Comentarios: Muy buena investigación publicada por la pagina de la Fundación
Nuestro Mar, sobre las circunstancias y condiciones de dificultades extremas
para la construcción del “Luisito” y así salvar la vida de sus tripulantes y la
propia.
Proeza llevada a cabo por Don Luis Piedrabuena, nuestro gran marino
mercante y lamentablemente muy poco conocido por nosotros los navegantes.
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(FNM) El "Luisito" de Luis Piedrabuena.
Ya sea se trate de pecios, de naufragios, de rescates en temporales e islotes
solitarios, de aventuras marinas en mares procelosos, de antecedentes de la
fabricación de naves o de la construcción artesanal de embarcaciones, uno de
los casos antológicos ineludibles en el diálogo es el de Luis Piedrabuena, y la
transformación del naufragio de su goleta "Espora" en el aliciente
para construir el cúter "Luisito", parido de sus costillas.
Los aficionados a
la historia marítima argentina y los navegantes de aguas patagónicas de fines
del siglo XIX mucho han leído y escuchado de Don Luis Piedrabuena (1833 - 1883): marino, mercader, salvador de
náufragos, lobero, custodio de costas y rías.
El gobierno nacional le concedió en donación la Isla
de los Estados, entera y ya muy adulto fue honrado por como Comandante de la
Marina de Guerra argentina, cuando ejercía el
comando de la corbeta "Cabo de Hornos"(2). Más tarde, buques de la
Armada llevaron su nombre y hoy muchas calles y escuelas del país conservan su
recuerdo.
Sin embargo,
frecuentemente, el tratamiento de su legendaria trayectoria humanista y naval,
no pasa de la leyenda y anecdotario. Sus
habilidades, la principal de ellas era navegar hábilmente en los barcos a vela
de fines de 1800 en las aguas sudatlánticas, son rescatadas del olvido
ocasionalmente por los escasos conocedores del mar y el desafío que Eolo y
Neptuno ofrecen a los intrépidos bípedos terrestres que se aventuran en sus
extremos, allí donde el horizonte se hace plano, sobre las espaldas de grandes
elefantes y el cielo se vuelve gris por el humo del infierno. Sus hazañas
recorrieron los mares en boca de marinos curtidos y loas de naciones
agradecidas.
El caso que nos
convoca no es uno de sus famosos rescates, sino otro de características tan ciclópeas
como las mitológicas fascinaciones que graficaban las cartas de antaño, y nos
remonta a 1873, tiempo de los clippers y del apogeo de la navegación a vela,
antes de la fragorosa intrusión de los cascos de hierro y la propulsión a
vapor.
En marzo de ese
año, con cuarenta de edad y al mando de su bergantín-goleta "Espora", en una de sus "aventuras
marinas" (como todavía hoy se reconocen los viajes mercantes), de
cacería de pingüinos ("pájaros niños"), focas y elefantes marinos,
Piedrabuena vara su barco y se destroza lentamente en las playas.
En medio de fuertes vientos del suroeste, uno de esos temporales que la jerga de abordo llama "galerna", él operaba fondeado en lo que todo indica que se trataría de la Bahía Franklin, en el extremo occidental de la Isla de los Estados, que conocía cabalmente. Sin embargo, el ancla principal perdió el cepo y la pequeña ancla de refuerzo fue insuficiente ante los furiosos vientos del Le Maire, por lo que terminó garreando (3). El capitán decide varar en la playa de arena blanda, pero la nave se cruza y hace agua en la maniobra, hundiéndose parcialmente. Varios días de mal tiempo, en esa precaria posición, sufriendo el golpe de olas y mareas, terminan por quebrar el viejo buque.
Texto completo en: NUESTROMAR
Leí por ahí que en una oportunidad, el casco del Luisito estaba ya tan deteriorado por el paso de los años que hacía agua en forma más que alarmante. Piedrabuenaz, para poder seguir patrullando las aguas del sur, colocó lonas en la sentina para que no se sintiera el ruido del agua y que los tripulantes no se percataran de ello hasta que estuvieran en alta mar y no les quedara otra que seguir...
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