Jorge
Muñoz. “Misión cumplida”.
Durante los últimos días de abril de
1982 el conflicto por las Malvinas, se encontraba más cercano a una guerra que
a un arreglo diplomático, pero en los primeros días de mayo la dura realidad
bélica se desencadenó como un huracán.
La Fuerza de Tareas británica, que para ese entonces ya había desplegado su
poderío en las aguas del Atlántico Sur, no se conformó con torpedear y hundir
al Crucero, General Belgrano, que navegaba fuera de la zona de
exclusión, sino que también bombardeó y ametralló al Aviso Alférez
Sobral, un pequeño barco de nuestra Armada que se encontraba en la búsqueda
y rescate de náufragos.
Por su parte la Aviación Naval Argentina, en una rápida y eficaz respuesta,
hundió al destructor Sheffield, orgullo de la Armada inglesa, mediante
un misil “Exocet”, lanzado desde un avión Súper Etendard. Este hecho conmovió
la tradicional flema británica, no solo por las bajas producidas, sino también
por la destrucción del mito de la tecnología infalible. A raíz de ese ataque,
el enemigo se tornó más receloso y precavido y al decir de su propio Comandante
de Flota, el Almirante Woodward, “ello lo había convencido de que debía
conservar las distancias”.
Pese al inquietante panorama bélico un número considerable de pesqueros de
altura continuó con sus actividades específicas. La autorización de salir al
mar, para alguno de ellos se vio unida al pedido de la Armada Nacional , de que
tales actividades las pudieran complementar como una humanitaria y patriótica
colaboración, en la búsqueda y rescate de pilotos, como así también, en el caso
que tuvieran conocimiento de actividad enemiga cumplieran en informar a las
autoridades nacionales.
De acuerdo con el ofrecimiento facilitado por su Armadora, la Compañía Sudamericana
de Pesca y Exportaciones, el pesquero Narwal resultó uno de
los buques destinados a cumplir el servicio requerido por las autoridades
Navales en la zona adyacente a Malvinas. La embarcación de 70 metros de eslora,
por 11 de manga, con un porte de 1.400 toneladas, había sido construida en
Bélgica y armada como prototipo para ser probada en aguas del Atlántico Sur.
Esa calidad de unidad tipo, le ocasionó numerosos inconvenientes, pues para su
eventual reparación, no se contaba siempre con piezas disponibles de recambio.
Fue por eso que, durante largos períodos en los cuales cambió varios dueños,
debió pasar algún tiempo sin navegar en grave estado de abandono. En 1980
el Armador marplatense, Mario Parodi, la halló semihundida en Puerto Galván y
la compró. Al año siguiente sus nuevos propietarios y armadores Alejandro Rico
Moreno y Felipe Héctor Roucco, por tratarse de un barco relativamente moderno
lograron ponerla nuevamente en funcionamiento y para ello le reacondicionaron
los túneles de congelamiento, la planta factoría y sus cámaras de
almacenamiento para 360 toneladas de pescado procesado.
Concluidas las reparaciones exigidas por la Prefectura Naval , la nave
integrando un Grupo de Tareas junto a otros dos pesqueros, partió finalmente el
23 de abril desde el Puerto de Mar del Plata con 23 tripulantes al mando del
Capitán de Ultramar, Néstor Leonardo Fabiano y como Capitán de Pesca, Asterio
Wagata.
En razón de lo convenido con la Armada, ingresó a bordo en calidad de
Coordinador Naval, el Capitán de Corbeta, Juan Carlos González Llanos.
Se dirigieron al sudeste a una velocidad promedio de diez nudos, para ir a
establecerse en la zona de operaciones. Reinaba a bordo un ambiente de sereno
optimismo. Los embargaba un íntimo orgullo, pues tenían conciencia que dentro
de su función específica estaban cumpliendo con un deber patriótico y confiaron
en que por su condición de buque mercante no iban a ser víctimas de algún
ataque pues no llevaban armas ni elementos que pudieran considerarse aptos para
un apoyo bélico.
Cuando aún se encontraban a muchas millas de la Zona de Exclusión, fueron
sobrevolados por aviones y helicópteros británicos, pero como la identificación
visual no trajo consigo ninguna advertencia decidieron continuar su derrota.
Para ese momento todavía no se habían iniciado las acciones armadas y la Fuerza
de Tareas inglesa en una “demostración de fuerza” trataba de mantener a los
argentinos fuera de su zona. La obsesión estaba fijada en impedir que algún
“intruso” pudiera informar la verdadera posición de la Flota y basados en esos
datos nuestros mandos pudieran concretar un certero ataque. Para el caso que el
“intruso” fuera identificado positivamente y estuviera peligrosamente cerca,
los mandos británicos ya habían obtenido la autorización de hacer fuego.
El día 26 de abril, el Narwal, al igual que los pesqueros María
Alejandra y Constanza, habían llegado a su sector
asignado en latitud 50° 25´ Sur, longitud 53° 35´ Oeste, y como el mismo estaba
fuera de la Zona de Exclusión, alternativamente, penetraba en la misma para
luego replegarse. Este ir y venir le permitió establecer varios contactos con
el enemigo que lo sobrevoló en diversas oportunidades y en un principio lo
confundió con una nave de investigación canadiense. Posteriormente al ser
identificado su evidente presencia despertó la inquietud de los mandos ingleses
y al respecto Woodward dijo en sus memorias: Lo último que yo deseaba
era una escolta Argentina durante el acercamiento final para que fuera a
contarle a sus desagradable amigos donde me encontraba”. Fue por que tres
días más tarde al detectar Woodward que los movimientos de su Flota estaban
siendo observados por el Narwal, envió a la Fragata Alacrity para
que lo alejase, cosa que aquél hizo.
El 3 de mayo se recibió a bordo del Narwal la orden del
Comando de Operaciones Navales de ir en ayuda del Aviso Alférez Sobral, pero
al serle anulada la orden al día siguiente, pues el Aviso estaba a flote, el
pesquero, que ya había partido tuvo que regresar a su posición original para
continuar con sus tareas específicas.
En la madrugada del l de mayo, emergió por la proa del pesquero una mole
impresionante irradiando una luz potentísima que encandiló a los tripulantes.
Era un submarino inglés a propulsión nuclear que tras obligarlos a detenerse,
les indicó mediante señales luminosas, que se pusieran en escucha por la
frecuencia de VHF. Por ese medio se les hizo saber que estaban en zona no
autorizada para la navegación y por ende debían volver a aguas cercanas al
continente. Después de haber dado un comprendido al mensaje y ver inmersionar
al sumergible hasta desaparecer en las oscuras aguas, el Narwal comenzó
a trazar un nuevo rumbo pero lejos de obedecer las indicaciones atrevidamente
penetró la Zona de Exclusión.
Al respecto el Comandante de la Flota Inglesa, en un capítulo de su libro,
refiriéndose al pesquero escribió sus pensamientos de ese momento los cuales
evidenciaban su preocupación y fastidio por las actividades del
“intruso”:”si vuelves a meter la pata, hombrecito horrible, ya has recibido
tu último aviso, esté yo autorizado o no a disparar contra barcos pesqueros”.
El 7 por la noche se desencadenó una tempestad que, pese a ser frecuente en la
región y en esa época del año, esta vez se había presentado con intensidad
inusitada. El meteoro, con lluvias torrenciales y vientos de más de 120
kilómetros por hora, iba a afectar el desplazamiento del Narwal,
que en ese momento presentaba algunos problemas técnicos, pero contaban con que
ese mal tiempo disminuiría también la eficacia de las operaciones con las
cuales la flota británica intentaba controlar el bloqueo. Ello supuestamente,
les evitaría enfrentarse a más problemas, aunque no podrían descartar
totalmente algún otro desagradable encuentro con la tenaz presencia británica
en esas aguas. Se había suscitado el juego del “gato y el ratón” y con ellos
una guerra de nervios donde nadie podía avizorar los resultados.
A la mañana siguiente, mientras algunos cumplían su rol de guardia y otros
desayunaban o permanecían descansando en sus camarotes, pudieron escuchar
noticias asegurando que aviones argentinos habían atacado un portaaviones
inglés. Sin embargo la alegría por el anunciado éxito de nuestra aviación no
iba a durar mucho. Exactamente a las 8:45 hs. cuando se encontraban navegando a
unas 66 millas de Puerto Argentino aparecieron dos Sea-Harriers. Estos aparatos
del Escuadrón 800, lanzados desde el Hermes en misión de
patrulla y ataque, eran piloteados por el Teniente de vuelo David Morgan de la
RAF y el Teniente Comandante, Gordon Batt de la Marina Real. Con la orden de “Atacar
y detener al barco”, el Teniente Batt picó sobre el Narwal lanzando
una ráfaga con sus cañones de 30 mm a través de proa del mismo. Al terminar la
pasada, viendo que los tripulantes del pesquero izaban la bandera nacional
Argentina y el barco continuaba navegando hacia el oeste a una velocidad de 12
nudos, el Teniente Morgan le arrojó una de sus bombas de 1.000 libras que pasó
muy cerca de la estructura del puente y fue a caer al mar. El segundo intento
de bombardeo lo efectuó el primero de los Sea Harrier que arrojó otra bomba, la
cual, tras impactar en el castillo de proa, atravesó varias cubiertas y quedó
dentro del casco sin llegar a explotar.
