Jorge Muñoz: "Misión Cumplida"
. Inteligencia Naval
. Inteligencia Naval
. “Río de la Plata”
. “Tierra
del Fuego II”
“Rio Teuco”
“Glaciar Perito Moreno”
El
sector pesquero
. “Elemento
de Tareas 17.3” (“Usurbil”-
“María Luisa”-“Mar
Azul”)
. “Narwal”
. “María
Alejandra”
TAREAS
DE INTELIGENCIA NAVAL
Desde el momento en que la
fuerza de Tareas Británica partió del Puerto de Portsmouth hacia el Atlántico
Sur, el 5 de abril de 1982, su comandante, el Almirante Woodward, tuvo entre
sus principales preocupaciones, tratar que su desplazamiento se realizara
dentro de la mayor discreción posible, procurando que se mantuviera en reserva
el exacto tipo y número de naves; su posición; la verdadera orientación de su
ruta (hacia Georgias, Buenos Aires o Malvinas) y cualquier otra referencia que
pudiera servir a la Inteligencia Militar Argentina.
Contrariamente a lo que se podía suponer, ya que era sabido que nuestro país no
contaba con satélites espías, ni tampoco con veloces submarinos nucleares de
amplio radio de acción, para poder obtener información por medios de avanzada
tecnología; nuestros mandos militares, a través de una red informativa no
convencional, tuvieron, casi siempre, el conocimiento, con apreciable
exactitud, de los movimientos de los movimientos de la flota enemiga.
A partir de su zarpada de Inglaterra, luego en su base de la Isla Ascensión y
más en medio del Atlántico, la observación Argentina estuvo atenta a la
actividad de los efectivos que integraban la operación que el oponente denominó
“Corporate”. Por supuesto el comando británico siempre tuvo la firme convicción
de que estaban siendo observados por medios no ortodoxos y trató de evitarlo de
cualquier forma.
Para llevar a cabo las operaciones de inteligencia nuestra Armada, que tomó el
control de las mismas a partir del 20 de abril, contó con la participación,
además de un Boeing 707 de la Fuerza Aérea; con un cierto número de buques de
la Empresa Nacional ELMA y también un grupo de pesqueros de altura con su
tripulación incluida, cedidos por algunas empresas de ese rubro comercial.
Estas unidades, algunas con Oficiales de la Armada embarcados en las mismas,
quedaron bajo el control de la Jefatura de Inteligencia Naval (JEIN), a cargo
del Contralmirante Eduardo M. Girling y recibieron la Misión de realizar en los
sectores asignados las tareas de: búsqueda (de la flota de tareas británicas),
interceptación, patrullajes, inteligencia de comunicaciones y también el
eventual salvamento y rescate náufragos. En ese caso de concretar alguna
localización debían mantener, en lo posible, ”Exploración en Contacto”,
informando los movimientos, composición y actividad del enemigo.
A fin de crear una orgánica operacional se constituyó en un principio el Grupo
de Tareas 17 (G.T.17) integrado por los siguientes Elementos de Tareas (E.T.):
E.T.17.1: BOEING 707 de la Fuerza Aérea
E.T.17.2: Buque “TIERRA DEL FUEGO II” (ELMA)
E.T.17.3: Pesqueros de altura: “USURBIL”, “MARÍA LUISA” Y “MAR AZUL”.
Las operaciones aéreas de exploración y reconocimiento lejano sobre el
Atlántico Sur y Meridional, en cuya etapa de planificación se contó con
asesoramiento voluntario de pilotos de Aerolíneas Argentinas, permitieron
obtener información temprana sobre la composición, ubicación y desplazamiento
de la flota británica a partir de la Isla Ascensión hasta alcanzar el lateral
del Río de la Plata y posteriormente de las evoluciones de las naves británicas
en las proximidades de Malvinas y Georgias. A tal efecto la Fuerza Aérea
registra a partir del 21 de abril y hasta el 14 de junio, cuarenta y
nueve salidas operativas de sus Boeing 707 TC91 y TC92. Cabiendo destacar
que cuando la Fuerza de Tareas británica alcanzó la latitud 34° 40´ S se
transfirió el control de las operaciones aéreas de exploración al Comando del
Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (COATLANSUR). Sin perjuicio de ello
desde el principio del conflicto se contó con información por parte de naves
mercantes, que daban cuanta de avistajes supuestamente ciertos e importantes,
pero a esta actividad bastante dispersa, Inteligencia de la Armada, no la
consideró lo suficientemente confiable y por lo tanto tampoco fue objeto de un
particular análisis. Fue tal el caso del Buque Mercante de ELMA, Glaciar
Perito Moreno que informó haber avistado el día 3 de abril al B.M.
