Comentarios: Así como muchos fuimos durante
meses o años a trabajar en la pesca, también otros participan de esta actividad
con otras artes y a veces desde tierra.
En sucesiva semanas reproduciremos algunos artículos bajados del portal REVISTA PUERTO que cuentan de modalidades
que tal vez más de uno desconoce.
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Texto: Karina Fernández
Fotos: Guillermo Nahum y Javier Rodríguez
La valoración y rescate del patrimonio cultural intangible es
una materia sumamente descuidada en Latinoamérica, pero especialmente en
nuestro país. Muy de vez en cuando es noticia la lucha de los pueblos aborígenes
por un pedazo de tierra que indiscutiblemente les corresponde pero que
difícilmente les sea otorgado, y asistimos al espectáculo de hombres o mujeres
de tez oscura y pelo renegrido que se encadenan frente a la Casa de Gobierno
pretendiendo ser escuchados. Su apariencia no es ya la de las imágenes de los
libros de historia porque ahora usan jeans y remeras, vestuario que no nos
remite a los aborígenes de la época precolombina y, por lo tanto, no nos
moviliza; inmediatamente, lo visto deja de tener importancia.
En los últimos tiempos los habitantes de San Antonio Oeste,
Provincia de Río Negro, han comenzado un camino de recuperación del patrimonio
cultural tangible, relacionado con su historia ferroviaria; pero al mismo
tiempo se está perdiendo un patrimonio
intangible importante para el pueblo. Es
el caso de la comunidad de pulperos. Cada año que pasa se degrada el
espacio de trabajo que da sentido a la comunidad, por priorizar los ingresos
económicos provenientes del turismo; y lo que es peor sin contemplar que
podrían ser compatibles.
Esta actividad poco común atrae la curiosidad de los turistas
que, entusiasmados, juegan a ser pulperos, modificando totalmente el ecosistema
a su paso. A través del tiempo esta calamitosa conducta ha dado por resultado la
degradación del ambiente y, consecuentemente, la escasez de recurso. El colapso
de la especie está dando paso a la desaparición del oficio, ya que quienes lo
practican deben alejarse cada vez más para obtener una captura diaria.
No es fácil la vida de los pulperos. Soportar más de cuarenta
grados bajo un sol furioso, caminando sobre rocas fangosas, en interminables
jornadas que, últimamente, culminan con menos de un kilo de pulpo en los
tachos.
El oficio de capturar
pulpo mediante el uso de un gancho como único arte de pesca se ha transmitido
de padres a hijos desde 1950. La edad de iniciación es la más baja dentro del
ámbito de la pesca, cinco años, y es frecuente que la familia entera se dedique
a esta actividad.
La merma del recurso constituye un problema insoluble para
los pulperos, dado que la posibilidad de adoptar otros medios de vida es
remotísima: este sector tiene un 20 por ciento de analfabetismo y un 38 por
ciento no ha completado el ciclo de instrucción básica.
Hubo una época en la
que los pulperos podían vivir dignamente de su trabajo y la máxima captura se
alcanzó en el período 1967/68, con 310 toneladas. De allí en más los
rendimientos decayeron: no se supera el umbral de las 10 toneladas y año tras
año las capturas siguen disminuyendo. En consecuencia el oficio va
desapareciendo: el 75 por ciento de las pulperas no quiere que sus hijos
continúen con la actividad.
SARA FIRMAPAZ
Pulpera de 67 años, oriunda de la meseta de Zumuncura, mujer
de campo que tiene trazado en el rostro los duros surcos de su vida como nadie
que alguna vez haya visto antes. Tiene la estatura de una niña, el cuerpo de
una abuela y unos pequeños ojos que casi no ven pero brillan con intensidad.
Sara y su entorno irradian dolor, aunque ella intente disimularlo. Llegó a San
Antonio en 1944, con apenas ocho años y ya cansada de la vida en el campo, para
trabajar de sirvienta en alguna de las pocas casas que había en el pueblo. Su
historia es la de abusos, golpizas, tristezas y abandono. Comenzó a pulsear ya
de grande y de eso ha vivido los últimos veintisiete años; hoy vive junto a su
segundo marido en una vieja casa de adobe y ladrillón que el paso del tiempo a
desgastado. Bajo la sombra de un tamarisco tan viejo como la casa transcurre el
día de verano porque adentro “los moscos no dejan dormir”. La casa está detrás
de un médano que Sara subía todos los días junto a su marido para pulsear:
sacaban diez, quince kilos que luego vendían. Pero ahora está vieja, casi ciega
y su compañero ya no puede acompañarla porque una enfermedad que no sabe
definir lo está consumiendo; y ella ya no abandona el rancho por miedo a que,
justo cuando no esté, le pase algo.
