Comentarios: Continuamos publicando “otras” formas de pesca de artículos
bajados del portal REVISTA PUERTO.
Cuentan de
modalidades que tal vez más de uno desconoce.
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Texto Guillermo Nahum, Fotos: Guillermo Nahum y Diego
Izquierdo
Esta es la primera oportunidad en que visitamos Bahía
Blanca a pesar de que, viviendo en Mar del Plata y viajando asiduamente a la
Patagonia, está a mitad del camino que siempre recorremos.
Pero esta vez decidimos entrar al puerto de Ingeniero
White, “Guaite” para los lugareños, y conocer cómo trabaja una pequeña flota de
lanchas amarillas dedicadas a la pesca del camarón y el langostino.
La ciudad de
Bahía Blanca no ha sido muy favorecida por aquellos beneficios recreativos que
implica el vivir frente al mar. Por el contrario, desde Puerto Rosales, al norte,
hasta el fin del propio partido bahiense, las costas están atestadas de
urbanismo e industria: establecimientos petroquímicos, cerealeros y militares,
entre otros, han conseguido que, a pesar
de ser una gran ciudad con una extensa costa, no haya un solo sitio desde donde
ver el mar.
La reducida flota del lugar, gracias al peso de su
historia, ha logrado mantener un pequeño espacio dentro de un puerto atestado de
gigantescas maquinarias industriales, barcos enormes, humo, fuego y chimeneas.
La tradicional flota amarilla bahiense trabaja en la
zona desde la primera mitad del siglo pasado históricamente estuvo compuesta
por alrededor de 50 lanchas de entre 12
y 15 metros de eslora. Sin embargo, en los últimos años y sin que se sepa
bien con qué criterio, la Provincia de Buenos Aires siguió emitiendo nuevas
licencias y hoy la cantidad de embarcaciones autorizadas a operar en la zona
duplica a la histórica, entre lanchas amarillas y pequeños botes con motor
fuera de borda, o directamente a remo. Sumado al aumento de la flota, uno de
los principales problemas de los pescadores del lugar radica en que debido a
una cuestionable decisión de las autoridades provinciales han sido acotadas las
áreas donde aquéllos pueden operar.
La pesca de
langostino y camarón se realiza desde principios de diciembre hasta mediados de
junio,
momento en que se suspende para retomarla cerca del diez de agosto y hasta los
primeros días de noviembre. Durante el resto del año siempre se alternó entre
la captura de gatuzo, pescadilla y corvina; pero últimamente, según los
pescadores del lugar, la pescadilla desapareció, corvina hay poco y nada y
gatuzo, alguno que otro de vez en cuando. “La flota marplatense ha ido dejando
sin pescado a esta zona, porque pesca prácticamente en la playa y hace un
desastre. Los controles son ineficientes y las sanciones no existen; los
funcionarios provinciales cajonean todo. De claromecó a Bahía hay algo de
vigilancia, pero del Faro Rincón a San Blas no hay nada; ahí se mete todo el
mundo. En los últimos años cada vez hay más flota en la zona y cada vez menos
pescado”, cuenta Enrique Russo, oriundo de White, patrón de la lancha Giardini
y tercera generación de pescadores.
El arte de pesca que se usa por aquí es distinta a la
que se utiliza en el resto de las pesquerías que conocimos. Aquí las lanchas no arrastran ni
individualmente ni en parejas: se trabaja con la fuerza de las aguas por
influjo de las mareas. Cada lancha transporta unas dieciocho a veinte
anclas a las que, de a pares, se les adicionan unas redes similares a las que
se utilizan para arrastre. En el fondo, éstas van aprisionando los crustáceos y
los peces que, arrastrados por la marea, quedan atrapados.
La Giardini
trabaja con nueve redes y dieciocho anclas, de unos noventa kilos cada una. Toda la maniobra de
colocar las anclas, redes, lastres, flotadores y demás se hace a mano cuando la
marea está por subir; los marineros se trasladan y trabajan en dos canoas con
pequeños motores fuera de borda. Luego se vuelve a la lancha a esperar que la
naturaleza haga su parte mientras se alista todo lo necesario para recoger las
redes al finalizar la creciente. Este
año, al igual que en otras pesquerías similares, las capturas están siendo
bastante escasas y ese día la pesca de langostino fue mínima en comparación con
la captura incidental. Debido a ello no se repitió la maniobra de pesca en
próximas mareas sino que el patrón decidió trabajar sólo una creciente y regresar
a puerto. Habremos traído unos setenta
kilos de langostino grande, otro tanto entre langostino chico y camarón y unos
treinta kilos de pejerrey. El langostino grande se vende de ocho a diez
pesos el kilo; el chiquito entre tres con cincuenta y cuatro pesos y el
pejerrey se distribuyó entre la tripulación. El reparto de las ganancias es
bajo el tradicional sistema “a la parte”
y la remuneración fluctúa como el recurso; pero, más o menos, a lo largo del año un marinero promedia un
ingreso mensual de entre mil quiniento y dos mil pesos. Ese día, en la
Giardini, salieron al mar cinco marineros y el patrón.
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