HMS Apple Leaf en posición 31° 33´ N 01° 06´ W y también del
pesquero Doña Manuela quién, al día siguiente, denunció la
presencia de un submarino en el Golfo San Jorge.
Sin embargo, la incursión, el 23 de abril, en el fondeadero de la Isla
Ascensión, del mercante de ELMA, Río de la Plata, a instancias de
la Jefatura de Inteligencia de la Armada, dio inicio a una tarea orgánica de
inteligencia cuya fuente debidamente explotada iba a proporcionar uno de los
datos más concretos y valiosos en ese segmento de la conflagración.
Esa información y a medida que se acercaba la Flota, fue confirmada y ampliada
por un avistaje del día 26. La apreciación sobre la derrota y la modalidad de
traslado de la Fuerza de Tareas con sus portaaviones y su escolta quedó
reflejado claramente en la pantalla de radar del Tierra del Fuego II,
que logró acercarse peligrosamente al enemigo y fue reafirmada más tarde por
los pesqueros Usurbil, María Luisa y Mar Azul componentes
del Elemento de Tareas, ET. “17.3”, cuya misión primordial fue patrullar
formando una barrera perpendicular a la derrota estimada de la Flota enemiga,
para tratar de establecer contacto radarizado con la misma.
Más adelante y sin perjuicio de la continuada y eficaz labor de los Boeing 707
y los aviones Neptune de exploración de la Armada, la información desde mar en
la zona de Malvinas, dependió, casi exclusivamente, de otro grupo de pesqueros
formado por el Comandante Naval de Tránsito Marítimo, que ubicó a tres de esos
buques, (María Alejandra, Constanza y Narwal) éste
último, con un oficial naval a bordo, en tres zonas adjuntas a unas 300 millas
al noroeste de las islas. Este servicio que comenzó en la segunda quincena de
abril se dio por finalizado alrededor del día 20 de mayo. Diez días después
esos mismos pesqueros, pero con dotación naval militar, fueron dispuestos para
tratar de llevar adelante una misión logística denominada “Relámpago”,
destinada a Malvinas, pero la misma no puso concretarse integralmente.
“RÍO DE LA PLATA”
El 5 de abril de 1982 el buque
mercante Río de la Plata de la Empresa Líneas Marítimas
Argentinas (ELMA), atravesaba el Canal de la Mancha, proveniente de Finlandia y
se dirigía al puerto de Bilbao, como última escala de carga antes de su destino
final en Buenos Aires.
En tanto surcaban esas aguas internacionales tan cercanas a las costas de
Inglaterra y con objeto de tener más noticias a raíz del conflicto suscitado
por la reciente de recuperación de las Islas Malvinas por parte de nuestro
país, el comandante de la nave, Capitán de Ultramar, Carlos Benchetrit,
encendió el televisor de la Cámara de oficiales.
Apareció en pantalla un canal londinense transmitiendo en coloridas imágenes la
zarpada del puerto de Portsmouth de los portaaviones Invencible,
luego buque insignia de la Taske Force, y el Hermes
de 28.000 toneladas. Se podía apreciar que ambos partían en medio de
un clima festivo, despedidos por bandas de música y una apreciable cantidad de
público que evidenciaba su euforia enarbolando banderas y símbolos británicos.
Benchetrit, trató de captar un poco más allá de las meras imágenes y conjeturó
que ese show era parte de una necesidad de la política inglesa procurando
demostrar, ante su propio pueblo y ante el mundo, la firme decisión en querer
recuperar, rápidamente, aquello que le habían “arrebatado”, enviando una enorme
fuerza naval al Atlántico Sur. Por otro lado y en medio de una crisis política,
el gabinete británico, sintió, al parecer, la necesidad de dar una respuesta
contundente a lo que consideraban una “humillante agresión” por
parte de Argentina. A ello contribuyó la agudizada sensibilidad de los
parlamentarios, en la Cámara de los Comunes, donde el diputado Laborista,
Walter Jhonson, expresó que si no se respondía con firmeza enviando prontamente
una fuerza británica a Malvinas, “mañana España podría aprovechar
para recuperar Gibraltar” y que “si fue tan fácil para
los argentinos tirar de la cola al león en Malvinas, otros países podrían
intentar hacer lo mismo en nuestras colonias”.
Mientras Benchetrit hacía estas deducciones, continuó con su rumbo sin llegar a
imaginar que muy pronto, el suyo, sería el primer barco argentino que iba a “enfrentarse”
cara a cara, a una parte de la flota británica.
El resto de la “Taske Force”, en realidad más del ochenta por ciento del
poderío naval inglés, partieron de otros puertos. De Plymouth, salieron,
el Sir Galahad y el Sir Geraint; de
Devonport, partió la fragata Antelope; de Gibraltar lo hicieron los
destructores y fragatas Glascow, Sheffield, Coventry, Brillant y Broasword;
en cambio de Faslane, en Escocia, ya lo habían hecho, el 29 de marzo, los
submarinos Conqueror y Splendid. Otras naves de
guerra que se encontraban en bases distantes como Belice y Canadá se fueron
sumando luego a la flota en su marcha hacia el Atlántico Sur.
Unos cuarenta barcos de guerra iban a ser apoyados logísticamente por cerca de
setenta barcos auxiliares, algunos de la Marina Real y otros requisados, como
el transporte de pasajeros Camberra.
Todos estos componentes planeaban reunirse en las cercanías de la Isla
Ascensión que se encuentra a unas 3.500 millas de Malvinas para luego
fraccionarse en tres flotillas operativas. Una a ordenes del Capitán,
Brian Young, en el crucero Antrim, que debía dirigirse a Georgias.
Otro grupo de batalla centrado en el Hermes y el Invencible,
a cargo del almirante, Sandy Woodward, tuvo la misión de llegar a Malvinas lo
antes posible y el tercer grupo de elementos anfibios, a órdenes del Comodoro
Mike Clapp, en el Fearless, debía permanecer un tiempo más en
Ascensión efectuando ejercicios de desembarco y aguardando la reunión del resto
de las naves aún dispersadas o con problemas técnicos.
El día 19, el Río de la Plata ya había dejado el puerto de
Bilbao y se encontraba navegando hacia Buenos Aires, cuando poco antes de la
media noche, a la altura de la Isla Do Fogo, en Cabo Verde, recibió un
telegrama cifrado de ELMA disponiendo desviara su rumbo hacia la Isla Ascensión
y desde una distancia no menor de 12 millas realizara un avistaje de los buques
británicos que pudieran encontrarse en inmediaciones de la misma.
Benchetrit, no sin asombro, leyó detenidamente el mensaje y de inmediato se
dirigió a la mesa de mapas donde con prolijidad y firmeza trazó un rumbo a
Ascensión. Acto seguido convocó a sus oficiales para imponerlos de las órdenes
de la Empresa. Estos, luego de escucharlo atentamente, no solo prestaron su
plena conformidad, sino que expresaron su vivo entusiasmo en poder colaborar
siendo útiles en un momento tan crucial para el país. Es de suponer que su
decisión no debe haber sido nada fácil ya que a bordo del Río de la
Plata viajaba como pasajera, su hija Cristina, de 23 años, quién
regresaba de un paseo por Europa. Pero evidentemente, un rápido cálculo de
posibilidad de riesgo y una gran confianza en sí mismo marcaron su
determinación que no fue errónea. Luego Cristina resultaría una eficaz
colaboradora, dado que se convirtió en una improvisada corresponsal de guerra
al encargarse de registrar en un anotador los pormenores de los hechos que
tuvieron por protagonistas a los tripulantes del buque.
Esa misma noche, donde se aceleraron tanto los motores como los corazones, se
doblaron las guardias del puente con objeto de no perder detalle en caso que
llegaran a tener un encuentro con naves del oponente.
Al llegar a este punto del relato estimo oportuno hacer un breve paréntesis,
para dar una semblanza del Capitán, Benchetrit, pues a través del conocimiento
de su personalidad podremos comprender mejor cual era el espíritu que animaba
sus decisiones y atinado proceder.
Carlos Benchetrit, nació en Laboulaye, Provincia de Córdoba y al cumplir diez
años se trasladó junto a su familia a Buenos Aires donde cursó sus estudios
primarios y secundarios.
De los primeros tramos de su niñez conserva un regalo de cumpleaños que resultó
premonitorio. Se trató de un juguete, un pequeño barco de madera cuyo nombre,
en el curso de los años iba a ser más que significativo: Río de la
Plata.
Definida su vocación, en 1944 ingresó en la Escuela Nacional de Náutica, “Manuel
Belgrano”, de la cual egresó con el título de Piloto de Ultramar. De inmediato
se incorporó como tercer oficial de cubierta en la Flota Mercante del Estado,
con cuyos barcos comenzó a realizar viajes a distintas partes del mundo. Ese
permanente contacto con las más diversas culturas fueron enriqueciendo su
espíritu y acrecentando su experiencia. Al cumplir veintiséis años obtuvo su
título de Capitán de Ultramar y junto a las mismas nuevas responsabilidades que
lo llevarían a forjarse en una profesión que le iba a exigir de todo su coraje
y determinación.
Paralelamente a su carrera de marino mercante, Benchetrit, desarrolló sobre la
base de sus cualidades naturales y gran sensibilidad, una profusa labor
literaria que comenzó con los relatos de las crónicas de sus viajes para
diarios y revistas de nuestra Capital. En 1963 publicó su primera obra de
teatro que comprende cuatro historias de mar, una de las cuales fue traducida
al italiano y luego representada en Génova.
Más tarde escribió un número considerable de cuentos, diversas obras teatrales
y un monólogo que fue representado en una sala de Buenos Aires en 1972. No
obstante, la mayor parte de su producción estuvo dedicada a la novela.
Aprovechando sus frecuentes viajes a lugares tan exóticos como Vietnam, relató
el sufrimiento humano en medio de la tragedia de la guerra y también, conocedor
del intrincado mundo de los barrios bajos de Nueva York desarrolló con singular
vuelo, el drama de los inmigrantes y marginales de esa ciudad.
Hecha esta breve relación sobre la personalidad del Capitán Benchetrit, donde
se evidencia su profunda vida interior y su búsqueda de un ideal a través de su
pluma y su profesión, volvamos a nuestro relato.
La Isla Ascensión, una posesión británica arrendada al gobierno de Estados
Unidos, está situada a poco más de 1.900 Kilómetros de la costa
occidental de África y a mitad de camino entre Londres y Puerto Argentino.
Surge en el Atlántico meridional como un afloramiento volcánico de forma circular
de unos 160 Km. cuadrados, donde se destaca, entre otras elevaciones menores,
el Monte Verde (Green Mountain) de 820 metros.
Más allá de que Ascensión no cuenta con puerto, sus dos principales ventajas
son su excelente fondeadero en la rada de Georgetown, su capital y la pista de
aterrizaje en el aeródromo Wideawake , que traducido significa bien despierto-
vigilante. En cuanto a la ayuda norteamericana su gobierno no tuvo reparo en
brindarle a los ingleses, entre otras comodidades, sus polígonos de tiro y el
aprovisionamiento de miles de litros de combustible que fueron llevados a la
isla en buques tanqueros estadounidenses sin que se diera publicidad.
Como dicha isla incrementó en esos días su actividad, se impuso en la misma un
estricto control en el manejo de los efectivos arribados y en las tareas de
seguridad y aprovisionamiento. A cargo del mismo fue designado el Capitán de
Navío, Mac Qeen, de la Armada Real quién contó, preventivamente, para asegurar
su defensa, con un avión Nimrod de reconocimiento lejano y un destacamento
terrestre de refuerzo.
Tal como era de imaginar a medida que se acumulaban materiales, hombres y
armamentos, dicha base, de carácter vital para los ingleses, se transformó
también en un objetivo prioritario para los servicios de inteligencia
argentinos quienes pese a los limitados recursos con que contaban, pronto iban
a desentrañar ese misterio.
Mientras el Río de la Plata se dirigía a toda marcha hacia su
objetivo, el tercer grupo de la Fuerza de Tareas naval británica había
comenzado a llegar a la isla donde cumplían sus obligadas escalas técnicas. Fue
así como el Camberra, ahora transformado en transporte de tropas y barco
de carga que llevaba en sus bodegas aviones Harrier, ancló a una milla de la
costa. Otro tanto hizo el buque de asalto, Fearless, con 1.000
infantes de marina a bordo, varias lanchas de desembarco y un remolcador de
bandera holandesa arrendada por la Marina Real Inglesa.
El 23 de abril, el Río de la Plata, llegó a Ascensión cuando el
reloj marcaba la hora 17:00. Poco antes de su arribo se había cruzado con un
barco de guerra inglés que se encontraba efectuando ejercicios tácticos con un
submarino, pero éstos continuaron con su actividad e ignoraron el paso del
mercante.
A marcha moderada y una distancia entre diez y doce millas del fondeadero
pudieron observar que en el mismo se encontraban quince barcos británicos.
Desde ese mismo momento en que estuvieron también al alcance de una clara recepción
en la honda VHF, pusieron en marcha un grabador de cinta que ubicaron junto a
la radio, lo que les permitió grabar todas las comunicaciones que se efectuaban
entre los buques y también entre estos y la isla. A través de la captación de
dichas emisiones pudieron establecer no solo la identidad de algunos de los
buques avistados y quienes se encontraban al mando, sino también que tipo de
trabajos se estaban efectuando sobre los mismos.
Increíblemente durante el pasaje del barco argentino frente al fondeadero donde
se encontraban en plena tarea los barcos ingleses, ninguno de ellos demostró
percatarse de dicha presencia, como tampoco se notó, en las conversaciones que
los mismos mantenían por VHF, que se hubieran percibido de la observación a
que estaban siendo sometidos.
Una vez concluido el avistaje y tras haber logrado un impecable registro
magnetofónico, Benchetrit, decidió continuar la navegación rumbo a Buenos
Aires.
Esa misma noche envió a la Empresa un mensaje cifrado especificando el detalle
de lo que habían logrado divisar.
La transmisión emitida desde el Río de la Plata fue localizada
por los británicos a través de Two Boats, un equipo de
intercepción y criptografía de la GCHQ “Government Communications Headquarters
(Jefatura de Comunicaciones Gubernamentales) que operaba en Ascensión bajo
cobertura comercial brindada por una conocida compañía de comunicaciones
internacionales. Pero ya era tarde, el secreto de los preparativos y potencial
de la Fuerza de Tareas había sido develado y de ahí en más, los mandos
argentinos iban a tener exacta información acerca de la partida de la flota
desde Ascensión, su composición, velocidad y derrota. Este informe crucial con
otro posterior, enviado por Benchetrit, sumado al avistaje de un Boeing 707 de
Fuerza Aérea, completó la información de un oficial superior de inteligencia
argentino que se encontraba en Londres y había sido testigo de la partida de la
Fuerza de Tareas desde Portsmouth.
La identidad de los buques avistados se pudo establecer en coincidencias con la
observación, a través de binoculares y las características particulares que
señalaba el libro nomenclador de radiotelegrafía que se poseía a bordo. Esta
conjunción se vio facilitada por la experiencia del 2do Oficial, Armando Busto,
quien había revistado un tiempo en la Armada Argentina y conocía
suficientemente los distintos perfiles de las naves de guerra.
Al día siguiente cuando habían dejado a Ascensión unas 30 millas atrás, se
recibió en la radio del mercante otro telegrama de ELMA, el cual expresaba la
conformidad por la observación realizada, pero, además, disponía su regreso a
Ascensión, con el fin de completar más datos sobre los buques avistados y
tratar de obtener fotografías.
Sin dudar un instante, Benchetrit, ordenó poner rumbo a la isla a la cual
llegaron en horas de la noche.
Con el fin de disimular el verdadero sentido de su presencia en el lugar, se
trató de darle a la nave una apariencia exterior distinta. Para ello se
modificaron las posiciones de las luces de navegación, se ordenó apagar las
interiores y con la ayuda de algunas luminarias en sitios claves, se
proporcionó al buque, al menos en horas donde reinaba la oscuridad, el aspecto
de ser un pesquero.
Siempre con el VHF abierto y el grabador en marcha, iniciaron una navegación
alrededor de la isla a una distancia de cinco millas de la costa. En dicho
periplo, que se cumplió a marcha lenta y duró toda la noche, se percibió actividad
de aviones y helicópteros que operaban en el aeropuerto, en tanto la flota
permanecía en quietud y silencio radial.
