14 de abril de 2014

“ISLA DE LOS ESTADOS”. Malvinas.

            Comentario. Este es un capitulo doloroso de la contienda por Malvinas, con la pérdida de casi todos los tripulantes civiles y militares y el hundimiento del buque. Un capitulo mas del libro de Jorge Muñoz “Misión cumplida”.


========================
       
       El 15 de mayo de 1982, mientras Argentina se batía en el plano bélico por la defensa de Malvinas y a la vez solicitaba en el orden diplomático, a poyo a las Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos, frente a la agresión británica, circuló en nuestros medios periodísticos una escueta información que apenas dejó entrever la magnitud del drama que la misma encerraba. Dicho parte decía:“Comunicado Nro. 48, El Estado Mayor conjunto comunica que habiéndose perdido contacto radioeléctrico con el buque “Isla de los Estados”, afectado al servicio de transporte interisleño en el área Malvinas, se está realizando una intensa búsqueda a fin de lograr su localización”.

Bajado de la pagina HISTARMAR.COM.AR


       La verdad de lo sucedido y sus consecuencias solo se iban a conocer días más tarde, pero de acuerdo a lo ocurrido a otro barco mercante argentino que actuaba en la zona, los presagios no resultaban alentadores. El día 9 había sido atacado, por aviones ingleses, el pesquero Narwal ocasionando su hundimiento y la muerte de uno de sus tripulantes.
       Evidentemente ante la falta de otros blancos rentables en el orden naval militar, salvo el artero hundimiento del Crucero ARA General Belgrano, torpeado fuera de la zona de guerra, y el cruento ataque al Aviso ARA Alférez Sobral que acudía al rescate de náufragos; la marina británica se había reservado el triste papel de atacar a naves mercantes sin ningún tipo de defensa, las cuales se encontraban en el cumplimiento de diversas misiones, entre ellas la de abastecer a nuestras Fuerzas y también aprovisionar a los habitantes del interior de las islas.


       Con ese motivo, el gobernador militar de Malvinas, General de Brigada, Mario Benjamín Menéndez, en declaraciones exclusivas para la agencia noticiosa TELAM, manifestó: “que la situación que viven los pobladores malvinenses, desde el punto de vista de los abastecimientos, es evidentemente difícil como consecuencia del bloqueo aéreo y naval inglés”.”Gran Bretaña – señaló Menéndez -  ha demostrado a lo largo de todas las operaciones que los pobladores no figuran entre sus prioridades y que su accionar ha perjudicado el desenvolvimiento de la vida civil”.

       Sumándose a estas declaraciones realizadas desde la Casa de Gobierno de Puerto Argentino, el titular del componente Naval en Malvinas, Contralmirante, Edgardo Aroldo Otero, manifestó que habiéndose dispuesto el envío de helicópteros militares para la distribución de alimentos y medicinas a pobladores del interior de las islas, aquellos también habían sido atacados. Al respecto hizo mención del caso de la goleta Penélope, un pequeño barco del servicio isleño que en tiempos normales desempeñaba el servicio de llevar alimentos y medicamentos a las estancias, el cual, abandonado por su dotación habitual, pues se negaba a cumplir dichas tareas por temor a la aviación británica, había sido recuperado y seguía cumpliendo dicho servicio con personal de la Armada. Otro tanto ocurrió con otras naves de reducido porte que brindaban similar utilidad.

       Tal fue el caso de las naves auxiliares Forrest Monsunen, que fueron requisadas y continuaron navegando activamente entre las caletas de las islas, con tripulación naval militar, hasta finalizar el conflicto.

       El historial del transporte Naval ARA Isla de los Estados resulta verdaderamente paradójico pues, la necesidad de su adquisición a un astillero español, había sido determinada justamente por los compromisos firmados entre las Cancillerías del Reino Unido y de la República Argentina , para mantener una línea regular entre el continente y las Islas Malvinas. Dicho contrato, suscripto entre el Servicio de Transportes Navales y la Corporación Argentina de Productores de Carne (CAP), consideraba el transporte de 25.000 cabezas de ganado ovino en pié, desde los puertos malvineros de San Carlos, Howard, Goose Green y Fox Bay, hasta Puerto Deseado.

       El buque construido, en 1975 en un astillero de Guijón, cuyo nombre original fue, Transbética, se incorporó como Transporte de la Armada en 1980 y recibió, de acuerdo a las normas en vigencia que prevén para ese tipo de unidades el nombre de accidentes geográficos, canales, estrechos, bahías, etc. en aguas argentinas, la denominación de Isla de los Estados. Tenía un desplazamiento de 3.900 toneladas, una eslora de 80 metros y su capacidad de bodega era de 2.500 tn.

       El 22 de diciembre de ese año el barco fue entregado al Servicio de Transportes Navales en una ceremonia que se cumplió a bordo del mismo en el Apostadero Naval Buenos Aires y contó con la presencia del Comandante en Jefe de la Armada, Almirante Jorge I. Anaya y del Capellán Mayor, Pbro. Domingo C. Genise, quién bendijo el pabellón.

       A partir de allí el barco fue asignado al tráfico de cabotaje marítimo en nuestra costa sur, donde cumplió varios viajes a las Islas Malvinas transportando carga general para consumo de los isleños y trayendo ganado ovino. Ello se debió a que la empresa Falklands Islands Company, había optado por mover sus cargas en los buques del Servicio de Transportes Navales de nuestra Armada, dado que habían desafectado, primero al vapor Darwin que hacía habitualmente la carrera Montevideo/ Malvinas y posteriormente al Monsunen que cubría el trayecto Punta Arenas/ Puerto Stanley.

       Luego del 23 de marzo de 1982, en virtud del incidente desencadenado en Georgias a raíz de la presencia de un grupo de operarios argentinos, se aceleró drásticamente el proceso de planeamiento de una operación para la captura de la capital de Malvinas, denominada Stanley por los británicos.

       Este plan, diseñado por nuestras fuerzas Armadas para recuperar ese territorio, que consistía en una operación principal anfibia y otra posterior de aero-desembarco, llevó a la movilización sigilosa de un importante núcleo de componentes navales, aéreos y terrestres. Con ese motivo y siempre cumpliendo órdenes emanadas por el Comando de la Armada , el Isla de los Estados, el día 27 atracó en el muelle de Puerto Deseado, donde embarcó equipos y logística correspondiente a la Compañía de Ingenieros 9 de Ejército.

        Dicho cargamento consistió en un camión de cinco toneladas, una ambulancia, tres vehículos Mercedes Benz 4 x 4, un acoplado, dos camiones Unimog, un camión aguatero de 10 toneladas, municiones, minas terrestres y una sección a cargo del teniente Martín Jaureguiberry. Cumpliendo ese trámite, el Transporte se incorporó a la Fuerza de Tareas anfibia que luego iba a dirigirse al archipiélago malvinense.

       El Operativo “Rosario”, llevado a cabo el 2 de abril de 1982 para la recuperación de las Islas Malvinas, contó, además de otras once naves de nuestra Armada, con la participación del Isla de los Estados, que junto con el Rompehielos, ARA Almirante Irizar y el buque de desembarco, ARA San Antonio, integraron el grupo de Tareas 40.2.

