5 de febrero de 2012

Cuentos y relatos del mar. “El flaco”. Ricardo Garin

II  "El Flaco"

El cura párroco de la pequeña ciudad entrerriana de La Paz a orillas del Rio Paraná, comenzó a quitarse sus austeros atuendos para el santo oficio en el cuarto contiguo a la sacristía. Era domingo y había terminado de dar La Misa de Gallo. Se sentía algo cansado. Por eso experimentó cierto fastidio cuando escuchó que le golpearon la puerta. Al abrir, se encontró con un hombre bajo y calvo, su rostro le parecía familiar, pero no terminaba de descifrarlo.


—Disculpe Padre…


—Si, ¿puedo ayudarte en algo?


—Mire, me llamo Pedro, soy el marido de Clara…


—Ah si, Clara. Ahora te ubico. Tu mujer es una santa. Jamás falta a misa y además colabora siempre con la parroquia. Pero vos… vos no aparecés nunca.


—Si, ya sé Padre No me rete. No he sido un buen creyente. Pero no jorobo a nadie ¿vio?... Soy un pobre jubilado…




—¿Y qué le trae por acá?...


—Si tiene un minuto quisiera contarle una historia. Algo que tengo acá adentro. El cura no alcanzó a decir palabra que Pedro ya había comenzado a hablar. No tuvo más alternativa que escucharlo mientras que con un gesto lo invitaba a pasar al cuarto.


“… desde muchacho que trabajé en los Barcos. Empecé en la Flota Mercante del Estado como aprendiz en la Sala de Máquinas, allá lejos y hace tiempo. Luego la Flota pasó a ser ELMA, la empresa estatal que ya no existe. Toda mi vida, hasta que me jubilé, fuí engrasador, o auxiliar de Máquinas que queda más lindo.


Nunca quise ser primer Cabo. No sé…, no sirvo para mandar ¿vió? Prefiero estar a órdenes de otro y hacer lo que me manden, soy medio corto…”


“… podría contarle un montón de anécdotas de mi vida de navegante. Anduve por muchos lugares ¿vió? Lugares que ni sabía que existían. Era medio ignorante, no pude terminar ni la primaria. Después algunas cosas aprendí, pero lo que vengo a contarle es algo que me pasó en uno de esos barcos que me tocó tripular, el Santiago del Estero de ELMA…”


A esas alturas del relato, el cura miraba a Pedro tratando de encontrar algún sentido a toda esa suerte de prefacio que Pedro intentaba hacerle, pero no sabía muy bien porqué comenzaba a interesarle.


“Habíamos zarpado de Buenos Aires hacia Japon, era la línea que hacía ese barco. A los pocos días de navegación, ya en el medio del Atlántico, apareció un polizón. ¿Sabe lo que es un polizón?.. , es un intruso. Suele ser común que en los barcos se cuele gente para viajar. Pueden ser tipos que se están escapando de algo o simplemente crotos o aventureros. Hay que tener cuidado porque a veces pueden ser peligrosos. Éste se ve que se metió en el barco en Buenos Aires y se acovachó por ahí sin que nadie lo viera. Era un tipo raro. No traía nada, ni bolso, ni abrigo, nada, así como se lo digo. Nadie pudo conocerle la voz, porque jamás habló una palabra. Era una mezcla de hippie y linyera. Es como si lo estuviera viendo, tenía una barba larga y enmarañada, los pelos hasta los hombros. Llevaba una remera de color rosa o roja descolorida, unos pantalones de tela, anchos y sandalias de cuero que apenas tenían suela. Se notaba que no la había pasado bien. Estaba bastante mal tratado el pobre. Tenía cicatrices por todos lados. En las manos, en los pies y vaya a saber por dónde más.”


Ahora el cura estaba definitivamente atrapado en la cadencia que Pedro le daba a su historia y ese mundo al que perteneció durante toda su vida y que para él le era totalmente desconocido, casi exótico.


