Cuando el Padre Sergio lo despertó, estaba luchando por salir de un sueño tormentoso , no sabía bien de que se trataba la pesadilla que lo torturó toda la noche, sólo recordaba el rostro de su padre, tal cual lo había visto por última vez ene le ataúd. Una calavera con pellejo aceitunado, las ojeras violetas, los labios mustios entreabiertos con sus comisuras hacia abajo y el gesto de la muerte, de la rendición total. Esta vez los ojos de la calavera miraban , tenían vida , una mirada de profunda turbación. Dos lágrimas corrían por las mejillas resecas. No podía ver el resto del cuerpo, sólo el busto. Observó que los hombros fuertes y los pectorales levantados no se condecían con la cara, era parte del cuerpo curtido y fuerte que tenía su padre en otra época, cuando acarreaba las bolsas de alimento balanceado al criadero de pollos con el torso desnudo y tostado por el sol. Uno de los brazos con el bíceps hinchado , se le levantaba y le hacía señas, el índice levantado, balanceándose hacia un lado y otro , era la seña del “NO”.
— Dale hijo, que son las seis. Vas a perder el micro.
—Gracias Padre, hágame la cuenta.
La misión del marino Stella Maris quedaba en la calle México casi llegando a Huergo. Abe pasó dos noches en ese lugar luego de dormir su primer noche en plaza San Martin. Otro tripulante que había encontrado en Mar –TEC en una de sus idas y vueltas por el papeleo , le había recomendado que se alojara allí por su bajo precio, mientras hacía los tramites para embarcarse.
Tomó un taxi para Retiro. El pasaje decía 6:40 Destino: Necochea. Empresa La Estrella. Revisó el sobre color manila que le habían dado en la empresa , tenía una cartulina doblada en cuatro con una foto suya 4 x 4 pegada y el membrete del consulado panameño, era su cédula de embarque. La documentación se completaba con una libreta azul que era su pasaporte y otro sobre blanco de tamaño oficio que decía “At. Sr. Capitán” , seguramente en este último irían las instrucciones para descontarle los 475 dólares de sus futuros haberes en concepto de gastos de documentación .
Cuando llegó a la terminal de micros de Necochea, había despertado de una somnolencia pesada. El paisaje, que había visto de a ratos, no se parecía en nada a las cuchillas entrerrianas a las que estaba acostumbrado, era la llanura bonaerense. Al bajar, reconoció al muchacho de cabello entrecano que le había hablado el primer día en la oficina , venía en el mismo micro pero él no lo había visto. Estaba sacando el bolso de la baulera cuando sintió que le gritaban:
—Flaco, viniste al Carla nomás ¿De qué te embarcás?
—Hola me dicen Abe, mirá no sé bien lo que tengo que hacer. Yo soy mecánico, pero me embarcaron como engrasador.
—Yo soy Mario, mucho gusto. Desde ya te digo que te cagaron… Porque yo soy el engrasador que va en lugar del que desembarcan.
—¿Qué me querés decir, que hice todo esto al pedo?
—No flaco. Seguro que el Jefe de Máquinas necesita un mecánico.
—Pero…¿ los barcos no llevan mecánico?
—Mirá, yo hace bastante tiempo que navego. Las cosas cambiaron mucho. Antes con la bandera argentina el mecánico abordo era una institución intocable. No te olvides que el barco es una aparato principalmente mecánico. Sólo que con estos cambios de las banderas de conveniencia, algún cráneo descubrió que acá no se precisa mecánico. ¡Ojo!, esto es acá en este país bananero , en otros barcos de otros países el mecánico tiene categoría de oficial.
—Perdoname ¿Mario me dijiste, no?... No entiendo.
—Es simple flaco , te van a hacer laburar de mecánico y te van a pagar como engrasador que es un puesto de menor categoría. Por un lado es mejor para vos porque vas a hacer lo que vos sabés . Si te ponen como engrasador, vas a tener que hacer escuelita con alguien que te ayude o si no estás muerto, no vas a saber para dónde agarrar . El engrasador es el que hace la guardia en las máquinas junto con el oficial. En conclusión: vas a ganar menos de lo que tenés que ganar.
—Ah bueno, ya empezamos bien.
—No te calentés flaco, tenés que empezar alguna vez. La mano acá en tierra está re-jodida , el patilludo que tenemos de presidente está destruyendo este país . Además vamos a hacer un buen viaje.
—Mirá… no sé ni donde va el barco.
—Y. .., me dijeron que va a Santos con cereal., pero no lo van a descargar todo ahí, quizás hacemos Recife y Fortaleza, en una de esas después tenemos carga para EE.UU o Europa.
—¡La pucha!... no volvemos más.
—¿Qué te calentás? ¿Sos casado?
—No, pero estoy de novio.
—Bueno, desconectate un poco. Todos lo hacemos, nos tomamos unas copas por ahí, alguna niña y todo pasa más rápido. En realidad algunos lo hacemos, hay otros que no. Vos tomalo como quieras, acá somos grandes y nadie te obliga a nada.
