Comentario. 9va parte del libro MISIÓN CUMPLIDA, de Jorge Muñoz, con la participación del buque mercante Río Cárcaraña en el conflicto MALVINAS.
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El buque mercante Río Carcarañá además
de registrar en su historia la proeza de haber transportado material logístico
a Malvinas en plena guerra, burlando el bloqueo inglés, y ser el único barco de
la Empresa Líneas Marítimas Argentinas (ELMA), que tras descargar integralmente
su carga fue atacado por aviones británicos y posteriormente hundido; tiene el
orgullo de haber sido condecorado por la Armada Argentina “EN RECONOCIMIENTO A
LOS HECHOS HERÓICOS Y ACCIONES DE MÉRITO EXTRAORDINARIO QUE CON SACRIFICIO Y
VALOR PATRIÓTICO SUS TRIPULANTES REALIZARON DURANTE LA CAMPAÑA ”.
La honrosa historia del Río Carcarañá, en esta última etapa de su trayectoria, cumplida en calidad de barco auxiliar durante el conflicto bélico que sostuvo nuestro país con Inglaterra en 1982, comienza el 2 de abril, día en nuestras Fuerzas Armadas, luego de un siglo y medio de usurpación británica, recuperaron el territorio malvinense.
En
esa gloriosa jornada, cerca del mediodía, cuando las calles céntricas de Buenos
Aires se veían animadas por expresivas manifestaciones de alegría, el Capitán
de Ultramar, D. Edgardo Dell’Elicine, de ELMA, se apersonó al Jefe del
Departamento de Personal Embarcado de dicha empresa, Arnaldo J. Ardizzone, ante
quién se ofreció como voluntario para el caso que su servicio profesional
pudiera ser utilidad con motivo de la gesta. El capitán, presuponiendo que
nuestra Armada, requeriría la colaboración de ELMA, sugirió, además, comenzar a
confeccionar una lista de voluntarios, pues, como efectivamente ocurrió, detrás
de él iban a sumarse muchos más.
El
jefe administrativo acogió con entusiasmo la idea e inauguró la nómina de
voluntarios con quién había llevado la iniciativa. Dell’Elicine, que para ese
entonces se hallaba de licencia, regresó a su hogar y durante el trayecto fue
tratando de organizarse mentalmente para el caso que fuera a ser llamado. A
llegar, desplegó sobre la mesa un mapa de Malvinas y comenzó a estudiarlo
detenidamente. Algo le decía que muy pronto iba a encontrarse con su destino y
tendría que contar, además de sus conocimientos profesionales, con la mayor
cantidad de información.
Efectivamente
el día 14, recibió una llamado de parte de un directivo de la Empresa,
comunicándole que debía tomar el mando del Río Carcarañá, con la consigna de
proceder a colocarlo en servicio en el menor tiempo posible. De inmediato el
capitán convocado se presentó en la sede de ELMA para recibir de sus superiores
las primeras directivas y el destino de su misión. Luego se trasladó hasta el
dique IV, de Puerto Nuevo, donde se encontraba la nave en “amarre inactivo”.
Antes de abordarla se detuvo unos instantes para observar la inmensa estructura
metálica de 10.200 toneladas y 180 metros de eslora, construida en 1962 en cuyo
historial registraba 87 viajes al norte de Europa.
Se
trataba de un barco con excelente trayectoria que no difería en mucho de otros
similares con cuyo uso el capitán estaba familiarizado. Si bien por su
porte no era lo ideal para navegar por
las islas y estaba prematuramente envejecido frente al avance tecnológico de
las dos últimas décadas, nadie iba a dudar que en manos de nuestros marinos
mercantes iba a cumplir éste, su último viaje, en situaciones verdaderamente
límite, con pleno rendimiento. Dell’Elicine comentaba al respecto que pocas
veces como en este caso experimentó esa increíble simbiosis que suele
producirse entre el capitán y su nave.
Pero
antes de avanzar en el relato vamos a hacer una breve disquisición analizando
la trayectoria y personalidad del Capitán, Dell’Elicine, pues ello nos ayudará
a comprender mejor las diversas contingencias de esta historia. Dado que si
bien ELMA, pudo haber llamado para esta misión a otros de sus capitanes de
consabida veteranía y capacidad, en este caso especial todo coincidió para que
la designación recayera en Dell’Elicine. Esta resolución resultó de un criterio
unánime ya que los mandos de la Armada que supervisaban todo lo referido a las
operaciones de Transporte Naval, confirmaron el nombramiento dentro de una
terna de candidatos.
Egresado
en 1959 de la Escuela Nacional de Náutica, Manuel Belgrano, con el título de
Pilotín, se incorporó de inmediato a la Flota Argentina de Navegación de
Ultramar (FANU), empresa que en 1962 se fusionó con la armadora estatal, Flota
Mercante del Estado para luego formar ELMA. Navegando para dichas empresas, en
largas travesías al Mar del Norte, Inglaterra y Noroeste de Europa, llegó a
completar un millón de millas náuticas.
Una
de sus principales pasiones, la lectura, especialmente la relacionada con temas
históricos, le han permitido profundizar en el desarrollo de las dos últimas
guerras mundiales, siendo reconocida su condición de especialista en la
materia. Sus otras funciones, la navegación a vela y el pilotaje de aviones
privados, lo han llevado a mantenerse siempre en forma y actualizado en el
manejo de naves y aeronaves deportivas
para cuyo desempeño es necesaria una gran cuota de pericia y coraje.
Pero
había en Dell’Elicine otro detalle muy particular.
Una
parte de su niñez había transcurrido en Inglaterra, donde su padre, suboficial
Mayor de Aeronáutica, ejerció funciones como encargado de comunicaciones de la
embajada Argentina en Londres. Allí cursó estudios primarios en el Saint
Angelo´s Preparatory School, donde no solo aprendió perfectamente el idioma
inglés, sino también a discernir acerca de la particular idiosincrasia de sus
habitantes.
Más
adelante todos sus conocimientos y experiencias iban a resultarle de suma
utilidad.
Para
el alistamiento de la nave, el capitán que no dejaba nada librado al azar,
contó con la colaboración del Jefe de Máquinas, Sr. Néstor Zenobi y el Primero
Oficial, Leopoldo Lombardi, quienes lograron reactivar y poner a punto el
sistema propulsor, las máquinas auxiliares y el gobierno.
A
medida que pasaban los días y conforme se aceleraban las tareas, se fueron
incorporando tripulantes de todas las jerarquías. La mayoría concurrió por
alistamiento voluntario y otros lo hicieron por contratación normal de acuerdo
al uso y costumbre de la Empresa. Cuando el Capitán, leyó la nómina final de
los cuarenta y dos hombres incorporados, vio que si bien la mayoría eran
jóvenes también había entre ellos algunos que habían superado los cincuenta
años; pudiendo comprobar que todos eran argentinos, excepto dos cocineros, uno
italiano y el otro uruguayo. Notó asimismo que desconocía a la mayoría de dicho
personal, circunstancia ésta que no fue impedimento para que pronto naciera entre
los mismos y el comando, una comunión de afectos que perduraría más allá de la
misión.
Tal
como estaba previsto, el 19 por la noche, luego de completarse el
aprovisionamiento de víveres, el buque quedó definitivamente armado. Al día
siguiente tras de efectuar un movimiento del Dique IV a la Dársena B /7ª de
Puerto Nuevo, poco después del mediodía
comenzaron las operaciones de carga. Las mismas se realizaron con algunas
dificultades debido a la falta de coordinación entre las Fuerzas que no acercaban
la carga al costado del buque en un orden lógico ni planificado de estiba, por
lo cual la misma debió resolverse sobre la marcha. Entre otros elementos fueron
puestos en bodega: tambores de combustible, vehículos; cañones de 20 mm ; un
abundante parque de municiones y proyectiles; cien toneladas de víveres frescos
que habían sido donados por los comerciantes mayoristas del Mercado de Abasto
de Buenos Aires y como armamento principal una cohetera de 127 mm ., con 27
bocas de fuego, denominada SAPBA(Sistema de Armas Proyectiles Balísticos),
desarrollada por el Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas de las
Fuerzas Armadas (CITEFA) cuyo peso era de 25 toneladas
Días
antes de la partida, un nutrido grupo de estibadores, presumiendo que el buque
iría a Malvinas, se presentó espontáneamente a bordo solicitando ser admitidos
como voluntarios. Al enterarse, los mismos, que dentro de los planes de la
Empresa, no estaba prevista su admisión, decidieron realizar una manifestación
por la zona portuaria para expresar de viva voz que, ellos también, como
argentinos, tenían derecho a participar en la defensa de la Patria.
Dell’Elicine,
que observaba desde la cubierta, sintió orgullo por la demostración patriótica
de esos sencillos hombres y lamentó no se hubiera aceptado el valioso
ofrecimiento, que por otra parte no estaba dentro de sus facultades resolver.
Como efectivamente supuso, más tarde, en Puerto Argentino, la falta de
estibadores idóneos, incidió negativamente en el rendimiento de las operaciones
de descarga ya que dicha mano de obra debió ser suplida por soldados sin
experiencia en este tipo de tareas y en algunos casos con la misma tripulación.
