19 de enero de 2025

CONFLICTO Y DESPOJO EN LA PESCA; decretos 1772/91 y 817/92

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Vivimos tiempos complicados, en muchos sentidos reeditando tiempos pasados no tan lejanos y por suerte quedamos algunos con algo de memoria. Hubo quienes tuvieron un protagonismo importante, aunque los resultados no fuesen óptimos, porque en las confrontaciones se gana y se pierde.

Por eso las confrontaciones y aun las derrotas sirven, porque en un sentido amplio, solo no sirve lo que no se defiende. Todos disfrutamos lo que otros consiguieron con luchas que fueron con éxitos y fracasos, y luego las generaciones futuras usufructúan el resultado de esas etapas. Y esas nuevas generaciones deberían reconocer lo recibido defendiendo esos derechos si alguien pretende cercenarlos.

Estamos entrando en un periodo parecido al de la década del 90 y todos deberíamos poner la barbas en remojo, leer, recordar, conversar como fue y escuchar y proponer buscando como defender las condiciones laborales actuales.

Esta introducción es para presentar al colega Héctor Scaglione a quien le tocó defender la no implementación a fondo del Decreto 1772/91 en el sector pesca. Perdieron por varias razones, entre ellas por  la ausencia de la mayoría de los dirigentes sindicales. Entre otros resultados positivos figura el haber conservado la bandera argentina en la pesca, cosa que no sucedió en el resto de la marina mercante. Ya que los pocos armadores que quedaron en pie recurrieron al uso de Banderas de Conveniencias que llego a incluir hasta los remolcadores de puerto y los areneros.

Casualidad o no, ahora en el Proyecto de Decreto de Desregulación no incluyeron a la pesca.

Un Reconocimiento a Héctor Scaglione y a todos aquellos que lo acompañaron codo a codo aun a quienes en distintos momentos se sumaron a una confrontación destinada desde el principio a ser derrotada y de a poco fueron aflojando. Solo uno conoce sus circunstancias y limites.

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Mar del Plata, 17 de diciembre de 2011  

           Un anochecer de los primeros días de junio de 1992, después de una breve licencia en Mar del Plata, volé a Puerto Madryn para embarcar en calidad de jefe de máquinas en el “Cabo San Juan”. De manera inusual, un empleado de la empresa acudió al aeropuerto para llevarme directo a las oficinas en el parque industrial.

Estaba en vigencia el Decreto 1772/91 (y a partir del 18.07.92 entraría el 817/92) Los armadores se salían de la vaina por sacarles el  jugo en su territorio y lugar de mando, demostrando el poder que les confería el mandato presidencial para normar la desregulación marítimo-portuaria, involucrando a todos los actores de ese quehacer laboral.

El personal embarcado, sería mayormente afectado por el 1772/91 que precarizaba el empleo  eliminando derechos adquiridos, fruto de conquistas gremiales a lo largo de años de lucha y en definitiva lesionando a la Marina Mercante en lo medular, como quedó demostrado.

El gerente de “ALPESCA” José Giacobboni, al verme aparecer por su oficina, con aires de suficiencia, manifestó algo así como que tenía a todos los dirigentes gremiales en el bolsillo, yo, tripulante de un buque pesquero debería acatar el nuevo orden sin chistar.

—Mire Scaglione, sus dirigentes gremiales acaban de avalar el Decreto. Extendiéndome la documentación:

—Compruébelo usted mismo y luego firme el nuevo contrato.

Era cierto, exhibía un documento original con las firmas de los representantes sindicales Rafael Grigera por Maquinistas Navales, Castillo y Barboza por Siconara, el de capitanes y patrones y el del SOMU. No acatar semejante unanimidad de la dirigencia gremial junto a la del gobierno Nacional, era estar contra el  sistema.

Ángel Battle y José Giacobboni, jefe de personal y gerente respectivamente, junto a los empleados administrativos, con ceremoniosa actitud presentaron los contratos para las firmas, haciendo acatar las nuevas condiciones de trabajo. Atentos a mi reacción, con morboso interés me gozaban por anticipado.

Los nervios me carcomían pero traté de ocultarlo sin demostrar la mínima emoción, ni el mínimo gesto y ser invulnerable ante ellos.

—Usted sabrá que muchos ya han aceptado las nuevas normativas. Los buques están listos y deben zarpar de inmediato —dijo el gerente en tono de apretada.

Donde capitanes y jefes de máquinas habíamos tenido siempre un trato preferencial, se demostró que no sirvió de nada el esfuerzo y parte de la vida que entregábamos al trabajo, cuidando vidas, bienes y produciendo riquezas.

El ser un trabajador del mar por vocación, me llenaba de orgullo, además de haberme dado la posibilidad de mantener dignamente una familia y ofrecer a mis hijos la educación apropiada. Robándole tiempo a nuestros seres queridos y sin ganar un peso, hacíamos los cursos de pos grado para mejorar la calidad profesional. En mi caso, trasladarme a Buenos Aires, vivir en hoteles y cursar en la ENN, cargando con los gastos de manutención y el pago de aranceles. El compromiso de lograr la excelencia profesional no contaba y con ese destrato demostraban que podían desjerarquizarnos a gusto y placer.

Sentimientos encontrados se agolpaban al punto de la reacción, pero dignamente y sin discutir, le contesté:

            —Señor Giacobboni, en estas condiciones no voy a trabajar, usted dirá, me despide o me vuelvo a casa sin más.

            —¡No!...por favor Scaglione, si no quiere firmar, no lo haga ahora, vaya a bordo,  manténgase en comunicación con su Centro Profesional y después continuamos hablando. 

El tiempo jugaba a favor de los armadores, pensando que a la larga se terminaría por aceptar los cambios  impuestos.

Al salir de la oficina, ya era “vox pópuli”  —¡Scaglione no firmó!—

            —¿Que hacemos jefe? Nos están apretando para que firmemos. Esto es una porquería y perderemos como en la guerra —decían los marineros.

            —Están en su derecho, no pueden obligarlos a acatar términos que los perjudiquen. Lo dice la ley de contrato de trabajo y lo confirma  el artículo catorce bis de la Constitución Argentina.

En el término de una vuelta de hoja me había convertido en dirigente por derecho natural y espontáneo, pero sin tener nada claro cómo continuaría.

Sentí la descarga de adrenalina al ver  las miradas brillantes de los que querían que en cierta forma me pusiera al frente de la protesta.

Nadie más firmó y los que ya lo habían hecho pedían la nulidad, que  por derecho les correspondía.