Tomaron un taxi que deambuló por las calles polvorientas, allá lejos quedaban las playas de Necochea con los últimos turistas de la temporada. Abe pensó que había gente afortunada que podía veranear, que estaba exenta de la angustia , que no sufría de la ausencia que a él lo estaba matando. Cada vez que pensaba algo así acariciaba la cajita de terciopelo con la yema de sus dedos, esperando ya estar embarcado para cumplir la promesa que se había hecho de abrirla solo cuando esté abordo .“Para que siempre pienses en mí”, una vez mas las palabras de Clarisa.
Al doblar a la derecha, el taxi pasó por una construcción a medio terminar, e inmediatamente se estacionó en el muelle del puerto de Quequén que tenía las aguas agitadas como siempre. Abe se encontró de repente frente a una nave de acero pintada de gris de dos cuadras de largo que en la proa tenía la leyenda “Lady Carla”. A él le había parecido haberlo visto muchas cuadras antes, asomando entre galpones y silos , pero nunca imaginó que fuese un barco tan grande. Cuando subió la alta escalera de la planchada, casi sin aliento, divisó la cubierta con tres de las siete escotillas de las bodegas abiertas y por encima de ellas varios caños escupiendo cereal. Pensó, cuando miró todas esas chapas perfectamente ensambladas y soldadas debajo de sus pies, que parecía bordado y que habrían tardado más de un siglo en construirlo. En realidad no se convenció de que alguien pudo haber construido esto alguna vez, quiso aceptar que semejante barco ya estaba hecho desde siempre.
—¿Y… qué te parece flaco? ¿Es grande eh? Es un barcazo, yo ya estuve acá… es una papa…
Abe pensó que iría a desfallecer… ¿una papa?, ¿qué es lo que tenía de simple?. Parecía una ciudad. Si como mecánico tenía que reparar todo lo que se podía romper aquí , no le alcanzarían las horas de día ni las fuerzas.
—Si es grande, Mario. —respondió Abe y agregó — No sé como hacen andar esto.
—Bueno, si estás sorprendido, esperá a ver la Sala de Máquinas. ¡Ahí te me caes de culo! Vos vas a tener que trabajar ahí , en el pozo.
—¡Pará... no me acobardes que me voy a la mierda! —exclamó Abe, casi como una expresión de deseo de irse.
—No, tigre, cuando la veas no lo vas a poder creer. Parece un hospital, todo limpio y pintado. Toda iluminada, parece una cancha de fútbol. Cuando le tomés la mano la vas a adorar . Es el corazón de toda esta poronga…
—Bueno… ¿pero ahora donde vamos? Si me dejás acá me pierdo.
—Vení acompañame , vamos a ver al Capi.
Abe lo siguió a Mario, entraron en el casillaje y el aire acondicionado pareció devolverle las fuerzas que ya lo habían abandonado tras haber subido la planchada con el calor pegajoso. Era una mezcla de hospital y edificio de departamentos, sus pisos brillaban, los pasillos y las paredes llamadas mamparos eran asépticas. Subieron tres escaleras y llegaron a una puerta que estaba abierta, tenía cortinas descorridas y arriba del marco se leía “Captain”. Al llegar Mario golpeó.
—Adelante. —se escuchó una voz desde el interior.
—Permiso Capitán.
—Hola, ¿qué dice Brisenio, de nuevo por acá?
—¿Qué tal Capi?, así es, de nuevo al yugo. Acá le presento a Abe, es el mecánico que mandaron.
—Abelardo Gambier, señor para servirle.
—Tomen asiento muchachos, denme los papeles.
A Abe lo asombró el mobiliario pesado y noble que había. Nunca imagino que un barco tuviese esas comodidades con esa calidad.
El Capitán Rosen era un hombre maduro, de pelo y barba blanca pero de porte atlético y extremadamente amable. Luego de charlar un instante con ellos el Capitán levantó el teléfono y Abe no podía creer lo que veía. ¿También tiene teléfono?, se preguntó para sí.
—Hola Rodolfo, mirá acá llegaron los dos tigres que estabas esperando. Ya te los mando.--- Abe comprendió que era una comunicación interna, pero el asombro no se le iba---.
—Bueno muchachos, vayan a verlo al Jefe, “El loco”, ya los va a poner a laburar. Después nos vemos.
Se despidieron y bajaron por la escalera al piso inmediatamente inferior en donde Mario golpeó otra puerta que decía “Chief Engineer”
Salió un hombre que dijo —Hola Marito , ¿Cómo andás? .¿A quién trajiste?
—Cómo anda jefe . Este es Abelardo Gambier, dice que es mecánico.
---Vamos a ver si es realmente un mecánico. Hoy en día embarcan a cualquiera que pasa por la puerta de la oficina y lo mandan de mecánico.
—Bueno Jefe, no me lo asuste. El muchacho es de Entre Ríos, de su tierra, dele una manito.
—¿De Entre Ríos, de donde sos nene? —preguntó dirigiéndose a Abe.
—De Gualeguachú señor.
—Mirá, no me digas señor. El señor está en el cielo. Acá me dicen Jefe, pero cuando no los escucho me dicen “el loco”.
—Pare Jefe, que el pibe se nos va a la mierda… es la primera vez que embarca.
—No te preocupes nene, Marito me conoce, soy loco pero no soy un jodido. Así que de Gualeguaychú, yo soy de Concepción del Uruguay, bueno entonces nos vamos a llevar bien.