       El primer buque mercante que atracó en el muelle de Puerto Argentino fue el Isla de los Estados. Lo hizo el mismo 2 de abril a las 12:00 del mediodía y no bien llegado comenzó la activa descarga de materiales que se cumplió en forma parcial pues debió retirarse del lugar para dar lugar a otras naves.

       A partir de allí, el Isla de los Estados quedó bajo las órdenes del Apostadero Naval Malvinas a cargo del Capitán de Fragata Adolfo A. Gaffoglio, organismo que después estaría a órdenes de la Agrupación Naval Malvinas.

       De las múltiples misiones que le toco cumplir se recuerdan: el traslado de, personal militar, combustible, municiones, armamento, víveres, medicamentos y entre sus más riesgosas tareas merece mencionarse el sembrado de minas marinas utilizando un sistema improvisado por el mecánico, Domingo Chillemi del Transporte Bahía Buen Suceso. Chillemi que había nacido en Sicilia, Italia, quedó como tripulante del Islas de los Estados hasta que pocos días antes del hundimiento fue relevado. Es justo relatar que este tripulante de origen extranjero, que nunca se sintió ajeno a la lucha por nuestra soberanía, se hizo ciudadano argentino y después de la guerra, fue prácticamente obligado a acogerse a los beneficios de la Ley de Veteranos, pués concebía que había peleado por una causa que creyó y cree justa y le estaba devolviendo a Argentina todo lo que el país le había dado.

Las minas en cuestión, de detonación por contacto, eran cápsulas esféricas de metal, conteniendo unos 400 kilos de explosivos que tenían suficiente poder como para abrir un enorme agujero a cualquier barco que las tocara. Estaban ancladas por una amarra sujeta a un peso que se asentaba sobre el lecho y quedaban flotando a tres o cuatro metros debajo de la superficie en áreas predeterminadas. El sembrado de estas minas, 25 en total, se efectuó durante los primeros días de abril al este de la entrada de Puerto Groussac, frente a Puerto Argentino y resulta lógico suponer, que de haberse efectuado el mismo trabajo en las entradas del Estrecho San Carlos, de seguro, más adelante, se hubiera dificultado enormemente el desembarco de las fuerzas inglesas en esos lugares.

       Cabe destacar que si bien durante ese período de guerra, el Isla de los Estados tuvo a bordo, al igual que otros barcos mercantes , un coordinador y asesor militar, en este caso el Capitán de Corbeta, Alois Payarola, acompañado por dos suboficiales de la Armada : el Cabo Principal, Rubén Torres (radiotelegrafista) y el Cabo 1ro. Orlando Cruz (enfermero); su tripulación estuvo integrada por dieciséis marinos mercantes, incluido su Capitán, Tulio Panigadi, que tal como su 1er Oficial, José Esteban Bottaro, se había retirado, hacía varios años de la Armada, el primero con el grado de Capitán de Corbeta y el segundo como Teniente de Corbeta.

        Ambos, en su condición de Capitanes de Ultramar de nuestra marina mercante, cumplían para ese tiempo con dicha profesión, contratados por el Servicio de Transportes Navales de la Armada.

       Pero quizá la tarea que nuestro barco emprendió con mayor empeño, durante el tiempo que permaneció en las islas, fue la de alijador. Una pluma real de 20 toneladas, con la que estaba dotado, le permitía aligerar a los buques que llegaban cargados a Malvinas, los cuales trasbordaban a su bodega todo tipo de materiales y que a su vez, el Isla de los Estados se encargaba luego de depositar en los distintos puertos o transferir a barcos más pequeños. El mayor inconveniente en todos estos trabajos siempre consistió en la carencia de instalaciones portuarias apropiadas y la falta de estibadores. Esa mano de obra especializada tuvo que ser suplantada con la buena voluntad de la marinería de abordo; con soldados inexpertos y en muchas oportunidades con personal logístico de la Armada asignado al apostadero Naval. Esa imprevisión ya había sido advertida a las jerarquías superiores de Puerto Argentino, por los capitanes mercantes. Ante la realidad del escaso rendimiento en las operaciones de descarga los mandos militares finalmente decidieron el envío, desde los puertos patagónicos, de dieciséis  estibadores, pero después del 1 de mayo, esa valiosa mano de obra no pudo ser utilizada, al menos en dichas tareas, dado que los grandes cargueros : Río Cincel, Mar del Norte Formosa, para ese entonces ya se habían retirado de Malvinas, como tampoco, ningún barco de ese tipo, arribó, pasada esa fecha, a Puerto Argentino y los que se encontraban en la zona del Estrecho San Carlos- Bahía Buen Suceso  y  Río Carcarañá- para el día 10 ya habían transferido toda su carga.

       El mismo 2 de abril en horas de la tarde arribaron a Malvinas, en sendos transportes aéreos Hércules C-130 de Fuerza Aérea, los 140 hombres de la compañía de Ingenieros 9, al mando del Mayor, Oscar Minorini Lima, cuyos equipos se encontraban en las bodegas del Isla de los Estados. Estos efectivos cuya misión era ocupar un punto determinado al sur de la Gran Malvinas y allí consolidar la posición, fueron embarcados al día siguiente en el Transporte Naval, que se dirigió primeramente a puerto Darwin donde desembarcaron tropas y pertrechos, luego fueron hacia Bahía Fox en el Estrecho de San Carlos, donde al día 5, tuvo lugar la toma pacífica de ese puerto, en su costa Este y el izamiento, por primera vez en esa isla, de nuestra bandera. Ocho días después, el mismo barco depositó en la ribera Oeste de la bahía, a efectivos del Regimiento 8 de Infantería.

       Al regresar el Transporte a Puerto Argentino uno de sus tripulantes sufrió un accidente. Debido a la falta de personal idóneo que se ocupara de tomar y amarrar los cabos del muelle, tal como lo había venido haciendo en otros amarraderos de la isla, el primer Oficial de Cubierta, Daniel Eduardo Quaini, con el fin de no demorar la maniobra, saltó desde la borda del buque al muelle- una altura mayor de tres metros- y se produjo la rotura del hueso calcaño derecho y tres metatarsianos del pié izquierdo.

        A raíz de ello fue trasladado al hospital local “Eduardo VII” donde fue atendido por médicos británicos que le aplicaron yeso en los miembros afectados y aconsejaron su interacción. Posteriormente el día 12, Quaini, fue reemplazado por el Primer Oficial José Esteban Bottaro. Esa fecha marcó también el relevo del 2do. Oficial Jorge Campagna que fue reemplazado por el Oficial Jorge Nicolás Politis y del Maquinista Roberto Testa por su igual Alejandro Cuevas. Asimismo quedaron relevados de ese servicio y regresaron al continente, el Electricista Enrique José Repiso y el Cocinero Juan Carlos Acosta. Otros tres tripulantes, entre ellos el marinero Carlos Ruiz Días, decidieron continuar en Malvinas y fueron incorporados a la tripulación del Bahía Buen Suceso. A media que fueron pasando los días se estableció que todo aquél personal embarcado que por distintas razones quisiera volver al continente, podría hacerlo previo haber cubierto su vacante con un relevo. Fue así que para el 10 de mayo la totalidad de tripulantes del Isla de los Estados era voluntaria.

       El primer barco mercante de la Empresa estatal ELMA que arribó a las Islas Malvinas, una vez recuperadas, fue el Río Cincel. El 7 de abril, dicha nave fondeó al Este de la Bahía Groussac, frente a Puerto Argentino y ese mismo día, el Isla de los Estados, atracó por su banda de estribor para efectuar el alije, pero la intensidad del viento y un accidente ocurrido entre el Río Cincel, que enredó su hélice con la cadena del ancla de un pesquero polaco, impidieron la maniobra.

       Al día siguiente el Transporte Naval, en un nuevo intento, logró atracar junto al carguero y cerca de las once de la mañana comenzó con el alije. La tarea les llevó cerca de dos días de arduo trabajo, debido a las malas condiciones meteorológicas y otros contratiempos propios de la precariedad del medio en que se movían. En esa oportunidad ingresó en sus bodegas, entre otras cargas, una pista de aluminio; maquinas viales y camiones. Elementos logísticos que prontamente iban a ser derivados, a través de otros alijadores menores, hacia sus respectivos destinos.

       En las primeras horas de la mañana de ese día arribó, también a Puerto Argentino, el buque mercante  Mar del Norte, que había partido de Buenos Aires el día 4, con una carga de 500 tambores de 200 litros de nafta de aviación (JP 1), el cual, una vez cumplida su tarea de descarga se retiró de Malvinas hacía el continente. El día 13 se hizo presente el Formosa de ELMA, que en sus bodegas llevaba: combustible, vehículos, municiones, víveres y material logístico.

       Una parte de esta carga fue depositada en el mismo muelle del puerto y otra quedó en las bodegas del Isla de los Estados para su posterior descarga.

       El día 25 en razón de un sistema de relevos y también por finalización del contrato de ajuste, desembarcaron del Isla de los Estados seis tripulantes de los cuales dos regresaron al continente. El resto prefirió continuar en Malvinas y se sumó a la dotación del Transporte Bahía Buen Suceso. Ellos fueron: Daniel Eduardo Quaini; Enrique José Repiso; Carlos Ruiz Díaz; Juan Carlos Acosta; Ángel Julio Acosta y Jorge A. Campagna.

       Al día siguiente, pasada la hora 21.00, tras sortear el campo minado con la ayuda de un Guardacostas de Prefectura Naval, arribó a Puerto Argentino, el buque mercante de ELMA, Río Carcarañá.

        Iba a ser el último carguero en llegar a las islas, luego de burlar el bloqueo británico y también el último en ser atacado por la aviación enemiga y posteriormente hundido por fuerzas navales.

       A media mañana del día siguiente en el fondeadero de Puerto Groussac, el Isla de los Estados atracó a estribor del Río Carcarañá para dar inicio a las operaciones de descarga, que, como siempre fueron lentas, pese a la buena voluntad de veinte soldados conscriptos del Regimiento 6 de Infantería Mecanizada de Ejército, empleados como personal de estiba. Asimismo las pésimas condiciones meteorológicas, con fuertes vientos del noroeste, influyeron negativamente en el rendimiento de las tareas y al finalizar el día 28 no se había podido llevar a cabo ni la mitad de la descarga.

       Una hora y media después de medianoche debieron suspenderse las operaciones debido a un aviso de Alerta Roja que preanunciaba un inminente ataque aéreo enemigo. Ante esa noticia, el Isla de los Estados, soltó amarras y zarpó para cambiar de fondeadero. Ese día y el siguiente no pudieron desarrollarse operaciones de alije sobre ningún barco surto en el lugar, pues todos debieron permanecer en estado de alerta aguardando las órdenes del Comando Naval Malvinas.

       El sábado 1 de mayo, a las 4:45 hs. de la mañana, se produjo el primer ataque aéreo inglés por medio de un bombardero “Vulcan” que arrojó algo más de veinte bombas sobre la zona del aeropuerto. Cuatro horas más tarde sobrevino otro ataque, esta vez por parte de los aviones Harrier, sobre las posiciones que circundaban Puerto Argentino. Pese a que la agresión fue respondida por el fuego de nuestra artillería, uno de los aviones enemigos incursionó agresivamente dentro de las defensas y se ocupó en ametrallar a los distintos buques que se encontraban anclados en el lugar. Ante el peligro que estaban corriendo las vidas de quienes se encontraban a bordo de esas naves, cargadas en gran parte con materiales explosivos y tambores de combustible, algunas tripulaciones se prepararon para abandonar los buques en botes y balsas neumáticas que arrojaron al agua.

       Frente a esa natural actitud de autoprotección, buzos tácticos de la Armada que cumplían funciones de seguridad a bordo, advirtieron acerca del peligro que representaba desembarcar en las costas próximas pues las mismas estaban totalmente minadas.

       A las nueves de la mañana, ante la continua oleada de ataques por parte de aeronaves inglesas y con el fin de alejar los tentadores blancos, el Comando Naval autorizó a todas las naves a abandonar Puerto Argentino. Luego de ponerse a son de mar, el Isla de los Estados zarpó y tras bordear el Cabo San Felipe, enfiló hacia el sudoeste para buscar refugio en la Bahía del Laberinto, cerca de Puerto Aventura. Otro tanto hizo el Río Carcarañá, en la Rada del Toro, también en el extremo sur de la Isla Soledad y por el contrario el Formosa no logró abandonar su lugar hasta bien entrada la tarde, debido a un impedimento técnico.

        Desde su posición y a través de la radio, el Isla de los Estados, pudo escuchar, cerca de las cinco de la tarde, como eran atacados por un helicóptero, el buque Forrest a cargo de personal de la Armada y el guardacostas Islas Malvinas de la Prefectura Naval, que se encontraban en  Bahía de la Anunciación En esa oportunidad éstos repelieron la agresión y pusieron en fuga al atacante, sufriendo considerables daños el primero: en tanto la nave de Prefectura tuvo dos heridos graves. Otro llamado de auxilio provino del buque Formosa que pasó muy cerca de ellos en busca de un puerto patagónico y resultó atacado erróneamente por aviones propios. Felizmente el ataque no produjo daños graves ni víctimas y el carguero luego de agradecer la asistencia ofrecida por el Río Carcarañá, que había salido en su auxilio, siguió su rumbo.
       Pero ese 1 de mayo también fue sorpresivamente desagradable para las armas británicas. Aviones de nuestra Fuerza Aérea, en sucesivas oleadas, atacaron, hasta que oscureció, a la “Task Force”, logrando averiar seriamente a un portaaviones y a tres fragatas. Ello obligó a un repliegue táctico de los barcos de la armada inglesa, que no quisieron exponerse a los peligrosos embates argentinos.