A pesar del peso de la responsabilidad no pude decir que no, o tal vez no quise. La cuestión fue que esa noche recibí el cargo de máquinas con una responsabilidad extra que no esperaba; tendría que buscar las palabras para explicarle a mi esposa el brete en que me había metido. Para alivianar un poco la carga de ser representante a dedo, que seguro sería cuestionada. Les dije:

            —Muchachos vamos a esperar a mañana para ver qué dicen los gremios, lo mío es extraoficial. Si sale un mandato para que alguien nos represente, que sea través de una asamblea.

La primera pulseada la ganábamos nosotros. Media docena de buques de la empresa estaban bien amarrados y alistados para zarpar, pero no lo hacían. Las medidas de fuerza habían comenzado.

Esa noche los tripulantes nos reunimos en el muelle para discutir la estrategia a seguir, intuíamos (como siempre) que los dirigentes se habían vendido pero, al presionar las bases, los colocaríamos en el trance de negociar entre nosotros y la patronal.

Lo que se pretendía era de marca mayor y la aplicación de los decretos de marras era rechazada por la gente del trabajo.

Doblegar y mantener en un puño a los trabajadores siempre fue el sueño de quienes manejan el capital. La prueba se iniciaba lejos de Mar del Plata como para evitar conflictos por contagio que igualmente se generaron.

 Comenzó en “Alpesca” con sede central en Mar del Plata. En el año 1990 había inaugurado nueva planta en el parque industrial de Puerto Madryn, considerada modelo por la dirigencia neoliberal y apadrinada por Carlos Menem y Domingo Caballo.

Otra de las empresas que aplicó el decreto, la estatal “INIDEP”. Pero sin embargo el paradigma de oposición fue la privada “Alpesca” por la tenacidad del personal embarcado en no doblegarse.

El contrato de partes hasta ese momento, era un compromiso tipo, entre empleado-empleador, con resguardos para el trabajador y el derecho a cobrar lo estipulado y justo. Regulando la cantidad de tripulantes por título profesional, cargo, tipo de buque, etc. El nuevo compromiso desconocía  derechos  e imponía obligaciones. Por ejemplo la cantidad de tripulantes  regulada por la PNA, en este tipo de barco eran un jefe y tres Oficiales de Máquinas; por las nuevas facultades que les conferían los decretos autorizaban y la Prefectura aceptaba sin discutir la quita de dos oficiales como si el buque se despachase en pilotaje o emergencia.

A la mañana siguiente con los dirigentes gremiales de capitanes y los oficiales de cubierta, máquinas y marinería, dimos comienzo a las rondas de negociaciones, por momentos inflexibles y tediosas; ambas partes enfrentadas en forma irreconciliable. Nosotros que exigíamos que se respetara lo pactado hasta ese momento y los armadores que querían imponer lo contrario, argumentando con  el respaldo de la “ley” que los cobijaba.

El encargado de negociar por la parte empresaria, Ángel Battle,  jefe de personal que hacía honor a su apellido, no negociaba un ápice y estaba en pié de guerra. El gobierno había promulgado decretos de necesidad y urgencia y debíamos acatarlos so pena de ponernos al margen de la ley.

            —Señor Battle, la ‘ley’ es la de contrato de trabajo y es la que está vigente. ¿De que ley nos habla?

            —El decreto 1772/91, habla por sí mismo, es Decreto Ley y está en vigor para ser aplicados por las buenas o por las malas, ustedes elijan. Mostraba una sonrisa despectiva, tranquilo, como si a sus espaldas tuviera una batería de cañones apuntándonos.

            —Este hijo de p.... quiere guerra, guerra tendrá —comentábamos entre nosotros.

El dirigente de SICONARA local, Héctor Rojas nos estaba representando ante la ausencia del Centro de Máquinas. Intentaba ser componedor, hábil para darse cuenta que el movimiento era de base. Los trabajadores reclamábamos no para nuevas conquistas, sino para mantener lo que a otras generaciones les había costado tiempo y muchas veces sangre también. A su pesar nos escuchaba con atención.

—Muchachos vamos a mantenernos en comunicación con la dirigencia de Buenos Aires porque esto quema.

Le resultaba inmanejable el conflicto y haría participar a los que con su firma habían avalado los decretos.

El CJOMN, no hizo acto de presencia en Madryn y no se involucró institucionalmente. Me encontraba sin representación gremial  como único Maquinista Naval. Estaba en el ruedo y tenía que pelear; me tocaban la dignidad y era  responsable por mis oficiales que perderían su trabajo.

Junto al conductor  Miguel Fournier, ambos fuimos  elegidos en asamblea, de modo que concurrimos a todas las reuniones con  empresarios y sindicalistas. A los tropiezos al principio pero aprendimos rápido a defender nuestra posición. Estábamos en medio de halcones y debíamos resguardarnos de sus picotazos.                

Entre reunión y reunión se completó una semana de negociaciones al cabo de la cual, los representantes del armador, decidieron mandar los buques a fondear con el fin de aflojar tensiones y mantener a los tripulantes dispersos. A partir de este momento las comunicaciones con el personal de los demás buques los hacíamos por VHF. Para bajar a tierra teníamos cuatro servicios de lanchas al día. Por las mañanas como en épocas normales nos traían los diarios, uno de tirada  local, otro nacional y facturas para el desayuno, servicio de catering para almuerzo y cena con masas finas o helado de postre, costumbre que respetaban como en tiempos normales cada vez que entrábamos a puerto con carga, en reparaciones o nos alistaban para zarpar.

 

Los días pasaban y el conflicto continuaba, a partir de la jornada número diez comenzaron a cortar los beneficios de la buena cocina con delicados postres y periódicos, comenzaron a mandarnos una bazofia incomible y tuvimos que pelear también por eso. Por la radio y tv. locales bregamos para que el conflicto se instale en la sociedad madrynense.

 En apriete progresivo, nos quitaban confort. Aislados y con los buques fondeados, ya no tuvimos servicios de lanchas, salvo para las reuniones importantes. El trato se tornó seco y autoritario por parte de los armadores.

Alrededor de los quince días de conflicto, los capitanes y oficiales de cubierta “arreglaron” pero decidieron acompañar nuestros reclamos (no tenían otra alternativa, sin maquinistas ni marineros)

Los nervios estaban a flor de piel y en varias oportunidades las discusiones intentaron salir de sus cauces, como cuando intempestivamente el capitán Emilio Solari del “Cabo San Sebastián” se levantó  en medio de una reunión, con la voz aflautada, con el índice admonitorio y a los gritos:

            —¡Ya me tienen podrido…estoy dispuesto a salir a navegar sin maquinistas!

            —Espero que nadie se atreva a salir con semejante irresponsable como capitán   —le contesté y cruzamos miradas duras, pero le era imposible defender lo indefendible y la cosa no pasó de ahí.