Abe miró a su alrededor y se percató de que era un camarote inmenso, como el del Capitán. Había estantes llenos de carpetas y biblioratos y en el escritorio un plano desplegado, incomprensible para él. Luego detuvo su mirada en un retrato de una mujer hermosa y dos niños. Supuso que era la familia del Jefe de Máquinas.
****
No entendía lo que miraba. Él pensaba que entendía de mecánica, había desarmado integro el 221 de su chata, había visto motores Scania, Mercedes de los camiones madereros, el Hanomag del tractor, inclusive el del wv 1,8 del auto de carrera y hasta el grupo electrógeno del frigorífico, pero nada se parecía a esto. Desde arriba , en la pequeña plataforma de entrada a la sala de máquinas , contó seis ruedas de acero de casi 1,5 m de diámetro rodeadas de tuercas inmensas con una serie de tubos y válvulas extrañas pintadas de verde claro. Al costado, alineados, como dos caracoles gigantes de color aluminio y verde claro que con sus formas voluptuosas le recordaban al turbo del Yanmmar del grupo electrógeno del Frigorífico, parecían turbos porque eran los turbosoplantes principales. Se preguntó si todo aquello sería un motor, pero dudaba por que las ruedas de acero estaban suspendidas sobre una plancha amplia de color verde inglés. Esa mole no tenía profundidad, terminaba ahí, era un despropósito sin relación… ¿dónde estaban los cilindros, y el cárter? . Comenzó a bajar por la escalera de barandas amarillas y veía enjambres de tuberías blancas, amarillas, verdes, celestes, marrones, aluminio… Era parecido al cuarto de calderas del frigorífico pero con cierta belleza. Todo estaba alineado, todo quería seguir una estética, buscando ángulos rectos. Había orden en la diversidad de cosas, era un paisaje honesto, se mostraba sin caos.
Le habían presentado a algunas personas antes de entrar a la Máquina, todos por sus cargos y luego por el nombre. La verdad era que todavía no sabía quién era quién pero todos se mostraron respetuosos. Uno de ellos le preguntó cuanto calzaba y el talle de pantalón. Al rato le trajeron un overall azul, zapatos de seguridad con punta de acero y protectores auditivos con un par de guantes, luego de firmar el recibo se calzó toda aquella indumentaria.
Ahí iba Abe, perplejo, bajando por la angosta escalerilla , aturdido por el ruido estridente que le molestaba. Se puso como pudo los protectores auditivos una vez en el lugar que parecía una cancha de fútbol, por los reflectores halógenos y de mercurio instalados en las alturas infinitas de un espacio sin techo , sobre un piso formado por planchas de acero pintadas de verde que parecía césped. A medida que bajaba comenzó a comprender un poco más. Vio una serie de máquinas extrañas aunque algunas le resultaban familiares, como esas pequeñas rechonchas que se parecían a las que había visto en el establecimiento lácteo que visitara en Concordia. Ahí estaba lo que le faltaba del motor con una placa que decía “IHI-SULZER RND-90-1974” ubicada encima del cárter. Luego divisó lo que inequívocamente son los grupos generadores. Ya conocía los del frigorífico con la diferencia de que estos eran mucho más grandes. Una leve emoción lo invadió, era grandioso lo que sentía ante la imponencia de todo aquello, comprendió que se tenía que hacer amigo, que tenía que formar parte de ese mundo de criaturas metálicas para entenderlas , curarlas y mimarlas.
Entró en el cuarto de control, notó que ya no había ruido y se quitó los protectores. El aire acondicionado lo bendijo con una caricia fresca. Quedó fascinado con la infinidad de instrumentos, botones, perillas, mandos, tableros eléctricos… todo buscando ese patrón de orden, simetría, alineación y prolijidad. Aquí todo estaba indicado, se podían leer letreros por doquier. Abe halló fabuloso todo ese instrumental dispuesto con ese toque estético tan particular , respetando el estilo que había visto en todas las máquinas y equipos. En todos los casos, el color predominante era un verde agua muy claro que producía una sensación de pulcritud y un efecto sedante.
—Buenas tardes. Yo soy el primer maquinista. Usted es el nuevo. ¿Cómo es su gracia?
—Abelardo Gambier, a sus órdenes.
—Veo que sos joven, te voy a tutear y me podés decir Jorge. Yo voy a ser tu supervisor directo. Te voy a dar los trabajos y ante cualquier cosa recurrís antes que a nadie, a mí.
—Si, entendido.
—Mirá, antes de tratar de entender esta maquinaria, primero te voy a decir un par de cosas: Aprendé, antes que nada, a saber como es el Jefe de Máquinas. Te tiene que ver siempre trabajando, se va arrimar siempre a estudiarte. Vos hacé que no lo ves y seguí laburando en lo tuyo. Si viene a saludarte, saludalo y no intentes nunca sobarlo. Si te dice como tenés que hacer tal cosa, lo hacés como él te dice y listo, aunque se rompa todo. ¡Ojo! Que sabe un montón, nunca te va a hacer meter la pata. Y por último, si te invita a tomar mate, no lo rechacés… se pone loco. Aunque tengas diarrea, andá y tomate una par de mates. Bueno ya podés empezar a trabajar, lo principal lo sabés, el resto lo vamos viendo a de a poco. Vení que te muestro el taller.