Por ello cuando tuvo que presentarse ante el Contralmirante, Emilio Osses,
Comandante del Control de Tránsito Marítimo,
para recibir instrucciones, aprovechó la oportunidad para solicitar se
contemplara la posibilidad de incorpora mano de estiba completa a fin de
acelerar la futura descarga, pero el jefe naval no estimó la conveniencia de poner
en práctica en ese momento dicha idea.
Otras
gestiones, pero estas llevadas a cabo antes el Gerente de Operaciones de ELMA,
Emilio Radivoj, fueron parcialmente satisfechas. Se agregaron dos balsas
autoinflables y una percha adicional para manipular contenedores, pero le fue
negada la provisión suplementaria de agua dulce para lastrar Deep-Tanks, que
permite mejorar la estabilidad y disponer de dicho elemento ante cualquier
eventualidad. No podía desconocerse que en Malvinas no existe agua corriente,
ni potable semisurgente.
La que se emplea para uso diario se
obtiene de algunos pozos de aljibe de limitada capacidad o de vertientes
naturales de irregular caudal que debe ser potabilizada mediante costosos
filtros. Por ello más adelante, personal técnico de la Armada, tuvo que
desarrollar, en muy breve tiempo, un potabilizador de agua que llevó a las
islas para el uso de nuestras tropas.
El
jueves 22 finalizadas las operaciones de carga y en tanto se concretaba el
trincado de la misma, el Capitán fue citado al Comando de Operaciones de la
Armada , para recibir las últimas instrucciones y un sobre cerrado conteniendo
la ruta y destino final, el cual debería abrir una vez transpuesta la
jurisdicción del Río de la Plata. En ese acto también fue informado que
embarcaría en calidad de representante y coordinador de la Armada, el Capitán
de Corbeta, Daniel E. Robelo.
Después
del mediodía, el buque se puso a son de mar y a las 16:30 hs. soltó amarras con
un total de 934 toneladas de carga para las fuerzas Armadas rumbo a la zona de
Operaciones. Llevaba también abordo en calidad de pasajeros a personal militar
que acompañaba al material logístico embarcado. Se trató del capitán, Ingeniero
Militar, Marcelo Sergio Novoa; el Sargento Ayudante, Mecánico de Óptica y
Aparatos de Precisión, Víctor Jesús Benzo y el Cabo 1ro. Raúl Orlando Barrios,
todos de ejército. De Fuerza Aérea, el Cabo Héctor Hugo Varas y por parte de
Prefectura Naval, el Cabo Jorge Eduardo López.
Tal
como había sido recomendado por el Comando Naval y a pesar de que todos lo
suponían, el exacto destino del buque no fue informado a la tripulación y
ninguno de sus integrantes pidió aclaraciones en el momento de partir. Ello se
debió a ese sentido tan característico entre los hombres de mar, quienes en
circunstancias como esa, no hacen preguntas y depositan toda su confianza en
quién los comanda.
Al
llegar al Pontón Recalada, en la primera hora del día siguiente,
desembarcó el Práctico del Río de la
Plata y se continuó la marcha dentro del más estricto silencio radial. A poco
de reanudar la navegación, el capitán abrió el sobre que le había entregado el
Comando de la Armada y procedió a comunicar a su tripulación las órdenes de
dirigirse a Puerto Argentino en misión de abastecimiento y tropas. Como era de
suponer, la respuesta del personal fue de apoyo total a la tarea encomendada.
Durante
los cuatro días que duró la travesía se efectuaron a bordo ejercicios de
zafarrancho de incendio y abandono de la nave.
La
rutina diaria se veía sacudida con toques de sirena que marcaban una situación
de emergencia donde cada uno debía cumplir un rol predeterminado. Pronto la
tripulación se habituó a estos ejercicios que si en un principio parecían
molestos, más luego agradecieron su práctica pues resultaron de mucha utilidad
para las situaciones que iban a vivir.
El
domingo 25 recalaron por espacio de una hora en Cabo Blanco, en la punta sur
del Golfo San Jorge y desde allí, cabeceando permanentemente, dado que habían
empeorado las condiciones del tiempo, el barco inició el cruce definitivo a las
islas.
Ese mismo día el Río Carcarañá, aunque esto se
supo más tarde, estuvo a punto de resultar hundido por la acción de submarinos
británicos. Efectivamente, de acuerdo a las memorias del entonces Comandante en
Jefe de nuestra Armada, Almirante, Jorge Isaac Anaya, se llegó a establecer que
el ex subjefe de la CIA y embajador itinerante del Presidente Reagan, General,
Vernon Walters, durante una entrevista con Anaya, en mayo del 82, en una
contradictoria actitud, trató por un lado de convencer al jefe naval argentino
que Estados Unidos no tenía satélites espías en el Atlántico Sur ni le estaba
entregando información al Reino Unido y por otro lado manifestó que al
enterarse su gobierno que los ingleses, el día 25, iban a torpedear al Río
Carcarañá, convencieron a estos de que no lo hicieran. Ante tan insólita
postura, Anaya le replicó que no podía comprender las razones por las cuales el
aliado de su enemigo le estaba entregando una información tan vital, a lo que
Walters respondió que se trataba de “un gesto de buena voluntad”. La maniobra
de querer convencer a los Mandos argentinos, acerca de la “neutralidad” de
Estados Unidos, aún después de haberles dado espaldas al Tratado Interamericano
de Asistencia Recíproca TIAR, suponía un exceso de ingenuidad por parte del
Comité Militar, al que evidentemente se incitaba a mover sus unidades navales
para llevarlas a una trampa.
De
todas maneras la tripulación del Río Carcarañá, pese a que siempre tuvo
presente la posibilidad que la nave podía llegar a ser blanco de un ataque
durante su desplazamiento, jamás imaginó lo cerca que estuvo de que fuera
decretado su hundimiento y menos aún que esa acción se pospusiera como muestra
de “indulgencia” para ser utilizada luego como supuesta prenda de “buena
voluntad”, bajo la apariencia de una gestión seudo diplomática que en realidad
ocultaba obscuras especulaciones de orden táctico.
El
lunes 26 a la hora 03:00 el carguero penetró en la zona de bloqueo decretada
unilateralmente por los británicos y dos horas después del mediodía, luego de
una navegación son contratiempos, recaló en Cabo Belgrano, en el extremo sud de
la Isla Gran Malvinas. De allí se dirigió a un punto de encuentro próximo a
Puerto Argentino donde, ya de noche, los aguardaba el Guardacostas 82 de la
Prefectura Naval , el cual, tras identificarlo se aproximó para informarles
detalladamente la ubicación del campo minado que protegía el acceso al puerto,
a la vez que se ofreció para guiarlos a través de ese peligroso laberinto.
Siguiendo la estela del Guardacostas,
el Río Carcarañá continuó la navegación hasta que poco antes de la medianoche,
de acuerdo a las instrucciones recibidas, recaló en la Caleta Gorrión, de
Puerto Groussac, donde fondeó para pasar la noche. Al día siguiente el
representante Naval, Capitán, Robelo se dirigió a tierra con una lancha a fin
de recibir órdenes y coordinar las operaciones de descarga. Poco después del
mediodía y al no poder acceder el Río Carcarañá al muelle por falta de
calado, atracó a su costado de estribor
el buque ARA Isla de los Estados para oficiar de trasbordador. Junto con la
llegada del alije abordaron 20 soldados de Ejército para desempeñarse como
personal de estiba.
También se hizo presente un oficial de
esa Arma quién invocando órdenes del Gobernador pretendió la descarga inmediata
de un contenedor con televisores a color destinados a ser distribuidos entre la
población local. Sin embargo y pese a la persistencia del imperioso pedido, el
Capitán Dell’Elicine impuso su criterio de otorgar prioridad de descarga al
material bélico y que los artículos suntuarios esperaran su turno.
La
descarga comenzó ya bien entrada la tarde con el trasbordo de tambores
conteniendo gasolina y debió interrumpirse cerca de la hora 20:00 pues el
CONAVINAS (Comando Naval Malvinas) ordenó suspender las operaciones y proceder
al oscurecimiento total del buque en previsión de un ataque aéreo. El personal
militar de estiba fue alojado por orden del capitán y a tal efecto se les
habilitó el salón y el comedor de pasajeros. Junto con el alojamiento también
se dispuso para ellos el funcionamiento del servicio de cocina de manera
continua. Tal como decía Dell’Elicine refiriéndose a sus ocasionales huéspedes:
“nunca faltó en la olla un nutritivo guiso caliente para nuestros jóvenes
soldados”. Por todas estas atenciones, el Capitán Novoa, manifestó su
beneplácito al capitán del buque agradeciéndole las mismas en nombre del
Ejército.
A
primera hora del jueves 29 el capitán Robelo, que se encontraba en puerto,
comunicó al Capitán del barco, vía VHF, que preparara el buque para poder ser
abandonado a partir de la hora 07:00, por inminente posibilidad de ataque
enemigo. Debido a ello se suspendieron las operaciones de descarga y el
alijador Isla de los Estados largó amarras para alejarse del lugar.
Dell’Elicine, debido a la proximidad con el aeropuerto, lógico blanco
prioritario de cualquier ataque enemigo, decidió cambiar también de fondeadero.
Para ello viró el ancla a las 02:50 hs., abandonó la caleta Gorrión y fue a
echar anclas al norte de Punta de la Armada, frente a Puerto Argentino, donde
permaneció en estado de alerta. Al regresar a bordo antes del amanecer, el
capitán Robelo pidió explicaciones al comandante de la nave por haber efectuado
el cambio de fondeadero sin solicitud previa de permiso al CONAVINAS.