“… el capitán lo mandó a trabajar a la cubierta, como un marinero más, a las órdenes del contramaestre. Le dieron una cama en la Enfermería. El Cocinero le dejaba la comida en un plato, a veces comía, a veces no. Trabajaba todo el día, de sol a sol, Jamás se quejaba, jamás pedía nada. Tenía una mirada imposible de sostener, inspiraba respeto…, dignidad…, ¿vio? Los marineros contaban que un día el contramaestre, que era un hijo de puta, no sé qué problema había tenido con él y lo quiso prepear como hacía siempre con ellos, y éste, “el flaco”, como lo empezamos a llamar, se le paró enfrente y lo miró de una manera que nadie pudo explicar. A partir de entonces dicen que el Contramaestre, que la iba de guapo, nunca más lo molestó”


“el Cabo de Buena Esperanza es un lugar jodido para los navegantes. Siempre queremos pasar por ahí lo más rápido posible. Pero esa vez casi no contamos el cuento. Había una tormenta infernal, un viento y unas olas inmensas como montañas de agua. El barco se bamboleaba de un lado al otro y no había cosa que quedara en pie. En eso , zas! Nos quedamos sin luz. Un barco sin energía, sin máquina y sin gobierno en el medio de una tormenta semejante, no tiene muchas esperanzas. Todos pensamos que era el final. Yo, como podía, me agarraba de cualquier lado para no caerme en la Sala de máquinas, mientras no paraba de rezar. Es que era poco lo que podía hacer. En el cuarto de control estaban todos tratando de poner a barras los generadores. El jefe de máquinas, el electricista, los oficiales, no sabían ya qué hacer, no había caso. Parecía que había un problema de automatismo, ningún generador quería entrar en red. En eso, de entre las tinieblas, porque como le dije estaba todo oscuro, apenas si había algunas lámparas de emergencia, aparece el flaco. Entra en el cuarto de control, que era un quilombo, había planos tirados por el piso herramientas y linternas que iban de un lado al otro por el movimiento del barco, las puertas de los tableros eléctricos se abrían y se cerraban sin parar. El falco lo aparta al electricista y no sé qué mierda tocó adentro de un circuito casi sin mirar, sin una puta linterna. Se mandó para el tablero principal, conectó uno de los generadores y se hizo la luz. El jefe de máquinas volvió a respirar y mandó poner de nuevo toda la planta en servicio. El flaco, mientras todos corrían para poner todo en marcha, se borró sin que nadie lo viera, como si no hubiera pasado nada. Y así fue que zafamos. Una vez que se normalizaron las máquinas se pudo, con mucha suerte y sufrimiento, poner el buque en rumbo para capear el temporal.”


“Cuando llegamos a Puerto, creo que era Durban, nadie más volvió a ver al flaco. Se mandó a mudar de incógnito así como había aparecido. Yo no creía en milagros, pero todos los que vimos lo que había hecho, sabemos que estamos vivos el día de hoy gracias a él.”


“Jamás había contado esto. Es que nadie me creería, hasta casi me había olvidado de esta historia. Pero resulta que el otro día, mirando la televisión con la patrona, lo volví a ver al flaco y se me paralizó la sangre.


Era uno de esos programas documentales ¿vio? Le estaban haciendo un reportaje a un médico de la Cruz Roja que se encontraba en una misión humanitaria en África, creo que en el Zaire o algo así. Yo iba a cambiar de canal cuando por detrás de este médico lo veo pasar al flaco. Lo ví bien clarito. Estoy seguro que era él. Estaba igual que como hace 20 años. La misma barba, el mismo pelo, la misma remera desteñida. Pero se lo veía sonriente, feliz, estaba como jugando con un grupo de pibes negritos, flaquitos y barrigones por el hambre, llenos de moscas alrededor.


Mire Padre, yo sé que en el mundo está todo mal. Yo mismo ví muchas cosas cuando andaba en los barcos. Hay guerras, miseria, e injusticias por todos lados. Pero créame las cosas nunca van a pasar a mayores. Quédese tranquilo Padre. Aunque yo no vaya a verlo, al final vamos a zafar como aquella vez en el Cabo. Porque el flaco anda por ahí. Aunque usted no lo crea está entre nosotros. Es como un trabajo de hormiga ¿vió? De a poquito nos vamos a liberar. Estoy seguro de que son pocos los que saben. Y yo recién ahora lo vengo a entender. Yo mucho no creía, pero ahora comprendo…”


“Era solamente esto lo que quería contar. Usted me dirá si me equivoco con lo del flaco… Y discúlpeme que lo haya molestado, pero lo tenía acá adentro ¿vio?”












Continúa en: Cuentos y relatos del mar. “El gringo”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario