27 de octubre de 2012

Aldo Leone. Cuentos de marinos VIII. "Como un pájaro libre".

Su recuerdo permanece imborrable, y suele abordarme con frecuencia, sobre todo cuando me siento oprimido y necesito ensayar esa forma tan particular de libertad que es la que llevamos adentro.
—Soy como un pájaro libre —solía decirme muy a menudo, seguramente para darme ánimos, cuando veía reflejarse en mi rostro contraído, toda la inmensa desesperación de aquel encierro.
                 
Después canturreaba por lo bajo su "Tonada para un viejo amor" y seguía picareteando satisfecho, como un pájaro libre.



El legendario "Bora" había decidido salirse de la olla del Cáucaso para soplar, sin pausa, sobre las playas heladas del Mar Negro.

Y fueron más de treinta días de congestión y demoras, fondeados irremediablemente como a seis millas de la costa, esperando entrar a puerto para descargar las treinta mil toneladas de maíz.

Un barco fondeado no es bueno para el espíritu. Ocurre algo así como si el tiempo se detuviera y todas las expectativas de vida se enterraran en el fondo del mar con el mismo inevitable rigor con que lo hacían ese par de anclas y aquellas pesadas cadenas.

Un tiempo detenido es como pretender acostumbrarnos a la misma muerte; y tan nefasta sensación de desgarramiento, padecíamos todos aquellos, que, arriba de aquel buque, implorábamos desesperadamente para que ese viento maldito dejara de soplar.
—Me gusta sentirme así: libre como un pájaro —solía repetir el hombre, y era entonces cuando me daban ganas de tirarlo al mar.

Sus compañeros lo apodaban "Pico"; por su afición a la bebida. Aunque es justo reconocer que tenía conducta para tomar; además, no se mamaba con cualquier cosa: whisky y del mejor era su estilo. También sabía respetar los horarios: siempre de noche, fuera del trabajo; e inevitablemente en puerto, en los inevitables burdeles. Porque en cuestiones de instinto iba directamente al grano, a las putas. Sostenía que un verdadero marino no se puede permitir el lujo de perder el poco tiempo que tiene en intentar hacerse el novio. Y era fiel a sus sentencias.

Conmigo se comportó como un verdadero maestro: comunicativo y sensato; y yo así lo entendí.
—La vida son lágrimas y sonrisas —solía decirme—. Por eso aprovecha, pibe; ¡sacate esa cara de culo y pensá en lo bueno que te brinda la vida para gozarla hoy!
Otras veces, mientras jugábamos al ajedrez, sabía confesarme:
—La vida es como una partida de ajedrez. Fíjate vos que uno mueve las piezas, sabe el sentido y el valor de cada una de ellas, trata de no equivocarse, de hacerlo bien, pero siempre hay alguien que pierde. ¿Y por qué? ¿Dónde está la falla...?; el error está en que no somos perfectos. ¿Te das cuenta? Porque la vida tampoco es perfecta... ¿O acaso su esencia no es la negación...? Fíjate vos que el final de nuestra partida es la muerte misma. ¿Y no es acaso la muerte la negación de la vida... ?

Confieso que me dejaba pensando, peligrosamente vacilante de mis propias convicciones, fatalmente desbordado de mis muchas dudas.

En aquellos momentos me resultaba difícil precisar el tamaño y el matiz de sus contradicciones. Se consideraba escéptico y pragmático a la vez, y era tan sutil en el manejo de la dialéctica, que había logrado desorientarme.

Me sentía inevitablemente halagado por su trato y reconocía como un logro importante el que "Pico" me hubiese franqueado su amistad. No eran precisamente sus virtudes la de darse con todo el mundo. Su acentuado individualismo lo hacía poco proclive al trato ameno y a la fácil comunicación. Pero conmigo había hecho una excepción.

Comprendo que pude serle útil. Muy pronto me di cuenta que había encontrado en mí al interlocutor válido. Acaso yo también buscaba lo mismo.

Sabía perfectamente que yo era un bicho de tierra, más que de mar. Pero... ¿Qué hacía allí?; fondeado como un hongo en el Mar Negro, contemplando impávido las inhóspitas playas de la Península de Crimea, y esperando impaciente que el buque vaciara su carga de maíz.