Tratando de tomar distancia el Narwal prosiguió su navegación
pero fue perseguido por los aviones que volvieron a atacar con mayor furia por
ambas bandas. Uno disparando sobre el puente de mando y el otro en el área de
la Sala de Máquinas a la altura de la línea de flotación. Seriamente averiado,
por último el barco se detuvo para quedar flotando al garete con su proa
mirando al norte. Cumplida la agresión los dos aviones se
alejaron.
Resultó interesante saber, después de la
guerra, que estos dos pilotos británicos, dedicados en sus patrullajes a
cumplir estas “hazañas”, recibieron la Cruz del Servicio Distinguido, claro que
en el caso del Comandante Gordon Batt, ésta le fue entregada en forma póstuma
pues al atacar el día 22 de mayo al Guardacostas Río Iguazú de Prefectura
Naval, su artillero, el Cabo 2do José Raúl Ibáñez, lo derribó.
Una rápida evaluación de la acción a mansalva en el Narwal, les permitió a sus
tripulantes establecer que sus consecuencias eran tremendas e irreparables.
La bomba penetrada por proa, había destrozado las piernas del Contramaestre,
Omar Rupp que se encontraba en su camarote con su compañero Luis Roberto
Zaragoza. No obstante ser auxiliado rápidamente y ser asistido por el enfermero
de a bordo que trató de contener la fuerte hemorragia, el infortunado marino
continuó desangrándose hasta que dos horas después falleció.
A pesar del fuerte impacto emocional que había producido el ataque, los
tripulantes del pesquero se recompusieron con presteza para organizar un
eventual abandono de la nave, ya que no solo había quedado inutilizado el
tablero de comando de la Sala de Máquinas y el sistema de bombas; sino que
también, por un boquete en la línea de flotación se embarcaba agua en cantidad
suficiente como para hacerla zozobrar en pocas horas.
Mientras se alistaban los elementos de salvataje y se trataba de reparar
algunas averías, el telegrafista irradió una serie de partes solicitando
socorro y dando cuenta de loa situación.
09:05 Aquí Narwal. Somos atacados por aviones ingleses en latitud
52° 45´ sur y longitud 58° 02´ oeste. Tenemos heridos graves.
09:12 Narwal averiado y a la deriva, hace agua y peligro de
hundimiento por fuerte tormenta. Lanzamos botes y balsas al agua con heridos.
Estamos tratando de contener la entrada de agua.
El mensaje había sido captado por algunas receptoras y también de Puerto Argentino,
desde donde se prometió el envío de auxilio.
Estaban tratando de dar una solución a varios problemas, cuando una nueva
contingencia los sorprendió. Al ser arrojados al agua los elementos que tenían
para salvamento, se comprobó que tan solo quedaban a flote una balsa y un bote,
ya que el resto a causa del ataque o por defectos propios estaban inutilizados.
Mientras tanto algunos ubicaban a los heridos en la balsa, otros intentaban
salvar al barco de un desastre inminente. Para ello con la ayuda del Timonel
Miño y el Marinero, Zaragoza que se encontraba en un bote en la parte exterior
del casco y los maquinistas desde el interior, se ocuparon de obturar el rumbo
por donde continuaba entrando apreciable cantidad de agua, empleando mantas y
colchones.
Llevaban casi dos horas en esas tareas, enormemente dificultadas por el
espectacular bamboleo que imponía el recio temporal, cuando apareció otro
avión. Esta vez él Sea Harrier, ametralló la balsa con los heridos y asestó
también varias ráfagas al bote que se desprendió de su precaria amarra para
quedar a merced de las olas con seis tripulantes. Solo Miño atinó a asirse a un
cabo del que quedó suspendido peligrosamente sobre el agua hasta que otros
compañeros lograron subirlo a cubierta.