Así se suceden los días, a la espera de un kilo de pulpo que
algún pariente acerque, para venderlo a ocho pesos. A la exigua ganancia deben
descontársele el pasaje de colectivo para ir a venderlo; con los cinco pesos
que quedan deberá vivir uno, dos, tres días o hasta que llegue otro kilito de
ayuda. Nunca el auxilio llega de otra mano que no sea la de sus familiares
pulperos, que están en condiciones muy similares a las de ella. “Qué va’hacer,
la vida es así: cortita y jodida”.
NATIVIDAD PAILEMAN
Natividad es pulpera, madre, abuela, y tiene la marea en la
mirada. “La palabra ya no vale nada”, dice, y deja de esperar al que el día
anterior le prometió comprar un frasco de escabeche.
Debió dejar de pulpear después de que su trajinado corazón
soportara dos infartos; pero cuando escucha el ruido de las chatas observa
inquieta cómo se alejan sus colegas hacia otro día de trabajo.
Durante 10 años fue única hija y trabajó a la par de su madre
aprendiendo el oficio de pulpera y el trabajo de campo. “Me hacían hacer todas
las tareas de muchachito: hacía las enrramadas, arriaba las tropillas,
acarreaba agua. El problema es que cuando me junté no sabía hacer las cosas de
la casa”, dice sonriendo.
En otros tiempos el acarreador los transportaba en camión. A
lo largo de la costa distribuían sus campamentos más de 30 familias. El
acarreador aparecía cada tanto a buscar el pulpo canjeándolo por víveres,
alcohol y agua. “Había acarreadores buenos y malos. A veces cuando no había
pulpo, garroteaban a la gente que daba calor”.
Natividad tiene la fuerza de una mujer identificada con una
cultura de trabajo, dentro de la que forjó su propia familia.
Al caer la tarde algunos de sus nietos llegan de vender
estrellas de mar al turismo; otros vienen de la marea, con un poco de pulpo en
el tarro, no serán más de dos kilos y alcanzará para seis frascos, que
Natividad intentará vender para poder servir la mesa al otro día.
El texto que viene a continuación corresponde a otra nota
sobre el mismo tema.
• La máxima captura
histórica correspondió a la zafra 1967/68 con 310 toneladas. Actualmente no
se superan las diez. En los veranos, un gran número de personas muy humildes se
dedican al pulpeo; familias enteras con una gran cantidad de niños que de esa
forma van aprendiendo este oficio de futuro incierto.
• De los casi sesenta pulperos empadronados por el Instituto
Storni, sólo cuatro o cinco echan mano de su oficio durante todo el año.
• El arte de pesca de
los pulperos es un simple gancho de alambre grueso y punta filosa en forma de
anzuelo, con mango de madera; con él extraen los pulpitos del interior de sus
cuevas. Un buen pulpero sabe, antes de ensartar, si hay uno o más pulpos,
si son chiquitos o grandes, o si en la cueva hay una pulpita
"culeca", en cuyo caso, conservacionistas innatos al fin, la dejan.
• Un pulpero responsable vuelve a poner cada piedra en su
posición original luego de extraer de ella algún pulpito; así, lo más probable
es que durante la próxima marea esta piedra vuelva a premiarlo.
• Desde siempre y hasta hace dos años, Zuncho pescaba
regularmente unos veinte kilos de pulpo por marea. En los últimos dos años
raramente supera los diez kilos. Lo único nuevo que ocurrió en ese tiempo en
las cercanías del lugar es la puesta en
marcha de la planta industrial de Alpat S.A.,
emprendimiento que se sospecha
generaría la contaminación culpable de estos y otros cambios muy notorios en la
biodiversidad tan rica de la bahía. El Estado provincial dispuso, en su
momento, que tres personas se encarguen de monitorear el impacto ambiental que
genera Alpat S.A. Como todos sabemos, los reyes magos vienen todos los 6 de
enero esquivando a las cigüeñas agotadas por traer bebés desde París.
• A mitad de camino
entre el Fume Grande y Punta Colorada se encuentra el área natural protegida de
Islote Lobos. Allí las capturas no han decaído, aunque oficialmente nadie se
entera de ello, ya que ni siquiera se ha asignado un guardafauna para proteger
el lugar.
• Los pulperos se trasladan por la playa con marea baja,
puesto que los campos privados y alambrados llegan hasta el límite mismo del
agua. La precariedad de sus vehículos, el patético estado de los caminos, la
ausencia de servicios esenciales como agua potable o energía eléctrica atentan
gravemente contra esta actividad y la calidad de las capturas, que pueden pasar
dos días con treinta grados a la sombra y sin hielo.
• La relación entre los dueños de los campos y algunos
pulperos ocasionales del lugar no es nada buena. Hubo un tiempo en que los
campesinos permitían a los pulperos transitar por sus campos para que no
tuvieran que hacerlo por las playas dependiendo de las bajantes. Según cuenta
la historia, en ese mismo tiempo hubo algunos capones que optaron por subirse a
los autos de los pulperos. Los campesinos aseguran que no lo hacían por propia
voluntad y decidieron cerrar las tranqueras.
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