20 de febrero de 2014

Pesquero “NARWAL”

Jorge Muñoz. “Misión cumplida”.
       Durante los últimos días de abril de 1982 el conflicto por las Malvinas, se encontraba más cercano a una guerra que a un arreglo diplomático, pero en los primeros días de mayo la dura realidad bélica se desencadenó como un huracán.

       La Fuerza de Tareas británica, que para ese entonces ya había desplegado su poderío en las aguas del Atlántico Sur, no se conformó con torpedear y hundir al Crucero, General Belgrano, que navegaba fuera de la zona de exclusión, sino que también bombardeó y ametralló al Aviso Alférez Sobral, un pequeño barco de nuestra Armada que se encontraba en la búsqueda y rescate de náufragos.




       Por su parte la Aviación Naval Argentina, en una rápida y eficaz respuesta, hundió al destructor Sheffield, orgullo de la Armada inglesa, mediante un misil “Exocet”, lanzado desde un avión Súper Etendard. Este hecho conmovió la tradicional flema británica, no solo por las bajas producidas, sino también por la destrucción del mito de la tecnología infalible. A raíz de ese ataque, el enemigo se tornó más receloso y precavido y al decir de su propio Comandante de Flota, el Almirante Woodward, “ello lo había convencido de que debía conservar las distancias”.

       Pese al inquietante panorama bélico un número considerable de pesqueros de altura continuó con sus actividades específicas. La autorización de salir al mar, para alguno de ellos se vio unida al pedido de la Armada Nacional , de que tales actividades las pudieran complementar como una humanitaria y patriótica colaboración, en la búsqueda y rescate de pilotos, como así también, en el caso que tuvieran conocimiento de actividad enemiga cumplieran en informar a las autoridades nacionales.

       De acuerdo con el ofrecimiento facilitado por su Armadora, la Compañía Sudamericana de Pesca y Exportaciones, el pesquero Narwal resultó uno de los buques destinados a cumplir el servicio requerido por las autoridades Navales en la zona adyacente a Malvinas. La embarcación de 70 metros de eslora, por 11 de manga, con un porte de 1.400 toneladas, había sido construida en Bélgica y armada como prototipo para ser probada en aguas del Atlántico Sur. Esa calidad de unidad tipo, le ocasionó numerosos inconvenientes, pues para su eventual reparación, no se contaba siempre con piezas disponibles de recambio. Fue por eso que, durante largos períodos en los cuales cambió varios dueños, debió pasar algún tiempo sin navegar  en grave estado de abandono. En 1980 el Armador marplatense, Mario Parodi, la halló semihundida en Puerto Galván y la compró. Al año siguiente sus nuevos propietarios y armadores Alejandro Rico Moreno y Felipe Héctor Roucco, por tratarse de un barco relativamente moderno lograron ponerla nuevamente en funcionamiento y para ello le reacondicionaron los túneles de congelamiento, la planta factoría y sus cámaras de almacenamiento para 360 toneladas de pescado procesado.

        Concluidas las reparaciones exigidas por la Prefectura Naval , la nave integrando un Grupo de Tareas junto a otros dos pesqueros, partió finalmente el 23 de abril desde el Puerto de Mar del Plata con 23 tripulantes al mando del Capitán de Ultramar, Néstor Leonardo Fabiano y como Capitán de Pesca, Asterio Wagata.

       En razón de lo convenido con  la Armada, ingresó a bordo en calidad de Coordinador Naval, el Capitán de Corbeta, Juan Carlos González Llanos.

       Se dirigieron al sudeste a una velocidad promedio de diez nudos, para ir a establecerse en la zona de operaciones. Reinaba a bordo un ambiente de sereno optimismo. Los embargaba un íntimo orgullo, pues tenían conciencia que dentro de su función específica estaban cumpliendo con un deber patriótico y confiaron en que por su condición de buque mercante no iban a ser víctimas de algún ataque pues no llevaban armas ni elementos que pudieran considerarse aptos para un apoyo bélico.

