Comentario. Texto bajado del blog del
colega maquinista, Juan Silvano Guerra. Al final el enlace.
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“Donde fueres, haz lo que vieres”
Popular
He
trabajado en ELMA (Empresa Líneas Marítimas del Estado Sociedad Anónima),
cariñosamente conocida como “Mamá ELMA”. Para mí, todo un orgullo, el haber
pertenecido a una empresa de navegación líder a nivel mundial, tanto en
cantidad de barcos como en importancia de cada una de sus cinco líneas, creada
como empresa en sí, por la primavera del año sesenta y disuelta, tras una larga
agonía en el año noventa y siete durante el gobierno del “Turco Vendepatria”.
Esta, breve, reseña es un homenaje a todos los que, de un modo u otro, formamos
parte de la empresa y está dedicado a ellos, pero no tiene mucha relación con
ella, es solo una experiencia personal que quiero narrarles.
Ahí
vamos: -“Estamos en Argentina y acá, las cosas tienen que durar!”- Decía La
Yoli, de Lanús en una vieja peli mientras empujaba un 403 destartalado para que
arrancara. Para mí, toda la vida, fue así, pero cuando uno comienza a recorrer
el mundo, se da cuenta que no todos los pueblos, tienen la misma idiosincrasia.
El consumismo japonés, en pro de su industria, hace que la gente se desprenda
de sus pertenencias por el solo hecho de haberse cansado de usarlas o querer
cambiarlas por algo distinto desechando lo que, ya, no quieren como quien se
deshace de un trasto viejo. Por el
motivo, explicado: quienes nos encontrábamos de guardia, a bordo, esperábamos
ansiosamente el camioncito del “chatarrero” para ver que gangas nos traería, a
un increíble precio que, casi nunca superaba los diez dólares.
"La Rioja", abandonado en Cuba, foto aportada por Jorge Sosa.
Promediaba
diciembre de 1985, crudo invierno, el “La Rioja”, un, moderno, buque de
cargas generales de construcción alemana, perteneciente a ELMA se encontraba en
el puerto de Kobe, al sudoeste de isla “Honshu”, la más extensa del
archipiélago de Japón. Uno de los países más importantes de la línea Oriente.
Foto aportada por Jorge Sosa.
Me
encontraba enrolado como Pilotín de Máquinas, a la vuelta de ese viaje (tres
meses más) dejaría de ser cadete y recibiría mi título de Tercer Maquinista
Naval comenzando una nueva vida para mí.
A
bordo, uno siempre encuentra personas con las que tiene más afinidad que otras,
los tiempos son cortos, la soledad, la falta de afectos y la necesidad de
comunicación, en aquella época: sin celulares ni internet aun, hacen que estas
personas pasen a ser de inmediato la familia que uno tiene del otro lado del
mundo. Mi entorno íntimo en ese viaje se reducía a tres personas: Marcelo
Curiel, el Comisario de a Bordo, un tipo bárbaro, uno de los hermanos que me dio
la vida, han pasado treinta años y nos seguimos frecuentando. Marcelito
Sormani: Primer Oficial de Máquinas, uno de los mejores maquinistas que conocí
en mi vida, sin duda, un referente durante toda mi carrera, un tipo 100%
cerebral en el momento de realizar su trabajo. Cierra la lista el “tordo”
Roberto Bereziuk, Medico de a Bordo, habilísimo a la hora de practicarle
primeros auxilios a quien sea, lo he constatado en carne propia cuando,
debido a mi inexperiencia, me quemé la cara con fuel oíl caliente, siempre de
buen humor y predispuesto a todo, un verdadero “loco lindo”.
Entre
las ofertas de artículos usados, lo de más demanda, eran televisores color y
lavarropas para el camarote, pero los cuatro, decidimos comprar lo mismo, sin
habernos consultado antes, algo que nos uniría para siempre y nos haría
recordar infinidad de anécdotas cada vez que nos encontráramos: una bici! Para
hacer turismo barato y transportarnos a la vez que paseábamos conociendo,
debido al alto precio de los pasajes de bus y ni hablar de taxi puesto que, el
cambio no nos favorecía en absoluto. El camioncito llegó y cada uno, compró la
bicicleta de su agrado. Yo elegí una Shimano celeste con cuadro de aluminio
rodado 29 con 14 cambios y freno a contrapedal, de bicis, no entendía nada, pero
me gustó y así fue que la adquirí por solo siete dólares. Cada uno de
los cuatro compro su bici y esa noche, en el taller de Máquinas nos dedicamos a
sacarle toda la mugre adherida con pringosidad rebelde a sus colores y a sus
cromados. Al cabo de dos horas, gomas infladas y relucientes, quedaron como de
exposición, una más linda que otra, solo quedaba algo por hacer: montarse en
ellas y ponerse en movimiento.
