20 de febrero de 2016

Umberto Eco Los clásicos y el poder


Comentarios: falleció ayer viernes 19 a los 84 años el escritor, filósofo y semiólogo, Umberto Eco, que nació en Alessandria el 05.01.1932, en el norte de Italia.

Escribió varias novelas y ensayos que le dieron reconocimiento mundial. También escribió artículos para periódicos y en no pocas ocasiones originó polémicas por apartarse de lo políticamente correcto.

De esas notas rescato un texto reproducido por el diario La Nación sobre el poder.

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Para LA NACION  05.07.2004
Umberto Eco.

Y los atenienses les dijeron a los melios: "Vuestra amistad sería una prueba manifiesta de nuestra debilidad, mientras que vuestro odio se interpretaría como una prueba de nuestra fuerza".

En la Universidad de Bolonia, en el aula magna, se está celebrando una serie de encuentros sobre los clásicos de la antigüedad. Allí se reúnen centenares de estudiantes, incluso muy jóvenes, para escuchar conferencias y lecturas de textos escogidos con curiosidad y pasión. Ha de ser porque los clásicos siguen teniendo algo que decirnos. Por esta razón, aun habiendo aludido a ello en otro escrito mío reciente, quiero retomar aquí (desgraciadamente no en su totalidad, sino en una síntesis amplia), un texto de Tucídides, de La Guerra del Peloponeso.


En el transcurso de su conflicto con Esparta, los atenienses quieren destruir la isla de Melos, aliada de sus enemigos, aunque ésta haya permanecido neutral. El discurso que los atenienses hacen a los melios es el siguiente: "No os vamos a aburrir con discursos largos de que nosotros tenemos el derecho de hacer lo que hacemos porque les hemos ganado a los persas o intentando demostrarles que nos habéis provocado. Nada de eso. Simplemente os decimos que, o bien os sometéis, o bien os destruiremos".

Los melios se niegan, por orgullo y sentido de la justicia (hoy diríamos: del derecho internacional), pero los atenienses les contestan que los principios de justicia rigen sólo entre contendientes en igualdad de fuerzas, mientras que, en caso contrario, "los más fuertes determinan lo posible y los débiles lo aceptan".

Los melios, puesto que no pueden apelar a criterios de justicia, responden siguiendo la misma lógica del adversario y se remiten a criterios de utilidad, intentando convencer a los invasores de que si Atenas saliera derrotada en la guerra contra los espartanos, correría el riesgo de tener que soportar la dura venganza de las ciudades atacadas injustamente, como Melos.

Contestan los atenienses que asumen ese riesgo: "Lo que ahora queremos demostraros es que estamos aquí para provecho de nuestro imperio y que os haremos unas propuestas con vistas a la salvación de vuestra ciudad, porque queremos dominaros sin problemas y conseguir que vuestra salvación sea de utilidad para ambas partes".

Dicen los melios: "¿Y cómo puede resultar útil para nosotros convertirnos en esclavos, del mismo modo que para vosotros lo es ejercer el dominio?". Y los atenienses: "Porque vosotros, en vez de sufrir los males más terribles, seríais súbditos nuestros, y nosotros, al no destruiros, saldríamos ganando".

Los melios son dignos y testarudos, pero intentan encontrar una vía de salida y proponen ser "amigos en lugar de enemigos, sin ser aliados de ninguno de los dos bandos". A lo que responden los atenienses: "No, porque vuestra enemistad no nos perjudica tanto como vuestra amistad, que para los pueblos que están bajo nuestro dominio sería una prueba manifiesta de debilidad, mientras que vuestro odio se interpretaría como una prueba de nuestra fuerza". En otros términos: nos tendréis que perdonar, pero es que nos conviene más someteros que dejaros vivir, dado que así seremos temidos por todos.

Los melios dicen que no piensan resistir a su poderío, pero que a pesar de todo tienen confianza en no sucumbir porque, siendo devotos de los dioses, se oponen a la injusticia. "¿Los dioses?", responden los atenienses. Desde luego, con nuestras exigencias y nuestras acciones no hacemos nada que vaya contra la creencia de los hombres en la divinidad y, además, estamos convencidos de que tanto el hombre como la divinidad, si se encuentran en una situación de poder, lo ejercen, por un inexorable impulso de la naturaleza. "Y no somos nosotros quienes hemos instituido esta ley ni fuimos los primeros en aplicarla una vez establecida, sino que la recibimos cuando ya existía y la dejaremos en vigor para siempre, habiéndonos limitado a aplicarla, convencidos de que vosotros, como cualquier otro pueblo, haríais lo mismo de encontraros en la misma situación de poder que nosotros".

Los melios no ceden y los atenienses empiezan un largo asedio, vencen su resistencia e invaden la ciudad. Como escribe Tucídides, "mataron a todos los melios adultos que apresaron y redujeron a la esclavitud a niños y mujeres".

Brevemente, como se decía en la conferencia de Bolonia, hay muchas formas de poner en práctica una "retórica de la prevaricación", es decir, justificar un abuso de poder aportando razones, buenas o malas. Todo empieza con la fábula del lobo y el cordero: el lobo no es un genio de la persuasión y, con tal de comerse al cordero, aduce miserables pretextos, como el de que el cordero, que está arroyo abajo, le enturbia el agua.

En el curso de la historia se han intentado argumentaciones más convincentes: las podemos encontrar incluso en Mein Kampf, de Hitler o en los discursos de Mussolini. Pero lo que nos fascina en el pasaje de Tucídides es que la habilidad retórica de los atenienses se emplea con el único objetivo de mostrar que la fuerza no necesita ser sostenida por la persuasión, y que se justifica por sí misma.

Esta es la razón por la que este texto sigue siendo un pasaje sobre el que hay que meditar y seguirá teniendo siempre una modernidad triste y perturbadora. Lo que nos turba al volver a leer a los clásicos no es tanto que ellos supieran identificar de forma esencial algo verdadero y terrible, sino que nosotros, más de dos mil años más tarde, perseveremos en nuestros errores sin haber entendido su lección (o habiéndola entendido demasiado bien).

La actualidad de los clásicos se debe a su trágica inactualidad.

© LA NACION/L´Espresso

El autor es semiólogo y escritor. Su último libro es La misteriosa fiamma della regina Loana
(Traducción de Helena Lozano Miralles).-


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