Dell’Elicine dio los fundamentos de su decisión y la misma no fue revertida.
Al
otro día tampoco se desarrollaron operaciones de descarga y como señal de que
las mismas no iban a continuar, al menos en ese sitio, se recibió una orden del
Comando Militar anunciando que el personal de soldados que efectuaba la estiba
debía desembarcar.
Cerca de las 10:00 de la mañana
Dell’Elicine, acompañado del 3er. Oficial, Claudio Mazzi, el carpintero,
Rogelio Ojeda y el coordinador naval se trasladaron a tierra para hacer un
reconocimiento del muelle de Puerto Argentino y evaluar sus cualidades
operativas. Luego de tomar sondajes del espejo de agua de la zona adyacente, el
capitán le informó al CONAVINAS que estaba dispuesto a intentar la maniobra de
atraque al muelle, cuando éste quedara libre, ya que en ese lugar todavía se
encontraba operando el Formosa.
Durante
su breve estadía en tierra, el Capitán y sus acompañantes pudieron ver un
espectáculo que jamás olvidarían. Todas las calles de Puerto Argentino se veían
engalanadas con banderas argentinas y numerosos soldados y oficiales se les
acercaban con gesto sonriente, para hacerles saber cuánto les alegraba su
arribo y también para requerirles noticias del continente. En esa oportunidad,
Dell’Elicine se encontró con un viejo amigo, el Capellán de Ejército, Pbro.
José Fernández. Tras un emocionado abrazo, el capitán invitó al sacerdote a
celebrar una misa de acción de gracias a bordo. El Padre Fernández, comprometió
su asistencia para el domingo siguiente, pero las circunstancias propias de la
guerra iban a determinar que dicha liturgia nunca iba a poder celebrarse.
Al
retornar a bordo en horas de la tarde, las órdenes preventivas de alerta
continuaban y por ende la actividad estaba circunscripta a las tareas de
mantenimiento habituales y el alistamiento permanente de las máquinas. Entre
otros cuidados se constató que el consumo de agua había marcado un promedio
demasiado alto, ello posiblemente debido al uso excedido o quizá también a la mala
condición general de las tuberías. Previendo un alargamiento del tiempo de la
misión el comandante de la nave implantó el racionamiento de agua dulce
consistente en la habilitación de su uso solamente en lapsos de dos horas por
la mañana, tarde y noche.
A
las 04:45 del sábado 1 de mayo, se recibió por VHF un aviso de Alerta Roja. A
poco de ello se inició un ataque enemigo, consistente en un bombardero aéreo
desde gran altura sobre la zona del aeropuerto. A la par que se escuchaban los
estallidos de bombas y el resplandor de los incendios daban un tono trágico al
ámbito de la noche, se alertó rápidamente a la tripulación preparándosela para
un posible abandono. A este ataque, de breve duración, cuyos resultados fueron
más espectaculares que efectivos, le sucedió un silencio de más de tres horas,
hasta que a las ocho de la mañana otra Alerta Roja, marcó el comienzo de un
nuevo ataque aéreo y pese a la réplica de nuestra defensa antiaérea, algunas
aeronaves enemigas concentraron su fuego sobre las naves surtas en Puerto
Argentino y en este caso sobre aquella que por su porte era un blanco rentable:
el Río Carcarañá.
Durante la acción, un Sea Harrier,
luego de una incursión sobre el aeropuerto, hizo un rápido viraje de 180° y
arremetió contra el buque con el nutrido fuego de sus cañones. Las marcas de los impactos contra el agua señalaron la
trayectoria donde los proyectiles pasaron a pocos metros de la aleta de babor,
sin llegar a dar, afortunadamente en el blanco.
El
comandante de la nave, teniendo en cuenta la peligrosidad de la carga que
llevaba a bordo, en especial los tambores de combustible sobre cubierta y las
municiones y proyectiles alojados en las bodegas cuyo posible estallido
afectaría gravemente las vidas de quienes se encontraban a bordo, ordenó
preparar botes y balsas para el abandono del buque. Cuanto se cumplimentaban en perfecto orden
estas tareas y ya se habían arrojado por la banda de estribor las balsas
neumáticas que quedaron alistadas al costado del buque, un grupo de buzos
tácticos de la Armada que se encontraba a bordo en funciones de seguridad,
advirtió a los tripulantes sobre la peligrosidad de desembarcar en la costa
próxima pues la misma estaba totalmente minada. Teniendo en cuenta esta
advertencia y en razón que el ataque cesó al cabo de 20 minutos de iniciado, la
orden de abandonar la nave no llegó a darse.
Aprovechando
ese lapso en la batalla, que en forma intermitente iba a continuar todo el día,
el Comando Naval ordenó a todos los barcos fondeados en Puerto Argentino que
abandonaran dicha posición. El Río Carcarañá, luego de una exitosa maniobra de
virada, pese a la estrechez del lugar y la malas condiciones meteorológicas,
zarpó a las 10:15 hs. previo izar abordo los botes de salvamente. Después de
bordear la península, San Felipe, siempre pegado a la costa para no ser captado
por los radares de la flota inglesa que se encontraba a pocas millas de allí,
siguió una derrota barajando el sur de la isla Soledad. En esa oportunidad el
Capitán Robelo comunicó al comandante de la nave que había recibido
instrucciones de proseguir las operaciones de descarga en un puerto denominado
San Carlos, situado en el extremo noroeste de la Gran Malvinas.
Dell’Elicine,
dejando saber que no le constaban dichas órdenes y considerando las
características hidrográficas peligrosas del Canal de San Carlos, para el cual
no tenía cartografía adecuada ni podía contar con el uso adecuado del radar por
razones militares, decidió dirigirse a la Rada del Toro, dentro de la Bahía de
Los Abrigos en el extremo sur de la Isla Soledad. Indicado como el fondeadero
más seguro de la zona, resultaba el
lugar ideal para pasar la noche a la espera de la luz y también para tratar de
ratificar o rectificar las órdenes, aunque esta posibilidad era más remota dado
que la frecuencia de radio del buque no coincidía con la de CONAVINAS y solo
podía actuarse en puente por intermedio de otra nave que tuviera esa onda.
A
las 16:30 hs. fondearon sin inconvenientes en la rada del Toro. Media hora más
tarde alcanzaron a divisar al buque Formosa que navegaba rumbo al oeste.
Cuando
pudieron establecer contacto por VHF con el carguero para conocer su destino,
su Capitán, Juan Gregorio, manifestó que se dirigía al continente. Quince
minutos después el Oficial de Guardia, Appendino dio cuenta que había observado
a lo lejos una escuadrilla de aviones a reacción, no identificados, que volando
a baja altura se dirigía hacia donde se encontraba el Formosa. Minutos después
se escuchó por el mismo medio al Capitán, Gregorio, emitiendo al aire un pedido
de socorro, ¡mayday! ¡mayday! , e informando haber sido atacado por aviones
enemigos en latitud 52° 27´ S Longitud 59° 30´ W.
Suponiendo una inminente tragedia,
Dell’Elicine, sin dudarlo, ordenó levantar anclas y abandonando la segura
posición se dirigió velozmente con su barco hacia el lugar desde donde provenía
el angustioso pedido de auxilio. A las 18:30 hs., poco antes de llegar, logró
tomar contacto radial con la nave en emergencia, cuyo capitán le comunicó que
había sido atacado por aviones desconocidos, los cuales le habían producido
algunas averías menores, pero como no tenía heridos entre la tripulación y los
daños no le impedían la navegación, tras agradecerle la ayuda ofrecida, le
reiteraba su determinación de proseguir la ruta hacia el continente.
Ahora
el Río Carcarañá debía considerar su propia situación y tomar una decisión al
respecto. El panorama militar resultaba confuso e incierto debido a la falta de
comunicaciones con el Comando Naval. A esa altura de la navegación, habiendo
abandonado su posición de resguardo podría haber sido detectado por naves
enemigas y no resultaría extraño que corriera peor suerte que el Formosa. A
todo ello la llegada de la noche oscureció aún más los agoreros presagios.
Con
objeto de tomar una resolución el Capitán del barco, de acuerdo a las
facultades que le eran propias convocó a Consejo de Oficiales. Durante la
reunión, Dell’Elicine expuso la situación de potencial peligro que corría el
buque, expresando su criterio de continuar navegando con rumbo oeste durante la
noche para salir de la zona de exclusión y en un lugar más seguro aguardar
nuevas órdenes del Comando Naval. La oficialidad, en pleno, concordó con el
criterio de su Comando y para dejar asentada esta decisión unánime labraron un
acta que fue transcripta en el Folio 98 del Diario de Navegación.
Asimismo
se dejó expresamente asentado que la decisión del Comando de ninguna manera
implicaba renunciar a la misión logística encomendada.
Al
ser informado el capitán Robelo, de lo resuelto por la Junta de Oficiales, si
bien en un principio no presentó objeciones, mas luego se apersonó al Capitán
Dell’Elicine para manifestarle su desacuerdo a la resolución adoptada.
Con
objeto de efectivizar su oposición, Robelo, cuyo criterio era no abandonar la
zona anunció que pondría a toda la tripulación “bajo bandera” (movilizados) y
para ello solicitó el apoyo del personal militar de Ejército que se encontraba
circunstancialmente a bordo. Con dicho respaldo el marino adoptó diversas
medidas de contralor sobre los tripulantes.
Evidentemente
la disparidad de criterios personales dentro de la conducción de una situación
donde se suponía que debía existir justamente coordinación, había derivado en
una imprevisible superposición de facultades donde no llegaba a percibirse con
certeza cuál era la real dependencia y comando del buque y su tripulación.
Pero
la misma situación bélica iba a encargarse de dirimir los confusos entredichos.
Cerca
de las 20:30 el Segundo Oficial, Sergio Dorrego, se presentó al Comandante de
la nave para informarle que había escuchado noticias emitidas por emisoras de
frecuencia AM anunciando que un exitoso ataque de la aviación Argentina contra
la flota enemiga, había obligado a replegarse a ésta fuera del alcance aéreo.
De inmediato Dell’Elicine sintonizó por onda corta la emisora BBC de Londres,
que ratificó el eficaz contraataque aéreo argentino.
A
la luz de estas informaciones que demostraban un cambio de la situación, el
capitán del barco reunió nuevamente a sus oficiales para decirles que estimando
que el panorama de inseguridad que afectaba al buque había experimentado un mejoramiento,
pensó que convendría dirigirse a Bahía Fox, en la Gran Malvinas, donde podrían
pasar la noche, para luego reiniciar la
navegación en horas del día.
Sugirió
además que si las condiciones de seguridad lo permitían podrían intentar
sobrepasar Fox para continuar navegando de noche en busca de Puerto San Carlos.
Los
oficiales una vez más manifestaron su confianza en el criterio del Comando y
reiteraron su voluntad por completar la misión logística.
Efectivamente
dando cumplimiento a lo acordado, el barco se dirigió a Bahía Fox cuando
faltaban pocos minutos para las 22:00. Media hora después tuvo conocimiento de
esta medida el capitán, Robelo quién expresó su satisfacción por la decisión,
aunque exhortó a Dell’Elicine a no intentar una navegación por el Canal de San
Carlos en horas de la noche. Esta idea fue reforzada por la intervención del
capitán de Ejército, Novoa, quién terciando en la disputa con mucho tacto, dado
el clima de tensión que reinaba a bordo, dijo tener entendido que la costa del
estrecho estaba defendida por efectivos de Ejército con baterías de cañones de
105 mm de tiro controlado por radar y por lo tanto resultaba peligroso aventurarse
en esa dirección pues se corría el peligro de ser confundido con una unidad
enemiga y terminar atacado por las propias fuerzas.
En
realidad Novoa no estaba en lo cierto pues desconocía que dichos cañones no
habían arribado a la Gran Malvinas.
En razón de los argumentos expuestos el
Capitán del buque dispuso fondear en posición de latitud 51° 01´ S Longitud60°
04´5, cuando eran las cuatro de la madrugada. A las 07:15 del día siguiente, ya
con luz diurna, zarparon y prosiguieron la navegación en demanda del Puerto San
Carlos. Una hora después, entre la Isla Calixta y el islote Oeste del Estrecho
San Carlos, avistaron navegando de vuelta encontrada al Isla de los Estados.
Establecido el contacto radial, el Comandante de ese buque, Capitán de Ultramar,
Tulio Panigadi, informó no tener órdenes acerca de efectuar operaciones en San
Carlos, donde por otra parte no existía ninguna estructura logística; agregó
que estaba regresando de Puerto Howard, en ese momento llamado puerto Yapeyú y
luego oficialmente Puerto Mitre, donde había descargado material para el
Regimiento 5 de Infantería y ahora se
dirigía a la Bahía Fox.
Sin perder tiempo, Dell’Elicine ordenó
virar en redondo y decidió seguir la estela del Isla de los Estados. Una hora y
media después ambas naves fondearon en Bahía Fox donde quedaron a la espera de
órdenes. Al promediar la tarde los buques se acoderaron y tras un prolongado
debate por parte de los coordinadores navales, Robelo del Río Carcarañá y el
Capitán de Corbeta, Alois Payarola del Isla de los Estados respecto a las
pautas de prioridad que merecía la carga a transbordar, una hora antes de la
medianoche comenzó el alije que debió efectuarse exclusivamente empleando la
mano de obra del personal de abordo. Es de resaltar que este servicio
extraordinario, no previsto en el Contrato de Ajuste, que iba a cumplir de ahí
en más toda la tripulación, según sus capacidades, fue aceptado sin distinción
de jerarquías, con entusiasmo y amplio espíritu de sacrificio y patriotismo.
Las
operaciones de trasbordo se desarrollaron durante toda la noche y continuaron
hasta el mediodía siguiente en que el Río Carcarañá recibió la orden de
dirigirse a Puerto Rey, ubicado a mitad del estrecho San Carlos, sobre la Isla
Soledad , donde debía llegar antes del anochecer para continuar la descarga.
A
tal efecto, poco después de las 15:00
zarparon hacia ese lugar donde arribaron dos horas después para aguardar
la llegada de los alijadores.
En
la mañana siguiente aprovechando la pausa reubicaron los vehículos que estaban
estibados en el entrepuente y los pasaron a cubierta para facilitar su
posterior desembarque, luego se ordenó bajar todas las plumas para dar el
aspecto de un buque inactivo. En horas de la tarde se hizo presente el alijador
Monsunen a quién le fueron transbordados 68 tambores de combustible.
Al
finalizar la descarga, por haberse colmado la capacidad del receptor, el
Capitán, Dell’Elicine ofreció una cena a bordo a los efectivos de la Armada que
tripulaban el Monsunen. Cuando finalizó la misma, cerca de medianoche, la
embarcación de alije zarpó.
El
miércoles 5, en horas tempranas, atracó junto al carguero, el alijador Forrest
al cual le fueron transferidos víveres frescos. Pasado el mediodía el pequeño
buque, que también era tripulado por efectivos de la Armada, zarpó con su
remesa para ir a descargarla en una base de las islas. Poco antes de que se
terminara el día, el Forrest, cumplida su comisión, regresó a Puerto Rey para
hacer noche. Al otro día continuaron las tareas, hasta la hora 12:00.
Finalizadas
las operaciones, el alijador soltó amarras.
El
día viernes, Bahía de Puerto Rey permaneció en silencio. La ausencia de
alijadores no permitió tareas de descarga y ello trajo un poco de respiro a la
esforzada tripulación después de una semana de difíciles alternativas.
Al
día siguiente poco antes del alba fondeó en la bahía, el Isla de los Estados.
Al
cabo de una hora atracó a estribor del Río Carcarañá y se inició el trasbordo
de vehículos y tambores con combustible.
En horas de la tarde atracó por babor
el Forrest, quién de inmediato comenzó a recibir víveres de la bodega
frigorífica.
Del
mismo alijador trasbordaron al Río Carcarañá seis efectivos de la Armada con
armamento completo. Se trató del Suboficial Rian, Cabo Principal Vázquez, Cabo
2° Javier Fernández y los marineros conscriptos Rodolfo Fernández y Marcelo
Padula, todos al mando del Teniente de Fragata Ricardo Verón, enviados por
orden de CONAVINAS, quienes fueron alojados en los camarotes de pasaje. El
Capitán del buque no fue informado acerca de la real misión de estos hombres,
pero supuso que la misma podía estar relacionada con algún pedido de apoyo por
parte del coordinador naval o quizá con una probable movilización de los
tripulantes del mercante, aunque de esta medida, los mismos aseguran no haber
tenido conocimiento, como así tampoco haber sido notificados oficialmente o por
escrito.
De
todas maneras la situación del régimen interno del buque no varió y la
comandancia del mismo continuó de igual forma.
El
domingo 9 amanecieron escuchando por radiotelefonía en la banda de 2182 Kcs. Un
pedido de socorro que no presagiaba nada bueno. Bajo la voz de “MAYDAY” una
nave, cuya identificación no se clarificó, informaba que estaba siendo sometida
a un ataque aéreo. Más tarde a raíz de un comunicado del Estado Mayor Conjunto,
tuvieron conocimiento que dicho pedido de auxilio había provenido del pesquero
argentino Narwal el cual, tras ser atacado por aviones ingleses, fue hundido y
sus tripulantes hechos prisioneros.
El
resto de la mañana continuó con su ritmo habitual de descarga sobre el Isla de
los Estados y el Forrest. Pasado el mediodía atracó por babor el Monsunen para
recibir tambores con nafta. Las operaciones, en este caso, además de la mano de
obra de los tripulantes contó con la colaboración del Mayor, Alfonso Sturm, un
Subteniente, un Oficial Médico y un grupo de soldados de la 3 Brigada de
Infantería de Ejército, quienes se encontraban embarcados transitoriamente en
el Monsunen. Al finalizar su carga estos efectivos fueron invitados a un
almuerzo a bordo. Durante el mismo, el Mayor Sturm le preguntó al Capitán
Dell’Elicine si su buque había embarcado cañones de 105 mm. que el Alto Mando
había prometido enviar a Puerto Howard en la Gran Malvinas; a lo que el Capitán
respondió negativamente. Finalizada la comida, el pequeño alijador zarpó con
todo su personal.
Con
el fin de acelerar la descarga, las operaciones prosiguieron toda la noche. A
media mañana decidieron emprender, la descarga de la cohetera CITEFA de 25
toneladas. Luego de una profunda planificación durante la cual debió calcularse
cuidadosamente la fuerza de tensión que debían soportar los aparejos; como
debería ser encarada la maniobra y la conveniencia de reforzar las ostas de la
pluma central, el Capitán del buque, al llegar a la conclusión que la misma
tenía una alta posibilidad de llevarse a cabo exitosamente, ordenó su
ejecución.