Cada
uno se abrigó con lo que tenía, era más importante protegerse del frío que
fijarse si una prenda combinaba con otra o con el calzado, nadie había llevado
guantes, lo que nos obligó a utilizar, los siempre salvadores, guantes de
trabajo que no eran muy facheros pero resguardarían nuestras manos del gélido
frío oriental. Nuestros atuendos eran lo mas payasesco que el lector pueda
imaginar. Munidos de la documentación transitoria (short pass) y unos yens para
pagar una bebida caliente durante alguna parada técnica; nos dispusimos a
pedalear del sector portuario hacia el centro de Kobe. Quedaba un tanto
distante a pie pero, para ir en bicicleta, era una distancia ideal. Lo primero
que encontramos en nuestro camino que nos llamo la atención fue un viejo y
pintoresco cementerio, el cual, permanecía con la puerta abierta por la noche,
sin dudarlo y sin detenernos a pensar si ofenderíamos a alguien (la religión
sintoísta es muy respetuosa con sus difuntos), decidimos recorrerlo montados en
nuestros “corceles”. El lugar era muy bello, cuidado con buen gusto y con una
iluminación que permitía visualizar las prolijas tumbas y los pequeños
mausoleos que albergaban restos humanos.
Uno estaba ornamentado por una hermosa fuente con peces de colores. Otro era
una especie de gran lápida de mármol, escrita en su totalidad con ideogramas
Kangis, lo cual denotaba que quien o quienes descansaban allí, habían sido
personas de abolengo.
El mausoleo que llamó la atención del grupo fue uno que
tenía siete pequeñas estatuas, cada una con una inscripción en su base;
llegamos a la conclusión, no sé si equivocada o no, que descansaban los restos
de siete personas, cada estatua de estas, poseía un molinete al que el viento
hacia girar y le daba un aspecto alegre. Marcelito, saco la cámara para
inmortalizar la escena y en el preciso instante que se disparó el flash, los
molinetes de detuvieron al unísono, instantáneamente. Sin tener una explicación
racional a lo ocurrido, nos miramos y dijimos en coro: -“Vamos…!!!”- Salimos de
ese cementerio con la cadencia que los mejores ciclistas del mundo aplican al
embalaje final del Tour de France ante la atónita mirada de transeúntes que por
allí, pasaban. Un par de kilómetros más adelante, paramos para beber una
chocolatada caliente en una máquina de expendio y al conversar lo ocurrido, los
cuatro, nos dijimos no haber sentido miedo.
Se
acercaba navidad y como costumbre de a bordo, había que ponerle un regalito en
el árbol a alguien para el cual éramos su “amigo invisible”. De ese modo,
sorteo mediante, habría un regalito para cada uno en Nochebuena.
Debíamos,
comprar, cada uno, un regalito más los que se querían hacer en forma
espontanea, yo, en total, compraría cuatro.
Todavía
era temprano, llegamos al centro de Kobe y nos dirigimos a una calle peatonal
techada a guisa de “shopping al paso” llamada Motomachi en ese lugar
encontraríamos lo que teníamos pensado regalar. No había mucha gente, algunas
vidrieras estaban en preparación, adornos navideños por doquier, luces y
guirnaldas, algunas listas y otras por instalar, en el piso de la peatonal
había montones de guirnaldas que estaba instalando una empresa en esos
momentos. El “Tordo”, tipo ansioso, se convirtió en una especie de líder de
pelotón, aventajándonos porque iba a una velocidad superior y distraído pues no
dejaba de mirar vidrieras, paso por encima de una guirnalda que simulaba ser de
hojas verdes. De pronto se escucho: crack! crack! crack!; no solo hojas
conformaban la guirnalda: también tenía lamparitas y Roberto sin darse cuenta
había roto una cuantas, sin percatarse de lo ocurrido, siguió, a buena
velocidad, su marcha. No hace falta doctorarse en japonés para saber que cuando
dos operarios de mantenimiento, saltan de un andamio gritando en un tono que
dista muchísimo de ser una conversación con los puños cerrados blandiéndolos al
aire: están protestando acaloradamente. Detuvimos nuestra marcha y con el
típico gesto de juntar palmas y agachar la cabeza implorábamos clemencia en
nombre de nuestro, torpe, amigo. El tono de estas dos personas fue bajando a
medida que se dieron cuenta que éramos extranjeros con un alto grado de ignorancia
en leyes viales, señalando un cartel, nos mostraron que no se permitían
bicicletas en la Motomachi. El “Tordo”, en Babia, seguía pedaleando sin mirar
hacia atrás, ignorando lo que ocurría. En cierto momento, al ver que iba solo, decidió mirar a retaguardia
y se dio cuenta de que algo fuera de lo normal ocurría, con rapidez, pedaleo
los trescientos metros que nos separaban y volvió por donde había pasado antes,
-“Che! Pasa algo?” dijo, cuando, de repente: crack! crack! crack!; volvió a
escucharse. Con los dos Marcelos, nos miramos y nos dimos cuenta que había
llegado el momento de emprender el Segundo Tour de France. El “Tordo” nos
siguió sin detenerse mientras se escuchaba a lo lejos todo un rosario de
protestas en japonés que nada lindo nos debían decir. Faltaba una semana para
Navidad y las compras las haríamos en el Soho, acabábamos de resolverlo en ese,
mismo, instante. Al parar en la plaza, para descansar de este nuevo embalaje,
al “Tordo”, le dijimos infinidad de adjetivos calificativos, ninguno de ellos
halagüeño.