Muchas veces solía preguntármelo, y "Pico" me lo recordó en varias oportunidades, toda vez que se sintió obligado a enrostrarme su sagrado concepto de libertad: la libertad de uno mismo para elegir su propio destino.
—De qué te quejas, pibe —me decía llegado a ese punto del discurso—. ¿Acaso no te lo buscaste vos...? Entonces; ¡déjate de joder con esto del encierro y ponete a escribir...!

Y ahora me doy cuenta. Ahora realmente entiendo que él supo desde siempre que yo estaba escapando. Su fino olfato lo había percibido sin gran esfuerzo. Desde el primer momento en que me vio se había dado cuenta que yo huía desesperadamente de algo, que ese barco y mi estancia en él, no era más que una excusa.

Y ahora lo entiendo... Por eso me trataba de esa forma; por eso aquella solidaridad tan peculiar, esa comunión de ideas encubierta en una crítica constante, a veces demoledora, pero siempre buscando esclarecerme.

Después, con el tiempo, percibí que él a su manera también estaba huyendo. Con gran desconcierto me di cuenta que "Pico" también huía, huía de su propia incapacidad para ser feliz.

Cuando el barco zarpó de Buenos Aires; ella había quedado sobre el muelle agitando solitaria su mano. Y mientras el buque se alejaba lentamente, mi desesperación aumentaba con la misma intensidad que la palidez de aquel rostro querido.

Recuerdo que "Pico" se dio cuenta y pasó disimuladamente por mi lado arrastrando un cabo innecesario. Y entonces vio mi rostro compungido y mis puños apretados de bronca e impotencia.

Fue el adiós callado y sentido; el hasta siempre o hasta nunca de una vida desarticulada tras la búsqueda infructuosa de un incierto destino.

Y era aquel infausto recuerdo, y ese rostro querido, que me lastimaban despiadadamente en esa fría noche del Mar Negro. Parecía querer penetrar con mis ojos vacíos, en la infinita espesura de un cielo lejano, como un intento vano de acariciar con mi mirada, aquel pálido rostro llorando silencioso en la neblina.

Entonces pasó sigiloso, como si me hubiese estado buscando; y, sin preguntarme nada, me invitó a jugar otra partida de ajedrez.

Se hablaba de un inminente atraque y estaba contento. Por eso bebió más de la cuenta: siempre whisky y del bueno. También habló más de lo acostumbrado y la forzada partida palideció tras un largo monólogo que sentí premeditado, como un venerable intento para atemperar mi atormentado espíritu.
—No te des manija —me decía—; la distancia es como el viento... Ya lo dice la canción. Acordate que si realmente te quiere te va a saber esperar. ¡No hay otra cosa, viejo!; el fuego se aviva con la distancia —me volvió a repetir—; eso sí: siempre y cuando le hayas echado suficiente leña en su momento.

Y eso era lo fantástico de su discurso; me abría el camino de la duda exagerando, deliberadamente, el doble sentido de las palabras.

Reconozco que al principio me exasperaba, al punto de hacerme perder el control. Pensaba que lo hacía a propósito, tan solo para mortificarme y demostrarme que era un tonto maricón que lloraba como un niño por una hembra.

Entonces trataba de calmarme diciéndome que lo hacía porque era un resentido, un ser totalmente desquiciado que renegaba del amor, de la vida y de todo. "Por eso está aquí —pensaba entonces—; vegetando entre las chapas, gastándose irremediablemente entre el alcohol y las putas que no son más que su propia fantasía de la libertad."
"¡Por eso está aquí! —reflexionaba con bronca—; tratando vanamente de demostrarme que es un pájaro libre sin siquiera darse cuenta que está irremediablemente atado a un triste destino de infinita soledad y eterno desarraigo."

Pero después me apaciguaba; y en la quietud de mis pensamientos, entendía que lo hacía por mi bien, que en toda su prédica incisiva había un fin premeditado que no era otro que el de ayudar a esclarecerme y contribuir a la búsqueda de mi propia verdad. Una verdad que exigía comulgar con la realidad sin escapar indefinidamente como lo estaba haciendo él.
—El barco es como el regazo de una madre —solía decirme—. Subirse a un barco es como volver a ser niños y mecernos nuevamente en el pecho de nuestra madre. ¿Acaso no nos acunan las olas...? ¿Acaso aquí arriba no tenes techo, calor y comida asegurada?