Los ataques habían dejado un saldo de ocho heridos de diversas consideración.
Feliciano Miño, Segundo Jefe de Máquinas además de recibir heridas por
esquirlas en una mano y en el codo, fue afectado gravemente en su ojo derecho.
El marinero Luis Zaragoza recibió un impacto de esquirla que se le incrustó en
la columna vertebral. Asimismo el personal de Máquinas Lucio Busetti, Julio
César Rodríguez, Jesús Morales, Luis Wenz, Osvaldo Ferrero y Oscar López,
resultaron lesionados en brazos y piernas como consecuencia de las esquirlas.
El más afectado fue el marinero pescador Gregorio Carballo que tenía incrustado
en diversas partes del cuerpo numerosos trozos de metal.
El operador de radio continuó desde su puesto transmitiendo el resultado de las
agresiones.
11:00
Falleció uno de los heridos. Otro avión inglés nos sobrevuela y ataca.
11:05 Han sido destruidas todas las balsas: resta un bote para los que
quedamos. Requerimos ayuda urgente.
11:25 Quedan seis hombres en un bote a la deriva. No quedan elementos de
salvamento Narwal a punto de hundirse.
NOS ARROJAMOS AL AGUA. VIVA LA PATRIA...
Como respuesta al angustioso pedido de socorro del Narwal, desde
Puerto Argentino había partido poco después de las nueve un helicóptero Puma de
Ejército con el fin de explorar la zona y rescatar a los tripulantes, cuya
dotación estuvo integrada por los Tenientes 1ro. Roberto Mario Fiorito y Juan
Carlos Buschiazzo secundados por el Cabo 1ro. Raúl Di Mota. Lamentablemente la
aeronave de auxilio, desprovista de elementos defensivos fue derribada antes de
llegar al lugar por un misil Sea Dart disparado desde el HMS Coventry produciendo
la muerte de toda su tripulación.
En tanto, a bordo del Narwal, mientras algunos atendían a los
heridos y otros trataban de obturar la brecha de agua, un grupo de marinos
comenzó a construir con tablas y otros elementos una balsa improvisada.
Se encontraban en ese intento desesperado cuando aparecieron tres helicópteros
que evolucionaron brevemente sobre la nave atacada y luego la abordaron. Desde
los aparatos se deslizaron por cuerdas unos quince hombres con uniformes
negros, portando ametralladoras, pertenecientes al grupo de fuerzas comando del
SBS (Special Boat Squadron) se desplegaron rápidamente y los tomaron
prisioneros. Tras comprobar que no había armas a bordo, y establecer el grado
de gravedad que presentaban la averías y daños, para la flotabilidad y
funcionamiento del barco dispusieron su evacuación inmediata. Comenzaron con
los heridos más graves y el cadáver de Omar Rupp. El resto de los tripulantes
fue izado individualmente con una cabría hasta el interior de otras de las
máquinas y luego todos los helicópteros partieron raudamente hacia el noreste.
Durante la acción de captura los efectivos militares británicos lograron
apoderarse de los documentos secretos y las claves que el Coordinador Naval no
alcanzó a arrojar al mar debido a lo fulminante de la operación y a que el
mismo se hallaba atendiendo a los heridos y colaborando en la fabricación de la
balsa.
Una última mirada al Narwal los angustió aún más. El noble
barco se mecía solitario en medio de la mar embravecida. Empero su agonía no
iba a durar mucho. Al día siguiente, cuando una nave británica intentaba
remolcarlo, el pesquero que había embarcado mucha agua por el rumbo, zozobró.
Luego de tres horas de vuelo con rumbo este – 300 millas- distinguieron en el
horizonte la silueta de un portaaviones rodeado de un buen número de barcos de
guerra. Era el Invencible.
Mientras sobrevolaban el área acertaron
a divisar a otro portaaviones, se trataba del Hermes que
notablemente escorado y todavía humeante mostraba averías en la superestructura
de su cubierta de vuelo. Más tarde los marinos ingleses, pese a la reticencia
en dar informaciones, tuvieron que admitir ante los tripulantes del pesquero,
que esa nave había sido atacada por aviones argentinos.