       Cuando aún se encontraban a muchas millas de la Zona de Exclusión, fueron sobrevolados por aviones y helicópteros británicos, pero como la identificación visual no trajo consigo ninguna advertencia decidieron continuar su derrota. Para ese momento todavía no se habían iniciado las acciones armadas y la Fuerza de Tareas inglesa en una “demostración de fuerza” trataba de mantener a los argentinos fuera de su zona. La obsesión estaba fijada en impedir que algún “intruso” pudiera informar la verdadera posición de la Flota y basados en esos datos nuestros mandos pudieran concretar un certero ataque. Para el caso que el “intruso” fuera identificado positivamente y estuviera peligrosamente cerca, los mandos británicos ya habían obtenido la autorización de hacer fuego.

       El día 26 de abril, el Narwal, al igual que los pesqueros María Alejandra  y Constanza, habían llegado a su sector asignado en latitud 50° 25´ Sur, longitud 53° 35´ Oeste, y como el mismo estaba fuera de la Zona de Exclusión, alternativamente, penetraba en la misma para luego replegarse. Este ir y venir le permitió establecer varios contactos con el enemigo que lo sobrevoló en diversas oportunidades y en un principio lo confundió con una nave de investigación canadiense. Posteriormente al ser identificado su evidente presencia despertó la inquietud de los mandos ingleses y al respecto Woodward dijo en sus memorias: Lo último que yo deseaba era una escolta Argentina durante el acercamiento final para que fuera a contarle a sus desagradable amigos donde me encontraba”. Fue por que tres días más tarde al detectar Woodward que los movimientos de su Flota estaban siendo observados por el Narwal, envió a la Fragata Alacrity para que lo alejase, cosa que aquél hizo.

       El 3 de mayo se recibió a bordo del Narwal la orden del Comando de Operaciones Navales de ir en ayuda del Aviso Alférez Sobral, pero al serle anulada la orden al día siguiente, pues el Aviso estaba a flote, el pesquero, que ya había partido tuvo que regresar a su posición original para continuar con sus tareas específicas.

       En la madrugada del l de mayo, emergió por la proa del pesquero una mole impresionante irradiando una luz potentísima que encandiló a los tripulantes. Era un submarino inglés a propulsión nuclear que tras obligarlos a detenerse, les indicó mediante señales luminosas, que se pusieran en escucha por la frecuencia de VHF. Por ese medio se les hizo saber que estaban en zona no autorizada para la navegación y por ende debían volver a aguas cercanas al continente. Después de haber dado un comprendido al mensaje y ver inmersionar al sumergible hasta desaparecer en las oscuras aguas, el Narwal comenzó a trazar un nuevo rumbo pero lejos de obedecer las indicaciones atrevidamente penetró la Zona de Exclusión.

         Al respecto el Comandante de la Flota Inglesa, en un capítulo de su libro, refiriéndose al pesquero escribió sus pensamientos de ese momento los cuales evidenciaban su  preocupación y fastidio por las actividades del “intruso”:”si vuelves a meter la pata, hombrecito horrible, ya has recibido tu último aviso, esté yo autorizado o no a disparar contra barcos pesqueros”.

       El 7 por la noche se desencadenó una tempestad que, pese a ser frecuente en la región y en esa época del año, esta vez se había presentado con intensidad inusitada. El meteoro, con lluvias torrenciales y vientos de más de 120 kilómetros por hora, iba a afectar el desplazamiento del Narwal, que en ese momento presentaba algunos problemas técnicos, pero contaban con que ese mal tiempo disminuiría también la eficacia de las operaciones con las cuales la flota británica intentaba controlar el bloqueo. Ello supuestamente, les evitaría enfrentarse a más problemas, aunque no podrían descartar totalmente algún otro desagradable encuentro con la tenaz presencia británica en esas aguas. Se había suscitado el juego del “gato y el ratón” y con ellos una guerra de nervios donde nadie podía avizorar los resultados.

       A la mañana siguiente, mientras algunos cumplían su rol de guardia y otros desayunaban o permanecían descansando en sus camarotes, pudieron escuchar noticias asegurando que aviones argentinos habían atacado un portaaviones inglés. Sin embargo la alegría por el anunciado éxito de nuestra aviación no iba a durar mucho. Exactamente a las 8:45 hs. cuando se encontraban navegando a unas 66 millas de Puerto Argentino aparecieron dos Sea-Harriers. Estos aparatos del Escuadrón 800, lanzados desde el Hermes en misión de patrulla y ataque, eran piloteados por el Teniente de vuelo David Morgan de la RAF y el Teniente Comandante, Gordon Batt de la Marina Real. Con la orden de “Atacar y detener al barco”, el Teniente Batt picó sobre el Narwal lanzando una ráfaga con sus cañones de 30 mm a través de proa del mismo. Al terminar la pasada, viendo que los tripulantes del pesquero izaban la bandera nacional Argentina y el barco continuaba navegando hacia el oeste a una velocidad de 12 nudos, el Teniente Morgan le arrojó una de sus bombas de 1.000 libras que pasó muy cerca de la estructura del puente y fue a caer al mar. El segundo intento de bombardeo lo efectuó el primero de los Sea Harrier que arrojó otra bomba, la cual, tras impactar en el castillo de proa, atravesó varias cubiertas y quedó dentro del casco sin llegar a explotar.