*****
No sabe cuantos días pasó en el puerto de Quequén. Tenía jornadas intensas y trabajaba con entusiasmo descubriendo cosas diariamente. En momentos libres, estudiaba el torno, agarraba tochos inservibles y los torneaba, intentaba hacer roscas y otras cosas. Cada vez que terminaba de trabajar limpiaba todo aunque tuviera que volver a la tarde. Parece que el jefe gustaba de aquello, siempre lo veía trabajando pero cuando se retiraba del taller estaba todo limpio y ordenado. El “loco” simpatizó con Abe. En la hora del café, no lo dejaba ir al comedor, lo convidaba con mates y bizcochos en el cuarto de control y hablaban de Entre Ríos. A las siete de la tarde se cambiaba para la cena. Abe no se sentía marginado, se sentaba junto con el resto y hablaba con todos. Era objeto de bromas y cargadas que él aceptaba con su natural simpleza y candidez de muchacho del interior. Se dio cuenta que trabajar en los barcos no era tan malo, que los que estaban ahí, no comían a nadie. Eran hombres de carne y hueso que llegaban a hermanarse por esa extraña vida que compartían.
Se sentía cómodo, había comenzado a gustarle. Sólo cuando se reencontraba con su soledad en el camarote la angustia le arañaba un poco el pecho, pero se estaba haciendo amigo, había comenzado a negociar con ella. Poco a poco sabía que tenía que conversar con él mismo y allí podría encontrar a ”la Clari”. Tenía un camarote austero pero confortable. Un escritorio, el guardarropa y la cama formaban el mobiliario. Había fotos de Play Boy, mujeres con pechos monumentales y pubis delicados en una atmosfera neblinosa pero que a su vez se podía distinguir cada poro de la piel. Todavía no había empezado a masturbarse, el sexo no podía atormentarlo, al menos por ahora. Llegaba cansado y se desplomaba en la cama para iniciar un diálogo consigo mismo, hasta quedarse dormido.
Pensaba en el retrato del camarote del Jefe de Máquinas, se preguntaba cómo podía hacer para que “Clari” le mandara una foto de ella, necesitaba ver su rostro, no confiaba del todo en su imaginación, ya que notaba que la imagen que se le presentaba se recreaba permanentemente, había variaciones en el pelo, en los pocitos de las mejillas, en el volumen de los senos…
Uno de aquellos días, no recordaba si el quinto o el sexto, se enteró de que el buque zarparía de inmediato. Notó cierto cambio en el ambiente y el personal estaba más callado que de costumbre, como más concentrado. Observó que ese mediodía algunos tripulantes faltaban de sus lugares en el comedor. Le explicaban que vendrían en el otro turno porque se habían armado las guardias de navegación. Se enteró de que su horario de trabajo no iba a cambiar en la navegación y se tranquilizó, ya se había acostumbrado con los horarios y su rutina. Después del almuerzo y de una breve siesta, bajó a la Sala de Máquinas. Había gran actividad , estaba casi todo el personal con los preparativos para poner en marcha las máquinas. El Jefe de Máquinas y el Primer Maquinista estaban en el cuarto de control en el puesto de maniobras del motor principal. No quiso internarse en el taller mecánico y se quedó por ahí observando como arrancaba aquella bestia de 16000 caballos. Cuando sintió los estruendos de los enormes cilindros, comprendió que el enorme barco comenzaba a maniobrar para zarpar de puerto . Antes de ir a merendar, Abe salió a cubierta. En el horizonte iban desapareciendo las construcciones del puerto y las playas de Necochea. El agua era increíblemente azul y se le antojó que parecía nafta super. Tuvo una extraña sensación, era parecida a aquella que sentía cuando escuchaba a Peter Frampton, era menos intensa pero absolutamente familiar. Ese suave desasosiego, el aire extraño, exótico “Uh… Baby I’love your ways, everyday” Creyó escuchar ese estribillo en su mente aunque no sabía que decía. Sintió un leve temblor en sus pies que lo sacó del trance, vio crecer la estela de espuma en la popa.
—Bueno, tranquilo, le están dando toda máquina. Proa a Santos, en un par de días estamos allá.
—Oh, ¿qué hacés Mario? Me asustaste.
—Te veo medio nostálgico, flaco. Pará de pensar un poco. Acá comienza la aventura. Vos dale bola a papito, vas a ver que la vamos a pasar bien, yo te voy a presentar un par de locas.
—Pará Mario. Para mí es todo nuevo. Tengo a la Clarisa y no quiero hacer macanas.
—Bueno, te entiendo. Yo soy soltero, no tengo a nadie, así que la juego de Dandi, pero hay algunos que no lo son que también me acompañan. Aunque sea venite a divertir un poco , te va a hacer bien, a las chicas les convidás una cervecita, y listo.
—Vamos a ver Marito…, vamos a ver.