       El exitoso contraataque aéreo provocó un momentáneo alivio a las posiciones defensivas en Malvinas y animó a las tripulaciones de los distintos barcos para continuar con sus tareas. Para ello el Río Carcarañá puso proa al Estrecho de San Carlos, en procura del Isla de los Estados al que avistó al otro día, en horas de la mañana, navegando de vuelta encontrada entre la Isla Calixta y el Islote Oeste. Sin perder tiempo el carguero de ELMA decidió virar en redondo y seguir la estela del Transporte Naval. Cerca de las 9:30 hs. ambos buques fondearon en Bahía Fox donde tuvieron que aguardar que cesaran los avisos de Alerta Roja, para dar inicio a las operaciones de descargar. A las 18:30 hs. las bordas de las naves tomaron contacto y a las 23:00 hs. comenzó el alije. En esa oportunidad fueron transferidos del carguero de ELMA al transporte naval, el vehículo CTR TT- 24 de Prefectura Naval que iba acompañado por su conductor, el marinero de Prefectura, Jorge Eduardo López, un animosos joven a quién los tripulantes del Río Carcarañá habían apodado cariñosamente “chocolate” y así también lo hizo el Cabo 1ro., Héctor Hugo Varas, de Fuerza aérea que custodiaba materiales de su Arma. El alije continuó ininterrumpidamente hasta las 14:30 hs. del día siguiente cuando una orden del Comando Naval dispuso que el Río Carcarañá se dirigiera a fondear en Puerto Rey, a la altura de la mitad del Estrecho San Carlos, sobre la margen occidental de la Isla Soledad.

       El Isla de los Estados permaneció un tiempo más en el lugar colaborando en la descarga de tambores de nafta, gasoil y JP1, ya que según lo programado por los mandos militares dicha posición iba a ser empleada como base logística.
       Poco después el Transporte zarpó en busca del Río Carcarañá al cual todavía debía terminar de alijar de una considerable carga.
       Finalmente, a las seis de la mañana del día sábado ocho, ambos buques tuvieron su tercer y último encuentro en la Bahía de Puerto Rey.
       En operaciones simultáneas, mientras el Río Carcarañá le transfería al Transporte Naval, tambores de combustible, el alijador Forrest, hizo ingresar víveres en su bodega, provenientes del carguero de ELMA y luego permaneció en esa posición para pasar la noche.

       Pese al clima desfavorable con vientos arranchados y una persistente llovizna, las operaciones de alije no se suspendieron y la madrugada del día domingo nueve, sorprendió a los barcos que se encontraban en Puerto Rey, en plena actividad. El personal de abordo sin distinción de jerarquías o especialidad se ocupaba de las múltiples labores de estibaje que en esa oportunidad contaron con la colaboración de soldados de la 3ra. Brigada de Infantería, los cuales se encontraban embarcados transitoriamente en el alijador Monsunen, que había arribado al lugar en hora temprana.

       A las 8:55 hs. se escuchó por radiotelefonía en 2182 Kcs, un pedido de socorro: MAYDAY!, MAYDAY!..., de alguien informando que estaba siendo sometido a un ataque aéreo, sin que se pudiera advertir quién emitía el llamado. Posteriormente, luego de haberse tomado conocimiento del Comunicado N° 34 del Estado Mayor Conjunto, se llegó a la conclusión que dicho pedido provino del pesquero argentino, Narwal que navegando dentro de la Zona de Exclusión, había sufrido el ataque de aviones ingleses, ocasionando su hundimiento y la muerte de uno de sus tripulantes. Esa tragedia en el mar, se sumó a las muchas otras que acecharon continuamente a las indefensas naves mercantes que se atrevieron a surcar esas peligrosas aguas en el cumplimiento de sus distintas misiones.

       El lunes 10 también en horas de la mañana el Río Carcarañá utilizando su pluma real, apta para 50 toneladas y bajo supervisión directa de su Capitán, Edgardo Dell’Elicine, depositó sobre la tapa escotilla de la bodega N° 2 del Isla de los Estados, la cohetera SAPBA desarrollada por el Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas de las Fuerzas armadas (CITEFA). Este artefacto de veinticinco toneladas montado sobre un vehículo Fiat 6x6, tenía varias bocas de fuego que podían disparar, en salva o individualmente, proyectiles a más de veinte kilómetros de distancia. Junto a la pieza de artillería también embarcaron en el Transporte Naval los hombres que la acompañaban: el Capitán de Ejército, Marcelo Sergio Novoa y el Sargento ayudante, Víctor Jesús Benzo. Por último ingresó a bordo el Cabo interino Roberto Adrian Busto de la 3ra. Brigada de Infantería de Ejército. Busto un joven de 17 años recién egresado de la Escuela de Suboficiales, abordó el Isla de los Estados por orden del mayor Jorge Monge, del GADA 101, pués éste consideró “ que era más seguro ese barco que volver a Puerto Argentino en el “barquito” Monsunen”, pero el destino le iba a jugar una mala pasada.
       Cabe destacar que  para ese momento a bordo del Isla de los estados, además de la cohetera de CITEFA con sus correspondientes proyectiles, se encontraban cargados cinco contenedores de 4.500 litros cada uno de aerokerosene (JP1); 1.600 tambores de 2100 litros cada uno de aerokerosene, siete jeeps Land Rover, un jeep Volkwagen; dos jeep Mercedes Benz; un camión Fiat de 22 toneladas y siete camiones.          

       Pasado el mediodía zarpó el alijador Forrest y también finalizó la descarga del Río Carcarañá. En horas de la tarde, mientras el Transporte Naval se alistaba para continuar con su misión el Capitán, Dell’Elicine invitó a cenar a bordo, para celebrar la finalización   de la descarga, al Capitán Panigadi, quién concurrió cerca de la hora diecinueve, acompañado del Coordinador Naval, Capitán Payarola y del primero Oficial Bottaro. La comida consistió en unos jugosos bifes, con papas y huevos fritos, y en su transcurso, dentro de un ambiente de franca camaradería, se desarrolló un interesante diálogo que pudo haber cambiado el curso de los acontecimientos.

       El Capitán, Dell’Elicine, notando la persistencia de la llovizna que impedía una buena visibilidad le señaló al Capitán, Panigadi la inconveniencia de moverse de noche sin protección alguna y le sugirió que permaneciera en ese lugar para zarpar al día siguiente. El Comandante del Transporte sostuvo un criterio distinto y dijo que, como había amainado el viento, lo cual era cierto, iba a aprovechar la noche cerrada para moverse hacía Puerto Howard, donde pensaba llegar antes del amanecer. De hecho el Isla de los Estados partió hacia su destino cerca de la hora 21:00.

       En esas horas, a muchas millas de allí, el Comando de la Flota Británica, continuaba los preparativos para la invasión de las islas que iba a concretarse once días más tarde. Uno de los principales problemas del Almirante Woodward, consistía en averiguar si las entradas del Estrecho San Carlos estaban minadas, especialmente la Norte, donde tendría lugar el desembarco. A tal efecto el comandante inglés, a falta de barcos barreminas, comisionó a la fragata Alacrity por considerarla “barata y ligera” para que, a riesgo de resultar hundida, recorriera la zona y estableciera la presencia de esos artefactos.