Sobre la cubierta del Invencible se veía gran actividad de
aviones que despegaban y otros que se posaban en un ininterrumpido y ruidoso
carrousell. Fue por ello que debieron esperar un largo rato antes de que las
máquinas pudieran asentarse. Siempre custodiados, fueron bajados al hangar en
el interior de la nave. Luego de atravesar varios niveles, desembocaron en un
recinto donde le fueron requisados sus efectos personales y se les proveyó de
ropas secas.
Después de someterlos a un prolijo interrogatorio y proporcionarles algo de
comida, los tripulantes capturados fueron llevados a lo que sería su obligado
alojamiento los días subsiguientes: una sala destinada a celebraciones
litúrgicas ubicada en la séptima cubierta.
Los heridos recibieron atención médica y fue reconfortante para todos verlos
evolucionar rápida y favorablemente. El problema más acuciante resultó de saber
que el Invencible era un blanco prioritario para los aviadores
argentinos y éstos, en caso de atacarlo, desconocían que en su interior se
encontraban veintidós compatriotas.
El lunes 10 de mayo, un sacerdote anglicano ofició las exequias de Omar Rupp.
En una ceremonia donde estuvo presente el comandante del portaaviones y rodeado
de quienes habían sido sus compañeros, el cuerpo del valiente contramaestre,
envuelto en una bandera Argentina, fue arrojado al mar que tanto amó. El
oportuno salmo pronunciado por el capellán, finalizó con una sentida
invocación:”Señor de los océanos, recibe a este tu hijo...”. Cuando
los restos desaparecieron en las heladas aguas, los sobrevivientes del
pesquero, gritaron con emocionada vos ¡Viva la Patria!
Los días transcurrieron a bordo del portaaviones dentro de una tediosa rutina.
Comían frugalmente y dormían en catres de campaña. A veces jugaban al ajedrez o
dominó y asiduamente eran visitados por médicos. En una oportunidad se hizo
presente el Príncipe Andrés, que era aviador de helicóptero en esa nave, quién
se interesó por ellos y les convidó algunos cigarros. El trato para con ellos
por parte de los tripulantes ingleses evidenció en todo momento que pese a su
calidad de prisioneros, predominó su condición de sobrevivientes civiles, víctimas
de una agresión desproporcionada.
La monotonía los llevó a estar atentos a todos los sonidos, especialmente los
originados por los despegues de los Sea-Harrier. Más tarde cuando estos volvían
de sus misiones, se entretenían contando el número de golpes que los mismos
producían al asentarse sobre cubierta y al no coincidir éstos con la cantidad
de despegue, podían claramente advertir que algunos ya no iban a regresar
jamás. Ello sumado al reciente nerviosismo que dejaba traslucir el personal del
portaaviones cuando les llegaba la alerta anunciando la proximidad de algún
barco argentino, les hizo conjeturar, y no sin razón, que la batalla
estaba tornándose más dura de lo que algunos supusieron.
Después de una estadía de diez días en el Invencible, los
pescadores fueron trasladados, junto con los heridos, al Hecla, un
barco ambulancia, en el cual, durante dos jornadas, pudieron contar con algo
más de comodidad. De allí fueron transbordados al buque hospital Uganda.
La permanencia en ese barco tuvo ribetes dramáticos, pues en un momento
determinado se acercaron peligrosamente al Estrecho de San Carlos donde se
desarrollaba una feroz batalla aeronaval. Las contundentes oleadas del
contraataque de nuestros aviones hicieron estremecer a la fuerza invasora. A
medida que pasaron las horas se fueron ocupando las camas disponibles, con los
heridos de la flota inglesa, hasta que al promediar el quinto día de combates
se llegaron a cubrir todas las plazas con los heridos del destructor Coventry y
el Transporte Atlántico Conveyor que habían resultado
hundidos. Alguien recordó que ese día era 25 de mayo y la Aviación Argentina se
lo había hecho notar también a los ingleses.
Del Uganda fueron reembarcados en el Hecla a
cuyo bordo arribaron el 1ro. de junio a Montevideo. En ese puerto uruguayo
abordaron el buque de la Escuela Nacional de Náutica, Piloto Alsina, que
los trasladó a Buenos Aires.
Había concluido su odisea y la cruel tormenta de la guerra quedaba atrás. Sobreponiéndose
al dolor de lo irremediablemente perdido, los marinos volvieron a sus hogares y
sus ocupaciones para continuar su vida normal, pero ahora enfrentada con el brebaje
de una experiencia que les hacía vislumbrar claramente la expectativa de un
compromiso que no finalizaba con la batalla de Malvinas.
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