****
Serían las tres de la mañana y se despertó sobresaltado. Se sostuvo para no caerse de la cama. De pronto se paró en la oscuridad y parecía perder la vertical. No entendía muy bien que pasaba. Sintió un ruido ensordecedor que venía del comedor. Una sinfonía dislocada de lozas que se quebraban, vidrios que estallaban…, sentía el crujir de los muebles y los marcos de las puertas. Pensó que estaba soñando, hasta que se abrió el cajón debajo de la cama y le pegó en el tobillo. El dolor fue lacerante y le desembocó en una nausea inédita. Escuchaba el rodar de objetos por los pisos, arriba del techo, en los pasillos. Prendió la luz como pudo y vomitó en el lavabo una y otra vez hasta largar una baba blancuzca que anunciaba que el estómago estaba vacío por completo. Sintió un pequeño alivio y pensó que venía la pausa, pero el movimiento continuaba con una cadencia monótona por momentos y sacudones intempestivos por otros. Se tomó la frente y cerró los ojos. Rodaban por el piso latas de gaseosas, lápices, una botella de toro viejo, el aerosol del desodorante y todo que lo que fuese cilíndrico terminaba dando en sus pies. Comenzó a sentir un fuerte dolor de cabeza que arrancaba como una pesadez desde las cuencas de los ojos. Cuando los abrió, vio la diminuta cajita de terciopelo tirada en el piso, se había abierto, pero insistía y se había jurado no abrirla aún, era como una cábala. Primero se prometió no destaparla hasta no estar abordo, luego y sin saber porqué, cuando iba a tirar de su tapita hacia arriba, se detuvo y la dejó sobre el escritorio. Sintió la necesidad de dejarla cerrada para no romper con el hechizo que le ejercía, era como un amuleto que no debía ser violado. Se agachó, haciendo equilibrio, alcanzó a ver un brillo en su interior y un papelito rosa que asomaba. No quiso mirar más y la cerró con los ojos apretados.
Al desplomarse de nuevo en la cama, se dio cuenta de que tenía la mano derecha hecha un puño ceñido con la cajita en su interior. No quiso levantarse a apagar la luz y se quedó con ella en al mano. El buque seguía moviéndose mucho, aunque más suave. Por momentos le dolía la cabeza y la nausea iba y venía. Lentamente comenzó a quedarse dormido.
****
Los ojos entreabiertos y brillosos lo perturbaban. El arco hacia debajo de la boca entreabierta a los que llegaban las lágrimas desde las mejillas yermas. El dedo levantado diciendo “NO”, el bíceps de su brazo derecho tensado y recorrido por una vena gruesa… Soñaba.
—Arriba flaco. Son las seis. A laburar.
—Hola Mario, ¿qué pasó?
—Buen día Abe, ¿qué hacés, dormís con la luz prendida? Pero..., ¡este camarote es un quilombo!
—Tuve una pesadilla, de nuevo.
—¿Qué pesadilla?... Se movió el barco como un hijo de puta anoche. En el comedor se hizo mierda todo. Es el golfo de Santa Catalina , acá siempre hay temporal , pero el de anoche fue bravo . Cuando cambian de rumbo, el monstruo corcovea para el carajo.
—Ah… me tomó desprevenido, estaba durmiendo. Creí que me moría… y después ese sueño… Mi viejo de nuevo.
—¡Che, flaco! Limpiá ese vómito. Está todo tirado. Arreglá un poco esto, ya no se va a mover más. Hoy llegamos a Santos.
Eran las cinco de la tarde, estaba en el taller, sintió que cambió el sonido de los turbos. Se inquietó, pensó que algo se iba a romper. Lo vio pasar a Jorge, con paso apurado y lo alcanzó cerca del cuarto de purificadoras.
—¿Qué pasa Jorge?
—Nada, se trabó el macho de cambio de combustible y no lo puedo operar con el mando a distancia de la consola.
—¿Y qué, ya llegamos?
—Si, estamos entrando. Andá arriba a mirar si querés, vos estás debutando. Cualquier cosa le digo al jefe, no te preocupes.
El contramaestre le explicaba que la hilera de edificios que veía no era Santos, era San Vicente.
—¿Ves, esa islita que está ahí? Esa es la isla Prochat, a partir de ahí empieza Santos. ¿Ves aquellos otros edificios?
Abe estaba deslumbrado, el paisaje, que juntaba las playas con los edificios, el mar y los morros verdes, era para él sobrecogedor.
—Parece que tenemos entrada directa.
—¿Cómo entrada directa?- Preguntó Abe-.
—Si, a veces no hay lugar en los muelles y hay que fondear y esperar. Una vez estuve casi un mes fondeando, pero ahora no hay barcos. Escuché que vamos a ir al Saboo.
—¿Qué es el Saboo?
—Son los muelles que están al principio del puerto. Quedan en la concha de la lora… Es un lugar peligroso. Nunca salgas solo. Mirá, ahí viene la lancha del práctico. Me parece que esta noche me tienen de cliente en el “ABC”.
El “Lady Carla” se deslizaba lento pero firme. Se acercaba más a la costa. Abe ya distinguía a personas caminando por las anchas veredas y otras haciendo footing por la playa, el desfile incesante de autos y las luces que comenzaban a encenderse.
