11 de octubre de 2014

Niponas Noches de Pedal de Juanchex

Comentario. Texto bajado del blog del colega maquinista, Juan Silvano Guerra. Al final el enlace.

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                                                                “Donde fueres, haz lo que vieres”
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He trabajado en ELMA (Empresa Líneas Marítimas del Estado Sociedad Anónima), cariñosamente conocida como “Mamá ELMA”. Para mí, todo un orgullo, el haber pertenecido a una empresa de navegación líder a nivel mundial, tanto en cantidad de barcos como en importancia de cada una de sus cinco líneas, creada como empresa en sí, por la primavera del año sesenta y disuelta, tras una larga agonía en el año noventa y siete durante el gobierno del “Turco Vendepatria”. Esta, breve, reseña es un homenaje a todos los que, de un modo u otro, formamos parte de la empresa y está dedicado a ellos, pero no tiene mucha relación con ella, es solo una experiencia personal que quiero narrarles.

Ahí vamos: -“Estamos en Argentina y acá, las cosas tienen que durar!”- Decía La Yoli, de Lanús en una vieja peli mientras empujaba un 403 destartalado para que arrancara. Para mí, toda la vida, fue así, pero cuando uno comienza a recorrer el mundo, se da cuenta que no todos los pueblos, tienen la misma idiosincrasia. El consumismo japonés, en pro de su industria, hace que la gente se desprenda de sus pertenencias por el solo hecho de haberse cansado de usarlas o querer cambiarlas por algo distinto desechando lo que, ya, no quieren como quien se deshace de un trasto viejo.  Por el motivo, explicado: quienes nos encontrábamos de guardia, a bordo, esperábamos ansiosamente el camioncito del “chatarrero” para ver que gangas nos traería, a un increíble precio que, casi nunca superaba los diez dólares.

"La Rioja", abandonado en Cuba, foto aportada por Jorge Sosa.

Promediaba diciembre de 1985, crudo invierno, el “La Rioja”, un, moderno, buque de cargas generales de construcción alemana, perteneciente a ELMA se encontraba en el puerto de Kobe, al sudoeste de isla “Honshu”, la más extensa del archipiélago de Japón. Uno de los países más importantes de la línea Oriente.

Foto aportada por Jorge Sosa.

Me encontraba enrolado como Pilotín de Máquinas, a la vuelta de ese viaje (tres meses más) dejaría de ser cadete y recibiría mi título de Tercer Maquinista Naval comenzando una nueva vida para mí.




A bordo, uno siempre encuentra personas con las que tiene más afinidad que otras, los tiempos son cortos, la soledad, la falta de afectos y la necesidad de comunicación, en aquella época: sin celulares ni internet aun, hacen que estas personas pasen a ser de inmediato la familia que uno tiene del otro lado del mundo. Mi entorno íntimo en ese viaje se reducía a tres personas: Marcelo Curiel, el Comisario de a Bordo, un tipo bárbaro, uno de los hermanos que me dio la vida, han pasado treinta años y nos seguimos frecuentando. Marcelito Sormani: Primer Oficial de Máquinas, uno de los mejores maquinistas que conocí en mi vida, sin duda, un referente durante toda mi carrera, un tipo 100% cerebral en el momento de realizar su trabajo. Cierra la lista el “tordo” Roberto Bereziuk, Medico de a Bordo, habilísimo a la hora de practicarle primeros auxilios a quien sea, lo he constatado en carne propia cuando, debido a mi inexperiencia, me quemé la cara con fuel oíl caliente, siempre de buen humor y predispuesto a todo, un verdadero “loco lindo”.

Entre las ofertas de artículos usados, lo de más demanda, eran televisores color y lavarropas para el camarote, pero los cuatro, decidimos comprar lo mismo, sin habernos consultado antes, algo que nos uniría para siempre y nos haría recordar infinidad de anécdotas cada vez que nos encontráramos: una bici! Para hacer turismo barato y transportarnos a la vez que paseábamos conociendo, debido al alto precio de los pasajes de bus y ni hablar de taxi puesto que, el cambio no nos favorecía en absoluto. El camioncito llegó y cada uno, compró la bicicleta de su agrado. Yo elegí una Shimano celeste con cuadro de aluminio rodado 29 con 14 cambios y freno a contrapedal, de bicis, no entendía nada, pero me gustó y así fue que la adquirí por solo siete dólares. Cada uno de los cuatro compro su bici y esa noche, en el taller de Máquinas nos dedicamos a sacarle toda la mugre adherida con pringosidad rebelde a sus colores y a sus cromados. Al cabo de dos horas, gomas infladas y relucientes, quedaron como de exposición, una más linda que otra, solo quedaba algo por hacer: montarse en ellas y ponerse en movimiento.