       Tratando de tomar distancia el Narwal prosiguió su navegación pero fue perseguido por los aviones que volvieron a atacar con mayor furia por ambas bandas. Uno disparando sobre el puente de mando y el otro en el área de la Sala de Máquinas a la altura de la línea de flotación. Seriamente averiado, por último el barco se detuvo para quedar flotando al garete con su proa mirando al norte. Cumplida la agresión los dos aviones se alejaron.         
    
       Resultó interesante saber, después de la guerra, que estos dos pilotos británicos, dedicados en sus patrullajes a cumplir estas “hazañas”, recibieron la Cruz del Servicio Distinguido, claro que en el caso del Comandante Gordon Batt, ésta le fue entregada en forma póstuma pues al atacar el día 22 de mayo al Guardacostas Río Iguazú de Prefectura Naval, su artillero, el Cabo 2do José Raúl Ibáñez, lo derribó.
       Una rápida evaluación de la acción a mansalva en el Narwal, les permitió a sus tripulantes establecer que sus consecuencias eran tremendas e irreparables.

       La bomba penetrada por proa, había destrozado las piernas del Contramaestre, Omar Rupp que se encontraba en su camarote con su compañero Luis Roberto Zaragoza. No obstante ser auxiliado rápidamente y ser asistido por el enfermero de a bordo que trató de contener la fuerte hemorragia, el infortunado marino continuó desangrándose hasta que dos horas después falleció.

       A pesar del fuerte impacto emocional que había producido el ataque, los tripulantes del pesquero se recompusieron con presteza para organizar un eventual abandono de la nave, ya que no solo había quedado inutilizado el tablero de comando de la Sala de Máquinas y el sistema de bombas; sino que también, por un boquete en la línea de flotación se embarcaba agua en cantidad suficiente como para hacerla zozobrar en pocas horas.

       Mientras se alistaban los elementos de salvataje y se trataba de reparar algunas averías, el telegrafista irradió una serie de partes solicitando socorro y dando cuenta de loa situación.

       09:05 Aquí Narwal. Somos atacados por aviones ingleses en latitud 52° 45´ sur y longitud 58° 02´ oeste. Tenemos heridos graves.
       09:12 Narwal averiado y a la deriva, hace agua y peligro de hundimiento por fuerte tormenta. Lanzamos botes y balsas al agua con heridos. Estamos tratando de contener la entrada de agua.

       El mensaje había sido captado por algunas receptoras y también de Puerto Argentino, desde donde se prometió el envío de auxilio.
       Estaban tratando de dar una solución a varios problemas, cuando una nueva contingencia los sorprendió. Al ser arrojados al agua los elementos que tenían para salvamento, se comprobó que tan solo quedaban a flote una balsa y un bote, ya que el resto a causa del ataque o por defectos propios estaban inutilizados.

       Mientras tanto algunos ubicaban a los heridos en la balsa, otros intentaban salvar al barco de un desastre inminente. Para ello con la ayuda del Timonel Miño y el Marinero, Zaragoza que se encontraba en un bote en la parte exterior del casco y los maquinistas desde el interior, se ocuparon de obturar el rumbo por donde continuaba entrando apreciable cantidad de agua, empleando mantas y colchones.

       Llevaban casi dos horas en esas tareas, enormemente dificultadas por el espectacular bamboleo que imponía el recio temporal, cuando apareció otro avión. Esta vez él Sea Harrier, ametralló la balsa con los heridos y asestó también varias ráfagas al bote que se desprendió de su precaria amarra para quedar a merced de las olas con seis tripulantes. Solo Miño atinó a asirse a un cabo del que quedó suspendido peligrosamente sobre el agua hasta que otros compañeros lograron subirlo a cubierta.