Cenamos,
frugalmente, en Kentucky Fried Chicken, luego de pagar un “ojo de la cara”
decidimos retornar al buque, ya era la hora 22:30 y al otro día, temprano, cada
uno tenía que atender sus responsabilidades. –“Y si nos volvemos por la autopista…???”-
Preguntó Marcelo. –“Cual?”- Inquirí yo con terror a perdernos. –“Aquella, la
que corre al lado del Shinkansen (tren bala): si la tomamos para el lado de
Osaka, y bajamos en la segunda rampa: estamos en el puerto. Llegaríamos antes
de medianoche”- . –“Dale!”- Dijimos los tres restantes tal como lo hubieran
hecho Athos, Portos y Aramis. Los cuatro, subimos con la velocidad de fuerza y
pasando cambios, logramos hacer que las bicis vuelen, por fin podíamos
probarlas en todo su potencial! Se comportaban tal cual habíamos pensado!
En
un momento se empezaron a escuchar sirenas que iban aumentando su volumen
–“Mucho orden en este país, pero acá también ocurren accidentes!- Pensé. Las
sirenas eran tres patrulleros, uno se convirtió en líder del pelotón, el
segundo se puso a nuestra derecha y el último cerrando el mismo. El segundo
móvil, comenzó a hablar por megáfono con voz de locutor japonés. Los marinos
somos personas que poseen una velocidad de captación mucho más elevada que
cualquier ser terrestre. Del mismo modo que cambiamos de idea religiosa de ateo
a chupasirios en milésimas de segundo en medio de cualquier temporal; en este
caso, aprendimos japonés al instante, lo que el patrullero quería, es que nos
bajáramos de la autopista. Tras hacerle caso y pensando que nada nos salvaría
de pasar la noche en una celda nipona, al bajar la rampa y para nuestra
sorpresa: ningún patrullero nos siguió, ellos siguieron en la autovía sin
darnos importancia, su misión estaba cumplida, ya habíamos bajado.
Tras
hacer un pacto de silencio, pedaleamos hasta el puerto, subimos al buque y nos
fuimos a descansar.
A
la mañana, cada uno se ocupo en sus tareas fue una mañana ardua. Hasta el
Capitán estuvo atareado debió atender visitas de uniformados en compañía de
intérpretes de la agencia ya que, un militar japonés, jamás habla en ingles, su
orgullo se lo impide por lo ocurrido durante la segunda guerra.
El
almuerzo fue ameno, con Raúl, el Capi, se navegaba bárbaro, conversamos acerca
del mundial de México y sus posibles candidatos. Al concluir, nos invitó a
tomar el café a su camarote. Sentado desde su escritorio, con su barba y
cabello entrecanos, taza de café humeante en mano y la sonrisa bonachona que lo
caracterizaba, nos dijo: -“Muchachos: también fui joven como ustedes y los
comprendo muy bien. A partir de este momento, he tramitado un servicio de
combis, por favor, utilícenlo y guarden las bicicletas hasta el próximo puerto
porque bastantes cagadas han hecho en una sola noche”-.
Juan, la memoria que tenes. Fue un noche increíble, pero te olvidaste que hicimos una parada en el Play Boy Club, para sacarnos una foto en la puerta......tengo las fotos....que tiempos maravillozos, no había puerto de oriente donde no te cruzaras con un buque argentino.....que paso. gracias por los recuerdos tan emocionantes, un gran abrazo!!!!!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarEs verdad! Las señoritas se maravillaron de ver a esos marcianos en bici...!!!
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