trata de Personas que
pone las bases de un marco jurídico internacional para penar este crimen.
Según la ONU, 2.000 millones de personas aún viven en países que no aseguran
una protección jurídica a las víctimas de trata, especialmente en África
subsahariana, en Asia y en Sudamérica. Pero el número de países que se suma al
tratado crece rápidamente. Los avances se deben, en gran medida, a la presión
de la sociedad civil, asociaciones como Apramp en España, Repórter Brasil o la
Fundación Alameda en Argentina ponen rostros y números a este oscuro negocio
que es comerciar con seres humanos.
"Grave incidente pesquero entre la Argentina y Uruguay":
revistapuerto.com
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