La empresa pertenecía al grupo “Alpargatas”, de manera que no había un dueño visible con quien tratar, solo administradores que rendían cuentas a los accionistas, además la empresa acababa de formar un joint-venture’ con canadienses que no entendían nada, ni siquiera alguien que hablara bien el castellano, de manera que dejaban negociar a los argentinos. Así les fue. Se retiraron al poco tiempo y sin recuperar los diez millones de dólares en capital y tecnología aportados a la asociación. El grupo Alpargatas aprovechó la coyuntura y salió ganado.

Ya habían pasado alrededor de veinte días de conflicto cuando nos reunimos en la Intendencia, a pedido nuestro con el titular, Ingeniero Salazar, fuerzas vivas y la presencia del periodismo. Expusimos nuestras razones, sencillas, directas y fáciles de entender; no pretendíamos el mundo ni estábamos tras conquistas laborales extra, sólo que respetaran nuestros derechos. Estaba en juego la dignidad como personas y como trabajadores, defendíamos las conquistas de quienes nos precedieron en lucha por conseguirlas.

Aceptaban nuestra exposición pero nos instaban a darle fin al conflicto; nosotros queríamos lo mismo. El intendente,  terrateniente, criador de ovejas dueño de extensos campos, no podía entendernos pero al menos nos instalábamos un poco más en la opinión pública.

‘Sotto voce’  se comentaba que nos desalojarían por la fuerza, rumor que se confirmó al aparecer un aviso de “Clarín” en el suplemento de pedido de empleos, decía: “Empresa pesquera radicada en la provincia del Chubut, solicita Maquinistas Navales, Conductores Navales con título habilitante, personal de maestranza y marineros con libreta de embarque, para tripular sus buques pesqueros y que estén dispuesto a viajar de inmediato”.  

Señalaban el contacto sin dar más detalles, pero era obvio que debíamos prepararnos para la contingencia. Comenzamos a tomar contacto con emisoras locales de AM y FM, que al principio los marineros usaban para solicitar música. Pero ahora explicábamos al aire la problemática de nuestra situación. El polaco Miguel. Marinero  en el “Cabo San Juan” era nuestro locutor con voz grave y buen decir. Se generó una corriente de simpatía hacia nosotros. La población de Madryn, sensible de la problemática marítima, entendió que no éramos unos vagos levantiscos que perjudicábamos su economía; comprendieron lo justo de nuestros reclamos y los oyentes hacían preguntas. Nuestra voz, en la de Miguel, respondía; sabían que éramos iguales a ellos, teníamos familias y también debíamos trabajar para llevar el pan a nuestros hogares. La pesca daba vida a la ciudad y los tripulantes gastábamos dinero en ella y éramos sus amigos. A partir de allí tuvimos unos aliados  formidables en los esforzados  patagónicos.

El rumor de desalojo por la fuerza, iba tomando cuerpo y  una noche. Intempestivamente ordenaron levar anclas, poner rumbo a puerto y amarrar a muelle. No había dudas, una vez que los buques quedaran a resguardo nos desalojarían. Los rompe-huelgas ocuparían nuestros puestos;  habría confrontación, tal vez correría sangre, el conflicto se extendería, la prefectura y policía seguro serían desbordadas.

El desalojo forzado desembocaría en un problema más que una solución y no le convenía a la parte empresarial, a las autoridades ni a la ciudad, aunque lo intentaron en varias oportunidades y de diferentes formas.

Nos hacían la guerra de nervios pero todos sin excepción estábamos sentados sobre un barril de pólvora, que alguien encendiese la mecha  era una posibilidad. Los trabajadores demostrábamos unidad y decisión en defendernos, no claudicaríamos y esperábamos con serenidad los acontecimientos que se avecinaban.

Nueva estrategia empresarial: Una vez amarrados los buques, no nos volvieron a reunir como otras veces. Una circular a cada barco, repartidas por el empleado de menor jerarquía, Isidro, daba indicaciones a los capitanes; que reunieran a los tripulantes para alistar las embarcaciones y zarpar en pilotaje al puerto de Mar del Plata. Todos estábamos contentos de salir de la ‘picadora de carne’, del mal sueño y poder irnos a casa, después veríamos.

            —Una vez llegados a puerto seguro, nos van a rajar a todos! —decían acertadamente los marineros que ya no soportaban la presión y estaban a punto de llegar a un arreglo.

            —Si nos fueran a echar, tendrán que indemnizarnos, porque sería sin causa —les recordábamos.

Los de máquinas tratábamos de aleccionarlos, pero cuando se tocaban los bolsillos, aflojaba el más pintado; era cuestión de tiempo.

Nuestro capitán Martín Cazaux, escueto como siempre, llamó desde el sistema de altavoces:

            —Suban al puente para firmar los contratos para el pilotaje, previendo lo peor antes de leerlo, como una tromba subí al puente de mando para ver que nos presentaban. No me equivoqué. Era una porquería peor que los contratos de explotación.

            —Que nadie firme... Es una trampa. Si quieren que traslademos  los buques, que traigan el modelo de contrato anterior, aprobado en las Convenciones Colectivas de Trabajo.

            —Scaglione, no corren más las Convenciones, acaban de ser derogadas —dijo Martín.

            —Pero la ley de Contrato de Trabajo, sigue vigente —le contesté.

Los de máquinas nos mantuvimos sólidos y no firmamos, pero los de cubierta,  comenzaron a aflojar. El miedo se percibía en el aire, de a poco se les iba filtrando hasta los huesos. Era comprensible, aunque no lo aceptase; tener hijos que lloran de hambre, o no tener ni para remedios, apuraba cualquier decisión y los halcones lo sabían.

Excepto capitanes y oficiales de cubierta, nos reunimos en el muelle y convocamos a asamblea. La PNA amenazó con reprimirnos pero fueron contenidos por los dirigentes gremiales que aseguraron cero disturbios. Con los ánimos caldeados pedimos la presencia de Battle, con quien negociábamos y después de tensa espera, hizo aparición con cara de malo y rojo de furia:

Ustedes creen que nos doblarán el brazo...Se equivocan. Desde acá van a ir a parar a la cárcel. Paren con las provocaciones.

Uno de los marineros, el más ignoto de todos, se hizo oír.

            —Mirá chabón, andá a amenazar a tu madre. Vos serás todo lo gerente que quieras, pero aunque te cuide la prefectura te voy a cagar bien a trompadas. A grandes zancadas llegó a corta distancia de él. De un salto lo contuvimos, evitando que la PNA fuera a actuar. Entre varios calmamos al “sacado”, preso de un ataque de furia.

