Metula, Napier y Cabo Tamar 100000 Tn de crudo al mar
Comentario. Nota bajada de la página de la LIGA
MARITIMA DE CHILE, del sector REVISTA MAR.
El autor es el abogado que defendió a los tres capitanes.
El autor es el abogado que defendió a los tres capitanes.
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Bastante se ha escrito en Chile y
son bien conocidos también a nivel internacional, al menos entre las personas
vinculadas al mar, los tres accidentes ocurridos en nuestra costa que han
provocado derrames de petróleo en grandes volúmenes, con el consiguiente daño
ecológico: el “Metula”, el “Napier” y el
“Cabo Tamar”, son nombres que se encuentran incluso en una búsqueda simple
en INTERNET.
La varada del buque tanque “Metula” en el estrecho de Magallanes,
el 9 de Agosto de 1974, con 53.500
toneladas de petróleo derramado, la del “Napier”, el 10 de Junio de 1973, con 42.000 toneladas vertidas en
la isla Guamblin y sus alrededores y, el “Cabo
Tamar”, con 12.500 toneladas de crudo derramadas en la bahía de San Vicente en 1978, se encuentran
reseñadas y comentadas en diversas publicaciones locales e internacionales.
Por eso, en esta nota, no es mi
intención abundar en detalles de los hechos como no sea para referirme a los capitanes: un holandés, un griego y un
chileno que los comandaban, para facilitar una apreciación acerca de su
cometido como encargados de una misión en que necesariamente afrontaron la
soledad del mando conforme a sus aptitudes, a su preparación y a sus valores
morales para tomar las decisiones previas y coetáneas al accidente. Debo
aclarar que en los tres casos a que me
estoy refiriendo tuve a mi cargo, como abogado, la defensa de los capitanes
ante la Autoridad Marítima, por encargo de los Clubes de Protección e
Indemnización (P&I Clubs) en que estaban ingresadas las naves por sus
armadores. Como es usual en accidentes de esa magnitud debí también efectuar
una investigación paralela al sumario de la Dirección del Litoral de nuestro
país. Esto significa que conocí e interrogué más de una vez a los capitanes y a
las demás personas involucradas, incluyendo a los oficiales Prácticos que los
asesoraban en los casos del “Metula” y del “Cabo Tamar”, ya que el accidente
del “Napier” ocurrió sin Práctico, en la que debía ser una navegación de
altura.
En este punto cabe hacer una corta
reflexión acerca de la frase de Ortega y Gasset: “el hombre y su circunstancia”. En efecto cada uno de los capitanes
tenía sus propias “circunstancias” correspondientes a su educación, a su
posición social y familiar, a sus creencias y a su carácter, así como dependía
de las “circunstancias” propias de la época en que les tocó vivir. Hasta el
siglo XIX y hasta que el avance de la tecnología de las comunicaciones permitió
a los capitanes estar en contacto permanente con los armadores, fueron ellos,
propiamente y como se decía “Dios en su buque”. Sus decisiones no se discutían
y sus excesos de autoridad, si existían, se juzgaban posteriormente en
tribunales especiales y en sus respectivos países.
En cambio, al momento de ocurrir estos siniestros los tres capitanes tenían día a
día instrucciones del armador que las dictaba considerando solamente el
cumplimiento estricto de sus contratos de transporte, aunque con ellas
pudiera, en algunos casos, aumentar los riesgos de la navegación. De ese modo
podría ser que tales órdenes estuvieran, a veces, en pugna con la opinión de un
capitán que quisiera acogerse al refugio de un puerto en una tormenta o para
hacer reparaciones urgentes, frente al interés del naviero de entregar la carga
en fecha fija para evitar multas o la pérdida del siguiente transporte pactado.
Estos y otros factores pudieron
influir en las decisiones de los tres capitanes, que ellos no quisieron
transmitirme dentro de mis investigaciones a pesar de mis esfuerzos por conocer
“todas las circunstancias”, ya que yo representaba también los derechos del
asegurador de las naves.
El Capitán del B/T Metula
Buque tanque Metula. El “Metula” de bandera holandesa y con un
capitán de la misma nacionalidad, era el petrolero más grande por
capacidad, por eslora y por calado (más de 60 pies) que llegara a Chile vía
Estrecho de Magallanes. Su capitán no
conocía esta ruta y, diligentemente, procuró estudiarla cabalmente, para
ello, adquirió en Ciudad del Cabo todas las cartas de navegación,
correspondientes ya que, el buque carecía de ellas en el puente. Las únicas
cartas disponibles en ese puerto, eran las del almirantazgo británico, bastante
antiguas, por lo que la Marina de Chile había preparado recientemente una carta
nueva que estaba en proceso de distribución y que aún no había llegado a Sud
África. Esta nueva carta era probablemente más precisa y completa que la del
almirantazgo, pero no estuvo a disposición del capitán para estudiar el paso
del estrecho. De este modo, cuando llegaron a bordo los prácticos chilenos,
capitanes Pedro Arellano llevaban la nueva carta y el capitán de la nave debió
pensar, casi necesariamente, que el estudio que había hecho del paso del estrecho
había sido poco menos que inútil y que tendría que confiar totalmente la
navegación en las instrucciones de los prácticos. Es decir, no perdía el mando
conforme a la ley, pero no tenía otra alternativa que considerar irrelevante su
estudio anterior.
Los capitanes Bernal y Arellano
tenían larga experiencia y habían pasado la Primera Angostura y esquivado el
bajo Satélite muchas veces, de noche y de día, según fuera la hora de la estoa,
piloteando naves de hasta 35 pies de calado, siempre “cayendo” en el mismo
punto, en el momento exacto y pasando con la nave sin inconveniente. ¿Por qué
habría de ser distinto en este caso?, se trataba de una nave muy moderna con
buen poder de máquina, excelente sistema de gobierno y, aunque fuera de noche
el bajo Satélite estaba con su baliza encendida. Todo debía salir bien.