Sintió un olor a pescado penetrante que venía de Ponta da Praia y después comenzó a ver barcos alineados en los muelles, por la banda de Babor. Ya entraban en el canal de acceso al puerto, todavía había bastante luz de día para hacer más segura la maniobra de atraque.
—Mirá flaco, ¿ves esas luces rojas? Allá está el ABC.
—¿Me decías que corno es el ABC, Mario?
—Es un cabarute, está lleno de locas. Ahí van todos los barqueros como nosotros. A la vuelta está el“Love.”
—Ya me imaginaba. Yo no me anoto.
—¡Dejate de joder!, no es un quilombo. Si no querés, nadie te jode. Las minas están ahí, bailan, escabian, pero si no querés tener ninguna historia, nadie te molesta. Te sentás y mirás, tenés streep tease, la pasás bien y nada más.
—Pero, son putas. Yo las conozco.
—A ver, ¿qué conocés?
—En Gualeguaychú, cuando querían culear iba a lo de la Mirtha y ahí las putas ya sabían que ibas a encamarte, no podías quedarte sentado.
—Acá no Abe. Eso era un quilombo de pueblo. Esto no. Mirá no quiero ponerme místico, pero esto es la apoteosis carnavalesca. Tenés que entender a esta gente. Podés quedarte al margen y mirar o ponerte a bailar zamba si querés, nadie te va a decir nada. No te encierres en el camarote hacele caso a un gil. Yo hace años que hago esto y aprendí que este laburo no tiene nada que ver con lo conocido. Tenés que aprovechar lo que te ofrece en el momento, vivir día por día. No empieces a tachar días en el calendario, porque estás muerto ,sos como un preso. Cuando podés bajar del fierro, bajá y andá a descubrir el mundo, aunque sea por unos días, unas horas, es todo para vos. Siempre, si podés conseguite un buen ladero, sino andá solo. Si tenés que gastar un mango en el taxi, el ómnibus, un trago, un museo, ¡queseyó!, date el gusto. No lo tomes como un gasto es una inversión en vos mismo. Cuando estás solo en el medio del mar, nadie te pregunta cómo te sentís, te la tenés que aguantar solito. Tenés que conocer el ABC, el Love story, Gonzaga , Guaruja y lo que carajo sea o tengas ganas. Si vas a EE.UU o Europa, lo mismo. Te tenés que hacer ciudadano del mundo. Aunque no entiendas lo que hablan, metete en negocios, intérnate en las calles, bebete las ciudades. Hablá con el estibador, con la puta, con la dama, con el señor, con todo el mundo. Esto es para aventureros flaco, y no para oficinistas. Anotalo, que no voy a vivir para siempre.
Abe quedó estupefacto, nunca imaginó que detrás de esa aparente superficialidad, detrás de las constantes palabrotas de Mario, hubiera esa vena casi filosófica. Había aprendido muchas cosas nuevas en esos días, pero nadie le había hablado así. Pensó, mientras miraba los remolcadores que se acercaban, si con el tiempo se convertiría en otro Mario o en cualquier otro como él. Pensó en esa denominación: “barqueros”. Se imaginó un espécimen raro, un cristiano diferente. ¿Tendría cabida Clarisa en esto? ¿El barquero amaba como los demás? ¿Podría tener hijos? ¿Será que se iría transformando sin darse cuenta?... No, no, jamás sería un barquero. Él era un muchacho de pueblo, sus ambiciones eran simples, no sabía si deseaba conocer el mundo, el ABC, los museos, el carnaval o la apoteosis. Pensaba en el futuro y se veía en aquella casita preparando un asado el domingo con Clarisa con un crío en brazos .Doña Lucía, su vieja, las hermanas, las sobrinos, sus cuñados, todos reunidos en el espacio que quedaba entre la casa de la vieja y la suya. Otra f100 roja, pero esta vez 4x4 y con motor diesel. Veía en su vida el taller mecánico con su banco de paredes azulejadas, la valija con el kit para diagnóstico de inyección electrónica… No, definitivamente jamás sería un barquero. Esto era temporario, era sólo un medio para alcanzar un fin. Notaba que mientras pensaba todo esto y hurgaba en el futuro, el ejército invisible comenzaba a marchar de nuevo por el interior de sus entrañas, se encolumnaba por los lados del estómago como la caballería, la infantería marchaba por la ladera central del estomago, bajaba al valle de su diafragma y se reunían todos en el centro de su pecho.
Los remolcadores ya hacía rato que habían tomado remolque, el Lady Carla estaba siendo corrido de costado hacia el muelle y tocó con su banda de babor en las derruidas defensas del muelle que ya estaban poco visibles, la noche había llegado.
****
—Perdón Jorge. –Dijo Abe
—Si, ¿qué pasa?
—¿Puedo terminar más temprano?
—Estás aprendiendo rápido los vicios. Anoche te vieron en el ABC. Andá a ver a las meninas, pero ojo no te lo tomés como una costumbre.
—No, no Jorge, quiero ir al correo.
—Ahora te entró el arrepentimiento. Primero salen de joda y después a escribirle a la querida.
—No, no salí con nadie. Fui a conocer y me vine temprano a escribir la carta para La Clari.
—¿Qué…? ¿andás caminando solo por ahí?