La maniobra, que demoró más de una hora,
estuvo a cargo del contramaestre Dionisio Cáceres, quién con gran pericia, pese
al fuerte viento que hacía oscilar peligrosamente la tremenda mole de acero,
logró depositar la cohetera sobre la tapa escotilla de la bodega n° 2 del Isla
de los Estados.
Poco
después del mediodía, completada la carga del Forrest, el mismo zarpó sin
novedad. Cuando los relojes
marcaban la hora 18:00 y el Río Carcarañá entregó el último bulto que había en
sus bodegas dio por cumplida la misión que se le había encomendado.
Para
celebrar la exitosa finalización de la descarga el Capitán del Río Carcarañá
invitó a cenar a bordo al Capitán Panigadi, al Coordinador Naval, Capitán
Payarola y al Primer Oficial Bottaro. Durante la comida que transcurrió en un
ambiente de franca camaradería tuvo lugar una interesante conversación cuyos
resultados determinaron el curso de futuros acontecimientos.
En
esa charla Dell’Elicine insinuó a Panigadi acerca de la conveniencia de
permanecer esa noche fondeados en el lugar y zarpar al día siguiente, dado que
el tiempo con persistentes lloviznas que provocaban escasa visibilidad, no era
lo más conveniente para moverse por esos lugares. Panigadi sosteniendo un
criterio distinto dijo que como había amainado el viento, aprovecharía la noche
cerrada para ir, sin ser visto, hasta Puerto Howard, donde pensaba llegar antes
del amanecer. Efectivamente el Transporte Naval, de acuerdo a sus órdenes y
destino, largó amarras y zarpó rumbo al noroeste cuando ya era la hora 21:00. A
bordo del mismo, además de vehículos, combustible y municiones, había ingresado
el personal de las distintas Armas que acompañaban los materiales logísticos
desde un principio.
Ahora
que el Río Carcarañá tenía por cumplida su misión, su Capitán requirió del
Coordinador Naval acerca de cuáles serían los pasos a seguir. Al respecto
Robelo le contestó secamente que su deber era esperar órdenes, sin agregarle
nada más. En vista de esa lacónica respuesta que no aclaraba nada ni se
condecía con ningún criterio previsor, Dell’Elicine comenzó a reflexionar sobre
el futuro de esa aventura marítima. Su razonamiento lo llevó a considerar que
más allá de haber cumplido a conciencia con el transporte y descarga en
Malvinas del material requerido por nuestras Fuerzas Armadas, como Capitán del
buque, era, de acuerdo a sus atribuciones, responsable total de la seguridad y
vida de los hombres que se hallaban a bordo. Además su actual condición de
buque aislado que no contaba con defensa ni protección antiaérea lo ponía en situación
de grave peligro y en esto coincidieron posteriormente algunos analistas
navales del conflicto. quiénes aseguraron que
“alejar los grandes barcos de Puerto Argentino por temor a la suerte que
pudieran correr debido a los ataques aéreos, fue en realidad su sentencia de
muerte”. Por eso Dell’Elicine pensó, atinadamente, que su barco debía salir de
allí y ser empleado en otras funciones,
quizá en una nueva misión logística para traer más cargas desde el continente.
A ello debía sumarse que debido a deficiencias técnico-radiales se encontraban
virtualmente incomunicados con el Comando Naval en Puerto Argentino.
Estas
especulaciones llevaron al Capitán, a convocar a su camarote al 1er Oficial
Appendino y al Jefe de Máquinas, Sr. Zenobi a quienes participó de su intención
de zarpar al día siguiente con destino a Ushuaia, sede del Comando Naval de la
Región Sur, para poner el Río Carcarañá a disposición del mismo con la
sugerencia de transformarlo en buque hospital.
Para
ello deberían partir aprovechando la luz diurna, sin utilizar radar para tratar
de no ser captados, navegar en dirección
sur para cruzar sobre el banco Burdwood, por cuyas aguas poco profundas no
podían hacerlo cómodamente los submarinos enemigos y luego alcanzar el estrecho
de Le Maire, próximo al puerto de Ushuaia. Dell’Elicine agregó además que este
plan de acción era de carácter estrictamente confidencial, el cual no debería
revelarse a nadie a bordo hasta el momento de la partida. Los oficiales que
recibieron las instrucciones manifestaron su total acuerdo con lo expuesto y se
comprometieron a tener el buque
perfectamente alistado por la hora 15:30 del día siguiente.
A
las diez de la noche, no bien había concluido la reunión, convocada por el
Capitán, éste fue llamado de urgencia al puente de mando por el Oficial, Mazzi,
quién le informó haber oído por VHF una angustiosa voz que gritaba ¡mayday!,
Isla de los Estados, “díganle a los de enfrente que no tiren”. Simultáneamente
el oficial aseguró haber escuchado, al igual que el marinero vigía, una serie
de explosiones lejanas y visto, un gran resplandor del lado del noroeste.
A
la par que se intentaba establecer contacto con quién había emitido el llamado,
se dio cuenta de la novedad al Coordinador Naval, el cual en tren de
suposiciones sostuvo, al parecer, la teoría que si algo había ocurrido al Isla
de los Estados podría atribuirse a la acción de las baterías costeras propias.
En esa oportunidad Dell’Elicine que pensaba todo lo contrario, seguramente para
no polemizar prefirió callar, pero no puedo evitar recordar que el Mayor, Sturm
reclamaba artillería que evidentemente no había arribado a esas posiciones y
tuvo la íntima convicción que un ataque al Transporte Naval, solo podía provenir
de unidades enemigas. Posteriormente los hechos le dieron la razón. Cuando
después de varios días tuvieron conocimiento del hundimiento del Isla de los
Estados, donde se perdieron veintidós vidas, supieron que el mismo había sido
cañoneado esa fatal noche, por la fragata inglesa Alacrity.
A
primera hora de la mañana se escuchó por VHF una comunicación proveniente del
Forrest solicitando noticias del Isla de los Estados. Se había iniciado una
afanosa y angustiosa búsqueda por todos los medios disponibles, y la misma solo
iba a finalizar una semana más tarde cuando el pequeño barco, a cargo del
Teniente de Navío Gustavo Adolfo Molini, acertaría a encontrar a los dos únicos
sobrevivientes del desastre.
Tal
como lo tenía previsto, el Capitán Dell’Elicine puso el buque a son de mar. Se
encontraba, poco antes de las diez, ultimando los detalles cuando por radio, en
puente con el Transporte Naval ARA Bahía Buen Suceso que se encontraba amarrado
en Bahía Fox, recibió una orden del CONAVINAS: “todas las unidades guardar
estación”. En ese momento Dell’Elicine solicitó al Coordinador Naval que
confirmara al Comando Naval, la terminación de la descarga del buque que daba
por finalizada la misión que le había sido encomendada.
Contrariamente
a lo supuesto Robelo rechazó dicha solicitud de aclaración. En horas de la
tarde, Dell’Elicine, se presentó al Coordinador para manifestarle su decisión
de zarpar con destino a Ushuaia. El Capitán de Corbeta Robelo, según aquél, le
contestó que de ninguna manera iba a permitir ese desplazamiento sin tener
autorización expresa del CONAVINAS y para impedirlo estaba dispuesto a hacer
uso de la fuerza – se supone del personal de Infantería de Marina que se
encontraba a bordo – En vista de esta clara advertencia Dell’ Elicine resolvió
cancelar la zarpada de la cual no volvió a hablarse.
Las
condiciones del tiempo habían empeorado. La fuerza del viento del noroeste
había obligado a filar cadenas y a poner las máquinas en atención. Al notarse
el garreo del ancla se ordenó virar la misma para volverla a fondear en una
posición más favorable. Poco antes de la medianoche volvió a verificarse el
garreo, por lo cual debió repetirse la maniobra. Durante todo el día no se
tuvieron noticias del Isla de los Estados, y solo se dio cumplimiento al
completo silencio radial ordenado por el Comando Naval.
En
los primeros minutos de la madrugada del miércoles 12, el aumento de la fuerza
del viento hizo garrear nuevamente el ancla notándose un amplio borneo
(campaneo de la cadena del ancla). Luego de virar, se fondeó ambas anclas
manteniendo la posición con ayuda de maquina
despacio adelante y timón para evitar el campaneo.
Al
día siguiente continuaba la búsqueda del barco desaparecido y con ese motivo
había atracado al costado del Río Carcarañá la goleta Penélope, cuyo comandante
el Teniente de Navío, Horacio González Llanos, requirió a los responsables de
la tripulación, información detallada acerca del Isla de los Estados, pues
ellos habían sido los últimos en tener contacto con el mismo. Lamentablemente
todo estaba referido a esa noche donde se escuchó el pedido de auxilio en medio
de fuertes explosiones y un vivo resplandor y ello no hacía presagiar nada
bueno.
De
acuerdo con el informe confidencial del Capitán, Dell’Elicine, se notaba un
desmejoramiento de la situación anímica del la tripulación. Ello quizá era
debido a la falta de órdenes por parte del Comando Naval que demoraba la
decisión de sacarlos de ese lugar tan desprotegido donde no parecía cumplir
ninguna misión. Fue por ello, con el fin de tener activa a su tripulación y
demostrarles, al menos como efecto psicológico, que se tomaban medidas de
protección, que trazó un plan tendiente a confundir a la inteligencia enemiga.