Cada uno se abrigó con lo que tenía, era más importante protegerse del frío que fijarse si una prenda combinaba con otra o con el calzado, nadie había llevado guantes, lo que nos obligó a utilizar, los siempre salvadores, guantes de trabajo que no eran muy facheros pero resguardarían nuestras manos del gélido frío oriental. Nuestros atuendos eran lo mas payasesco que el lector pueda imaginar. Munidos de la documentación transitoria (short pass) y unos yens para pagar una bebida caliente durante alguna parada técnica; nos dispusimos a pedalear del sector portuario hacia el centro de Kobe. Quedaba un tanto distante a pie pero, para ir en bicicleta, era una distancia ideal. Lo primero que encontramos en nuestro camino que nos llamo la atención fue un viejo y pintoresco cementerio, el cual, permanecía con la puerta abierta por la noche, sin dudarlo y sin detenernos a pensar si ofenderíamos a alguien (la religión sintoísta es muy respetuosa con sus difuntos), decidimos recorrerlo montados en nuestros “corceles”. El lugar era muy bello, cuidado con buen gusto y con una iluminación que permitía visualizar las prolijas tumbas y los pequeños mausoleos que albergaban  restos humanos. Uno estaba ornamentado por una hermosa fuente con peces de colores. Otro era una especie de gran lápida de mármol, escrita en su totalidad con ideogramas Kangis, lo cual denotaba que quien o quienes descansaban allí, habían sido personas de abolengo.

El mausoleo que llamó la atención del grupo fue uno que tenía siete pequeñas estatuas, cada una con una inscripción en su base; llegamos a la conclusión, no sé si equivocada o no, que descansaban los restos de siete personas, cada estatua de estas, poseía un molinete al que el viento hacia girar y le daba un aspecto alegre. Marcelito, saco la cámara para inmortalizar la escena y en el preciso instante que se disparó el flash, los molinetes de detuvieron al unísono, instantáneamente. Sin tener una explicación racional a lo ocurrido, nos miramos y dijimos en coro: -“Vamos…!!!”- Salimos de ese cementerio con la cadencia que los mejores ciclistas del mundo aplican al embalaje final del Tour de France ante la atónita mirada de transeúntes que por allí, pasaban. Un par de kilómetros más adelante, paramos para beber una chocolatada caliente en una máquina de expendio y al conversar lo ocurrido, los cuatro, nos dijimos no haber sentido miedo.

Se acercaba navidad y como costumbre de a bordo, había que ponerle un regalito en el árbol a alguien para el cual éramos su “amigo invisible”. De ese modo, sorteo mediante, habría un regalito para cada uno en Nochebuena.

Debíamos, comprar, cada uno, un regalito más los que se querían hacer en forma espontanea, yo, en total, compraría cuatro.

Todavía era temprano, llegamos al centro de Kobe y nos dirigimos a una calle peatonal techada a guisa de “shopping al paso” llamada Motomachi en ese lugar encontraríamos lo que teníamos pensado regalar. No había mucha gente, algunas vidrieras estaban en preparación, adornos navideños por doquier, luces y guirnaldas, algunas listas y otras por instalar, en el piso de la peatonal había montones de guirnaldas que estaba instalando una empresa en esos momentos. El “Tordo”, tipo ansioso, se convirtió en una especie de líder de pelotón, aventajándonos porque iba a una velocidad superior y distraído pues no dejaba de mirar vidrieras, paso por encima de una guirnalda que simulaba ser de hojas verdes. De pronto se escucho: crack! crack! crack!; no solo hojas conformaban la guirnalda: también tenía lamparitas y Roberto sin darse cuenta había roto una cuantas, sin percatarse de lo ocurrido, siguió, a buena velocidad, su marcha. No hace falta doctorarse en japonés para saber que cuando dos operarios de mantenimiento, saltan de un andamio gritando en un tono que dista muchísimo de ser una conversación con los puños cerrados blandiéndolos al aire: están protestando acaloradamente. Detuvimos nuestra marcha y con el típico gesto de juntar palmas y agachar la cabeza implorábamos clemencia en nombre de nuestro, torpe, amigo. El tono de estas dos personas fue bajando a medida que se dieron cuenta que éramos extranjeros con un alto grado de ignorancia en leyes viales, señalando un cartel, nos mostraron que no se permitían bicicletas en la Motomachi. El “Tordo”, en Babia, seguía pedaleando sin mirar hacia atrás, ignorando lo que ocurría. En cierto momento,  al ver que iba solo, decidió mirar a retaguardia y se dio cuenta de que algo fuera de lo normal ocurría, con rapidez, pedaleo los trescientos metros que nos separaban y volvió por donde había pasado antes, -“Che! Pasa algo?” dijo, cuando, de repente: crack! crack! crack!; volvió a escucharse. Con los dos Marcelos, nos miramos y nos dimos cuenta que había llegado el momento de emprender el Segundo Tour de France. El “Tordo” nos siguió sin detenerse mientras se escuchaba a lo lejos todo un rosario de protestas en japonés que nada lindo nos debían decir. Faltaba una semana para Navidad y las compras las haríamos en el Soho, acabábamos de resolverlo en ese, mismo, instante. Al parar en la plaza, para descansar de este nuevo embalaje, al “Tordo”, le dijimos infinidad de adjetivos calificativos, ninguno de ellos halagüeño.

