11 de diciembre de 2024

LA AVENTURA DEL BUQUE "LA RIOJA” 1

 RECUERDOS

Los marinos mercantes cuando estamos a bordo, vivimos una actividad casi siempre cambiante, interesante, a veces arriesgada, otras monótonas en largos viajes entre puertos distantes y también llena de distracciones. Muchas de estas experiencias pueden resultar difíciles de imaginar para quienes no navegan, ya que no las conocen de primera mano.

A lo largo de los años a bordo, acumulamos vivencias que, al jubilarnos, regresan lentamente al presente, especialmente durante los reencuentros con los viejos amigos y compañeros de la aventura marítima”.

Con la re-publicación de esta nota, que ya tiene algunos años, damos inicio a una nueva carpeta: RECUERDOS, donde algunos compañeros de a bordo compartirán sus experiencias y relatos.


Presentación del 16 de septiembre de 2012:

 

Detallada descripción de una tormenta perfecta, escrita unos años después de haberla sobrevivido. Cuando vimos su reproducción en Facebook varios comentaron conocer el caso e incluso haber visto los destrozos al arribo del buque a Buenos Aires.

 

Copiado del Foro: ELMA PRESENTE

30 de julio de 2012  

LA AVENTURA DEL BUQUE "LA RIOJA" 30 AÑOS DESPUÉS

 

Eduardo Vasile

 

Volvíamos de Japón luego de un viaje de 3 meses, en el buque “La Rioja” de la entonces empresa estatal ELMA. Después de atravesar el océano Índico desde el estrecho de Malaka, (Estrecho que separa la península del mismo nombre, de la isla de Sumatra). Llegamos en algún día de noviembre de 1982 al puerto sudafricano de Durban. Con 24 años, yo había egresado de la Escuela Nacional de Náutica en el mes marzo de ese mismo año, por lo que este del relato, recién era mi segundo viaje como Oficial de la Marina Mercante. El primero había sido en mayo al golfo de México, sin ningún contratiempo para destacar. Podríamos sumar, que mi práctica de estudiante incluía a otros 4 viajes realizados al Mar del Norte en los que había conocido la fuerza de alguna que otra tormenta de mediana intensidad. Pero a decir verdad, mi experiencia sobre “El mal tiempo” recién comenzaba a tomar forma y muy pronto averiguaría lo poco que conocía sobre el tema.

El buque La Rioja había sido construido en Alemania, tenía una eslora de 160 metros y una antigüedad de 5 años. Y “La Rioja” junto con otros tres barcos gemelos a él, cubrían los requerimientos de lo que se llamaba la “Línea a Japón”.

 

Pero vuelvo sobre el relato: Después de una estadía de 4 días en Durban, salimos para Buenos Aires, con poca carga en las bodegas, casi vacíos. Dimos la vuelta al confín de África pasando frente a ciudad de El Cabo, y ya sobre el Atlántico, emprendimos el cruce hacia Buenos Aires que normalmente no superaba los 10 días.


La ciudad de El Cabo, se encuentra en el paralelo número 34, pero por razones climáticas se recomienda subir hasta el paralelo número 30 que está a la altura de Porto Alegre para realizar el cruce hacia Buenos Aires.

 

Aunque el capitán era un hombre de basta experiencia, nunca había hecho hasta entonces esta línea a Oriente y optó por cruzar en forma directa para poder ahorrar así, un día de navegación y llegar antes a casa.

 

Ninguna historia puede comprenderse sin entender las circunstancias en que esta se desarrolló, es así entonces que ningún relato se interpreta correctamente si no se enmarca en el escenario histórico que lo contuvo.

 

En 1982 apenas había comenzado una rudimentaria navegación satelital, las comunicaciones eran por radio, y el pronóstico se recibía por telegrafía.

 

Ese domingo 7 de diciembre me desperté con la sensación de que el buque se mecía, me alcé de la cama y fui a mirar por la ventana de mi camarote. Mal tiempo dije!: Eran las 8 de la mañana. El viento aumentaba su intensidad y el Mar comenzaba a agitarse, formando los llamados “corderitos” (pequeñas olas de espuma blanca) que se dibujan sobre su superficie.

 

Para el mediodía, el viento soplaba con tal fuerza que excedía la escala del anemómetro, lo que en otras palabras, significaba que nuestros instrumentos ya no podían medir su velocidad. La escala del anemómetro (“anemo” del griego: viento) tenía un máximo de 100 nudos (unos180km/h) por lo que nunca supimos cual fué la verdadera intensidad con las que nos castigó la fuerza de la tempestad.