El mismo sugería pintar una enorme cruz roja en la cubierta superior simulando
ser un buque hospital y así tratar de evitar un ataque aéreo. La otra
proposición consistía en cambiar los colores de la chimenea y reemplazarla por
una banda roja para darle la apariencia de una unidad mercante perteneciente a
algún país del bloqueo soviético. Ambas propuestas fueron rechazadas por el
Coordinador Naval Militar quién las consideró contrarias al uso legal del
Derecho Internacional.
Los
dos días subsiguientes transcurrieron en la misma forma que los anteriores.
Continuaron fondeados a la espera de
órdenes, en condiciones climáticas cada vez peores, con fuertes vientos y
chubascos. Solo llamó la atención que el CONAVINAS por intermedio del Bahía
Buen Suceso solicitara informes acerca de “cuantos tambores de combustible
quedaban aún a bordo del Carcarañá”.
Como
esta demanda hizo suponer que los Mandos navales no estaban debidamente
informados respecto al exacto estado del barco, Dell’Elicine requirió al
Coordinador Naval que en la mayor brevedad posible aclarara la situación del
mismo. Esto generó otra enojosa controversia durante la cual Robelo advirtió al
Capitán que su buque se hallaba bajo bandera y para ello tenía en su poder las
cédulas de llamadas a servicio militar para sus tripulantes. Dell’Elicine
estimando estas medidas como arbitrarias y fuera de lugar, dejó constancia que
las mismas se contradecían con las claras instrucciones recibidas oportunamente
en Buenos Aires, del Jefe Naval de Tránsito Marítimo.
El
domingo 16 había salido el sol por primera vez en muchos días y salvo un corto
ataque que se había producido en Bahía fox, cerca de las nueve, todo hacía
presuponer que sería una jornada apacible, propicia para charlar sobre cubierta
o jugar una partida de naipes. Sin embargo, Dell’Elicine no lo creyó así y ese
presentimiento les salvó la vida. Rápidamente el mecanismo de sus conocimientos
se puso en movimiento y le hizo deducir que después de estar tantos días en ese
lugar, los ingleses ya los tendrían localizados y seguramente aprovecharían la
buena visibilidad para darles un golpe. Estimó también que si los aviones
enemigos ya habían tenido actividad temprana, no volverían hasta después de las
diez, hora en que según la tradición de la Marina Real se toma el desayuno.
Siguiendo adelante con sus especulaciones, el Capitán pensó que de concretarse
sus presagios, los aviones llegarían por la banda de estribor, pues desde allí
tendrían el sol a sus espaldas, siendo esa su forma clásica de atacar y no resultar
un blanco fácil en caso de una respuesta por el fuego. Pero aún había que
considerar otro aspecto de elemental importancia: los pilotos de la Armada
británica que vuelan los días feriados reciben doble paga. Respecto a esta
última apreciación, Dell’Elicine estaba totalmente en lo cierto pues el mismo
Comandante de la Flota Inglesa en sus memorias atestigua que “la única pregunta
que se me hizo en todos los barco, fue: ¿podría decirnos señor, en cuanto se ha
fijado el subsidio para servicio en el exterior? Aclarando más adelante: ¿Cuánto
dinero extra ganaremos por estar en este pequeño lío?”.
Luego
de escuchar con atención los razonamientos de su Capitán, los tripulantes se
dispusieron a cumplir prestamente con sus indicaciones. La orden fue abandonar
los camarotes de la banda de estribor para ir a ubicarse en el pasillo interno
de la cubierta de babor, llevando consigo además de una bolsa con pocas
pertenencias, ropa de abrigo, una manta y el equipo de salvamento. Previo a
ello dejaron aprestados los botes salvavidas mas una lancha a motor y quedaron
a la expectativa.
Cinco minutos después de las diez se
escuchó por radio, una noticia alarmante.
El
Bahía Buen Suceso, amarrado en Bahía Fox estaba siendo atacado por aviones
enemigos. Al rato, mientras observaban sobrecogidos una densa columna de humo
negro que se elevaba desde esa posición, llegó hasta ellos la noticia
trasmitida desde el Forrest, informando que habían sido rescatados los dos
únicos sobrevivientes del Isla de los Estados el Capitán de Corbeta, Alois
Payarola y el marinero Alfonso López.
La
orden dada a la tripulación de permanecer en el pasillo interior de babor
continuó toda la mañana. Dos horas después del mediodía Dell’Elicine se
encontraba en el Cuarto de Derrota retirando mapas y documentos, cuando el
marinero vigía gritó: ¡Aviones! El oficial Dorrego, que había quedado en la
cubierta superior, penetró en el Cuarto y dijo casi sin respirar:”Salgamos de
aquí Capitán, vienen dos aviones a atacarnos”. De inmediato ambos oficiales
bajaron a grandes zancadas las escaleras y buscaron refugio uniéndose al resto
de la tripulación justo en el momento que precedidas de un gran estruendo
comenzaron a explotar las bombas lanzadas por los atacantes. Dos de ellas
explotaron a corta distancia del buque sacudiéndolo. Seguidamente los aviones
efectuaron tres pasadas mas, barriendo con sus cañones de 30 mm la banda de
estribor y la superestructura. Diez minutos después de iniciado el ataque, las
aeronaves agresoras se alejaron.
La
tripulación, que de acuerdo a la orden, había permanecido cuerpo a tierra en el
angosto pasillo de babor, resultó ilesa. A raíz de las bombas se comprobó que
las ondas expansivas de sus explosiones habían producido el hundimiento de la
chapa del casco y seguramente provocado fisuras debajo de la línea de
flotación. La acción de la metralla había destruido varios camarotes de
estribor, dos botes salvavidas y perforado la chimenea. Otros proyectiles
habían impactado en la Sala de Máquinas justo sobre la línea de flotación,
causando diversos daños pero sin llegar a provocar heridos. Aprovechando la
pausa y en previsión de nuevos ataques
cuyas consecuencias podrían haber sido nefastas para las vidas de quienes se
encontraban a bordo, el Capitán
Dell’Elicine ordenó el inmediato abandono de la nave. Utilizando los
tres botes disponibles, con presteza pero en perfecto orden, los tripulantes,
tal cual lo habían ensayado repetidas veces, comenzaron la evacuación. Dicha
actitud fue imitada por el personal militar de la Armada. El Capitán, quién fue
el último en abandonar la nave, tomó previamente una serie de medidas que
consideró indispensables. Puso el buque en condición de “Fuerza de Servicio”,
ordenó cerrar la puerta estanca del Túnel de Máquinas, fondear la segunda ancla
y dar aviso del abandono al Bahía Buen Suceso y al Forrest y por su intermedio
al CONAVIDAS. Como parte de la documentación que logró salvar se encontraba: el
Diario de Navegación; el Libro de Rol; libretas de embarco; publicaciones de la
Armada de carácter confidencial y secreto que se encontraban bajo su custodia y
también las armas reglamentarias de dotación: (dos pistolas automáticas marca
Ballester Molina, Calibre 45mm) provistas por la Empresa ELMA.
Como
medida final antes de abandonar la nave el capitán, secundado por el
contramaestre Cáceres, accionaron varias bombas de humo blanco y anaranjado que
depositaron sobre la cubierta superior. Esa medida surtió el efecto deseado, pues
los aviones británicos de reconocimiento que fotografiaron el barco, aseguraron
que se estaba incendiando. Ese engaño determinó que los agresores no
continuaran con sus ataques.
Cuando
el tren de botes remolcados por una lancha a motor se había separado unos cien
metros del buque, aparecieron nuevamente dos aviones Harrier quienes
amenazadoramente, pero sin abrir fuego, efectuaron una pasada rasante por sobre
los indefensos ocupantes de las embarcaciones. Después de este alarmante
sobrevuelo los aviones se alejaron definitivamente. Ese fue el momento en que
el pequeño convoy aceleró su marcha hasta lograr alcanzar la rocosa costa de la
Isla Soledad. Una vez allí, desembarcaron y comenzaron a organizarse para
establecerse precariamente en ese páramo. En tanto algunos encendían una
hoguera para compensar la baja temperatura, otros reconocían el terreno, pero
todos siempre con buen ánimo sosteniendo la firme intención de retornar al
buque por la noche, a fin de retirar víveres, mantas y materiales necesarios
para construir refugios. Para el caso que no pudieran ser rescatados por agua,
Dell’Elicine, que con la ayuda de un mapa, había logrado identificar el sitio
donde se hallaban, pensó que podrían intentar llegar por tierra hasta Pradera
del Ganso – Darwin; aunque esta alternativa tuvo que ser descartada pues no
todos se hallaban en condiciones físicas de soportar una marcha de cincuenta
kilómetros que les llevaría tres días por tan difícil terreno.
Comenzaba
a anochecer y se encontraban reunidos alrededor del fuego cuando vieron
aparecer en un recodo de la isla la familiar silueta del Forrest. Era el
Teniente de Navío, Molini quién atendiendo la llamada de auxilio, había salido
empeñosamente al rescate y se ofrecía para llevarlos hasta Bahía Fox donde
había un asentamiento de tropas argentinas. Correspondiendo la propuesta
armaron un andarivel y comenzaron a embarcar. Tras abandonar una de las balsas
neumática que hacía agua e ingresar la otra sobre cubierta, iniciaron el viaje
llevando a remolque la lancha salvavidas motor.
