24 de abril de 2014

“FORMOSA”. Misión cumplida, MALVINAS. Jorge Muñoz. 7

       Año 1978, España, Puerto de Cádiz, Astillero “San Fernando”. Recortada contra la mole de un barco que acaba de construirse, se destaca la alta y delgada figura de un hombre que observa con mirada experta los últimos detalles de su terminación. Se trata de Juan Cristóbal Gregorio, Capitán de Ultramar de la Empresa Líneas Marítimas Argentinas (ELMA) quién se encuentra allí hace varios meses con la misión de supervisar la puesta a punto del carguero Formosa y tomar el mando del mismo.




       El Capitán, Gregorio, cuya carrera como marino se inició en 1946 con su paso por la escuela Naval de la Armada Argentina y continuó en la marina mercante, previa graduación en la Escuela Nacional de Náutica “Manuel Belgrano”, trataba de familiarizarse, en esos días, con las modernas instalaciones de la flamante nave. En tanto pasaba revista a la misma, el avezado marino pensó, con buen criterio, que junto a ese barco cumpliría una campaña de largos viajes llevando cargas bajo bandera Argentina, a diversos puertos del mundo. Esa aspiración llegaría pronto a concretarse, pero lo que jamás pudo imaginar Gregorio, fue que, cuatro años más tarde, ambos atravesarían las azarosas peripecias de una guerra en el Atlántico Sur.


       Para el 2 de abril de 1982, el Formosa se encontraba navegando rumbo al Puerto de Buenos Aires regresando de uno de sus habituales viajes al norte de Europa, cuando al igual que otros barcos de la Empresa ELMA –Río CarcarañáCórdobaRío Cincel- fue requerido por las autoridades navales para cumplir el servicio de transportes que demandaba la reciente recuperación de las Islas Malvinas.

       Sin embargo estos barcos iban a tener disímiles suertes. El Córdoba, con su valiosa carga de pertrechos, debido a un incidente técnico, quedó demorado en un puerto patagónico y nunca llegó a las islas. El Río Carcarañá, si bien pudo arribar a Malvinas y completar integralmente, su descarga, fue atacado y posteriormente hundido. En cambio el Formosa al igual que el Río Cincel y el Mar del Norte, logró completar su misión y pudo regresar a puerto, a pesar de a las heridas recibidas.

       El transporte de nuestro relato completo su carga de 3.500 toneladas y zarpó del puerto de Buenos Aires el día 13 de abril llevando en sus bodegas, combustible para avión; camiones; jeeps; ambulancias; explosivos; municiones; una pista extensible de aluminio; uniformes de abrigo. 45 contenedores con víveres para 124 días y cocinas de campaña. Estos materiales estaban destinados además de la Fuerza Aérea ; para el Grupo de Artillería 601; la Compañía 10 de Exploración y el Comando de la 10ª. Brigada los Regimientos de Infantería 3, 6 y 7 todos de Ejército. También embarcaron un contingente de 30 hombres de esta Arma.

       La tripulación del barco estuvo integrada por 42 hombres y una mujer, la enfermera Doris West. Dentro de ese plantel fueron incluidos, además tres jóvenes cadetes de la Escuela Nacional de Náutica, el Práctico Eloy González, un hábil profesional que contaba en su historial con numerosos viajes a Malvinas, donde aprendió a conocer como pocos la accidentada geografía costeras de las islas y los secretos de sus precarios amarraderos.

       A poco de llegar a Punta Quilla en la Provincia de Santa Cruz,  el Formosa recibió la orden de zarpar hacia el archipiélago malvinense. Previo a ello le fue asignado un Coordinador Naval Militar, el Capitán de Fragata, Héctor Bianchi.

El cruce comenzó el 18 de abril, una semana después que fuera decretada unilateralmente por los británicos la Zona de Exclusión Marítima.

       Durante la travesía el Comando del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur, ordenó se proveyera al Formosa de apoyo aéreo antisubmarino. A tal fin el Grupo de Tareas de Exploración de la Armada ( GT 80.2) por directivas de la Fuerza de Tareas Aeronaval 80, estableció un área para la exploración de la derrota del carguero que fue cubierta por dos aviones Neptune.

       Al día siguiente y tras sortear las peligrosas aguas donde rondaban amenazantes submarinos nucleares, arribaron sin novedad a Puerto Argentino.
      