Para esa hora, ya se había reforzado la guardia en el puente y se había disminuido el grado de marcha de las maquinas, con proa al oleaje para “capear” (aguantar) la tormenta que seguía aumentando.

 

El panorama era aterrador. Enormes olas de más de 18 metros golpeaban y sacudían el buque con violencia. Ante ese espectáculo increíble, terminé descubriendo la fascinación que producía en mí, el estar frente a lo inexplicable. Sujetado del picaporte de una de las puertas de camareta de oficiales, me sentía atornillado al piso, mientras mi cuerpo pivoteaba con cada sacudida.

 

Esas enormes masas de agua que se elevaban ante mis ojos, eran como montañas danzantes, grandes montañas que arrollaban todo a su paso. Estaba como fascinado, hipnotizado! A tal punto, que cada tanto el miedo dejaba paso a la admiración por esa fuerza brutal. Me sentía testigo de una energía transformadora, creadora de las cosas.

 

Eran las 16:15 hs de aquel día mientras permanecía sujetado del mismo picaporte de esa misma puerta, cuando sentí que el buque se deslizaba en un descenso interminable! Los que estábamos cerca, nos miramos desconcertados… (donde vamos?) Finalmente, un golpe brutal hizo volar todo por el aire!.. Pegamos contra una pared.

 

Desde donde yo estaba, pude ver los grandes ventanales de la camareta de oficiales que daban a popa llenarse de agua. A una altura que podría estimarse entre un 4to o 5to piso todo estaba ya, bajo la superficie del Mar. Sentí entonces que una fuerza me atravesó el espinazo, alcanzo finalmente la superficie de mi cráneo, y estalló en centellas! No era aquel miedo esperado, ni tampoco el terror a la muerte. Era el impulso de ese ser animal que todos llevamos dentro, listo a defender su vida y sin tiempo para la reflexión.

 

La imagen de los ventanales tapados por el agua, aportó una pincelada surrealista al dramatismo de la escena. El buque entonces, comenzó a sacudirse como si fuera un perro mojado. Vibraba y crujía, mientras el agua poco a poco dejaba paso al cielo tormentoso otra vez! El buque emergía. Estábamos de nuevo en la superficie.

 

Al inmediato alivio, siguió la incertidumbre más oscura. Y ahora que? Que es lo que viene adelante me preguntaba? Pero luego de aquella ola gigantesca, las que le siguieron fueron de menor valía. Quienes sufrieron el horror de estar en el puente de mando y verla venir de frente, contaron luego la impresión traumática de estar frente a la muerte eminente. El dramatismo de las palabras, delante de un posible instante final.

 

Se calculó luego que la ola midió más de 23 metros, pues el “stulken” (palo de acero que sostenía las plumas de aquellos buques de carga) quedó doblado en su punta por la fuerza del brutal del choque, contra aquella masa de agua.

Un ancla de varias toneladas de peso, fue arrancada de su calzo                                        robada por el Mar.

Dos razones importantes ayudaron para que el buque, con la mayor parte de su estructura hundida bajo el agua, no perdiese el empuje hidrostático que lo mantiene a flote, y siguiera camino hacia las profundidades.

 

Lo fundamental fue que las bodegas estaban casi vacías y eso le dio al barco, una reserva de flotabilidad adicional que le permitió emerger otra vez a la superficie. Y además, la estanqueidad de las tapas de bodega también evitaron que estas se inundaran.

 

Para las ocho de la noche, el temporal comenzó a amainar. Cenamos como pudimos, pero estábamos todos muy estresados por la experiencia que aun no había terminado. Así que recuerdo que hablamos muy poco. Quizás todos estábamos sumergidos en nuestros pensamientos más íntimos. Para la mañana del día 8 de diciembre solo quedaban leves vestigios de lo que había sido nuestra “Tormenta Perfecta”.

 

Cuatro días más tarde, llegamos al puerto de Buenos Aires. Tomé un taxi que me condujo a mi departamento de soltero en Almagro. Durante el trayecto, no recuerdo haber cruzado más de dos palabras con el chofer. Estaba concentrado en la ciudad, en los edificios, en la gente que cruzaba los semáforos y que caminaba sobre la tierra.

Creo que nunca como ese día, me pareció tan bella Buenos Aires.

 

 

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