       Los ataques habían dejado un saldo de ocho heridos de diversas consideración. Feliciano Miño, Segundo Jefe de Máquinas además de recibir heridas por esquirlas en una mano y en el codo, fue afectado gravemente en su ojo derecho. El marinero Luis Zaragoza recibió un impacto de esquirla que se le incrustó en la columna vertebral. Asimismo el personal de Máquinas Lucio Busetti, Julio César Rodríguez, Jesús Morales, Luis Wenz, Osvaldo Ferrero y Oscar López, resultaron lesionados en brazos y piernas como consecuencia de las esquirlas. El más afectado fue el marinero pescador Gregorio Carballo que tenía incrustado en diversas partes del cuerpo numerosos trozos de metal.

       El operador de radio continuó desde su puesto transmitiendo el resultado de las agresiones.
       11:00 Falleció uno de los heridos. Otro avión inglés nos sobrevuela y ataca.
       11:05 Han sido destruidas todas las balsas: resta un bote para los que quedamos. Requerimos ayuda urgente.
       11:25 Quedan seis hombres en un bote a la deriva. No quedan elementos de salvamento Narwal a punto de hundirse.

       NOS ARROJAMOS AL AGUA. VIVA LA PATRIA...

       Como respuesta al angustioso pedido de socorro del Narwal, desde Puerto Argentino había partido poco después de las nueve un helicóptero Puma de Ejército con el fin de explorar la zona y rescatar a los tripulantes, cuya dotación estuvo integrada por los Tenientes 1ro. Roberto Mario Fiorito y Juan Carlos Buschiazzo secundados por el Cabo 1ro. Raúl Di Mota. Lamentablemente la aeronave de auxilio, desprovista de elementos defensivos fue derribada antes de llegar al lugar por un misil Sea Dart disparado desde el HMS Coventry produciendo la muerte de toda su tripulación.

       En tanto, a bordo del Narwal, mientras algunos atendían a los heridos y otros trataban de obturar la brecha de agua, un grupo de marinos comenzó a construir con tablas y otros elementos una balsa improvisada.

       Se encontraban en ese intento desesperado cuando aparecieron tres helicópteros que evolucionaron brevemente sobre la nave atacada y luego la abordaron. Desde los aparatos se deslizaron por cuerdas unos quince hombres con uniformes negros, portando ametralladoras, pertenecientes al grupo de fuerzas comando del SBS (Special Boat Squadron) se desplegaron rápidamente y los tomaron prisioneros. Tras comprobar que no había armas a bordo, y establecer el grado de gravedad que presentaban la averías y daños, para la flotabilidad y funcionamiento del barco dispusieron su evacuación inmediata. Comenzaron con los heridos más graves y el cadáver de Omar Rupp. El resto de los tripulantes fue izado individualmente con una cabría hasta el interior de otras de las máquinas y luego todos los helicópteros partieron raudamente hacia el noreste.

        Durante la acción de captura los efectivos militares británicos lograron apoderarse de los documentos secretos y las claves que el Coordinador Naval no alcanzó a arrojar al mar debido a lo fulminante de la operación y a que el mismo se hallaba atendiendo a los heridos y colaborando en la fabricación de la balsa.
       Una última mirada al Narwal los angustió aún más. El noble barco se mecía solitario en medio de la mar embravecida. Empero su agonía no iba a durar mucho. Al día siguiente, cuando una nave británica intentaba remolcarlo, el pesquero que había embarcado mucha agua por el rumbo, zozobró.

       Luego de tres horas de vuelo con rumbo este – 300 millas- distinguieron en el horizonte la silueta de un portaaviones rodeado de un buen número de barcos de guerra. Era el Invencible.

       Mientras sobrevolaban el área acertaron a divisar a otro portaaviones, se trataba del Hermes que notablemente escorado y todavía humeante mostraba averías en la superestructura de su cubierta de vuelo. Más tarde los marinos ingleses, pese a la reticencia en dar informaciones, tuvieron que admitir ante los tripulantes del pesquero, que esa nave había sido atacada por aviones argentinos.