La noche cerró a fojas cero pero con la seguridad que los buques no se moverían. La asamblea soberana decidió continuar la resistencia: No trasladar los buques y a la mañana siguiente nueva orden, vuelta al fondeadero a echar el ancla.

Antes del primer fondeo, habían desembarcado al tercer maquinista Víctor Marcóvic, el ‘chiquito’, un grandote tan grande como su buen corazón, siempre bien  humorado y dispuesto a ayudar como lo había hecho en varias oportunidades por accidentes ocurridos en navegación.

De los tres maquinistas que quedamos, desembarcaron a Sergio Ache, el tercero y quedó Marquitos, su hermano; Excelentes asadores y cocineros por puro placer cuando la ocasión lo requería. Compañeros y amigos de siempre.

La flaca luz solar de ese invierno patagónico frío y ventoso, parecía caer más oblicua. El tiempo transcurría lento y la  sensación de fracaso minaba el entusiasmo.

En tensa espera, las reuniones con los armadores eran cada vez más espaciadas, densas y enojosas, intentaban todas las artimañas posibles, meter miedo y como broche final ganarnos por cansancio.

No estábamos inactivos, la elaboración de estrategias nos consumía el tiempo, por las noches continuábamos  comunicándonos con las radios locales. Nuestros patrones, desesperados, interferían las frecuencias para impedirnos salir al aire, pero con poco éxito. Con todo el tiempo del mundo y un código secreto conformado con las radioemisoras  lográbamos despistarlos. El apoyo que nos daba el pueblo madrynense era fundamental y de peso, nunca podré olvidarlos.

Insólitamente nos apoyaba la policía provincial. Una noche en el control de acceso a Chubut sobre la ruta 3, detuvieron a dos micros que transportaban a los “carneros”  convocados por el aviso de “Clarín”. Les impidieron continuar camino y por si se rechiflaban fueron preparados para el choque. Cobardes, se fueron con el rabo entre las patas. Nunca supimos de donde había partido la orden de impedirles ingresar a la provincia. La fuerza de la  policía local, pasaron a ser nuestros héroes y los micros se fueron por donde habían llegado.

No podíamos adivinar con qué cosa nueva se descolgarían nuestro armador que no cesaba de ejercer presión. Nuestras familias  se impacientaban por la duración del conflicto y nos instaban a terminarlo.

En búsqueda de apoyo y aliados, solicitamos audiencia al gobernador radical, Maestro, que accedió recibirnos. Una mañana temprano, apiñados en el coche destartalado de Rojas. Con el caño de escape roto, sofocándonos con los gases, viajábamos con las ventanillas abiertas y titiritando de frío. Habíamos recorrido los sesenta y algo de kilómetros para llegar a Rawson a la casa de gobierno, helados hasta los huesos. Nos acompañaba el dirigente local del SOMU Juan Ascagorta.

Prácticamente los últimos resistentes éramos los de máquinas y la leve oposición que todavía ofrecía la marinería.

            —El señor gobernador los va a atender en seguida. —pero la pronta atención se prolongó en más de dos horas. Cuando salió Maestro de su oficina, nos llamó pero no para invitarnos a entrar y conversar sentados, sino que nos atendió en un pasillo. Pero nos ahorró el preámbulo que habíamos preparado, estaba al corriente del conflicto.

            —Muchachos, encuentren una solución rápido porque este paro me causa enormes perjuicios a la provincia.

Chocolate por la noticia le iba a decir, pero ya que nos había recibido no quería desairarlo ni quedar como maleducado, pero en libre uso de interpretación, consideré que el principal perjudicado era él... políticamente.

            —Señor gobernador, somos consientes de que éste paro no beneficia a nadie, pero usted sabe que reclamamos lo justo.

            —Muchachos, conozco bien el tema y sepan que he parado en dos oportunidades al juez que los iba a desalojar. Es lo único que pude hacer y es lo único que haré, siempre y cuando esto no se prolongue mucho más en el tiempo.

—Le pedimos que por favor intercediera ante “Alpesca” para que se avengan a negociar. Nosotros estamos dispuestos dentro de lo razonable y queremos también darle fin a esta contienda. Terminamos hablando de cualquier cosa, de futbol, de las ballenas que como nunca ese año se habían acercado a las costas, en celo, rascaban sus vientres contra el casco de los buques fondeados, detalle que le llamó la atención a Maestro, y pidió detalles. Terminamos hablando más de peces y cetáceos que del conflicto, con buena onda y amigos, nos convidó con un café de olla en la cocina de la gobernación.

         Algo notable que se percibía, en nuestros había condescendencia y una especie de respeto pero se mantenían distantes, nos trataban como si estuviéramos contaminados.

La reunión con el gobernador corrió como reguero de pólvora y rindió sus frutos. Todos se enteraron y Battle, el más belicoso de nuestros interlocutores nos mandó llamar, servicio de lancha y almuerzo en tierra.

—¡Ah! La bebida está a cargo de la empresa, tomen lo que quieran... pero no se abusen.

            —Sabemos que estamos llegando demasiado lejos tanto unos como otros, es hora de caminar juntos rumbo a una solución.

¡Se había aprendido el versito de memoria! No lo podíamos creer, haciéndose el simpático se estaba humanizando.

—El lunes próximo (era sábado) tendremos la letra de lo que les vamos a proponer y seguro no podrán decir que no —dijo con voz cordial, componedora.

Nos sorprendió y esperamos ansiosos el principio de semana. Ya llevábamos 25 días agotadores de paro, el sentimiento de estar lejos de la familia, no ganar un peso y con una espada de Damocles sobre la cabeza, era demoledor.

Ese fin de semana le pasé la novedad a mi esposa que se alegró mucho, quien desde Mar del Plata, hablaba con los medios periodísticos: Marcelo Pasetti de LU9, el Cholo Ciano de Canal Ocho y Juan Carlos Vilches de LU6, a sindicalistas y todo aquel que pudiera arrimar una solución. Alertando a la vez que estas medidas apuntaban también a acabar con la Marina Mercante Argentina. Nadie sabía que hacer pero ella no dejaba de luchar, además de lidiar y conducir dos hijos adolescentes y el hogar, con  total responsabilidad de madre y esposa de marino.

El lunes anunciado, plenos de ansiedad esperamos la lancha que pondrían a nuestra disposición en las primeras horas del día. Nada, espera que te espera y nada, Battle, nos había tomado el pelo, otra forma de torturarnos.

Pegados con los prismáticos al muelle, manteníamos la esperanza de ver salir la lancha. Cerca del mediodía, rompió el silencio la voz de Isidro desde el canal VHF 23:

            —Atentos los buques; no habrá servicio de lancha ni reunión, el señor Battle murió esta mañana.

            Un balde de agua fría en pleno invierno hubiese sido menos traumático. Esa tarde del sábado anterior ‘el guerrero’ había ido a jugar paddle, hombre de unos 45 años, de vida sedentaria sufrió un infarto masivo.

Esa muerte nos afectó a todos, un ser humano que lucha aún con ideas y motivaciones opuestas, también merecía respeto.

            Vuelta a fojas cero. Nos habíamos quedado sin negociador y en tensa espera. Los días grises se sucedían. Promediando ya los treinta sin miras de llegar a ningún acuerdo cuando anunciaron que bajaba de Buenos Aires quien suplantaría a Battle, se hablaba de Santiago Pipiú, abogado y vocero de “Alpargatas,” siempre en medio de  los conflictos gremiales y/o reclamos del personal del grupo o de cualquier otro que lo contrate.

Recomenzamos las rondas de sesiones. Después del almuerzo, la lancha pasó a recogernos; a Miguel por el “Cabo Vírgenes”, a mí por el “Cabo San Juan”; el viento frío que soplaba de tierra comenzaba a producir olas y las salpicaduras heladas nos cortaban la cara.

En la larga mesa dispuesta en la sala de conferencias de la planta industrial, estaban esperándonos, Pipiú a la cabecera, el gerente a su lado y los sindicalistas, todos de mucha charla y alguna risa que nos sonaba a cómplice. Fournier y yo, ocupamos nuestros lugares y comenzó lo que parecía otra rutina, reforzar posiciones, hablar mucho y no negociar nada.

Pipiú abrió el fuego, con voz pausada, grave, impostada por estar, tal vez,  educada en cursos de oratoria. Le encantaba escucharse, hacer citas filosóficas de los grandes pensadores.

            —‘Si no puedes contra un enemigo, únete a él’ —dijo dándole a su voz, inflexiones y matices para impresionar a los escuchas.

            —Señor, perdone que lo interrumpa, pero si usted nos está tratando de enemigos, no tenemos más nada que hablar.

Me levanté para retirarme; pero me contuvo.

—Señor Scaglione, no me interprete mal, ustedes no son enemigos, son socios nuestros¡ Solo quise introducir una metáfora, caramba!

Intentó arreglarlo sin éxito. Luego siguió con su perorata y continuaron los encontronazos.

Al notar que los demás gremios aflojaban, intentaron doblarle el brazo al último bastión; los maquinistas.

Esa noche al retiramos se levantó una ventolina infernal, imposible retornar al buque así que nos alojamos en uno de los hoteles que la empresa tenía asignados. Me duché para sacarme la bronca, mejor dispuesto salimos con Miguel a buscar un lugar para cenar. El viento había bajado de intensidad y era más soportable. Caminamos por la costanera Roca, en busca de la parrilla donde solíamos ir en mejores épocas. Antes de entrar nos detuvimos cerca de la entrada, en una de las mesas del fondo, estaban cenando los gremialistas junto a los empresarios, con los que hasta hacía un par de horas habíamos estado discutiendo con ideas opuestas. Dimos media vuelta y nos alejamos.

—Dejémoslos, no nos conviene juntarnos de nuevo, seguro continúan las negociaciones entre ellos.

Nos quedó un regusto amargo ver empresarios y sindicalistas  distendidos y brindando con buen vino ¿Arreglaban entre ellos? Cenamos en el 

Náutico, un par de cuadras más adelante, con poco apetito, en silencio y notando que cada vez estábamos más solos.

Con Miguel compartíamos la habitación del hotel, así que charlábamos hasta que el sueño nos vencía. Al otro día temprano la lancha al mando de nuestro amigo ‘malevo’, nos alcanzó a nuestros buques y través del VHF en cadena, pusimos a los tripulantes al tanto de las discusiones.

Marquitos, último oficial de máquinas que me quedaba, siempre alegre, se iba apagando; aunque mutuamente nos dábamos  ánimos, se iba  minando su entusiasmo por continuar. Marcos con la mirada opaca me hablaba de Diana, su esposa, de sus hijos, más chicos que los míos, tenía ganas de correr a abrazarlos. Se estaba enfermando de tristeza y a mí me daba mucha pena.

            —Marquitos, andá al médico y que te manden a casa, no te hagas problemas, vendrá algún relevo y punto, yo me arreglo.

            —¿En serio me lo decís? —le volvió la sonrisa como por arte de magia.

En el “Cabo San Juan” todos teníamos un fuerte sentido de camaradería en los arribos, salvo los de guardia, íbamos a la ciudad a comer  juntos, oficiales y marinería  sin distinción. Todos envidiaban al “Cabo San Juan” por la ‘polenta’ y la buena onda. Primeros en producción y baja siniestralidad.

Unos días después nos despedíamos, él con alegría, yo no tanto, un abrazo y cartas para mi esposa e hijos que él llevaría a Mar del Plata. Con un salto ágil subió a la lancha, que arrancó raudamente dando bandazos que descomponían el agua en espuma y que el viento se encargada de desparramar. Con una mano asida fuertemente al pasamanos, con la otra saludaba hasta que se perdió de vista al acercarse al muelle. Quedé solo, no me mandaron ni me mandarían relevo por Marcos; tenían una envidiable oportunidad para apretarme a gusto, ya no podría bajar a tierra y a veces la radio no alcanzaba para demostrar que estábamos de pie y en lucha. Sin remedio, la moral decaía. La presión de mi señora para que parara el conflicto y volviera a casa, me hizo sentir jaqueado en dos frentes de lucha. Era difícil explicarle que ya no estaba en mis manos, además podía ser una señal mal interpretada.

            El día número cuarenta  mandaron entrar a los barcos.

Se desentumecieron los músculos y se prendió una llamita de esperanza. Todos intuíamos algo pero nadie sabía qué.

No fue muy diferente a otras compulsas y por tercera vez intentaron hacernos firmar un contrato que cambiaba la forma pero no el objetivo. El Dr. Olmos, abogado laboralista, nuestro asesor en el tema interpretativo, locuaz y didáctico en sus explicaciones en todo momento fue de gran utilidad. Como cuando se hacían estos intentos, un escribano daba fe de cada rechazo: Mengano se negó a firmar...zutano se negó a firmar y así.

Seguían sin poder torcernos el brazo y cayeron en la cuenta que los decretos famosos no tendrían buena acogida en el resto de las empresas pesqueras y navieras en general. Nadie se animó a hacerlos acatar de inmediato. Tal vez ese haya sido nuestro pequeño triunfo.

La gente de cubierta, muy cansada, quería terminar con el conflicto pero el acto moral de hacer el aguante a los de máquinas, los mantenía unidos.

Aprovechamos que nos encontrarnos en tierra para hacer una asamblea. Los dirigentes locales, flojitos de argumento, tornaban pesado el debate y muchos, cansados, querían levantar el paro.

            —Muchachos, no aflojemos ahora, que den ellos el próximo paso —les decía a instancias nuestras quien presidía la asamblea.

            —Que bajen los dirigentes nacionales —pedían otros.

Los sindicalistas locales, mudos sin reacción alguna, además de incompetencia demostraban ser sordos.

Propuse llamar al dirigente Barboza, basado en Mar del Plata. Todos estuvieron de acuerdo y desde el muelle fuimos a comunicarnos con él, pedirle ayuda y colaboración  a quién con su firma había aceptado los decretos.

            —Barboza, Rojas no sabe qué hacer, se le quemaron los papeles y el conflicto le está quedando grande. Deberíamos tener una propuesta nueva ¿La tienen en Mar del Plata?

            —Sí que la hay...¡Abandonen los buques y se vuelven todos!

No  podía creer lo que proponía.

            —¡Que estás diciendo, Negro!

            —Lo que oíste, abandonen los barcos y que se arreglen los armadores.

Estaba pobre de palabras para contestarle, así que le pasé la comunicación a otro compañero para que corroborara la enormidad y pudiéramos debatir, tan irresponsable propuesta, con los asambleístas.

—Todos sabemos que Madryn es puerto inseguro y que los buques no pueden quedar sin tripulantes, lo exige la PNA y el sentido común. Si llegara a levantarse un temporal, los buques van a parar a la playa o se hunden, saben que no sería  hipotético que suceda, iríamos todos presos, y los habitantes de Madryn nos perseguirán hasta debajo de la cama, nos va a quedar chica la Argentina para poder escapar.

Vuelta a los buques para fondear en el golfo y como castigo extra se levantó viento. En vez de largar el ancla tuvimos que quedar a la capa frente a la ciudad, hasta media mañana del otro día, único maquinista embarcado tuve que pasar la noche en vela cuidando el motor propulsor, a los golpes y con sueño.

El estrés y las broncas estaban haciendo estragos en salud mental de todos.  Mylanta y Ranitidina eran mis amigas  para calmar el ardor y las molestias gástricas.

El estado de fastidio nos alcanzaba a todos, se nos agriaba el carácter y siempre a punto para la pelea.

Mientras descansaba, los marineros me ayudaban en el cuidado y seguridad del buque; José Almonacid un marinero correcto y bien educado, de los raros que tenían estudios secundarios completos, cuando le requerí novedades una mañana, me dijo:

            —Perdone jefe pero no me atreví a entrar a la sala de máquinas.

            —¿Por qué José? ¿qué pasó?

            —¡Había tanta soledad! que no me animé a bajar.

Largué una carcajada.

            —¡Ja ja ja! te cagaste, está bien José, de última están las alarmas.

Me miró sin contestar, con gesto sombrío se fue a dormir.

Esa noche después de la cena, lo sentí cantar (cosa rara en él); me asomé al comedor, me sorprendió verlo solo y tomando vino del pico de la botella.

            —Jefe, venga a chupar vino conmigo.

Para no desairarlo tomé un trago con él.

            —Gracias, José, me voy a dormir, chau  hasta mañana.

Al rato me golpeó la puerta de camarote.

            —Pelado,  vení a chupar conmigo, no seas puto.

Sordo para no entrar en colisión con alguien alcoholizado.

—No José, estoy muy cansado, mañana te invito yo.

Lo sentía caminar frente a mi camarote, mascullando ofensas.

—Pelado maricón vení  a pelear, hace rato que te tengo ganas.

Estaba muy borracho. Por largo rato, insultaba amenazante, por momentos golpeaba la puerta llorando, pero sin intentar abrirla, aunque estaba sin llave, por las dudas me encontraba preparado con un ‘amansa loco’ que a Dios gracias no tuve necesidad de usar. En algún momento cesó el barullo y pude descansar tranquilo.

Al levantarme a la mañana, me sorprendió verlo tirado en el piso, apoyado en la escalera que subía al puente, dormido y babeando un vómito de la resaca, me dio mucha pena.

—José, vamos, levantate y andá a ducharte ¡estás hecho un asco!

—UUYY jefe disculpe. ¿Lo molesté con el barullo?

—No Josecito, estaba dormido como una piedra, no escuché nada.

No recordaba por la amnesia del alcohol, mejor así.

Que se pudiera ofender tanto con la cuestión del miedo, fue una falta de delicadeza de mi parte. Al otro día se lo manifesté y le pedí disculpas.

Todos sufríamos desarraigo y soledad, en diferente grado, los que mandábamos y los mandados. El ambiente hostil se generaba en la incertidumbre de los resultados que obtendríamos con nuestra lucha, que poco a poco, inexorablemente hacían decaer las fuerzas y el entusiasmo de los primeros días.

Al cabo del día 40, el agobio de llevar esta carga, era muy difícil de soportar. Los silencios con las VHF en cadena eran elocuentes, no había de qué hablar, además de ser víctimas de la paranoia generalizada por cambiar permanentemente de frecuencia para evitar que nos escuchen los empresarios, aunque de última ya no nos importaba demasiado.

Lo consultamos entre todos y exigimos a la empresa hacer atracar a muelle todos los buques, para convocar una asamblea. Era la primera vez que procedíamos de ésta manera, los directivos quedaron descolocados pero lo concedieron.

Desde el principio habíamos sospechábamos que en las asambleas había espías. De uno de ellos estábamos seguros, el contramaestre del “Cabo San Sebastián”, Pierre, ‘el francés’ nacionalizado. Varias veces había tenido que escapar de las trompadas y la repulsa generalizada. En ésta reunión, nos reservamos el derecho de admisión, y los dudosos, con la aprobación de todos, no entraron.

Se eligieron autoridades para la asamblea y el señalado para presidirla, ordenó silenciar el griterío generalizado; presentó el orden del día:                       

—¿Continuamos con el paro? si lo levantamos ahora ¿qué ganamos?

Pregunta difícil de contestar, manifestaba por uno de los conductores.

            —Los de máquinas en vez de perder dos oficiales, perderían uno solo. Todos los gremios embarcados perderemos gente, aunque menos que al principio, al comenzar la protesta.

            —Si decidiéramos continuar, piensen que muchos están en la lona, los estaríamos matando, aunque ellos siempre estuvieron dispuestos al sacrificio, pero... ¿Vale la pena?

Solicité un cuarto intermedio antes de la votación, porque íbamos a quedar pagando y el paro se levantaba sin más.

Nos reunimos con el presidente, con Miguel, con Rojas, Ascagorta y yo. Propusimos:

            —Salgamos a navegar, condicionalmente por un plazo estipulado, y al cabo del cual continuamos con las negociaciones.

Todos de acuerdo y salieron otras propuestas reforzando ésta. Ascagorta, astuto, trataba de sacar ventajas y aprovecharlas.

            —A mí me parece bien, nosotros continuamos las negociaciones mientras ustedes salen a navegar y al cabo, pongámosle, 90 días, si no arreglamos, vamos de nuevo al paro.

A todos nos pareció razonable y aceptamos. Había que dejar en suspenso el punto anterior y agregar la nueva propuesta como orden del día.

El presidente lo comunicó a los asambleístas, hubo un murmullo de aprobación, se sometió a votación y por unanimidad ganó levantar el paro en forma provisoria.

El próximo paso, era reunirnos con los armadores a primera hora del siguiente día.

            —Les contestaremos a la brevedad, ahora despejen el muelle y fondeen nuevamente   —nos lo comunicó Abel López, jerárquico de segunda línea. Había una razón, tendrían que consultarlo con Buenos Aires.

Apareció el gerente de flota, Luis Dietrich, avizoró que habíamos dejado de ser beligerantes y no se tendría que cuidar la integridad física. Nos regaló sonrisas y saludos a todos antes de zarpar al fondeadero. Por más que se esforzó, nadie le dio ‘pelota’.

Los armadores buscaban la forma de hacernos picadillo a la menor oportunidad, aunque en arreglo al petitorio, antes de levantar el paro, no se tomarían represalias contra el personal que había intervenido en el conflicto y menos aún con quienes lo habíamos encabezado. Los presagios se cumplieron, y los poderosos ejemplarizaron castigos en quienes nos habíamos atrevido a desafiarlos.

Había ingresado en “Alpesca” a principios del `81 desempeñándome como Jefe de Máquinas de varios de sus buques. Por el desempeño personal y profesional me valió ser elegido gerente técnico en dos oportunidades, cargo que rechacé formalmente aduciendo que no quería alterar mi tiempo de jubilación por la alternancia de trabajar en tierra, aunque la realidad era otra, los gerentes, en estas empresas solían ser abusivos e injustos, no quería ser otro igual. A lo largo de doce largos años con mi prestigio profesional intacto, siempre había sido tratado con el debido respeto. De golpe pasé a ser el enemigo número uno...No me lo podían perdonar.

Estaba agotado, sin ganas y quería abrazar a mis hijos y a  mi mujer que había peleado conmigo a la distancia. Ella había pensado que me traicionarían, Sergio y Marquitos Ache les habían pedido que me hiciera desistir, que parara de luchar. También ellos lo habían presentido. No pude, o no quise alcanzar a vislumbrar la traición que se gestaba.

Con el sentimiento de la cuasi derrota y un regusto amargo por no poder “digerir” la presión táctica ejercida por los poderosos, pedí relevo el día número 44 y me fui a casa, ahorrándome el desgarro que hubiese significado ser el primero en firmar el maldito contrato.

A la mañana siguiente la flota se hizo a la mar...

                                                                    ººº                                                                                                      

RESOLUCIÓN Y FIN DE CONFLICTO:

Unos días en Mar del Plata restablecieron la recarga emocional y de nuevo al ruedo en esa primera quincena de agosto.

En la oficina de Mar del Plata, ya no eran las sonrisas de antaño, ahora el tratamiento era distante y frío, me indicaron retirar el pasaje de una agencia de viajes y volé a Puerto Madryn en coincidencia con la entrada a puerto del “Cabo San Juan”. Luego de recibir el cargo de máquinas de parte de mi relevante y colega Hugo Hardoy e interiorizarme a vuelo de pájaro de las últimas novedades, estaba nuevamente en batalla.

Con un oficial de máquinas menos, deberíamos multiplicarnos en las tareas de mantenimiento, administración del cargo y un turno de guardia incorporado al flamante sistema.

Ya habían embarcado mis amigos, los hermanos Ache y entre los tres nos complementamos como una maquinaria bien aceitada.

Al cumplirse el lapso de los 90 días, la patronal tenía que ofrecer alternativas, continuar las negociaciones o nosotros volver al paro.

Finales de agosto y principios de septiembre, se caracterizaban por los fuertes vientos, que presagian el cambio de estación. Era época de abundancia de peces.

Martín, nuestro capitán obsesionado y ducho en la búsqueda de los cardúmenes. Cobraba las redes cargadas con hasta 40 toneladas, los viajes se hacían cortos y productivos.

Alimentábamos a full las bocas de la factoría en tierra, con tres turnos de trabajo por jornada y más de 160 toneladas de merluza de buen tamaño por viaje, multiplicados por 4 o 5 al mes y por buque. Se lograban los estándares de alta calidad y cantidad exigidos.

En cada arribada ya no percibíamos las bonificaciones en efectivo por desarraigo, y las cenas fuera del buque dejaron de ser costumbre, no todos podían pagar una comida de restaurante y que no se resintiera su economía.

Se acercaba el fin del plazo y había que definir el rumbo del conflicto. Rojas y Ascagorta no tenían ideas concretas, o sí las tenían eran “secretas.

—La patronal no dará un solo paso atrás y tendríamos que ir al paro nuevamente —decían.

Convicciones débiles y espíritu de lucha apocado, hacían que el ánimo de la gente decayera para continuar la contienda; intuía que éste sería un escollo difícil de salvar.

El hecho de haber sacado los buques a navegar aunque haya sido por tiempo determinado, fue interpretado como una forma de aceptar las imposiciones. Se tornaría muy difícil, por no decir imposible, remontar el empuje del principio.

Al cumplirse el plazo, los buques a medida que arribaban a puerto, quedaban amarrados. Una vez reunidas las tripulaciones, convocamos nueva asamblea. Era una mañana apacible de fines de octubre en que nos juntamos al final del viaducto del muelle de “Aluar” -Almirante Storni- La concurrencia de tripulantes fue masiva.

Se  procedió a elegir autoridades. Orden del día: Nuevamente al paro, ahora sería por tiempo indeterminado.

Los dirigentes gremiales incómodos por alguna silbatina en su contra, se mantuvieron estólidos, sin emitir opinión.

—La empresa nos pide más plazo, que continuemos trabajando por otros noventa días. A condición de seguir revisando los puntos en discusión —dijo el presidente.

Uno de los asambleístas, el marinero Mario Faraminián tomó la palabra, uno de los pocos tripulantes combativos y preclaros en ideas:

            —Quieren ganar tiempo, vayamos al paro si queremos que esto se termine, sino estaremos hasta fin de año sin encontrar la solución.