—Y…, es que los muchachos se estaban divirtiendo y se querían quedar. Me iba a tomar un taxi, pero me dijeron que era muy caro, así que me vine caminando.
—¿Por qué no te tomaste el ómnibus hasta la rodoviaria? Es acá cerca. Desde ahí te tomabas un taxi y te sale dos mangos.
—No sé , no conozco nada. Agarré la calle de los muelles y empecé a caminar.
—Bueno, andá, que se te va a hacer tarde para el correo. ¿Sabés donde queda? Es en plaza Mauá.
—Si, algo me explicaron. Gracias Jorge.
Abe terminó la carta que había empezado a la noche, la dobló con delicadeza en cuatro y se percató de que no tenía sobre. Tomó la cajita de terciopelo azul y puso el pulgar para abrirla. Una emoción le empezó a correr y comenzó a asustarse. Creyó que el ejército comenzaba a marchar de nuevo, pero no. Apretó con el dedo el botoncito y la abrió. Sacó el papel rosado y no quiso leerlo al principio, pero luego lo desplegó y lo leyó. Un par de lágrimas le brotaron espontáneamente de los ojos. Besó aquel trozo de papel y se lo puso en el bolsillo de su camisa del lado del corazón. En la cajita había una cadenita de plata con un crucifijo diminuto que tenía un grabado. Se lo colgó del cuello y lo besó.
—¿Vas a ir al correo Abe? —Preguntó Mario
—Si, ¿querés que te lleve algo? ¿tenés un sobre?
—No no tengo nada, pero en el correo te venden. Llevate lapicera para escribir la dirección. Pero apurate que va a cerrar. Si se hace de noche no andes solo por ahí. Nosotros vamos a estar en el ABC, de ahí es cerca, tomate un taxi desde ahí y andate para allá. Después nos volvemos juntos.
—No sé Mario, por ahí me vuelvo al barco directamente.
—Vení, che. Te prometo que volvemos temprano, una cervecita y nada más. Ah, no llevés nada de valor encima. Acá te achacan enseguida.
Abe comenzó a caminar por el empedrado húmedo el muelle. Había un olor nauseabundo a cereal podrido. Pasó cerca del barco de al lado, era un fábrica de cemento flotante que hacía cuatro años que estaba amarrada ahí.
Llegó a la puerta de entrada del Saboo y empezó a mirar para todos lados. Le habían dicho de la Rodoviaria, de la Avenida Joao Pessoa , el ómnibus 191…, era demasiado complicado para él. Miró la calle de los “cais” y estaba transitada por un ejército de camiones. Todavía era temprano, había bastante luz de sol y movimiento. Se decidió por caminar. Sabía que plaza Mauá quedaba para ese lado y se pegó a la vereda de los Armazenes. Había camiones estacionados por doquier. Vio el brillo del crucifijo entre su camisa entreabierta. Por ahí escuchó una melodía familiar, parecía que venía de la radio de uno de los camiones que estaba parado. Era una mujer la que cantaba, pero la canción era la misma, puso atención al estribillo y escuchó “Uh baby I’love your ways…” y quedó paralizado. Empezó todo de nuevo, el aire que respiraba comenzó a enrarecerse y esa antigua sensación volvió, el desasosiego, la angustia, la inquietud, la fatalidad…
—¡Me da tudo gringo! – escuchó una voz que le hablaba de costado.
Abe estaba totalmente turbado, no vio venir a los tres morenos esqueléticos que salieron de atrás de un camión. Sus piernas se aflojaron. El ejército comenzó a marchar, a paso forzado, sus alas se juntaban en el centro del pecho y comenzaron a subir, esta vez, por la garganta, como el ejercito persa por las Termópilas.
Uno de los morenos intentaba meter la mano por los bolsillos, el otro de enfrente fue directo al crucifijo. Abe, reaccionó y salió del letargo y de la sorpresa, le apartó con violencia la mano y le gritó: —¡Esta no, negro de mierda!.
—Vai dar ou nao gringo?
Quiso luchar y entró en la vorágine de brazos y puños, de repente vio un resplandor que no era de su crucifijo. Sintió una explosión en su vientre y luego un dolor lacerante e infinitamente punzante. Las piernas comenzaron a aflojársele. Oyó gritos y corridas pero todo se iba apagando. Sintió un río caliente corriendo por su ingle, luego el empedrado que tocaba sus rodillas. La mirada se le nublaba, hacía fuerzas para mantenerse y no caerse. Y ahí estaba de nuevo el padre, los ojos turbados, brillosos, las dos lágrimas, los labios marchitos entreabiertos y el dedo haciendo la seña del “NO”. Comprendió el porqué de la pena de su padre, luego vino el camino de tierra del campo, la escuelita “Gobernador Echagüe”, la F100 roja, el atardecer en el Ñandubayzal, sus hermanas, el olor a lavanda, el criadero, el olor a estiércol, Mamá Lucía, el nogal del banco de la plaza de Gualeguaychú, el olor a grasa del taller del Loco Castro, el río color tigre, el olor a bosta del frigorífico, el quilombo de la Mitha, el boliche de la esquina y Clarisa… Los sonidos se iban apagando, creyó sentir a los lejos el estribillo…: “!Uh Baby I’love your ways, everyday…” Las imágenes que se fueron sucediendo en el caleidoscopio de su mente y esas sensaciones entrañables, olores, tersuras, se fueron mezclando en una cadencia extraña, inexplicable, eternas en un instante… todo… todo se iba desvaneciendo.