       Sobre la cubierta del Invencible se veía gran actividad de aviones que despegaban y otros que se posaban en un ininterrumpido y ruidoso carrousell. Fue por ello que debieron esperar un largo rato antes de que las máquinas pudieran asentarse. Siempre custodiados, fueron bajados al hangar en el interior de la nave. Luego de atravesar varios niveles, desembocaron en un recinto donde le fueron requisados sus efectos personales y se les proveyó de ropas secas.

       Después de someterlos a un prolijo interrogatorio y proporcionarles algo de comida, los tripulantes capturados fueron llevados a lo que sería su obligado alojamiento los días subsiguientes: una sala destinada a celebraciones litúrgicas ubicada en la séptima cubierta.

       Los heridos recibieron atención médica y fue reconfortante para todos verlos evolucionar rápida y favorablemente. El problema más acuciante resultó de saber que el Invencible era un blanco prioritario para los aviadores argentinos y éstos, en caso de atacarlo, desconocían que en su interior se encontraban veintidós compatriotas.

       El lunes 10 de mayo, un sacerdote anglicano ofició las exequias de Omar Rupp. En una ceremonia donde estuvo presente el comandante del portaaviones y rodeado de quienes habían sido sus compañeros, el cuerpo del valiente contramaestre, envuelto en una bandera Argentina, fue arrojado al mar que tanto amó. El oportuno salmo pronunciado por el capellán, finalizó con una sentida invocación:”Señor de los océanos, recibe a este tu hijo...”. Cuando los restos desaparecieron en las heladas aguas, los sobrevivientes del pesquero, gritaron con emocionada vos ¡Viva la Patria!

         Los días transcurrieron a bordo del portaaviones dentro de una tediosa rutina. Comían frugalmente y dormían en catres de campaña. A veces jugaban al ajedrez o dominó y asiduamente eran visitados por médicos. En una oportunidad se hizo presente el Príncipe Andrés, que era aviador de helicóptero en esa nave, quién se interesó por ellos y les convidó algunos cigarros. El trato para con ellos por parte de los tripulantes ingleses evidenció en todo momento que pese a su calidad de prisioneros, predominó su condición de sobrevivientes civiles, víctimas de una agresión desproporcionada.

       La monotonía los llevó a estar atentos a todos los sonidos, especialmente los originados por los despegues de los Sea-Harrier. Más tarde cuando estos volvían de sus misiones, se entretenían contando el número de golpes que los mismos producían al asentarse sobre cubierta y al no coincidir éstos con la cantidad de despegue, podían claramente advertir que algunos ya no iban a regresar jamás. Ello sumado al reciente nerviosismo que dejaba traslucir el personal del portaaviones cuando les llegaba la alerta anunciando la proximidad de algún barco argentino, les hizo  conjeturar, y no sin razón, que la batalla estaba tornándose más dura de lo que algunos supusieron.

       Después de una estadía de diez días en el Invencible, los pescadores fueron trasladados, junto con los heridos, al Hecla, un barco ambulancia, en el cual, durante dos jornadas, pudieron contar con algo más de comodidad. De allí fueron transbordados al buque hospital Uganda.

       La permanencia en ese barco tuvo ribetes dramáticos, pues en un momento determinado se acercaron peligrosamente al Estrecho de San Carlos donde se desarrollaba una feroz batalla aeronaval. Las contundentes oleadas del contraataque de nuestros aviones hicieron estremecer a la fuerza invasora. A medida que pasaron las horas se fueron ocupando las camas disponibles, con los heridos de la flota inglesa, hasta que al promediar el quinto día de combates se llegaron a cubrir todas las plazas con los heridos del destructor Coventry y el Transporte  Atlántico Conveyor que habían resultado hundidos. Alguien recordó que ese día era 25 de mayo y la Aviación Argentina se lo había hecho notar también a los ingleses.

       Del Uganda fueron reembarcados en el Hecla a cuyo bordo arribaron el 1ro. de junio a Montevideo. En ese puerto uruguayo abordaron el buque de la Escuela Nacional de Náutica, Piloto Alsina, que los trasladó a Buenos Aires.

       Había concluido su odisea y la cruel tormenta de la guerra quedaba atrás. Sobreponiéndose al dolor de lo irremediablemente perdido, los marinos volvieron a sus hogares y sus ocupaciones para continuar su vida normal, pero ahora enfrentada con el brebaje de una experiencia que les hacía vislumbrar claramente la expectativa de un compromiso que no finalizaba con la batalla de Malvinas.




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