Año 1978, España, Puerto de Cádiz, Astillero “San
Fernando”. Recortada contra la mole de un barco que acaba de construirse, se
destaca la alta y delgada figura de un hombre que observa con mirada experta
los últimos detalles de su terminación. Se trata de Juan Cristóbal Gregorio,
Capitán de Ultramar de la Empresa Líneas Marítimas Argentinas (ELMA) quién se
encuentra allí hace varios meses con la misión de supervisar la puesta a punto
del carguero Formosa y tomar el mando del mismo.
El Capitán, Gregorio, cuya carrera como marino se inició en 1946 con su paso
por la escuela Naval de la Armada Argentina y continuó en la marina mercante,
previa graduación en la Escuela Nacional de Náutica “Manuel Belgrano”, trataba
de familiarizarse, en esos días, con las modernas instalaciones de la flamante
nave. En tanto pasaba revista a la misma, el avezado marino pensó, con buen
criterio, que junto a ese barco cumpliría una campaña de largos viajes llevando
cargas bajo bandera Argentina, a diversos puertos del mundo. Esa aspiración
llegaría pronto a concretarse, pero lo que jamás pudo imaginar Gregorio, fue
que, cuatro años más tarde, ambos atravesarían las azarosas peripecias de una
guerra en el Atlántico Sur.
Para el 2 de abril de 1982,
el Formosa se encontraba navegando rumbo al Puerto de Buenos
Aires regresando de uno de sus habituales viajes al norte de Europa, cuando al
igual que otros barcos de la Empresa ELMA –Río Carcarañá; Córdoba; Río
Cincel- fue requerido por las autoridades navales para cumplir el servicio
de transportes que demandaba la reciente recuperación de las Islas Malvinas.
Sin embargo estos barcos iban a
tener disímiles suertes. El Córdoba, con su valiosa carga de
pertrechos, debido a un incidente técnico, quedó demorado en un puerto
patagónico y nunca llegó a las islas. El Río Carcarañá, si bien
pudo arribar a Malvinas y completar integralmente, su descarga, fue atacado y
posteriormente hundido. En cambio el Formosa al igual que
el Río Cincel y el Mar del Norte, logró completar
su misión y pudo regresar a puerto, a pesar de a las heridas recibidas.
El transporte de nuestro relato completo su carga de 3.500 toneladas y zarpó
del puerto de Buenos Aires el día 13 de abril llevando en sus bodegas, combustible
para avión; camiones; jeeps; ambulancias; explosivos; municiones; una pista
extensible de aluminio; uniformes de abrigo. 45 contenedores con víveres para
124 días y cocinas de campaña. Estos materiales estaban destinados además de la
Fuerza Aérea ; para el Grupo de Artillería 601; la Compañía 10 de Exploración y
el Comando de la 10ª. Brigada los Regimientos de Infantería 3, 6 y 7 todos de
Ejército. También embarcaron un contingente de 30 hombres de esta Arma.
La tripulación del barco estuvo integrada
por 42 hombres y una mujer, la enfermera
Doris West. Dentro de ese plantel fueron incluidos, además tres jóvenes
cadetes de la Escuela Nacional de Náutica, el Práctico Eloy González, un hábil
profesional que contaba en su historial con numerosos viajes a Malvinas, donde
aprendió a conocer como pocos la accidentada geografía costeras de las islas y
los secretos de sus precarios amarraderos.
A poco de llegar a Punta Quilla en
la Provincia de Santa Cruz, el Formosa recibió la orden
de zarpar hacia el archipiélago malvinense. Previo a ello le fue asignado un
Coordinador Naval Militar, el Capitán de Fragata, Héctor Bianchi.
El cruce comenzó el 18 de abril, una semana después que fuera decretada
unilateralmente por los británicos la Zona de Exclusión Marítima.
Durante la travesía el Comando del
Teatro de Operaciones del Atlántico Sur, ordenó se proveyera al Formosa de
apoyo aéreo antisubmarino. A tal fin el Grupo de Tareas de Exploración de la
Armada ( GT 80.2) por directivas de la Fuerza de Tareas Aeronaval 80,
estableció un área para la exploración de la derrota del carguero que fue
cubierta por dos aviones Neptune.
Al día siguiente y tras sortear las
peligrosas aguas donde rondaban amenazantes submarinos nucleares, arribaron sin
novedad a Puerto Argentino.
Allí luego de algunos cabildeos, comenzó la lenta descarga. La falta de
estibadores y una estructura portuaria inadecuada conspiraron contra el buen
desempeño de la tarea, que en un puerto común, se hubiera cumplido en un tiempo
razonablemente menor. Ello obligó a que el Capitán Gregorio, recurriera
personalmente al Gobernador de las Islas, Gral., Menéndez a fin de que éste
dispusiera el empleo de un mayor número de soldados para activar la descarga y
a su vez completara, entre otras sugerencias, la posibilidad de lograr el envío
de mano de obra especializada para facilitar futuras descargas.
Una vez que ordenaron algunos
aspectos técnicos operativos y se logro un mayor entendimiento personal con las
autoridades militares, la descarga aceleró su ritmo y en el término de una
semana, la misma había prácticamente finalizado.
Esta experiencia indujo al mando de
las islas a solicitar la concurrencia del personal idóneo en la descarga de
buques. Con tal fin después de varios días arribaron a Malvinas 16 trabajadores
portuarios, provenientes de puertos patagónicos; pero sus servicios no fueron
utilizados pues para el tiempo de su llegada a Puerto Argentino, ya no había
barcos para descargar y tampoco se produjeron nuevos arribos. Fue así como
dichos trabajadores fueron empleados durante un tiempo en tareas de limpieza de
la ciudad para posteriormente ser reintegrados a sus lugares de origen en el
continente.
El día 26 el Coordinador Naval,
Capitán Bianchi fue reemplazado por el Capitán de Corbeta Juan Carlos Ianuzzo.
El 1ro. de mayo, mucho antes del
amanecer, el Capitán, Gregorio, tomaba mate en su cámara y leía algunos
informes. En esos instantes recordó que era el día de su cumpleaños y se le
ocurrió que pese al fatigoso trabajo que aún le aguardaba, iba a tratar de
hallar tiempo para efectuar un brindis con su tripulación.
A más de ciento cincuenta millas de allí otro jefe naval, pero en este caso
británico, también cumplía años (50) ese día, pero lo pensaba festejar de una
forma cruenta. Se trataba del Almirante, Sandy Woodward, comandante de la flota
inglesa, quién tenía previsto iniciar en las primeras horas de la jornada un
ataque aéreo y cañoneo sobre las posiciones argentinas en Malvinas con el fin
de efectuar desembarcos y tratar de inutilizar la pista de aterrizaje de Puerto
Argentino.
Exactamente a las 2:26 hs. de la madrugada, comenzaron a llegar los primeros
informes consignando la detectación de intentos de desembarcos aislados y a las
4:40 hs. cayó sobre la pista del aeropuerto una lluvia de bombas que no alcanzó
a inutilizarla. Más tarde, cuando amaneció, nuevamente aviones ingleses en
vuelos rasantes iniciaron una serie de ataques que se prolongaron durante todo
el día, sobre las defensas ubicadas en las cercanías de Puerto Argentino,
Puerto Darwin y algunas colinas estratégicas.
Pese a que la defensa antiaérea
local actuó eficazmente y la aviación argentina repelió los ataques atacando
por oleadas a parte de la flota inglesa la situación se tornó tensa y
peligrosa, especialmente para los barcos de gran porte que se encontraban en la
bahía del puerto.
Para evitar mayores daños, como el que se había producido en el
aeropuerto, las autoridades navales dispusieron despachar de Puerto Argentino a
los cargueros Río Carcarañá y Formosa, que
debieron abandonar apresuradamente sus fondeaderos y alejarse en busca de
protección.
A bordo del Formosa habían quedado los Buzos Tácticos. Luis Antúnez y
Juan Chervo, que se encontraban cumpliendo guardia de su especialidad. Pese a
que los mismos pidieron regresar en lanchas de auxilio, se dispuso que ambos
permanecieran a bordo y prosiguieran viaje en dirección al continente. En
cuanto al Río Carcarañá , éste busco refugio en la Rada del
Toro, al Sur de la Isla Soledad.
A las 18:30 hs. el Formosa se encontraba navegando a
toda marcha en los 52°23´ de latitud Sur y 59°30´ de longitud Oeste rumbo al
continente, cuando fue atacado por una escuadrilla de aviones. Una primera
bomba arrojada por los atacantes cayó justo sobre la proa, rebotó sin
explotar sobre una de las cornamusas y cayó al agua. El Capitán, Gregorio
ordenó maniobra de esquive por si la bomba explotaba en el agua pero esto no
ocurrió. La segunda bomba cayó directamente sobre las bodegas, perforó tres cubiertas
pero tampoco explotó. Minutos más tarde mientras el telegrafista daba la alarma
radial y los aviones volvían para ametrallar al buque, su tripulación buscó
protegerse dentro de la estructura de la nave de lo que creían era un ataque de
aviones ingleses.
En realidad – y esto se supo más tarde – el ataque se produjo por un
error de la escuadrilla de tres aviones A- 4B Skyhawk de nuestra Fuerza Aérea
al mando del Capitán, Carlos Marcos Carballo, quién con el indicativo “Trueno”,
tuvo como misión “atacar a todos los buques (enemigos) que se encontraran en la
zona de Puerto Argentino, sin que fuese advertido, que por el área se
desplazaban también cargueros argentinos.
Pero para darnos una idea más
exacta de cómo ocurrió este confuso episodio vamos a remitirnos al relato que
del mismo hizo el propio Capitán Carballo, en su libro “Dios y los Halcones”:
”Volábamos sobre nubes que cubrían totalmente el mar y las islas, adopté un
vuelo bajo mientras observaba las lluvias aislados que caían por sectores y por
momentos me cubrían totalmente el parabrisas... yo seguía buscando la salida de
la Isla Bougainville que finalmente encontré, cuando después de un tiempo vi
hacia el oeste, en la penumbra del atardecer, recortándose contra el horizonte,
la imponente silueta de un barco. Yo iba al frente como guía, ciento cincuenta
metros a la izquierda venía el “Tala” (Teniente C.A. Rinke) y a mi derecha el
“Coral” (1er.Teniente C.E Cachón); el Alférez, Carmona había regresado por
problemas en el avión. Estábamos ante nuestra primera prueba; grite ¡Viva la
Patria!, lleve el acelerador a la máxima posición adelante, colocando mi avión
lo más cerca del agua posible”.
“El barco comenzó a agrandarse en mi mira
de tiro, mientras esperábamos el momento en que nos comenzarían a tirar, cosa
que no ocurrió. Cuando estuve próximo observé un armazón de hierro en forma de
rectángulo, igual al que habíamos visto en las fotos de los petroleros que, de
acuerdo a lo que nos habían dicho en las exposiciones previas, acompañaban a
las corbetas rápidas que navegaban con la mitad de la carga de combustible,
para lograr mayor agilidad en los combates”.
“Cuando estuve a distancia de tiro
tomé altura, disparé bombas haciendo lo mismo mis numerales. Continué bordeando
las islas hacia el este, pensando regresar por el norte; minutos después
encontré frente a mí una fragata cubierta de humo, por lo que decidí volver por
donde había venido”.
“Teniendo en cuenta que ya había
arrojado las cargas realicé un viraje rasante tan cerca del agua que por
momentos temí que al tocarla, mi avión se desintegrara.
Invertí mi rumbo y a lo lejos, sobre el rijo atardecer, descubrí
nuevamente la silueta del barco que había atacado anteriormente. Me sentí
impotente ante la evidencia de no haber cumplido con mi misión, ya que
aparentemente estaba intacto. Armé mis cañones, hice una ráfaga intimidatoria
por encima de sus chimeneas para que sus tripulantes se tiraran cuerpo a tierra
pues no me interesaba matar hombres sino destruir sus medios. Observaba como mi
munición trazante se introducía en los compartimentos y rebotaba hacia todos
lados. Pase sobre el mismo y puse proa al oeste. Escuchando por radio las
expresiones de alegría de mis numerales que comentaban lo maravilloso que era
estar volviendo con vida”.
“Cuando llegue a tierra no me
sentía bien. Primero por que el barco que ataqué no me había tirado, segundo
porque quizá había matado hombres y tercero porque el cansancio de dos horas y
media de tensión continua había dejado mis músculos agotados. Al otro día el
Brigadier, Camblor nos dio los resultados de la misión.
Habíamos tirado contra un barco nuestro, no produciendo víctimas solo
por una serie de milagros con que Dios nos mostró su bondad. La mala
visibilidad, la lluvia, lo avanzado de la hora en esas latitudes en donde los
días son mas cortos y las noches muy largas en el invierno; la tremenda
velocidad de acercamiento al blanco, la poca información sobre los barcos
propios y nuestra inexperiencia en ese tipo de combate en el mar, produjeron un
tremendo error. A partir de ese día siempre tuvimos la ubicación exacta de
nuestra flota. En los días siguientes me sentí realmente muy mal...” .
Ante los pedidos de auxilio del Formosa, el capitán
del Río Carcarañá, Edgardo Dell’Elicine dispuso salir en ayuda del
mismo, pero antes de llegar al barco atacado, el capitán de ultramar, Juan
Cristóbal Gregorio, le dijo por radio que no era necesaria su asistencia pues
su barco solo tenía averías de poca importancia, solo “algunos agujeritos”.
Luego de esta comunicación los dos buques finalizaron su contacto radial
y siguieron cada uno sus distintos derroteros.
Al día siguiente, mientras el Formosa continuaba su
viaje, al ser revisado con mayor detenimiento por sus tripulantes, para ver si
había alguna novedad, se encontraron en una de las bodegas con una bomba de 500
libras sin explotar.
Prontamente el coordinador militar, capitán de corbeta Juan Carlos
Ianuzzo, hizo retirar del lugar a los civiles y llamó a los dos Buzos Tácticos,
quienes luego de verificar que el artefacto tenía averiado el mecanismo
iniciador, aseguraron primero el proyectil con bolsas de aserrín y cuñas de
madera y luego le cortaron los cables conectores.
Si bien el Formosa registraba varios impactos de
munición de alto calibre en la superestructura y llevaba la bomba sin explotar
dentro de una de sus bodegas, al no presentar daños que impidieran
su libre navegación su comandante decidió continuar a toda marcha hacia
el primer puerto patagónico que pudiera recibirlo. Dentro de la angustiosa
incertidumbre que significaba viajar con un peligroso artefacto en sus
entrañas, a sus tripulantes los animó el hecho fortuito de que ningún miembro
de la dotación había sufrido heridas.
A punto de llegar a la Bahía San
Sebastián salió a su encuentro el Yaktemi una nave de
mantenimiento que lo guió hasta punta Páramo, uno de los cabos de la Bahía,
donde quedaron fondeados. Hasta ese lugar arribó, a poco tiempo, el Suboficial
Auxiliar de la Fuerza Aérea, Pedro Prudencio Miranda quien luego de
inspeccionar la bomba de 250 kilos alojada en la 2da bodega buscó asegurarse
que la misma no se activara y tras reconocer que la misma era de provisión de
su Fuerza aconsejó tratar de inmovilizarla y buscar otro puerto, donde pudiera
ser extraída y desactivada totalmente.
Luego, previa
conformidad de todos los tripulantes del Formosa, quienes no
ignoraban la grave situación, el Capitán Gregorio, dispuso reanudar la
navegación. Al cabo de cinco días, llegaron al puerto de Buenos Aires, donde
personal especializado de la Fuerza Aérea, procedió a retirar la bomba de tan
comprometido lugar y tras depositarla en tierra la inactivó definitivamente.
Allí terminó la aventura de guerra
del Formosa. El Capitán Gregorio y su brava tripulación volvieron a
ofrecerse para cruzar provisiones a los soldados de Malvinas, pero sus
servicios no pudieron ser empleados pues a partir de allí ya ningún barco
mercante de gran porte iba a poder llegar a las islas.
Al finalizar la batalla, en un acto
público donde la Armada honró al personal civil y militar que habían actuado en
el conflicto, el Almirante Jorge Anaya, Comandante en Jefe de la Fuerza Naval ,
tras resaltar que esos hombres habían cumplido la misión más allá de su deber,
entregó al Capitán de Ultramar, Juan Gregorio la condecoración al “ESFUERZO Y
ABNEGACIÓN” por su meritorio desempeño al mando de la motonave Formosa la
cual, durante las operaciones, logró romper el bloqueo enemigo y abastecer a las
unidades de las Islas Malvinas con acertado criterio profesional.
El fin de la guerra trajo además de
una dolorosa nostalgia una serie de conmovedoras situaciones. El que escribe
fue testigo del emocionado abrazo que se brindaron en el transcurso de un
asado, el Capitán Gregorio y el Capitán Carballo durante el encuentro
propiciado por el Centro Civiles Veteranos de Guerra (operativo Malvinas).
Yo soy el tripulante José scarcella primer mecánico del glorioso Formosa durante 10 años ese buque fue mi hogar ,un honor para mí .
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