Cenamos, frugalmente, en Kentucky Fried Chicken, luego de pagar un “ojo de la cara” decidimos retornar al buque, ya era la hora 22:30 y al otro día, temprano, cada uno tenía que atender sus responsabilidades. –“Y si nos volvemos por la autopista…???”- Preguntó Marcelo. –“Cual?”- Inquirí yo con terror a perdernos. –“Aquella, la que corre al lado del Shinkansen (tren bala): si la tomamos para el lado de Osaka, y bajamos en la segunda rampa: estamos en el puerto. Llegaríamos antes de medianoche”- . –“Dale!”- Dijimos los tres restantes tal como lo hubieran hecho Athos, Portos y Aramis. Los cuatro, subimos con la velocidad de fuerza y pasando cambios, logramos hacer que las bicis vuelen, por fin podíamos probarlas en todo su potencial! Se comportaban tal cual habíamos pensado!

En un momento se empezaron a escuchar sirenas que iban aumentando su volumen –“Mucho orden en este país, pero acá también ocurren accidentes!- Pensé. Las sirenas eran tres patrulleros, uno se convirtió en líder del pelotón, el segundo se puso a nuestra derecha y el último cerrando el mismo. El segundo móvil, comenzó a hablar por megáfono con voz de locutor japonés. Los marinos somos personas que poseen una velocidad de captación mucho más elevada que cualquier ser terrestre. Del mismo modo que cambiamos de idea religiosa de ateo a chupasirios en milésimas de segundo en medio de cualquier temporal; en este caso, aprendimos japonés al instante, lo que el patrullero quería, es que nos bajáramos de la autopista. Tras hacerle caso y pensando que nada nos salvaría de pasar la noche en una celda nipona, al bajar la rampa y para nuestra sorpresa: ningún patrullero nos siguió, ellos siguieron en la autovía sin darnos importancia, su misión estaba cumplida, ya habíamos bajado.

Tras hacer un pacto de silencio, pedaleamos hasta el puerto, subimos al buque y nos fuimos a descansar.

A la mañana, cada uno se ocupo en sus tareas fue una mañana ardua. Hasta el Capitán estuvo atareado debió atender visitas de uniformados en compañía de intérpretes de la agencia ya que, un militar japonés, jamás habla en ingles, su orgullo se lo impide por lo ocurrido durante la segunda guerra.


El almuerzo fue ameno, con Raúl, el Capi, se navegaba bárbaro, conversamos acerca del mundial de México y sus posibles candidatos. Al concluir, nos invitó a tomar el café a su camarote. Sentado desde su escritorio, con su barba y cabello entrecanos, taza de café humeante en mano y la sonrisa bonachona que lo caracterizaba, nos dijo: -“Muchachos: también fui joven como ustedes y los comprendo muy bien. A partir de este momento, he tramitado un servicio de combis, por favor, utilícenlo y guarden las bicicletas hasta el próximo puerto porque bastantes cagadas han hecho en una sola noche”-.

Blog de Juan Silvano Guerra:      Juanchex27


3 comentarios:

  1. Juan, la memoria que tenes. Fue un noche increíble, pero te olvidaste que hicimos una parada en el Play Boy Club, para sacarnos una foto en la puerta......tengo las fotos....que tiempos maravillozos, no había puerto de oriente donde no te cruzaras con un buque argentino.....que paso. gracias por los recuerdos tan emocionantes, un gran abrazo!!!!!!!!!!!!!!!!!!

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  2. Es verdad! Las señoritas se maravillaron de ver a esos marcianos en bici...!!!

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