Comentarios: falleció ayer viernes 19 a los
84 años el escritor, filósofo y semiólogo, Umberto Eco, que nació en Alessandria
el 05.01.1932, en el norte de Italia.
Escribió varias novelas y ensayos que le dieron
reconocimiento mundial. También escribió artículos para periódicos y en no
pocas ocasiones originó polémicas por apartarse de lo políticamente correcto.
De esas notas rescato un texto reproducido por el
diario La Nación sobre el poder.
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Para LA NACION 05.07.2004
Umberto Eco.
Y los atenienses les dijeron a los melios: "Vuestra amistad sería
una prueba manifiesta de nuestra debilidad, mientras que vuestro odio se
interpretaría como una prueba de nuestra fuerza".
En la Universidad de Bolonia, en el aula magna, se está celebrando una
serie de encuentros sobre los clásicos de la antigüedad. Allí se reúnen
centenares de estudiantes, incluso muy jóvenes, para escuchar conferencias y
lecturas de textos escogidos con curiosidad y pasión. Ha de ser porque los
clásicos siguen teniendo algo que decirnos. Por esta razón, aun habiendo
aludido a ello en otro escrito mío reciente, quiero retomar aquí
(desgraciadamente no en su totalidad, sino en una síntesis amplia), un texto de
Tucídides, de La Guerra del Peloponeso.
En el transcurso de su conflicto con Esparta, los atenienses quieren
destruir la isla de Melos, aliada de sus enemigos, aunque ésta haya permanecido
neutral. El discurso que los atenienses hacen a los melios es el siguiente:
"No os vamos a aburrir con discursos largos de que nosotros tenemos el
derecho de hacer lo que hacemos porque les hemos ganado a los persas o
intentando demostrarles que nos habéis provocado. Nada de eso. Simplemente os
decimos que, o bien os sometéis, o bien os destruiremos".
Los melios se niegan, por orgullo y sentido de la justicia (hoy
diríamos: del derecho internacional), pero los atenienses les contestan que los
principios de justicia rigen sólo entre contendientes en igualdad de fuerzas,
mientras que, en caso contrario, "los más fuertes determinan lo posible y
los débiles lo aceptan".
Los melios, puesto que no pueden apelar a criterios de justicia,
responden siguiendo la misma lógica del adversario y se remiten a criterios de
utilidad, intentando convencer a los invasores de que si Atenas saliera
derrotada en la guerra contra los espartanos, correría el riesgo de tener que
soportar la dura venganza de las ciudades atacadas injustamente, como Melos.
Contestan los atenienses que asumen ese riesgo: "Lo que ahora
queremos demostraros es que estamos aquí para provecho de nuestro imperio y que
os haremos unas propuestas con vistas a la salvación de vuestra ciudad, porque
queremos dominaros sin problemas y conseguir que vuestra salvación sea de
utilidad para ambas partes".
Dicen los melios: "¿Y cómo puede resultar útil para nosotros
convertirnos en esclavos, del mismo modo que para vosotros lo es ejercer el
dominio?". Y los atenienses: "Porque vosotros, en vez de sufrir los
males más terribles, seríais súbditos nuestros, y nosotros, al no destruiros,
saldríamos ganando".
Los melios son dignos y testarudos, pero intentan encontrar una vía de
salida y proponen ser "amigos en lugar de enemigos, sin ser aliados de
ninguno de los dos bandos". A lo que responden los atenienses: "No,
porque vuestra enemistad no nos perjudica tanto como vuestra amistad, que para
los pueblos que están bajo nuestro dominio sería una prueba manifiesta de
debilidad, mientras que vuestro odio se interpretaría como una prueba de
nuestra fuerza". En otros términos: nos tendréis que perdonar, pero es que
nos conviene más someteros que dejaros vivir, dado que así seremos temidos por
todos.
Los melios dicen que no piensan resistir a su poderío, pero que a pesar
de todo tienen confianza en no sucumbir porque, siendo devotos de los dioses,
se oponen a la injusticia. "¿Los dioses?", responden los atenienses.
Desde luego, con nuestras exigencias y nuestras acciones no hacemos nada que
vaya contra la creencia de los hombres en la divinidad y, además, estamos
convencidos de que tanto el hombre como la divinidad, si se encuentran en una
situación de poder, lo ejercen, por un inexorable impulso de la naturaleza.
"Y no somos nosotros quienes hemos instituido esta ley ni fuimos los
primeros en aplicarla una vez establecida, sino que la recibimos cuando ya
existía y la dejaremos en vigor para siempre, habiéndonos limitado a aplicarla,
convencidos de que vosotros, como cualquier otro pueblo, haríais lo mismo de
encontraros en la misma situación de poder que nosotros".
Los melios no ceden y los atenienses empiezan un largo asedio, vencen su
resistencia e invaden la ciudad. Como escribe Tucídides, "mataron a todos
los melios adultos que apresaron y redujeron a la esclavitud a niños y
mujeres".
Brevemente, como se decía en la conferencia de Bolonia, hay muchas
formas de poner en práctica una "retórica de la prevaricación", es
decir, justificar un abuso de poder aportando razones, buenas o malas. Todo
empieza con la fábula del lobo y el cordero: el lobo no es un genio de la
persuasión y, con tal de comerse al cordero, aduce miserables pretextos, como
el de que el cordero, que está arroyo abajo, le enturbia el agua.
En el curso de la historia se han intentado argumentaciones más
convincentes: las podemos encontrar incluso en Mein Kampf, de Hitler o en los
discursos de Mussolini. Pero lo que nos fascina en el pasaje de Tucídides es
que la habilidad retórica de los atenienses se emplea con el único objetivo de
mostrar que la fuerza no necesita ser sostenida por la persuasión, y que se
justifica por sí misma.
Esta es la razón por la que este texto sigue siendo un pasaje sobre el
que hay que meditar y seguirá teniendo siempre una modernidad triste y
perturbadora. Lo que nos turba al volver a leer a los clásicos no es tanto que
ellos supieran identificar de forma esencial algo verdadero y terrible, sino
que nosotros, más de dos mil años más tarde, perseveremos en nuestros errores
sin haber entendido su lección (o habiéndola entendido demasiado bien).
La actualidad de los clásicos se debe a su trágica inactualidad.
© LA NACION/L´Espresso
El autor es semiólogo y escritor. Su último libro es La misteriosa
fiamma della regina Loana
(Traducción de Helena Lozano Miralles).-
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