Al
ingresar a la nave tuvieron la sorpresa de encontrarse con los dos únicos
sobrevivientes del Isla de los Estados, el Capitán Payarola y el Marinero
López, quienes llevaban también a bordo el cadáver del Capitán de Ultramar,
José Bottaro.
En
ese viaje los dos marinos, relataron algunos pormenores de la tragedia que
afectó al Transporte Naval y su odisea como náufragos en la Isla Cisne hasta
que fueron rescatados al cabo de seis días.
Luego
de cuatro horas de navegación, soportando la baja temperatura a la intemperie,
por falta de espacio en la pequeña nave, llegaron a Puerto Fox. Allí fueron
recibidos por el Mayor, Oscar Minorini Lima, quién se encontraba a cargo de la
Guarnición en la ribera este de la Bahía. El Jefe militar, dentro de sus
limitadas posibilidades alojó, provisoriamente, a los recién llegados, en una
barraca próxima al muelle donde se hallaba el Bahía Buen Suceso y a los dos
sobrevivientes del Isla de los Estados dado que su estado requería mayores
atenciones los llevó a un sitio más confortable.
Esa
primera noche, cuando los cuarenta y dos tripulantes del Río Carcarañá
intentaban conciliar el sueño, tirados sobre el frío piso de la barraca y
compartiendo las pocas mantas disponibles, la señal de Alerta Roja, hizo que
tuvieran que abandonar precipitadamente el lugar para ir a otra barraca más
alejada del muelle y del buque amarrado, que constituía al parecer uno de los
blancos principales del ataque.
Esta
situación de tensa vigilia que duró toda la mañana siguiente, tuvo su eclosión
poco después del mediodía cuando dos aviones Harrier ametrallaron justamente la
zona del muelle y la barraca donde habían estado alojados en un principio. A
última hora de la tarde se llevaron a cabo las exequias del Capitán de
Ultramar, José Bottaro. Su cadáver, que yacía en un modesto ataúd de madera
construido por el carpintero del Río Carcarañá, fue enterrado con honores
militares. La esperanzada homilía del Capellán de Gendarmería, Pbro. Marcos
Gozzi, evitó que cundiera el desaliento y por el contrario los convocó a
reafirmar su determinación de continuar trabajando con mayor fe, a fin de que
el sacrificio del camarada muerto no resultara en vano.
Concluida
la ceremonia el Capitán, Payarola y el Marinero López fueron evacuados en
helicóptero hacia Puerto Argentino. El Capitán de la Armada, llevaba además la
inquietud del Capitán Dell’Elicine de hacer conocer a los mandos navales acerca
de la difícil y precaria situación por la que estaban pasando.
Puerto
Fox, ubicado en la Bahía del mismo nombre, es un establecimiento rural,
administrado por el ciudadano británico Richard Cockwell (luego consejero del
comité malvinense). En dicho lugar, desprovisto de comodidades, donde campea la
falta de agua potable, se encontraba establecido, sobre la bahía oeste, el
Regimiento 8 de Infantería y del lado este, la Compañía 9 de Ingenieros de
Ejército.
El
Jefe de esta última, Mayor, Minorini Lima, era un activo oficial de dicha Arma,
quién con gran espíritu de iniciativa había construido una serie de casamatas
de impresionante apariencia de cuyas troneras asomaban grandes tubos metálicos
simulando ser cañones costeros. Esa sencilla estratagema impidió que los
ingleses intentaran un desembarco y limitarán sus intenciones a los ataques a
distancia.
Cuando
finalizó la guerra y los mandos británicos se acercaron para ver las “defensas”
evidenciaron su asombro al ver que habían sido engañados con procedimientos tan
simples.
Durante
los veinte días que duró su estadía en Fox, la tripulación del Río Carcarañá no
permaneció inactiva y se dedicó a prestar útiles servicios de apoyo a las
tropas allí estacionadas. En horas de la noche se ocupaban en cambiar
constantemente de sitio numerosos tambores de combustible que se hallaban
almacenados para que no fuesen blanco de los ataques. Asimismo los oficiales de
comunicaciones de a bordo colaboraban tendiendo antenas, reparando equipos o
haciendo servicios de escucha. El Mayor Minorini Lima, supo reconocer esta voluntaria
cooperación y al finalizar la permanencia de dicha tripulación en la isla,
agradeció personalmente al Capitán Dell’Elicine, todo el esfuerzo brindado por
sus hombres.
Pero
quizá uno de sus mayores problemas que hayan tenido que enfrentar los hombres
del Río Carcarañá, además de los continuos ataques del enemigo seguramente debe
estar referido a la limitación de agua potable y la escasez de alimentos.
No
debemos olvidar que en calidad de náufragos se encontraban en dicho lugar más
de sesenta hombres, incluyendo además del Río Carcarañá, la tripulación del
Bahía Buen Suceso, y el personal militar que acompañaba ambos buques. Todos
integraban un contingente heterogéneo para los cuales no estaba previsto
racionamiento ni alojamiento y por lo tanto debían tratar de buscar por sus
medios la solución al problema. Esta situación de emergencia trajo
lamentablemente algunos conflictos que los mandos naturales tuvieron que
resolver sobre la marcha aunque los mismos no llegaron a derivar en ninguna
acción punitiva de carácter militar ni administrativo. Afortunadamente la
fuerza de carácter de algunos, la buena voluntad de otros y la contemporización
de muchos, redujo la posibilidad de un desborde y pese al estado de tensión que
el clima bélico imponía se logró llegar al fin de la misión sin mayores
problemas.
Uno
de los episodios sobre este tema ocurrió cuando un grupo de tripulantes del Río
Carcarañá quienes habían concurrido, previo acuerdo, a bordo del Bahía Buen
Suceso que se encontraba deshabitado, para retirar algunos víveres, encontraron
en uno de los pasillos una media bolsa de fideos y otra media de arroz y se las
llevaron consigo. Este hecho dio lugar a un enérgico reclamo por parte del
componente militar naval de esa nave quién fue apoyado por el Capitán Robelo el
cual recriminó duramente la actitud de esos hombres.
Al
llegar esto a conocimiento del comandante del buque, Capitán de Ultramar,
Osvaldo Niella, éste no hizo objeción alguna al episodio al que consideró
trivial y concertó con el Capitán del Río Carcarañá una especie de “convenio de
víveres”.
Este
arreglo les proporcionó la oportunidad de recibir una mayor cantidad de
provisiones provenientes del Bahía Buen Suceso, lo que les permitió organizar
un modesto servicio de rancho.
En
horas de la tarde del miércoles 19, un equipo formado por el Capitán
Dell’Elicine, seis tripulantes (maquinistas y marineros), el Capitán Robelo y
el Teniente de Navío Verón, abordaron la goleta Penélope al mando del Teniente de
Corbeta Horacio González Llanos para trasladarse hasta Puerto Rey donde aún se
encontraba el Río Carcarañá. El objeto de la visita al buque, era evaluar las
averías sufridas cuatro días antes, y desembarcar la mayor cantidad de víveres
para el mantenimiento de la tripulación evacuada.
Una
prolija inspección de los maquinistas llevó a comprobar que una fisura del
casco debajo de la línea de flotación, producida seguramente por la explosión
de las bombas, había elevado el nivel de agua sentinas en la Sala de Máquinas,
haciéndola llegar hasta el nivel de la plataforma del compartimiento. También
se encontraban sumergidas las bombas de agua de circulación, los motores
auxiliares y el túnel de hélice. Asimismo se pudo establecer que los
proyectiles disparados por los aviones habían perforado los botellones de aire
que dan arranque al motor principal.
La
tarea de inspección y carga de víveres,
les llevó el resto del día, hasta tuvieron que suspender las tareas debido al
empeoramiento de las condiciones del tiempo que imposibilitaban a la
embarcación que los había trasladado mantenerse atracada al costado del buque.
Poco antes de medianoche largaron amarras y fueron a fondear en una caleta
interior de la bahía de Puerto Rey donde permanecieron toda la noche en espero
de mejores condiciones meteorológicas. A la mañana siguiente, con el tiempo más
calmo, levaron anclas y se dirigieron, a Bahía Fox.
Como
se notaba actividad aérea enemiga navegaron siempre pegados a la costa,
tratando de no ser vistos, hasta que después de las 15:00 atracaron en aquél
puerto sin novedad.
La
llegada de los víveres produjo gran alegría
entre los refugiados que verían mejorar sus condiciones de vida. Tal
como lo habían pactado los Capitanes del Río Carcarañá y del Bahía Buen Suceso,
con el acuerdo voluntario de sus respectivas tripulaciones organizaron una
bolsa común para intercambiar y compartir víveres. A efectos de administrar y
organizar el servicio de manutención se designó al Comisario, Santiago Tettamanzi
y dos cocineros (uno por buque). Así se logró brindar una comida diaria
caliente y abundante, que incluso llegó
a ser compartida, extraoficialmente, con los soldados de Ejército que se
acercaban a ese rancho.
Ese
mismo día, aeronaves inglesas volvieron a repetir sus conocidos ataques que
esta vez tuvieron como intención destruir los tambores de combustible, aunque
no lograron cumplir su objetivo. Poco antes de oscurecer un avión Hércules, de
la Fuerza Aérea Argentina, arrojó con paracaídas, material bélico para
Ejército.