       Según la versión británica, la Alacrity, cuyo Capitán era Christopher Craig, de acuerdo a las órdenes recibidas circunnavegó esa noche la Isla Soledad por su contorno hacia el sur, para luego iniciar una navegación por el Estrecho San Carlos, hasta llegar a la boca de la Ensenada del Norte (actual Bahía Sucia) donde la aguardaría su gemela la fragata, Arrow que oficiaría de observadora y en caso de ser necesario recogería los sobrevivientes.

       El Capitán, Craig continuando las políticas de las Fuerzas británicas de molestar y mantener sobresaltadas las posiciones argentinas no perdió la oportunidad, al pasar frente a Bahía Fox, de lanzar bombas luminosas, cuya luz casi irreal, helaba la sangre. Los efectivos de Ejército, que se encontraban en el lugar, pese a estar habituados a los continuos hostigamientos, al ver ese sol amarillo suspendido en el aire debieron imaginarse que era el preludio de un ataque en gran escala, pero no fue así y la fragata siguió su curso por el canal. Unas millas más adelante, cuando eran las 22:20 hs., la Alacrity tuvo un contacto de radar que resultó ser el Isla de los Estados. Una bengala de iluminación de la fragata inglesa sobre el Transporte Naval cumplió, no sólo la función de amedrentar, sino también la de identificar claramente a su blanco. Entre cinco y siete proyectiles de 4,5 pulgadas disparados desde la fragata impactaron sobre la banda de estribor del Isla de los Estados, dando comienzo a un incendio que rápidamente alcanzó a los tambores que contenían la nafta de aviación y los proyectiles. La sucesión de explosiones, destrozaron las entrañas del barco que comenzó a escorar y derivaron en una gran bola de fuego que llegó a verse desde muchas millas de distancia.

       Por parte de los tripulantes sobrevivientes pudo saberse que momentos antes del ataque, el Isla de los Estados, navegaba por el Estrecho San Carlos con rumbo noroeste, con las luces apagadas y efectuando barridos esporádicos de radar. Los que a esa hora no estaban de guardia, habían terminado de cenar o estaban durmiendo. Cuando comenzaron las primeras explosiones, la gente empezó a subir al puente de comando para ver qué pasaba. Allí se encontraban unas ocho a diez personas; entre ellas el Capitán, Panigadi, el Coordinador Naval, Capitán, Payarola y el Primer Oficial, Bottaro. Ante la aparición de la bomba luminosa, Payarola tomó contacto radial con el Forrest que se encontraba en Puerto Howard, para que éste tratara de establecer si dicha acción provenía de propias Fuerzas. Veinte segundos después se sintió el primer impacto del cañón sobre la banda de estribor. De inmediato el Coordinador Naval volvió a comunicarse con el Forrest, informando que estaba recibiendo impactos directos y pedía un “alto el fuego” pues suponía que los mismos provenían de baterías de la costa. Dicho mensaje también fue captado por Claudio Mazzi, 3er Oficial del Río Carcarañá. Mazzi quién comunicó a su comando que había oído claramente por el VHF una voz angustiosa gritando: “mayday... díganle a los de las islas de enfrente que no tiren...”.

       El certero cañoneo de la  Alacrity, que navegaba pegada a la costa Este, logró impactar varias veces sobre la obra muerta del transporte que, para tratar de evitarlos cayó sobre su banda de babor, en una inútil maniobra que no impidió que recibiera nuevos impactos. Los tremendos estallidos dentro de las bodegas seguidos de un gran incendio incrementado por la alta combustibilidad de los 325.000 litros de combustible de aviación que transportaban provocaron una rápida escora a estribor. El marinero Alfonso López, que en esos momentos se dirigía a tomar su puesto de guardia, fue sorprendido por un cañonazo directo que destrozó el puente de mando y dispersó a quienes se hallaban en el mismo. En medio del humo y de las llamas vio salir a los capitanes, Panigadi y Payarola a quienes ayudó a incorporarse. Detrás solo quedaban cuerpos inertes y chapas retorcidas.

       Cuando el buque se estaba inclinando peligrosamente a estribor, López, junto al camarero, Héctor Omar Sandoval, comenzaron a lanzar al agua por la banda de babor, una balsa inflable. A esa maniobra, notablemente dificultada por el acentuado declive, se sumó Payarola y entre los tres pudieron concretarla.

       En ese instante se produjo una enorme explosión que obligó a López y a Sandoval  a saltar por la borda. El primero, a quién apodaban el Gallego, acertó a caer sobre la misma balsa y a continuación lo hizo Sandoval, nacido en las Canarias, pero, desafortunadamente, éste golpeó contra la estructura del barco cayendo al agua al parecer inconsciente. Payarola, trató de permanecer un tiempo más a bordo caminando sobre el casco. Pero la fuerte oblicuidad que presentaba la nave, lo obligó a tirarse también al mar. El barco estaba prácticamente horizontal, con los mástiles paralelos al agua, se veía girar la hélice mientras se hundía lentamente

       López, quién no sabía nadar, después de la caída, se reincorporó trabajosamente sobre la endeble balsa y advirtió que la misma se encontraba atada con un cabo al barco y como este se hundía lo arrastraba con balsa y todo. De inmediato sacó una navaja marinera que siempre portaba y cuando trató de cortar el cabo se le cayó  al agua. Decepcionado se sentó en la balsa y dijo: “Hasta acá llegué”. Cuando su final parecía inminente la tensión de la cuerda cortó la misma y la balsa quedó libre y flotando con “el Gallego” adentro. Agradecido al destino que lo había salvado de un fin inminente, López, contando solamente con el último resplandor del incendio que aún surgía del barco, buscó afanosamente a su alrededor algún tripulante que estuviera en el agua. A los pocos minutos alcanzó a localizar al Capitán Panigadi y al 1er Oficial Bottaro a quiénes ayudó a subir a la balsa.

       Los tres se pusieron a remar tratando de alejarse del buque que comenzaba a desaparecer lentamente de la superficie. A medida que se acentuó la oscuridad se obstaculizó la localización de otros tripulantes y pese a que sintieron por un momento, voces de auxilio les resultó difícil orientarse para saber de donde provenían. A ello debió sumarse que la balsa tampoco respondía dócilmente a los impulsos de las maniobras. Al cabo de diez minutos el Isla de los Estados despareció de la superficie del agua y también las voces dejaron de oírse.

       En medio de un sobrecogedor silencio solo quebrado por los golpes de marejada y la fina llovizna que caía sobre la borda de goma, los náufragos continuaron infatigablemente remando sin rumbo en busca de algún otro sobreviviente.

       Cuando habían transcurrido unos veinte minutos alcanzaron a divisar, distante unos cien metros, una luz al ras del agua y sintieron gritos de auxilio.
       Muy agotado y llevando una linterna en su mano, llegó nadando hasta ellos el Capitán Payarola, a quién ayudaron a ingresar en la balsa. Aún jadeante por el enorme esfuerzo, el Coordinador Naval alcanzó a contarles que poco después de abandonar el barco, había abordado una balsa semihundida donde se encontraban los marineros Rafael Luzzardo y Antonio Cayo, pero viendo que la embarcación no iba a resistir el peso de los tres decidió tirarse al agua nuevamente. A partir de allí perdió contacto con esos dos marinos quienes no se cansaban de gritar: ¡Viva la Patria! ¡Viva la Patria! Mientras se mantuvo flotando sin poder acercarse a la costa, pues la corriente iba paralela a la misma, Payarola, escuchó gritos pidiendo auxilio y también fue sobrevolado por un helicóptero británico “Sea King” que luego de observar todo, se alejó. Por el tiempo que permaneció en el agua, unos diez o quince minutos, sufrió un principio de congelamiento en pies y manos hasta que fue rescatado por quienes se encontraban en la balsa donde se encontraban, López, Bottaro y Panigadi.