Allí luego de algunos cabildeos, comenzó la lenta descarga. La falta de estibadores y una estructura portuaria inadecuada conspiraron contra el buen desempeño de la tarea, que en un puerto común, se hubiera cumplido en un tiempo razonablemente menor. Ello obligó a que el Capitán Gregorio, recurriera personalmente al Gobernador de las Islas, Gral., Menéndez a fin de que éste dispusiera el empleo de un mayor número de soldados para activar la descarga y a su vez completara, entre otras sugerencias, la posibilidad de lograr el envío de mano de obra especializada para facilitar futuras descargas.

       Una vez que ordenaron algunos aspectos técnicos operativos y se logro un mayor entendimiento personal con las autoridades militares, la descarga aceleró su ritmo y en el término de una semana, la misma había prácticamente finalizado.

       Esta experiencia indujo al mando de las islas a solicitar la concurrencia del personal idóneo en la descarga de buques. Con tal fin después de varios días arribaron a Malvinas 16 trabajadores portuarios, provenientes de puertos patagónicos; pero sus servicios no fueron utilizados pues para el tiempo de su llegada a Puerto Argentino, ya no había barcos para descargar y tampoco se produjeron nuevos arribos. Fue así como dichos trabajadores fueron empleados durante un tiempo en tareas de limpieza de la ciudad para posteriormente ser reintegrados a sus lugares de origen en el continente.

       El día 26 el Coordinador Naval, Capitán Bianchi fue reemplazado por el Capitán de Corbeta Juan Carlos Ianuzzo.

       El 1ro. de mayo, mucho antes del amanecer, el Capitán, Gregorio, tomaba mate en su cámara y leía algunos informes. En esos instantes recordó que era el día de su cumpleaños y se le ocurrió que pese al fatigoso trabajo que aún le aguardaba, iba a tratar de hallar tiempo para efectuar un brindis con su tripulación.

       A más de ciento cincuenta millas de allí otro jefe naval, pero en este caso británico, también cumplía años (50) ese día, pero lo pensaba festejar de una forma cruenta. Se trataba del Almirante, Sandy Woodward, comandante de la flota inglesa, quién tenía previsto iniciar en las primeras horas de la jornada un ataque aéreo y cañoneo sobre las posiciones argentinas en Malvinas con el fin de efectuar desembarcos y tratar de inutilizar la pista de aterrizaje de Puerto Argentino. 

       Exactamente a las 2:26 hs. de la madrugada, comenzaron a llegar los primeros informes consignando la detectación de intentos de desembarcos aislados y a las 4:40 hs. cayó sobre la pista del aeropuerto una lluvia de bombas que no alcanzó a inutilizarla. Más tarde, cuando amaneció, nuevamente aviones ingleses en vuelos rasantes iniciaron una serie de ataques que se prolongaron durante todo el día, sobre las defensas ubicadas en las cercanías de Puerto Argentino, Puerto Darwin y algunas colinas estratégicas.

       Pese a que la defensa antiaérea local actuó eficazmente y la aviación argentina repelió los ataques atacando por oleadas a parte de la flota inglesa la situación se tornó tensa y peligrosa, especialmente para los barcos de gran porte que se encontraban en la bahía del puerto.

Para evitar mayores daños, como el que se había producido en el aeropuerto, las autoridades navales dispusieron despachar de Puerto Argentino a los cargueros Río Carcarañá y Formosa, que debieron abandonar apresuradamente sus fondeaderos y alejarse en busca de protección.

A bordo del Formosa habían quedado los Buzos Tácticos. Luis Antúnez y Juan Chervo, que se encontraban cumpliendo guardia de su especialidad. Pese a que los mismos pidieron regresar en lanchas de auxilio, se dispuso que ambos permanecieran a bordo y prosiguieran viaje en dirección al continente. En cuanto al Río Carcarañá , éste busco refugio en la Rada del Toro, al Sur de la Isla Soledad.