Lo decía absolutamente convencido. Hasta se permitió admitir que él nunca había cortado el cordón umbilical que lo unía a su madre.
—Aunque ahora está muerta. ¿Sabes? Aunque me casé con una buena mujer que me dio dos hijos que ni siquiera sé si existen...

Entonces comprendí que su realidad era más triste que la mía; fue automático, con esa inesperada confesión.
—Reconozco que me resultaba más cómodo huir —siguió diciendo—. Ahora comprendo que nunca quise madurar; por eso mi hogar fue un desastre. Y los hijos... ¡el colmo de la desesperación!; eran como si me estuviesen diciendo que me dejara de fantasear y les demostrara de una vez por todas que realmente era un hombre, un verdadero padre.. .
—Pero no me sentía preparado para eso. ¿Te das cuenta? Reconozco que me era más fácil seguir escapando, seguir embarcado. . . ¡Por eso fracasé!; y lo perdí todo.
—Lo peor del caso que me di cuenta cuando murió mi vieja. Porque ya no tenía ninguna excusa. ¿Sabes?; ninguna justificación para seguir huyendo. ¡Hasta plata tenía... ! No había razón para seguir arriba de los barcos y olvidarme de mis hijos...
—Pero le había esquivado tanto al bulto —continuó diciendo—; me había alejado tanto tiempo de mí mismo... ¡Que ya se me hizo imposible encontrarme!

A partir de ese momento sentí verdadera lástima por "Pico". Creo que hasta había trastrocado mi anterior respeto por una profunda compasión.

Después vino el episodio de Canarias, cuando amarramos en Las Palmas, una tarde soleada en que el capitán decidió hacer víveres, combustible y divisas.

La euforia de la vuelta me impedía recapacitar en otras cosas. Además; había recibido una carta donde me escribían que aún ardía el fuego.

Por eso no advertí el puterío, el vino bueno y la comida barata. Tampoco me percaté de la decidida actitud que tomó "Pico" de perderse en un quilombo de la calle de las Carmelitas.

Me di cuenta recién cuando lo traían las autoridades de la Guardia Civil; justo cuando el buque se disponía a zarpar. Y lo subieron totalmente borracho, sucio y desgreñado, cantaba guturalmente un incomprensible aire gitano mientras hacía castañuelas con las manos. Y tuve que atenderlo y asistir estoicamente a sus vómitos de bilis y fantásticas sentencias. Era como si hubiese pretendido tragarse en un par de horas toda una larga y dolorosa vida que venía deshechando desde años. Y por primera vez puse en duda su arraigado concepto de libertad. Hablaba de esa puta gitana como de una diosa que le había entregado su cuerpo ardiente al goce infinito del amor.

Lo decía totalmente persuadido. Para él; el reloj de oro, gran parte de la divisa y los gemelos de jade que quedaron en el prostíbulo, se los habían robado abajo, en el sucio mostrador de esa ingrata "madame" que todavía lo había entregado a la policía para que lo encerraran nuevamente en el barco.

Con gran consternación comprendí que aquel hombre había apostado para siempre a la soledad; una triste y obsecuente soledad a la que ¡nunca, jamás!, sería capaz de renunciar.
Me di cuenta que había algo muy importante que me acercaba y que a la vez me separaba de él. Nos había acercado esa tremenda necesidad de apostar que ambos alguna vez sentimos; y nos separaba el hecho de que habíamos apostado distinto.

Yo había apostado a esa mano solitaria y a ese rostro llorando silencioso en la neblina. Y Pico se dio cuenta de mi decisión. Y sé que en el fondo se llenó de alegría.
Por eso, aquella tarde que desembarcamos en aquel solitario puerto de Bahía Blanca, se comportó de esa manera. Y cuando me vio abrazándome hasta la desesperación, besando sin pausa aquel rostro querido; pasó a nuestro lado con su paso vacilante. Quiso saludarnos, pero creo que tuvo vergüenza, vergüenza de interrumpirnos.

Sabía que difícilmente lo volvería a ver. Y entonces, con profunda pena, lo vi alejarse solo, con su paso inseguro, camino de algún triste lupanar de la ribera.


Caminaba tambaleando su enorme figura, canturreando por lo bajo su "Tonada para un viejo amor", y sintiéndose, tal vez, "COMO UN PAJARO LIBRE".


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