       Pese a que la balsa, no se había inflado integralmente, entraba agua y su precaria condición impedía un ágil desplazamiento, los cuatro hombres pasaron el resto de la noche abocados a la tarea de impulsar la frágil embarcación y achicar el agua que la invadía. Calculan que ya sería de madrugada cuando acertaron a divisar una costa e intentaron llegar a la misma, pero la corriente les impidió acercarse. Casi una hora después volvieron a verla y reanudaron sus esfuerzos en procura de alcanzarla En esos momentos el Capitán Panigadi, que parecía el más afectado por la dura contingencia, pidió que lo abrigaran con alguna ropa seca, pero ello fue imposible, pues no existían mantas ni ropa extra.

       Para animarlo, Payarola y López, que se encontraban achicando agua con sus propios botines, le gritaron que siguiera remando, pues la balsa se hundía y llegar a la costa era la única forma de salvarse.

       Ahora se encontraban a unos cuarenta metros de la costa, la balsa continuaba hundiéndose y el agua ya ingresaba libremente por su borda. Eran consientes que si permanecían en la endeble almadía de caucho, la corriente los iba a arrastrar mar afuera y así no iban a tener mayores posibilidades de salvarse. En ese momento el Capitán, Panigadi, imprevistamente y al parecer presa de una gran ansiedad se arrojó al agua para intentar llegar a nado, pese a las advertencias de Payarola y de López de no hacerlo sin algún elemento que le permitiese permanecer flotando. Minutos después, Bottaro, hizo lo mismo, pero su acción estaba dentro de un criterio más juicioso pues en este caso tenía puesto un chaleco salvavidas. Una vez en el agua Bottaro se puso luchar denodadamente durante largos minutos por tratar de llegar a la orilla, pero no lograba por sus medios vencer la fuerte y adversa corriente.

       A todo esto López y Payarola continuaron remando y al llegar a unos veinte metros de la costa, éste último se tiró al agua llevando consigo el extremo de un cabo de unos cincuenta metros que se encontraba afirmado a la proa de la balsa. Nadando consiguió llegar a tierra y desde allí comenzó a cobrar el cabo para tratar de acercar la balsa a la costa. No había completado el intento cuando perdió el conocimiento. Solo recobró la conciencia al sentir los gritos de López: “¡Se nos va Bottaro! Allí suspendió la maniobra de recobrar la balsa  y al notar que Bottaro trata esforzadamente de llegar a nado a la costa se tiró al agua y lo ayudó a salir. El recién auxiliado, visiblemente afectado por el esfuerzo y el intenso frío, quedó yacente y balbuceando palabras sobre la orilla.

       López que seguía arriba de la balsa a varios metros de la costa, volvió a dar aviso: ¡Se nos va Panigadi! ¡Se nos va Panigadi!         

Payarola miró en la dirección que le marcaba López y vio que efectivamente aquél, arrastrado por la fuerte correntada, había invertido su rumbo que lo llevaba flotando a la costa, de la cual, ahora, se alejaba rápidamente. Muy pronto también dejaron de oírse sus ininteligibles gritos y en breves instantes el cuerpo del Capitán Panigadi desapareció de la superficie.

       A instancias de Payarola- quién ya no tenía más fuerzas- le gritó a López: “Tiráte al agua y mové los brazos y las manos, pero en forma desesperada”. El “Gallego” se arrojó al agua desde la balsa y comenzó a dar brazadas en forma desenfrenada hasta que al comenzar a hundirse logró hacer pié y así llegar caminando a la orilla. Una vez allí, ambos trataron que Bottaro respondiera a diversos estímulos sin conseguirlo y también con objeto de llevarlo a un lugar más protegido, trataron de cavar  con los remos una hendidura en una elevación de la escarpada costa, pero el pronunciado desnivel y lo duro del terreno les impidieron hacerlo. Luego de inútiles intentos por reanimarlo y tras experimentar algunas convulsiones, el Oficial Bottaro, falleció.

       Ahora caía sobre ellos una llovizna incesante. Sin lugar para protegerse, ambos marinos quedaron a la intemperie tirados sobre la barroso suelo y a medida que pasaban las horas se iban posando sobre sus ateridos cuerpos, unos pequeños pájaros parecidos a gorriones que los habían tomado por un piedra mas de la abrupta costa. Así aguardaron el amanecer, deseando que finalizara esa infortunada noche. Atormentados por el intenso frío que se acentuaba a través de sus ropas empapadas intentaron descansar en una incómoda posición, pero ello les resultó imposible. Como un eco alucinante no dejaba de retumbar en sus mentes el ruido de las explosiones y los angustiosos gritos de los compañeros que no iban a volver a ver con vida.
     
   Durante esa trágica jornada se registró un episodio adicional para las naves británicas, aunque solo después de finalizada la guerra, iban a poder confirmar que tan cerca estuvieron, ellas también, de caer bajo la acción de nuestras Fuerzas.

       Después que la Alacrity cañoneó y hundió al Isla de los Estados continuó su marcha al norte por el Canal de San Carlos, sin detenerse a recoger  náufragos, hasta llegar cerca de la roca Remolinos, donde revirtió su curso para regresar, en una última pasada, en busca de minas y luego encontrase con la Arrow que la aguardaba en la Bahía Sucia (Ensenada Noroeste) al sur de Cabo Leal. De hecho ambas naves ignoraban que todos estos movimientos estaban siendo detectados por emisiones de sonar desde el submarino ARA San Luis que se encontraba sumergido y patrullando al norte del Cabo Roca Blanca, un lugar ideal donde tenía frente a sí y a una distancia de 5000 a 5.800 metros, a las dos presas.

       Lograda la detección acústica, el Comandante del sumergible, capitán de fragata, Fernando Azcueta tras ordenar, la preparación manual para el lanzamiento de un torpedo SST-4,con guiado en emergencia, dado que tenía la computadora fuera de servicio, seleccionó a la Alacrity como Blanco “A”, la cual se encontraba a unas 8.000 yardas , y la Arrow como blanco “B”. Finalmente decidió atacar a la Alacrity pues la misma se encontraba más cercana a la costa y sus movimientos supuestamente serían más lentos. A la 1:40 a.m. fue disparado el primer torpedo y falló el Tubo n°1. Inmediatamente se lanzó contra el mismo blanco que ahora se encontraba a 5.200 yardas, con el Tubo n°8 y a los 3 minutos de corrida se percibió la señal de cable de guiado cortado. El submarino San Luis se dispuso enseguida a atacar el blanco “B” que se ubicaba un poco mas al norte, pero éste se alejó del lugar a alta velocidad. Al parecer, las fragatas británicas tuvieron conocimiento del peligro que se cernía sobre ellas y tras arrojar al mar cargas explosivas con objeto de perturbar las escuchas hidrofónicas del submarino, con una rápida maniobra salieron de ese lugar zigzagueando. El comandante del submarino, considerando que había pasado su mejor oportunidad y viendo que las naves enemigas se ponían velozmente fuera de su alcance, desistió de otro intento. Poco después de la acción emitió un mensaje a sus mandos dando cuenta del frustrado ataque y del comportamiento errático del último torpedo. Esta comunicación confirmando que el sistema de armas no era confiable” determinó que las autoridades navales ordenaran regresar a su base al San Luis.