A las 18:30 hs. el Formosa se encontraba navegando a toda marcha en los 52°23´ de latitud Sur y 59°30´ de longitud Oeste rumbo al continente, cuando fue atacado por una escuadrilla de aviones. Una primera bomba arrojada por los atacantes cayó  justo sobre la proa, rebotó sin explotar sobre una de las cornamusas y cayó al agua. El Capitán, Gregorio ordenó maniobra de esquive por si la bomba explotaba en el agua pero esto no ocurrió. La segunda bomba cayó directamente sobre las bodegas, perforó tres cubiertas pero tampoco explotó. Minutos más tarde mientras el telegrafista daba la alarma radial y los aviones volvían para ametrallar al buque, su tripulación buscó protegerse dentro de la estructura de la nave de lo que creían era un ataque de aviones ingleses.
      
En realidad – y esto se supo más tarde – el ataque se produjo por un error de la escuadrilla de tres aviones A- 4B Skyhawk de nuestra Fuerza Aérea al mando del Capitán, Carlos Marcos Carballo, quién con el indicativo “Trueno”, tuvo como misión “atacar a todos los buques (enemigos) que se encontraran en la zona de Puerto Argentino, sin que fuese advertido, que por el área se desplazaban también cargueros argentinos.

       Pero para darnos una idea más exacta de cómo ocurrió este confuso episodio vamos a remitirnos al relato que del mismo hizo el propio Capitán Carballo, en su libro “Dios y los Halcones”: ”Volábamos sobre nubes que cubrían totalmente el mar y las islas, adopté un vuelo bajo mientras observaba las lluvias aislados que caían por sectores y por momentos me cubrían totalmente el parabrisas... yo seguía buscando la salida de la Isla Bougainville que finalmente encontré, cuando después de un tiempo vi hacia el oeste, en la penumbra del atardecer, recortándose contra el horizonte, la imponente silueta de un barco. Yo iba al frente como guía, ciento cincuenta metros a la izquierda venía el “Tala” (Teniente C.A. Rinke) y a mi derecha el “Coral” (1er.Teniente C.E Cachón); el Alférez, Carmona había regresado por problemas en el avión. Estábamos ante nuestra primera prueba; grite ¡Viva la Patria!, lleve el acelerador a la máxima posición adelante, colocando mi avión lo más cerca del agua posible”.

      “El barco comenzó a agrandarse en mi mira de tiro, mientras esperábamos el momento en que nos comenzarían a tirar, cosa que no ocurrió. Cuando estuve próximo observé un armazón de hierro en forma de rectángulo, igual al que habíamos visto en las fotos de los petroleros que, de acuerdo a lo que nos habían dicho en las exposiciones previas, acompañaban a las corbetas rápidas que navegaban con la mitad de la carga de combustible, para lograr mayor agilidad en los combates”.

       “Cuando estuve a distancia de tiro tomé altura, disparé bombas haciendo lo mismo mis numerales. Continué bordeando las islas hacia el este, pensando regresar por el norte; minutos después encontré frente a mí una fragata cubierta de humo, por lo que decidí volver por donde había venido”.

       “Teniendo en cuenta que ya había arrojado las cargas realicé un viraje rasante tan cerca del agua que por momentos temí que al tocarla, mi avión se desintegrara.

Invertí mi rumbo y a lo lejos, sobre el rijo atardecer, descubrí nuevamente la silueta del barco que había atacado anteriormente. Me sentí impotente ante la evidencia de no haber cumplido con mi misión, ya que aparentemente estaba intacto. Armé mis cañones, hice una ráfaga intimidatoria por encima de sus chimeneas para que sus tripulantes se tiraran cuerpo a tierra pues no me interesaba matar hombres sino destruir sus medios. Observaba como mi munición trazante se introducía en los compartimentos y rebotaba hacia todos lados. Pase sobre el mismo y puse proa al oeste. Escuchando por radio las expresiones de alegría de mis numerales que comentaban lo maravilloso que era estar volviendo con vida”.

       “Cuando llegue a tierra no me sentía bien. Primero por que el barco que ataqué no me había tirado, segundo porque quizá había matado hombres y tercero porque el cansancio de dos horas y media de tensión continua había dejado mis músculos agotados. Al otro día el Brigadier, Camblor nos dio los resultados de la misión.

Habíamos tirado contra un barco nuestro, no produciendo víctimas solo por una serie de milagros con que Dios nos mostró su bondad. La mala visibilidad, la lluvia, lo avanzado de la hora en esas latitudes en donde los días son mas cortos y las noches muy largas en el invierno; la tremenda velocidad de acercamiento al blanco, la poca información sobre los barcos propios y nuestra inexperiencia en ese tipo de combate en el mar, produjeron un tremendo error. A partir de ese día siempre tuvimos la ubicación exacta de nuestra flota. En los días siguientes me sentí realmente muy mal...” .
  