Algunos
víveres obtenidos del Río Carcarañá le sirvieron también al Capitán Dell’
Elicine para efectuar un trueque. Haciendo uso de su perfecto inglés se acercó
al Administrador, Cockwell y logró, tras una corta negociación, intercambiar
algunos fiambres por agua potable del aljibe del Establecimiento.
El
viernes 21 recibieron las noticias de la invasión de las Fuerzas enemigas en la
Bahía San Carlos. Dell’Elicine, llegó a saber por manifestación confidencial del
Mayor Migliorini Lima, que probablemente en días más llegaría a ese puerto el
buque ARA Bahía Paraíso bajo bandera de la Cruz Roja y junto con su arribo el
jefe militar vería la posibilidad de que fueran evacuados, además de los
heridos, los civiles que se encontraban en el lugar.
Los
próximos días transcurrieron sin buenas noticias. Además de las peligrosas
corridas provocadas por las continuas Alertas y el empeoramiento del clima con
lluvias y fuertes vientos se tuvo conocimiento, el día 23, que había sido
atacado por helicópteros enemigos el alijador Monsunen. Al día siguiente
durante la noche, los vigías de Puerto Fox, al igual que los de Puerto Howard
informaron haber observado un gran resplandor en el horizonte que precedió a
una fuerte explosión proveniente de Puerto Rey. Ello hizo presumir que se había
producido un ataque sobre el Río Carcarañá fondeado en el lugar. Más adelante
llegaron a enterarse que esa noche, el buque había sido rematado a cañonazos
por una fragata enemiga.
Un
aviso posterior a la guerra emitido ese año a los navegantes ingleses advirtió
sobre un casco a pique en latitud 51°33´80´´ y longitud 59°33´28´´ Oeste de
“Port King”, que correspondía evidentemente a la posición que ocupaba el barco
mercante.
Ese
mismo lunes 24 lograron mudarse a una barraca en la que habían trabajado
arduamente para ponerla en condiciones. Pero esa comodidad no les iba a durar
mucho. Dos días más tarde fueron sometidos durante dos horas a un intenso fuego
de artillería naval. Las impresionantes andanadas los obligaron a buscar
refugio fuera de las barracas y tuvieron que permanecer a la intemperie, cuerpo
a tierra, mientras oían silbar sobre sus cabezas los proyectiles que iban a
explotar cerca de ellos. Una de las granadas impactó sobre la construcción que
albergaba al Comando militar, donde también funcionaba la estación de radio, y
a consecuencia de la explosión resultó herido en ambas manos el telegrafista
Francisco Elizalde del Río Carcarañá quién fue asistido por el enfermero del
buque, Pedro Oliva. También hubo que lamentar la muerte del marinero Juan Ramón
Curano, perteneciente a la dotación militar del Bahía Buen Suceso.
Esa
desgraciada experiencia indujo a los tripulantes del mercante a construir
refugios con el fin de mitigar los efectos de la intemperie y los ataques.
Eligiendo para ello un lugar lo más alejado posible de la línea de tiro, los
improvisados ingenieros construyeron una especie de casamata utilizando los
tambores vacíos, piedras como muralla antiesquirla y viejas chapas camufladas
con granilla a manera de techo. Cuando luego de algunas jornadas de intenso
trabajo vieron el peculiar aspecto de barrio de emergencia que presentaba, la
bautizaron “Villa Carcarañá”. En lo sucesivo la mayoría dormiría durante la
noche en esas precarias fortificaciones a las que se proveyó de iluminación,
improvisando velas que armaron con latas de cerveza rellenas con margarina y
drizas de cabo de algodón a modo de pabilo. Un verdadero lujo en esos largos
períodos de quince horas de oscuridad. La mayor molestia, para quienes habían
optado por permanecer en la barraca consistió en que a raíz de los continuos
ataques se veían obligados a correr, generalmente descalzos, unos trescientos
metros en tiempo récord, desde su albergue hasta el refugio, sobre un terreno
pedregoso.
Algunas
gestiones encaradas por el Capitán, Robelo en procura de beneficios para la
tripulación no tuvieron demasiada suerte. Habiendo obtenido la autorización
para el aprovechamiento de las duchas de Ejército, no se pudo dar prácticamente
uso a las mismas debido a la escasez de agua. Otro intento destinado a tratar
de pasar un mensaje al CONAVINAS informando acerca de la situación del personal
civil, a través de la red de Ejército se frustró por las malas condiciones
meteorológicas.
Coincidentemente
estos decepcionantes trámites eran acompañados de una serie de comunicados que
anunciaban nuevos desastres de la guerra. El lunes 29, tras una dura batalla,
habían capitulado las Fuerzas argentinas en Darwin.
Afortunadamente,
como para balancear, tan oscuro panorama a partir del 1 de junio se recibieron
noticias de que el buque hospital ARA Bahía Paraíso se encontraba en la zona
para tener un encuentro con otra nave británica similar: el Uganda.
Esta
novedad, que llegó a conocimiento de los tripulantes, les trajo la esperanza de
que pronto pudieran ser evacuados y ello ayudó notablemente a levantarles la
moral. Cinco días más tarde en horas de la madrugada, el centinela de Puerto
Fox da aviso de una fuerte luz en el horizonte. Se trataba del buque hospital
que entraba en la bahía para fondear cuando eran las 04:20 hs.
A
las 7:30 de la mañana quedó confirmada
la evacuación del personal civil. El traslado al Bahía Paraíso se concretó por
medio de helicópteros que fueron llevando a los marinos mercantes en grupos de
diez. El último contingente en abordar una de las aeronaves estuvo compuesto
por los oficiales del Río Carcarañá, más los Capitanes, Dell’Elicine y Niella.
El helicóptero tuvo que hacer un viaje más a tierra para llevar provisiones y
medicamentos y al retornar lo hizo trayendo al Capitán Robelo quién resultó
siendo el único militar no comprendido dentro del status de herido de guerra
que abordó el buque hospital.
Poco
antes del mediodía, el Bahía Paraíso zarpó de Bahía Zorro y remontó el Estrecho
San Carlos. Al pasar frente a Puerto Rey donde habían dejado fondeado el Río
Carcarañá, notaron su ausencia. Ello los llevó a reafirmar la creencia de que
el mismo había resultado hundido por fuerzas enemigas. Después de la contienda
esta suposición iba a ser certificada por un testigo ocasional. Se trató del
Capitán de Corbeta Alberto Philippi de la Aviación Naval, quién al eyectarse de
su avión tras ser derribado por el enemigo, fue a caer con su paracaídas sobre
Bahía Rey, justo donde se encontraba el Río Carcarañá. El día posterior a su
descenso Philippi pudo ver a una fragata inglesa cañoneando al neutralizado
mercante y posteriormente como el mismo, notablemente escorado, desaparecía en
medio de un gran incendio.
A
la hora 16,00 el Bahía Paraíso fondeó frente a Puerto Howard y comenzó de
inmediato la evacuación de heridos desde ese asentamiento militar hasta el
buque por medio de helicópteros. Coordinadamente con el desarrollo de esa
actividad el personal marinero del Río Carcarañá se dispuso para cooperar con
el manipuleo de elementos destinados a los componentes de Ejército destacados en
el lugar.
Desde
el momento que los hombres del Río Carcarañá arribaron a bordo del buque
hospital, se volcaron a colaborar activa y voluntariamente en el desempeño de
distintas tareas que hacían al movimiento general de los servicios que se
prestaban en el mismo. El 1er Oficial Héctor Appendino, estudiante del cuarto
año de medicina, junto con el enfermero, Pedro Oliva se pusieron a disposición
del Cirujano Jefe y participaron activamente durante toda la travesía en la
atención de los heridos. Para ello contaron también con la ayuda del marinero
Julio Spataro, que se encargó de higienizar a los soldados lesionados. Otros
tripulantes se ocuparon en la preparación y atención de rancho para los
internados y el personal de máquinas cubrió servicios de guardia en su
especialidad.
El
puerto de destino fue Punta Quilla en la Provincia de Santa Cruz, donde
llegaron a última hora de la tarde.
Allí
comenzó el traslado en helicóptero de los heridos. Cerca de la medianoche se
inicio la evacuación de la tripulación del Río Carcarañá, tarea ésta que
concluyó a la una de la madrugada cuando el último grupo de hombres fue
depositado en el aeropuerto. Desde ese lugar todos los mercantes fueron
embarcados en un avión Fokker de la Armada, que hizo una escala en la Base
Aeronaval Comandante Espora, donde desembarcó el Capitán Robelo. Después
reiniciaron el vuelo que concluyó en el aeropuerto de Ezeiza.
El Capitán Dell’Elicine se despidió con un
fuerte abrazo de sus hombres y al igual que todos ellos emprendió el ansiado
camino al hogar.
Al
día siguiente concurrió a la empresa ELMA para entregar a sus directivos las
constancias oficiales donde quedaron relatadas las alternativas del viaje. Como
corolario de las mismas dejó expresadas en su nombre y en el de su tripulación,
la profunda satisfacción que sentían al haber cumplido plenamente la misión que
se les había encomendado, como así también el honor de haber participado en el
patriótico esfuerzo por la recuperación de la soberanía nacional en Malvinas.
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