       Veinte años después de finalizada la guerra un marinero inglés llamado Russell Garner operador de radar de la Alacrity, al tener un encuentro ocasional con el Ingeniero argentino Diego Colombo, un santafecino ferviente defensor de la Causa Malvinas, aquél le confesó que después del conflicto tuvo serias dificultades para superar el trauma bélico, le costó años poder hablar de los acontecimientos pues había quedado muy afectado por lo ocurrido con el Isla de los Estados.

       Al día siguiente siempre bajo una lluvia incesante, los dos marinos, decidieron salir a explorar la zona para buscar un refugio mejor protegido. Luego de andar dificultosamente por mas de una hora, pues el suelo era pedregoso y habían perdido un botín cada uno – Payarola el derecho y López el izquierdo- alcanzaron, a divisar a lo lejos un galpón y una pequeña cabaña. En ese momento comprendieron más claramente que estaban rodeados de agua y acertaron al suponer que se encontraban en una isla pero sin saber cual. (Se trataba de la mayor de las tres Islas Cisne). Llegaron al lugar sobre el límite de sus fuerzas y al percibirse que nadie se encontraba en la casa franquearon su puerta. Se trataba de un lugar donde los puesteros malvinenses esquilaban sus ovejas y guardaban la lana. En los fardos se leía Swan Island y allí supieron donde estaban. Ya en su interior aprovecharon para sacarse la ropa mojada, procediendo a cubrirse con arpilleras y envolverse, entre el cuerpo y la ropa interior, con lana seca de oveja, luego se tendieron sobre dos camastros y se quedaron profundamente dormidos.

       El miércoles 12, ambos se despertaron al alba y notaron que afortunadamente se les había secado la ropa interior. A pesar de ello tuvieron que permanecer todo el día dentro de la vivienda esperando que también se secara el resto de las prendas. En una inspección que hicieron del interior de la cabaña, encontraron algunos víveres: mermelada, azúcar, quaker, frutas secas y varias latas de leche en polvo que por su apariencia tenía origen militar inglés. Todo ello sumado a dos raciones individuales que habían podido retirar de la balsa y una abundante cantidad de agua potable proveniente de un tanque que recogía agua de lluvia, les proporcionaron algo de tranquilidad en cuanto a la alimentación mínima por varios días. Debido a la falta de fósforos o encendedores (ninguno de los dos fumaba), trataron de hacer fuego por otros medios pero no lo lograron y tuvieron que conformarse con racionar en frío.

       En esas interminables horas, donde los dos hombres compartieron un mismo destino de desdicha pero también de mutua esperanza, surgió naturalmente la charla íntima y el deseo de compartir sus vivencias personales. Payarola relató sus experiencias en la Armada y López contó las andanzas de sus orígenes ibéricos en Finisterre, La Coruña, hacía 42 años, donde desde muy joven había estado ligado a las tareas marineras. Le expresó además que llevaba ya 17 como marino mercante en Argentina, 15 de ellos en la Flota de YPF y lo que más deseaba ahora era poder reencontrarse con su esposa Rosa y su pequeño hijo Manuel Ángel, en su hogar de Avellaneda, un modesto departamento del Gran Buenos Aires cercano al estadio de fútbol del club Independiente.

       Al otro día, previo confeccionarse dos rústicos calzados con cueros de oveja que sujetaron a sus pies, ambos salieron de la cabaña y se dirigieron caminando, en una marcha que les llevó una hora y media, hacía el sitio donde habían llegado con la balsa. Como en ese lugar se encontraba la parte más elevada de la isla, dedujeron, con toda lógica, que si efectuaban señales desde allí, éstas podían llegar a ser vistos, con mayor posibilidad por alguna patrulla de rescate. Desde esa atalaya lograron divisar, distante unas 10 millas, la enorme estructura del Río Carcarañá al cual estuvieron haciendo señas a partir de las 10,00 hs. con palos y bolsas que habían llevado. En horas del mediodía alcanzaron a visualizar una nave menor que se acercó al carguero y luego se alejó. Ellos supieron más tarde que se trató del Forrest, a cargo del teniente de Navío, Molini, quién en su afanosa búsqueda ese mismo día había localizado en la mas occidental de las islas Cisne el cadáver del tripulante Sandoval. Por su parte desde el Río Carcarañá, se efectuaban continuos barridos de radar y el personal, con prismáticos, trataba de localizar alguna señal, pero no advirtieron nada. Cerca de las cuatro de la tarde los dos náufragos emprendieron la lenta marcha de regreso a la cabaña. No obstante su agotamiento no se había descorazonado y prometieron volver al lugar para intentar llamar la atención, como única forma posible de ser rescatados.

       El viernes 14, pese al mal tiempo, con lluvia y fuertes vientos, salieron para continuar haciendo señales al Río Carcarañá, pero luego de dos horas de inútiles esfuerzos, debido a la adversa situación climática, tuvieron que iniciar la vuelta. El día anterior, no lejos de allí, en la costa de otra de las tres islas Cisne (la más occidental), el Forrest había logrado localizar, pero no rescatar, el cadáver del tripulante Néstor Omar Sandoval, mayordomo del Isla de los Estados.

       Al día siguiente, ambos marinos, emprendieron con renovada esperanza su tedioso periplo y al llegar a la estratégica costa improvisaron una “baliza” con el techo anaranjado que habían cortado de la balsa recuperada. Pese a esa llamativa señal nadie pareció advertir su presencia y al finalizar la tarde, bastante agotados, decidieron el regreso. Ese mismo día también estuvo cerca de ellos el Forrest, que muy temprano se abocó a la tarea de recuperar el cadáver de Sandoval para llevarlo luego a Puerto Mitre, donde sus restos fueron inhumados con honores militares por efectivos del Regimiento 5 de Ejército al mando del Coronel Ramón Mabragaña.

       El domingo 16, salieron de la cabaña a media mañana y un magnífico sol les preanunció una jornada favorable. A poco de estar haciendo señales con una bandera improvisada y un espejo, vieron una pequeña nave que se acercaba. Resultó ser el Forrest que tras lanzar luces de bengala en señal de reconocimiento se arrimó a la costa...