Ante los pedidos de auxilio del Formosa, el capitán del Río Carcarañá, Edgardo Dell’Elicine dispuso salir en ayuda del mismo, pero antes de llegar al barco atacado, el capitán de ultramar, Juan Cristóbal Gregorio, le dijo por radio que no era necesaria su asistencia pues su barco solo tenía averías de poca importancia, solo “algunos agujeritos”.
       
Luego de esta comunicación los dos buques finalizaron su contacto radial y siguieron cada uno sus distintos derroteros.

Al día siguiente, mientras el Formosa continuaba su viaje, al ser revisado con mayor detenimiento por sus tripulantes, para ver si había alguna novedad, se encontraron en una de las bodegas con una bomba de 500 libras sin explotar.
Prontamente el coordinador militar, capitán de corbeta Juan Carlos Ianuzzo, hizo retirar del lugar a los civiles y llamó a los dos Buzos Tácticos, quienes luego de verificar que el artefacto tenía averiado el mecanismo iniciador, aseguraron primero el proyectil con bolsas de aserrín y cuñas de madera y luego le cortaron los cables conectores.
      
Si bien el Formosa registraba varios impactos de munición de alto calibre en la superestructura y llevaba la bomba sin explotar dentro de una de sus bodegas,  al no  presentar daños que impidieran su libre navegación su comandante  decidió continuar a toda marcha hacia el primer puerto patagónico que pudiera recibirlo. Dentro de la angustiosa incertidumbre que significaba viajar con un peligroso artefacto en sus entrañas, a sus tripulantes los animó el hecho fortuito de que ningún miembro de la dotación había sufrido heridas.

       A punto de llegar a la Bahía San Sebastián salió a su encuentro el Yaktemi una nave de mantenimiento que lo guió hasta punta Páramo, uno de los cabos de la Bahía, donde quedaron fondeados. Hasta ese lugar arribó, a poco tiempo, el Suboficial Auxiliar de la Fuerza Aérea, Pedro Prudencio Miranda quien luego de inspeccionar la bomba de 250 kilos alojada en la 2da bodega buscó asegurarse que la misma no se activara y tras reconocer que la misma era de provisión de su Fuerza aconsejó tratar de inmovilizarla y buscar otro puerto, donde pudiera ser extraída y desactivada totalmente.

         Luego, previa conformidad de todos los tripulantes del Formosa, quienes no ignoraban la grave situación, el Capitán Gregorio, dispuso reanudar la navegación. Al cabo de cinco días, llegaron al puerto de Buenos Aires, donde personal especializado de la Fuerza Aérea, procedió a retirar la bomba de tan comprometido lugar y tras depositarla en tierra la inactivó definitivamente.

       Allí terminó la aventura de guerra del Formosa. El Capitán Gregorio y su brava tripulación volvieron a ofrecerse para cruzar provisiones a los soldados de Malvinas, pero sus servicios no pudieron ser empleados pues a partir de allí ya ningún barco mercante de gran porte iba a poder llegar a las islas.

       Al finalizar la batalla, en un acto público donde la Armada honró al personal civil y militar que habían actuado en el conflicto, el Almirante Jorge Anaya, Comandante en Jefe de la Fuerza Naval , tras resaltar que esos hombres habían cumplido la misión más allá de su deber, entregó al Capitán de Ultramar, Juan Gregorio la condecoración al “ESFUERZO Y ABNEGACIÓN” por su meritorio desempeño al mando de la motonave Formosa la cual, durante las operaciones, logró romper el bloqueo enemigo y abastecer a las unidades de las Islas Malvinas con acertado criterio profesional.

       El fin de la guerra trajo además de una dolorosa nostalgia una serie de conmovedoras situaciones. El que escribe fue testigo del emocionado abrazo que se brindaron en el transcurso de un asado, el Capitán Gregorio y el Capitán Carballo durante el encuentro propiciado por el Centro Civiles Veteranos de Guerra (operativo Malvinas).



1 comentario:

  1. Yo soy el tripulante José scarcella primer mecánico del glorioso Formosa durante 10 años ese buque fue mi hogar ,un honor para mí .

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