Pero en el hecho, cuando se dio la orden de “caer” y los
prácticos dieron el nuevo rumbo, la nave casi no obedeció al timón y todo
esfuerzo para poner en rumbo su proa y pasar libre el bajo Satélite fue
infructuoso, con lo que el enorme casco encalló en él produciéndose una gran
rotura por la que se derramaron más de 50.000 toneladas de su carga
contaminante.
Recurriendo a la lógica y,
obviamente, sin ningún medio de comprobar empíricamente mi teoría en el alegato
que hice en favor del capitán ante la Corte Marítima, argumenté que la única
explicación posible para el accidente, era la existencia de una corriente
profunda no descrita en el Derrotero de la costa de Chile. Dicho en otros
términos, que la “estoa” esto es el aparente cese del flujo de las corrientes
de gran fuerza que se produce en el estrecho sería un fenómeno relativamente
superficial hasta no más de 30 pies, lo que permitía el paso sin desviarse, de
naves de ese calado o poco más, mientras que a mayor profundidad se mantendrían
corrientes no estudiadas hasta ese momento y no conocidas por los prácticos ni
mucho menos por el capitán del “Metula”. Estas corrientes habrían empujado el
casco por debajo de 30/40 pies, sacándolo del rumbo.
Al terminar el alegato, los comandantes Reyes y Oelkers que
integraban la Corte Naval y con quienes mantenía una relación, lejana pero
cordial, se me acercaron sonriendo y me dijeron que mi teoría era buena sólo
para abogados.
Algún tiempo después, cuando yo
preparaba un viaje a Londres, como lo hacía con cierta regularidad para dar
cuenta a los Clubes de P&I de los asuntos pasados y pendientes relacionados
con mi cargo, me encontré con los comandantes Reyes y Oelkers en la calle Prat,
como lo hacía con cierta frecuencia. Nos saludamos y conversamos brevemente y
cuando supieron de mi viaje me pidieron
que en el remoto caso que me encontrara con el capitán del “Metula’ le dijera
que ellos lo consideraban un buen capitán y que así se lo hiciera saber al
Club de la nave. ¡Nobleza obliga!
Juzgue el lector con estos
antecedentes y revise los estudios que con posterioridad al accidente se han
hecho sobre las corrientes profundas en el Estrecho de Magallanes y las
prevenciones adoptadas para pasar la Primera Angostura por la noche.
El Capitán del “Napier”
Buque tanque liberiano Napier. El
“Napier” era un buque tanque con bandera de conveniencia que navegaría por la
costa chilena para seguir por el Estrecho de Magallanes al Atlántico. Recaló en
Valparaíso y antes del zarpe, su capitán declaró que el radar principal
funcionaba bien y que el auxiliar sería reparado durante la navegación por un
técnico a bordo. El técnico era el propio capitán quien, no pudo repararlo
encontrándose con la sorpresa que el radar principal también dejó de operar a
la altura de Talcahuano. En vez de recalar para reparar adecuadamente ambos
radares, el capitán decidió seguir navegando por estima, mientras trataba de
arreglar uno de los sistemas, confiando en ayudarse con los radiofaros de la
ruta.
Desafortunadamente, confundió la
posición de uno de los radiofaros marcados en la carta, con lo que calculó mal
la posición de la nave y con muy escasa
visibilidad fue a estrellarse de proa en la isla Guamblin, con pérdida total de
la nave y con derrame al mar de casi todo el petróleo que conducía. Lo
anecdótico del caso es que la nave de la Armada que fue en auxilio de la
tripulación salvó también parte de los objetos personales de ésta y que, en el
caso del capitán, una de sus dos maletas se le cayó al mar embravecido al
saltar al bote de salvamento y que, curiosamente, contenían el bitácora del
puente y de máquinas del “Napier”...
El Capitán de “Cabo Tamar”
Buque tanque Cabo Tamar. El año 1978 fue un período en que las
relaciones de Chile con nuestro país vecino, Argentina, llegaron a su máxima
tensión, debido a los problemas derivados por la soberanía del canal Beagle
y las islas situadas al sur y su proyección en el mar territorial.
En ambos países y dentro de las capacidades de cada uno, se hicieron
los preparativos para enfrentar una guerra que sólo detuvo a fines del año, la
mediación del Papa. Entre estos aprestos, uno de carácter fundamental, era
el aprovisionamiento de petróleo y sus derivados y la mantención de reservas
adecuadas en las refinerías nacionales.
El buque tanque “Cabo Tamar”
llevaba el petróleo que reclamaba con urgencia la refinería de Concepción, a
través del terminal petrolero de San Vicente. Al arribar la nave, las
condiciones del tiempo, a juicio del capitán, hacían riesgosa la operación de
fondeo y conexión al terminal, según él mismo me lo dio a entender; pero lo
cierto es, que la operación se intentó con tanta urgencia, que el práctico de
bahía que lo asistió, el capitán Lavarello ni siquiera subió a la nave, sino
que colaboró en la maniobra desde una lancha ubicada a su costado.
Todo hace pensar que entre “las
circunstancias” del capitán, estuvieron, en este caso, su patriotismo y el
interés nacional respaldados por el armador de la nave y quien sabe si por la
propia Autoridad Marítima.
Para quien ha leído esta nota estará claro que más que un relato de
hechos conocidos, es una reflexión acerca de la responsabilidad del mando y de
la soledad en que se encuentran los que deben decidir desde su propia
“circunstancia” que no es necesariamente la misma de quienes los juzgan.
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