            —De acuerdo con el compañero, les haríamos fracasar la prueba piloto, como ya demostramos que podemos hacerlo y ellos  temblaron —dijo otro.

Tomé la palabra:

            —Ya les señalamos que tuvimos buena voluntad, al salir estos noventa días. Ahora es el momento ideal, la merluza la pescamos con la gorra -por la gran cantidad- y ellos tienen compromisos comerciales ineludibles —dije.

            —¿Jefe, cuanto tiempo considera usted, que duraría el paro?

            —Es difícil de determinar, pero yo considero 15 a 20 días más y estaríamos en condiciones de negociar mejor.

—¿Qué le doy de comer a mis hijos los próximos 20 días?

Pregunta imposible de responder a gente que vivía con lo justo. Era la medida exacta entre luchar o agachar la cabeza permitiendo el abuso.

Pasamos a un cuarto intermedio para debatir con los asambleístas: Estábamos en un brete, si aceptábamos las condiciones impuestas,  deberíamos convencer a la gente que iban a perder más todavía; aunque creo que lo intuían.

Por dos días consecutivos nos reunimos con los armadores, sin agenda ni horario en un raíd agotador y con resultados inciertos.

Conseguimos mantener el segundo oficial ya en forma definitiva.  En discusión, seguía la restitución de ropa de cama, servicio de catering de calidad, los periódicos y las lanchas para los buques en el fondeadero.

Los buques anclados en el golfo y alistados para zarpar, estaban a la espera de que lográramos algo más. Comunicamos esta última novedad a la gente a través del VHF y como el tema ameritaba una nueva reunión; pedimos hacer entrar a puerto a las embarcaciones. Nuevamente a muelle y sin orden del día, la asamblea tendría carácter informativo.

Comunicamos las novedades de lo poco que se había logrado y de los temas importantes que quedaron pendientes.

La quita de tripulantes, las bonificaciones por desarraigo, la precariedad en el empleo, etc. no se revisaron.

Con este panorama consideramos que deberíamos volver al paro. Moción que fue rechazada al ser puesta a votación. Se  aprobó salir otros noventa días.

            —Mociono para que sigan Fournier y Scaglione representándonos —dijo un conductor.

Decliné la oferta y que tomara la posta otro. Fournier hizo lo mismo.

La votación fue unánime y aprobatoria.

            —Que sigan los mismos, que ya conocen el manejo.

—¿Ad honoren? ¿Ustedes trabajan y nosotros perdemos?  Pregunté bastante enojado.

Después de unos comentarios:

            —Entre todos juntaríamos una colaboración para los gastos, creo que nadie tendrá problemas y colaborará con gusto.

Miguel y yo no creíamos en esta solución, pero estábamos en medio del baile y nos tocaba salir a la más fea, lo aceptamos como una fatalidad.

Solicitamos a la empresa que nos pague los salarios caídos mientras negociábamos; sería lo lógico. El pedido fue denegado, los gremios miraron para otro lado. En la segunda línea gerencial, nuestros nuevos interlocutores eran López o Dietrich, éste último ya perfilado como gerente por la ausencia de Pipiú en Buenos Aires. La empresa resolvió no pagarnos un peso, esa seguridad apabulló a la mayoría, nuestros compañeros y los dirigentes gremiales se cruzaron de brazos.

            —Muchachos, si no paramos los buques ya, perderemos la fuerza y todo el trabajo que hicimos hasta ahora, se va a la mierda —les dije.

Silencio, nadie más habló, nos miramos con Miguel y un mutuo gesto descorazonador como muda respuesta se pintó en nuestros rostros.

            —¿Qué hacemos?

            —Continuemos de todos modos, y en unos días decidimos hasta cuando —le contesté y acordamos trabajar en la sede del SICONARA, con Héctor Rojas y el abogado Olmos en la elaboración de un nuevo contrato tipo, que fuera menos leonino. A eso habíamos llegado.

El presidente comunicó las novedades a los asambleístas, que por unanimidad decidieron que los buques no vayan al paro; los cuales ya alistados zarparon de inmediato.

Con Miguel nos alojarnos en un hotel del centro y entre mate y mate, trabajamos robándole horas al sueño. Al exponer nuestros textos al día siguiente, el abogado quitaba esto y agregaba aquello, más otras podas de los empresarios. No pudimos evitar la fatalidad que se cernía sobre nuestras cabezas como un temporal imposible de capear.

Al cabo de una larga semana, aburrida, por momentos angustiosa, donde la mayoría iba aceptando los cambios que precarizaban el trabajo, los buques ya no pararían y a muy pocos les interesó lograr más de lo conseguido. La mayoría de los tripulantes festejaban contentos como si hubiésemos ganado.

 

Asqueados, decidimos ponerle fin a la lucha.

 

                                                            ººº

CONSECUENCIAS:

 

Como resultado de la aplicación de los decretos, las empresas navieras estatales acusaron el primer golpe. “ELMA” la línea de bandera, paradigma y orgullo del pueblo y Nación Argentinos, estaba en proceso de liquidación. “YPF” con sus grandes buques tanque, también. Ante éste panorama, la flota marítima privada comenzó a desaparecer, absorbida por  el libre cambio de bandera, acabando de éste modo el compromiso que toda flota mercante tiene con su país de origen. Y los buques con tecnología de última generación pertenecientes a ambas empresas estatales se vendieron a precio vil. Las líneas de tráfico marítimo de Mar del Norte, Mediterráneo, Oriente, costas este y oeste de  América del norte y sur, conseguidas por ELMA a través de cincuenta años de esfuerzos, paseando nuestra bandera por los mares del mudo. Por acción u omisión fueron abandonadas, perdiendo la Argentina todo derecho sobre las mismas.

 

La operatoria portuaria de carga, descarga y servicios anexos fueron privatizados, con control del Estado, mínimos, en algunos casos, o directamente inexistentes, permitiendo la permeabilidad en las entradas y salidas de mercancías almacenadas en contenedores que nadie obligaba a inspeccionar, permitiendo el ingreso de material radiactivo, residuos patogénicos, salida y entrada de drogas ilegales etc. etc.

Los empresarios junto a los políticos de turno y a la complicidad de dirigentes gremiales, introdujeron los cambios para  abaratar la mano de obra. Sin Convenciones Colectivas el poder del capital sería cada más poder. La fuerza del trabajo de hombres y mujeres que piensan, aman, luchan y crían a sus hijos; serán piezas que se cambian al romperse o cuando se atrevan mirar a los ojos de quienes los mandan exigiendo sumisión y que no tengan pensamiento propio.

                                                                                    

Mar del Plata, 17 de diciembre de 2011.

                                                                                       Héctor Scaglione

                                                                                       Maquinista Naval    

 

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