Tal como lo había calculado Benchetrit, cuando el carguero cumplió su giro a la
isla, se encontró llegando al ancladero con la primera luz de la mañana. Era
una hora ideal, pues con el sol a sus espaldas y la incidencia de los rayos
iluminando las naves allí surtas, le resultó más fácil avanzar sin ser
percibido y poder distinguir claramente las características de las mismas. Desde
esa ventajosa posición, el Río de la Plata fue acercándose
hasta una distancia entre dos y tres millas de los otros barcos, sin
detener su marcha y sin que, al parecer, fuera advertida su presencia.
Durante el transcurso de ese avistaje aprovecharon para obtener excelentes
fotos de todos los barcos, improvisando un teleobjetivo que armaron adaptando
el foco de unos binoculares que colocaron delante del lente de la única cámara
fotográfica con que contaban a bordo.
Resultó más que interesante y por momentos increíble para los tripulantes del
carguero argentino, ver la multiplicidad de tareas que los británicos estaban
efectuando. A simple vista un trabajo engorroso donde embarcaciones menores y
helicópteros se movían como abejas en una colmena tratando de suplir en
el fondeadero la falta de muelles y guinches. Evidentemente la necesidad
política de querer mostrar al mundo que estaban prestos a reconquistar “sus
islas” sin demora, obligaba a las Fuerzas británicas a completar, lejos de
miradas indiscretas, un alistamiento desmesuradamente esforzado.
Sobre la blanca mole del Camberra, evolucionaban varios
helicópteros Sea King, portando en sus eslingas, planchas metálicas con el fin
de equiparlo con cubiertas de vuelo, emplazándolas entre las pasarelas y las
chimeneas, para permitir, que en una se posaran aviones Harrier y en la otra,
helicópteros. Para lograrlo habían desplazado algunos mástiles de antenas y
colocando puntales en el hueco de una piscina vacía.
Era dable también ver lanchones de desembarco efectuando maniobras junto al
anfibio Fearless, desde el cual oían claramente por radio las
órdenes de su capitán, Jeremy Larsen.
Mientras tanto, la fragata, Antelope permanecía quieta en una
punta del fondeadero, era notable la actividad en torno a los
transportes, Sir Galahad, Sir Tristan, Stromnness, Pearleaf y Sir
Bedivere, donde los remolcadores de mar, Typhoon y Salvagemen se
desplazaban con gran agilidad llevando materiales y personal.
Luego del reconocimiento y siempre a marcha normal, el Río de la Plata fue
alejándose del lugar. No había hecho una milla cuando por radio se escuchó una
voz de alarma advirtiendo a los buques sobre la presencia de un intruso y
requiriendo reducir al mínimo las conversaciones.
El mercante continuó su marcha tratando de aparentar ser ajeno a lo sucedido,
pero en pocos minutos tuvo una ingrata visita. Dos helicópteros Sea King, que
amenazantes, efectuaron evoluciones a muy baja altura con intención de
obligarlo a alejarse del lugar. Durante el tiempo que duró el hostigamiento,
desde las aeronaves británicas se tomaban fotografías y se filmaba al buque
desde todos los ángulos. Benchetrit, ante la posibilidad de un abordaje por
parte de tropas comando, tomó la precaución de colocar todo el material
comprometedor en una bolsa lastrada, lista para ser fondeada. Pero ello no fue
necesario pues luego de media hora de acoso, los helicópteros se alejaron en
dirección a Ascensión.
Pero allí no terminó todo. En medio del silencio radial, se sintió la voz del
Comodoro, Clapp, desde el Fearless, requiriendo en forma amable a la
Fragata Antelope, que: “si consideraba oportuno, y no
interfería en sus trabajos”, saliera a capturar al “stranger ship”.
Sin embargo pese al sugerente pedido, desde la nave de guerra, alguien que se
identificó como Capitán, Tobin, contestó por radio que “iba a hacer
todo lo posible pero iba a demorar más de dos horas en poder salir”.
Se ignora si esta fragata zarpó en persecución del buque argentino, pero a sus
tripulantes sorprendió no verla aparecer en el horizonte ya que dada su
velocidad de 30 nudos, era factible que lo hubiera podido alcanzar más
adelante.