Esa noche, como todas, la “Delegacia de praza Mauá” era una especie de muestreo de las miserias humanas. Dos travestis sentados en un banco de madera sonreían. Tres marginales eran empujados por un policía, llevaban puesto poco menos que un taparrabos como ropa. Una prostituta barata, gorda, hedionda hablaba con otro “policial”.
Cuando el Capitán Rosen y el Jefe de Máquinas entraron, sintieron que todas las miradas convergían en ellos. Sus apariencias de “gringos” desentonaban en ese ambiente pintorescamente tragicómico.
—Por favor quero falar com o delegado.
—Os senhores sao do navio?
—Sim, eu sou o comandante e o senhor e o chefe de Máquinas.
El Capitán Rosen hablaba perfectamente portugués. El “policial de plantao” fue a llamar al “delegado”.
—O senhor sabe porque está aquí?
—Sim
—Bom, infortunadamente temos que identificar o corpo no hospital. Mas antes o senhor tem que me asinar alguns papeis. O tripulante de voces foi morto num tento de roubo. Vou-lhe entregar as perteneças dele.
El delegado le alcanzó un sobre de papel madera al Capitán Rosen y éste se lo pasó al “loco”.
—Fijate que tiene Rodolfo.
El Jefe de máquinas tomó el sobre con las manos temblorosas, sintió un ruido metálico en su interior. Buscó un lugar libre en le escritorio donde había un letrero que decía “Delegado. J. C. Alves”. Allí vació el sobre, cayeron tres monedas de un real, un crucifijo diminuto con la cadenita de plata fragmentada, la tarjeta de identificación de tripulante con la foto de Abelardo Gambier con barba incipiente, un papel de color rosa y un papel doblado en cuatro que parecía una carta.
El capitán leía concentrado unos papeles que le había entregado el delegado Alves y el Loco Rodolfo no sabía qué hacer, ni por donde empezar. Sentía un nerviosismo desconocido, no era ese que mostraba cuando se enojaba en el barco, por el que se había ganado el apodo. Iba a guardar todo en el sobre cuando vio el brillo de un pequeño rubí en uno de los vértices del crucifijo. Lo tomó de la cadenita rota y se lo acercó. Cerca de la mancha de sangre seca vio un grabado que decía “C&A”. Sintió curiosidad por ese papelito rosa, casi hecho un bollito. Pensó que podía ser el nombre de alguna menina y su teléfono, y lo abrió para leer: “Amor mío, este crucifijo es el símbolo de nuestro amor que Dios nos concedió, sentilo en tu pecho, bien juntito a tu corazón, porque yo estoy en esa crucecita. Usalo siempre. Que nada, ni nadie te lo quite. Clarisa, tu amor”.
La última vez que EL Loco había llorado, habrá sido cuando su padre le sacudió un cachetazo por robarle el auto. Se había converido en un hombre duro, curtido por ausencias. Había aprendido a defenderse de su corazón, como todos los marinos. Nunca una lágrima, ni demostrar flaquezas. Sintió un nudo en la garganta y las lágrimas empezaron a brotar tímidamente. El Loco quería contenerlas, que nadie lo viera. ¡Él llorando!.
Tiró con rabia el papelito dentro del sobre y automáticamente comenzó a desplegar la carta que estaba escrita en una hoja de cuaderno. Comenzó a recorrerla con la mirada, era una letra pareja pero algo infantil. Por ahí leyó su apodo, pero no se detuvo a leer lo que decía. De pronto, por la mitad de la hoja comenzó a leer… “… como te escribí más arriba, soñé varias veces con papá. Tengo un poco de miedo porque tiene una cara extraña como de muerto y me hace siempre la misma seña, no sé que me quiere decir. Todavía no abrí tu regalito, es como si fuera una sorpresa que me estoy guardando, me parece que no lo tengo que tocar, porque siento que así me protege. Como te conté me tratan muy bien en el barco. Me invitan a salir, pero yo sólo quiero pensar en vos. No quiero preocuparte con tonterías, pero siento cosas extrañas. Me parece que no voy a seguir viaje. Creo que esto no es para mí. Perdoname si te decepciono, no quiero que pienses que vas a tener un cobarde como marido, pero tengo un mal presentimiento. Si me pasara algo, quiero que sepas que nunca te engañe con nadie, que sos todo para mí, que nadie te va a querer como yo, nunca. Bueno no quiero que te preocupes. Por ahí dentro de poco me tenés por ahí. Ahora voy a dejar la carta al correo.”
“Hasta pronto, te adoro, Abe“.
“PD: Ah, Clari. Nos van a depositar el sueldo en el banco de Entre Ríos en la cuenta de la vieja. Hacele sacar todo lo que haya cobrado, andá a lo de Pablo y comprá todos los ladrillos que te alcance. No te olvidés de darle arranque a la chata una vez por semana.”
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Ricardo Garín. (2010). Cuentos y relatos del mar: ...de amores lejanos. Avellaneda: wgt Ediciones
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