Capítulo 4.
El fantasma del Almirante Hosier
Del Libro de GEOFFREY REGAN “El libro Guinness de lo
DESATINOS NAVALES”, publicado por el Instituto de Publicaciones Navales.
Traducido por el Capitán de Navío (RE) Benjamín Cosentino.
El Contraalmirante Francis Hosier encabezó en 1726 una
expedición al Caribe, para impedir que los buques con tesoros españoles zarparan
de Portobelo. A pesar de que en esta época la ciencia médica no había
desarrollado un diagnóstico confiable de las enfermedades tropicales, comunes
en las Indias Occidentales, sus efectos eran tan bien conocidos que las
instrucciones recibidas por Hosier, permanecer en estación y evitar que
cualquier buque con tesoros saliera del puerto, sin emplear la fuerza contra
los defensores españoles, eran prácticamente una sentencia de muerte. Alrededor
de 13 años después el poeta Richard Glover escribió una horrenda balada
conocida como "El fantasma del
Almirante Hosier", para conmemorar el ataque del Almirante Vernon a
Cartagena. Se menciona a continuación un extracto:
Yo, por
veinte velas acompañado
esta ciudad
de España he aterrado,
nadie podía
entonces su riqueza defender,
aunque mis
órdenes fueron no pelear,
oh! en este
océano ondulante,
con desdén
las deseché,
y obedecí la
cálida orden de mi corazón:
el orgullo
de España someter.
Ante vuestra
gloria, sin quejarnos,
vuestro
éxito en las armas aclamamos,
pero
recuerda nuestra triste historia,
que no se
olviden los errores de Hosier:
enviados a
este pestilente clima a consumirnos
piensa
cuántos miles en vano cayeron,
dilapidados
por enfermedad y angustia,
no en
gloriosa batalla muertos.
El desastre de Hosier
fue tan terrible que, cuando Campbell
publicó, en 1744, su famoso libro Vidas
de los almirantes, se sintió demasiado trastornado para relatar los
detalles. Dijo: "No puedo obligarme
a escribir los detalles de un desastre que deseo sinceramente pudiera ser
borrado de los anales de esta nación".
Gran Bretaña y España en 1726 no estaban en guerra y ésa fue la
raíz del problema. Cuando la flota de Hosier arribó frente a Portobelo, los
españoles sencillamente se negaron a enviar al mar sus buques transportando
tesoros. En consecuencia los descargaron y dejaron los buques vacíos, que
mostraban provocativamente en su fondeadero; Hosier no tuvo otro remedio que
esperar. Desde un mal fondeadero, prefirió bloquear el puerto español esperando
nuevas ordenes o el día del juicio final. Entre junio y diciembre de 1726, la
única actividad a bordo de los buques británicos fue la de dejarse morir. La mayoría murió de fiebre amarilla,
llamada "bandera amarilla" o "vómito negro", nombres
con los que conocían a la enfermedad los marineros del siglo XVIII. Las
tripulaciones disminuyeron tanto que apenas podían operar los buques, por lo
que el testarudo Hosier zarpó para Jamaica, embarcó más gente y retornó a su mortífero
fondeadero para continuar ejecutando sus órdenes. El número total de
tripulantes de la flota al comenzar era de alrededor de 3000 hombres; Hosier llego a perder por enfermedad
alrededor de 4.000. Tampoco los oficiales eran inmunes, el mismo Hosier murió en agosto de 1727
y fue reemplazado por su segundo, Comodoro St. Lo, y después de él por el
Contraalmirante Hopson. Este horrendo martirio terminó a fines de 1727 y el
cuerpo de Hosier retornó a Inglaterra en la sentina del aviso Happy, cosa bastante poco cuerda.
¿Quién era el culpable? ¿El Almirantazgo por mandar a sus hombres
a morir en una zona conocida por su insalubridad? ¿O Hosier por mantener
obstinadamente su bloqueo mucho tiempo después de haber cesado su propósito?
Las mismas preguntas se aplican a las víctimas que murieron de fiebre amarilla,
cientos de miles de marineros británicos y franceses, en los siglos XVII y
XVIII. Hosier no ignoraba los peligros de la enfermedad. Informó al Almirantazgo
que sus hombres habían "contraído
escorbuto y otras enfermedades que los hacían débiles e inútiles. Habiendo
tantos hombres en cada buque es peligroso que aquellos que están sanos, estén
cerca de ellos". Sin embargo perseveró en una acción en la que el
sentido común demostraba que en verdad destruiría toda la fuerza. Murió
obedeciendo órdenes. Era un buen epitafio para un almirante del siglo XVIII.
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