En ese momento tan incierto se recibió, como una ironía del destino, un
telegrama de la Empresa ELMA, disponiendo el regreso urgente del Río de
la Plata a Montevideo. Lo insólito del caso consistió en observar que
dicho cable había sido despachado la noche anterior y por razones técnicas de
horario, el radiotelegrafista no lo había recepcionado oportunamente.
De todas maneras ya era tarde para cualquier conjetura y siguieron navegando
con un total silencio radial y electrónico para no ser detectados, demorando la
transmisión del mensaje a la Empresa paras el día siguiente.
Efectivamente ya asegurados que ningún barco los seguía y calculando que se
encontraban lo suficientemente alejados de la conflictiva base, transmitieron
la información obtenida a la sede de la empresa ELMA. No bien habían concluido
con el contacto telegráfico, cuando fueron sobrevolados por un avión de
reconocimiento de la Fuerza Aérea británica, que luego de algunos pasajes
rasantes, se alejó rumbo al Oeste hasta perderse de vista. Esta última novedad
alcanzaron a comunicarla a Buenos Aires y luego cortaron toda transmisión para
continuar la navegación en silencio por más de veinticuatro horas.
Como la falta de noticias preocupó a las autoridades de ELMA, que no recibían
respuesta a los llamados, el gerente de la Empresa decidió enviar un radiograma
sin clave cifrada, pero cuyo texto estaba redactado en términos lunfardos. El
mismo decía “Bencho, picátela al socaire de macacos y domani chamuyame
como era el quía que te ojeó. Un abrazo, el Capitán, Radivoj”. Para
quienes no están familiarizados con el lunfardo la traducción aproximada
sería: “Bencho” (apelativo con que se lo conocía a Benchetrit), andante
rápidamente hacia la costa brasileña y mañana háblame de cómo era la persona
que te avistó”.
Durante el trayecto al continente, alcanzaron a divisar a unas veinte millas
por proa, un buque de guerra que evidentemente se dirigía a Ascensión, pero
dada la distancia no llegaron a identificarlo. Presumiendo que el mismo
proviniera de la isla brasileña de Trinidad, donde quizá podrían encontrarse
otros barcos británicos, pusieron rumbo a la misma. Dicha isla fue reconocida
en todo su perímetro a una distancia entre media y una milla, sin que se viera
embarcación alguna. Cumpliendo ese trámite, el Río de la Plata hizo
puerto primero en Montevideo y luego emprendió rumbo a Buenos Aires, donde el
resto del material logrado, grabaciones, fotografías, etc. fueron entregados a
ELMA y a través de la misma a la Armada Argentina.
En medio del beneplácito de sus superiores y de los mandos navales, Benchetrit,
fue requerido nuevamente por personal de la Armada para cumplir otra misión
secreta. El Capitán aceptó, pero los trabajos que necesitaba el barco para estar
en condiciones, demoraron su salida y al finalizar los mismos, la contienda
terminó y la misión se canceló.
Benchetrit continuó con sus viajes en el Río de la Plata, siempre
hacia el norte de Europa. Tres años después del conflicto, se encontraba
navegando cerca del Golfo de Vizcaya, cuando atento a la radio alcanzó a
escuchar una conversación entre dos barcos ingleses a quienes identificó como
ex participantes en la guerra de Malvinas. Sin pensarlo mucho fue a buscar las
cintas que había grabado durante el episodio de Ascensión y las puso en el aire
a través de la misma frecuencia.
Luego
que se oyeron esas voces provenientes de seres que ya no estaban y desde naves
que ahora yacían en el fondo del mar, se hizo un profundo silencio. Quizá los marinos
británicos jamás hayan podido dar una explicación lógica a esa alucinante
experiencia, ni imaginar que un marino argentino, con métodos muy simples, los
continuaba sorprendiendo.
En agosto de 1982 en una ceremonia especial, la Armada Argentina honró al
personal de la Fuerza y también a civiles que se habían distinguido por su
comportamiento en las distintas operaciones cumplidas durante el desarrollo del
conflicto en el Atlántico Sur. En esa oportunidad el Capitán, Benchetrit fue
condecorado con la medalla “AL ESFUERZO Y ABNEGACIÓN”: POR OPERAR CON ACERTADO
CRITERIO PROFESIONAL EN REPETIDAS MISIONES, BAJO ELEVADO RIESGO.”
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