4 de febrero de 2012

Cuentos y relatos del mar. “El gringo”. Ricardo Garin

III "El gringo"

No hay partida más ardua que la que se juega con El. No hay mano más desoladora que la última. Un jugador.


“Rotterdam, 15 de enero:


Querida familia, desde ya que los quiero y los extraño a todos. De la navegación tengo poco que contarles. Sólo que, como de costumbre, en el Golfo de Vizcaya pasamos por un temporal despiadado, como es de esperarse en esta época. No veíamos la hora de llegar a Chesburg y entrar en el canal de Kiel para tener un poco de paz. Pero los problemas empezaron ni bien entramos a puerto. ¿Se acuerdan del Gringo? El electricista de a bordo, el que les conté que juega tan bien al póker?”


En esto deben tener razón, pero no estoy seguro. Fue todo tan vertiginoso. Creí ver toda mi vida en un instante. Ahora no sé si la soñé o acabo de vivirla. Y aún sigo sintiendo ese miedo…


Pero el ardor en el pecho desapareció. También el sofoco…, ese sofoco interminable Y el sabor dulzón en mi boca. Sólo me quedó el frío, este frío persistente…



Pero no , no me estoy viendo desde arriba. No. Aquí todo es oscuro, todo es tiniebla. Quizás sea porque jugué póker. Por primera vez jugué una mano con él y aposté todo el resto. Ahora creo haberme fumado todos los cigarrillos. Haberme bebido todas las copas, haber gastado todas las fichas. Creo haber perdido todas las partidas, todas las….


No pienses que estoy volando. No es tan ingrávido. Todavía me quedan tantos soles, tantas lunas. Me quedan flores por regalarte, tantos “te quiero”. Me quedó el reencuentro. Todavía hay peso. No es tan leve, no… Y aún tengo ese miedo, ese frío insoportable.


Quizás sea porque fui cobarde. Por ese miedo de terminar así, con miedo. Miedo a no verte nunca más en cada ausencia. Ese pánico feroz de terminar así, lejos de tu amor, lejos de ellos. Esta vez jugué póker por miedo, pero también por amor.


Ahora sé que los sueños no son inconsistentes. No mi amor, no son como creemos. Me pesan los sueños. Como aquel de nuestra casita en las sierras de Córdoba. Vos y yo, el sol y ellos. También jugué por un sueño. O por muchos.


Sin embargo es verdad que desaparece todo orgullo. Desde aquí parece todo tan distinto. No hay dignidad (creo que la dignidad y el orgullo se fueron con mi pecho desflorado). No hay arrepentimiento, ni culpa y quizás no haya perdón. Pero cuando te encuentres con la verdad, no se la digas. No es necesario. A los cachorros no…



“… y los perros fueron directo a su camarote, como si lo supieran de antemano… le desarmaron todo… su cama, el armario, el escritorio. Pero cuando los policías sacaron el revestimiento del mamparo, el Gringo ya estaba fuera de si…”


“… eran dos los paquetes. No pudieron encontrar más. Luego supimos que era cocaína. Yo no lo podría creer. ¡El Gringo…!”


“… y agarró el hacha de lucha contra incendio y se abrió paso por el pasillo. Estaba totalmente enardecido. Nadie se animó a pararlo. Atravesó la puerta y ganó la cubierta principal… Primero le largaron los perros. A uno le revoleó un hachazo. Luego cobró otro policía. Cuando ya no sabían qué hacer empezaron los tiros. Y este se les vino al humo. Tenía la mirada desorbitada… estaba como loco.”


¿Y mi locura? ¿…Dónde me quedó la razón? Sólo este miedo que lo invade todo. ¿Será siempre así? Pero yo…


“… pero yo lo ví bien clarito. El que realmente le apuntó fue el oficial. Estaba cerca de mí. Yo quise pararlo, tratar de explicarle…”



¡Quisiera explicarte tantas cosas! Escribirte una carta o un poema, o un libro… ¿Y nuestro árbol…? Aquel que plantamos ¿te acordás? ¿Habrá crecido a pesar de todo? ¡También en ese lugar… con ese viento, ya debe estar tendido…!



“… y el pobre quedó tendido en la cubierta. Luego vino una ambulancia y se lo llevaron...”


Pero ya ves, se lo llevaron todo. No, no todo…, pero mis labios ya no pueden hablarte. Mis manos ya no pueden tocarte, ni mis dedos. Porque mis manos… mis manos ya no son mías. Ni mis ojos, ya no me pertenezco.


¡Y tengo tantas cosas que decirte!... Cosas que… Muchas cosas…


Ahora sí que me estoy yendo. Creo… pero no mi amor, no es tan así como dicen. No es como volar. No hay un túnel con una luz al final. Es… es sólo un resplandor apenas. Un leve resplandor… ¡Pero el miedo!... el miedo desaparece…, estoy bien. Es increíble. Aunque…


Pero no creas, mi vida, que es revelador. ¿O si?... te podrá parecer una tontería. No sé… no quisiera decepcionarte. No sé si es el alma. No pienses que es algo desconocido, no lo es. Ya no tengo miedo. ¿Es que no te das cuenta? Creo entenderlo. Es aquello lo que pesa. No es si jugué póker. Si fui cobarde. Si quise tomar un atajo para no separarme mas de vos. No es lo que gané y lo que perdí, eso ya no tiene importancia. No les creas mi amor… ¿Es que aún no lo entiendes? Es el amor que llevamos dentro. Ahora soy sólo lo que pude amar. Ni más ni menos. Por eso no les creas ... Podría explicártelo, decirte tantas cosas… Porque pagué para ver. Pero ya ves, me estoy yendo.


“… sólo Dios sabe cuando nos estamos yendo. Ni siquiera podemos bajar del barco. Estamos interdictos por las autoridades. Pero yo estoy bien, a pesar de lo del pobre Gringo. Aunque, ¡cómo los envidio! Quizás cuando llegue esta carta ustedes ya estén disfrutando las vacaciones. ¡Cómo quisiera estar ahí! Cuando vayan a la playa tomen bastante sol. Tomen sol por mí. Aquí hace tanto frío…, hay nieve por todo…”



Ya no siento frío y el miedo se evaporó. Chau amor. Cuídense mucho. Cuídense el uno al otro y sepan amar todo los que les pida el corazón. Todo lo hice por vos y por ellos.



“…cuídense con el mar y de no perderlo todo en el casino. Hasta siempre. En la próxima les cuento como sigue esto. El que los ama los recuerda.”



















Continúa en: Cuentos y relatos del mar. “El Tren a Southport”





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