Cuando la gente del Forrest los vio, quedaron sorprendidos y les pidieron que se identificaran pues parecían una especie de monstruos cubiertos de arpilleras y desfigurados No bien fueron rescatados, fueron a recoger el cadáver de Bottaro y ya pasado el mediodía, cuando se encontraban en plena navegación, fueron sobrevolados con claras intenciones  de ataque por dos Sea Harriers, que hicieron una pasada rasante y luego cambiaron el rumbo. Los aviones habían divisado al Río Carcarañá y se dirigieron hacia ese mejor blanco al cual atacaron con cañones y bombas. Cuando finalizó el ataque, el Forrest se dirigió al lugar donde se encontraba el carguero de ELMA, que insistentemente había lanzado el aviso del ataque y pedía ayuda, pues su tripulación abandonaba el barco. A las 16:30 hs. el Teniente, Molini llegó con su embarcación hasta la costa de la Isla soledad, donde habían desembarcado la tripulación del Río Carcarañá, a quienes se ofreció para trasladar a Bahía Fox.

       Llevando uno de los botes a remolque y una balsa sobre cubierta, con los náufragos embarcados, el Forrest inició la navegación hacia el suroeste. A bordo del alijador, los hombres del carguero Carcarañá se reencontraron con Payarola y López con quienes se abrazaron emocionados. Ya en navegación y mientras saboreaba un suculento plato de comida caliente, López, alcanzó a ver un botella que se encontraba en un estante.”¿Qué pasa?, le preguntaron. “Esa botella es mía”, aseguró. Se la acercaron y las pruebas quedaron a la vista; las marcas que el Gallego le había estado haciendo a la botella, según el nivel del Whisky que quedaba para controlar su consumo, evidenciaron su pertenencia. Esa botella con otros elementos del botiquín de López habían sido rescatados del mar el día anterior por la gente del Forrest.

       Poco antes de la medianoche el Forrest arribó sin novedad a Puerto Fox, donde los estaba aguardando el Jefe de la Guarnición, Mayor, Minorini Lima quién brindó alojamiento a los recién llegados en una barraca próxima al muelle. En horas de la noche dos sucesivas Alerta Roja los obligaron a abandonar preventivamente  la barraca y antes de la madrugada fueron sobrevolados por un helicóptero británico en misión de observación, pero no fueron atacados. En esas difíciles horas, Payarola, recordaría que ese día se conmemoraba el día de la Armada Argentina y seguramente habrá pensado que en medio de tan azarosa circunstancia su patrona, la Virgen Stella Maris, se había hecho presente a través del milagro de haberlo devuelto con vida.

       A la mañana siguiente todos tuvieron que permanecer ocultos en algún lugar reparado, pues el estado continuo de Alerta Roja, impedía cualquier tipo de actividad. En ese momento en Bahía Fox se encontraban refugiadas como náufragos, las tripulaciones de tres buques: el Isla de los Estados, el Río Carcarañá y el Bahía Buen Suceso que estaba fondeado e impedido de funcionar, en la bahía desde el día diez. En total eran más de sesenta hombres, en su mayoría marinos mercantes quienes durante esos largos veinte días que duró su estadía en Puerto Fox, pese a las duras contingencias de un escaso racionamiento, incomodidades sin fin y el continuo peligro de los ataques ingleses, supieron sobreponerse y con gran presencia de ánimo se pusieron a disposición del jefe de guarnición militar para llevar a cabo cualquier tipo de tareas de apoyo.

       En las últimas horas de la tarde se procedió a efectuar la ceremonia de inhumación de los restos del Capitán de Ultramar, José Bottaro. Sus camaradas de la Marina Mercante y el personal militar en formación rindieron un último homenaje al infortunado marino. El sencillo ataúd, improvisadamente construido por el carpintero del Río Carcarañá, albergaba el cuerpo de un hombre valiente, y esta particularidad fue resaltada en su homilía por el Capellán de Gendarmería, Presbítero, Marcos Gozzi, quién pidió que el sacrificio del marino muerto en acción no fuera en vano.

       Al día siguiente el Capitán, Payarola y el marinero, López fueron evacuados en helicóptero hacia Puerto Argentino y posteriormente enviados en avión a Río Grande, Tierra del Fuego, donde emprendieron el regreso a Buenos Aires.
       Desde la óptica británica el hundimiento del Isla de los Estados fue “la única acción de superficie entre naves argentinas e inglesas en toda la guerra de 1982”.

       Curiosa observación ésta, pues en realidad se trató de una acción que poco honor le hace a un barco de guerra que se “enfrenta” con un buque inerme que no podía responder a la agresión  y menos cuando de acuerdo a las tradicionales leyes del mar, el atacante no se detiene a recoger los náufragos. Pero, en fin, aquí la regla británica tampoco parece haber tenido excepción.

       Para nosotros, además de la invalorable pérdida de vidas y la desaparición del buque con toda su carga, el Isla de los Estados resultó un hecho emblemático.

En ese transporte, por diversos motivos, pero en pos de una misma causa, viajaba un heterogéneo contingente integrado por hombres de la Armada, Ejército, Fuerza Aérea; Prefectura Naval y personal de la Marina Mercante. Esa convivencia, bastante habitual, entre los planteles del personal combatiente y civiles que cumplían tareas de apoyo, les hizo superar con buena voluntad y espíritu magnánimo, las naturales diferencias que imponía la diversidad de funciones.

Gracias a ello siempre existió, entre los mismos, una complementación eficaz y confiada, que sin distinción de Armas o jerarquía, los llevó a concretar, frecuentemente con éxito, todas las difíciles misiones que les fueron encomendadas en defensa de la Patria.

TRIPULACIÓN DEL “ISLA DE LOS ESTADOS”:   
        Personal de Marina Mercante Fallecido
         Capitán          Capitán  de Ultramar          D. Tulio Néstor Panigadi
         1er Oficial      Capitán de Ultramar            D. José Esteban Bottaro
         2do. Oficial     Piloto de Ultramar de 1ra.   D. Jorge Nicolás Politis  
         Jefe de Máquinas    Maquinista Naval 2da.        D. Miguel Aguirre
         1er. Maquinista      Maquinista Naval 3ra.         D. Alejandro Omar Cuevas
         Contramaestre       D. Benito Horacio Ibáñez
         Cabo de Marina      D. Jorge Alfredo Bollero
         Marinero                D. Manuel Olveira
         Marinero                D. Antonio Máximo Cayo
         Marinero                D. Antonio Manuel Lima
         1er. Electricista      D. Pedro Antonio Mendieta
         1er. Mecánico         D. Enrique Joaquín Hudephol
         1er. Cabo               D. Omar Héctor Mina
         1er. Cocinero          D. Rafael Luzardo
         Mayordomo             D. Héctor Omar Sandoval
        Sobrevivientes:
         Capitán de Corbeta        Alois Payarola  (Armada Argentina)
         Marinero                        Alfonso López  (Marina Mercante)
 Fallecidos de las fuerzas Armadas:
Armada:
         Cabo Principal             Rubén torres
         Cabo Primero               Enfermero Orlando Cruz
         Cabo Segundo              Oscar José Mesler
Ejercito:
         Capitán                         Marcelo Sergio Novoa
         Sargento ayudante        Víctor Jesús Benzo
         Cabo                              Roberto Adrian Busto 
Fuerza Aérea:
         Cabo 1ro.                       Héctor Hugo Varas
Prefectura Naval:

         Marinero                        Jorge Eduardo López

No hay comentarios:

Publicar un comentario