Comentario:
Se trata de una publicación de la revista BRANDO de abril de 2015.
La cronología
de los hechos nos indica que en principio si se hubiese continuado la búsqueda,
los habrían encontrado.
Vale la
pena una lectura detenida porque se trata de hombres perdidos en el mar, que todavía
pueden estar con vida.
Gracias Héctor
Scaglione por enviar esta Nota.
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Desde que los tripulantes del Tunante II emitieron las últimas señales
de vida el pasado 27 de agosto, su búsqueda se convirtió en una pesquisa con
más interrogantes y signos misteriosos que pruebas concluyentes. El papel de la
Marina brasileña, las dudas de la familia y una idea que aún persiste: pueden
estar vivos
Por Joaquín Ladeuix/Brando
Pasadas las 13 horas del martes 26 de agosto de 2014, el celular
de Nicolás Vernero sonó por primera vez. "Nos tumbamos, estamos bien,
perdimos las velas", le contaron desde el otro lado de la línea. Era Mauro
Capuccio, llamando desde uno de los dos teléfonos satelitales que tenía el
Tunante, un velero de 41 pies con cuatro argentinos a bordo. Entre ellos
Alejandro Vernero, padre de Nicolás. En el océano Atlántico, 170 millas
náuticas al este de Río Grande, Brasil, aquel mediodía era un infierno: soplaban
vientos de ochenta kilómetros por hora, el mar se retorcía en olas de ocho
metros de altura y la lluvia caía a baldazos de un cielo grande y negro.
Mauro le contó que el velero había dado una vuelta de campana y
que la batería se había arruinado, y le pidió que alertara a la Marina porque
ellos no podían comunicarse. Nicolás dio la señal de emergencia. A partir de
ahí, en su casa se fueron juntando todos los familiares de los navegantes.
Pusieron el teléfono en altavoz. Los cuatro del Tunante dijeron que estaban
bien de salud y que tenían comida para unos veinte días. "No sé si el palo
(mástil) aguanta", escucharon decir a alguno. Navegaban -ya sin velas- con
el motor auxiliar del velero, que se usa para salir y entrar a puerto, y se
suele apagar en aguas abiertas: es un motor débil. Iban en dirección al
noreste. Hora a hora pasaban las coordenadas del barco a los familiares, y
ellos a la Marina. Esa triangulación continuó toda la noche: la Marina
brasileña nunca habló directamente con el Tunante.
A las 16.45 el Selje, un buque mercante noruego que se
encontraba por la zona, pero yendo en dirección contraria, recibió un aviso de
la Marina y dio media vuelta en busca del velero. A las 20, el primer teléfono satelital del Tunante
se quedó sin batería. Un rato después, la Marina brasileña pidió que empezaran
a tirar cada quince minutos las bengalas que tenían a bordo, porque se acercaba
el Selje. A las 22.50 el Selje alcanzó y avistó el Tunante. Los separaban
unos cuatrocientos metros. La visibilidad era pésima, llovía a cántaros y
las olas, de vez en cuando, escondían por completo el Tunante. Por esa hora,
también, se rompió el timón del velero y los tripulantes quedaron a merced del
océano, sin ningún tipo de control sobre el barco.
Desde la Marina brasileña les informaron a los familiares el plan: el
Selje escoltaría el Tunante y, si veía que se estaba por hundir, enviaría un
bote salvavidas al rescate. El buque noruego también intentó hacer una maniobra
de rescate bastante común: ponerse de costado para taparle el viento al velero,
planchar un pequeño sector del mar, y entonces buscarlos con algún gomón o
subirlos directamente con sogas. El libro de actas del Selje de aquel día dice
que esa maniobra, que requería que el buque girara 45 grados sobre su eje, no
la pudieron hacer por la tormenta. "Pero habían hecho varios giros
similares mientras viajaban al sudoeste, en dirección contraria al Tunante, y
habían girado 180 grados para ir a buscarlos", dice Patricio Mulhall,
piloto de yate que se compenetró con la búsqueda.
"Los vemos ahí, ¿qué pasa que no vienen a buscarnos?",
preguntaban los cuatro del Tunante a las 23.50, cuando llamaron para pasar
posición. A las 0.22 Mauro le mandó un mensaje a su mujer, Giovanna Benozzi:
"Estamos bien. Agotados. Esperando el buque. Un beso". El libro de
actas del Selje también dice que no había nadie en la cubierta del Tunante y
que desde dentro, a través de alguna ventana, en la noche, con la luz blanca de
una linterna, hacían señales en código morse.
A las 2.55 de la mañana, fue la última comunicación entre el Tunante y
los familiares: llena de interferencias, desde el altavoz del teléfono de la
casa de Nicolás Vernero solo salían ruidos de viento y palabras sofocadas. Se
había acabado la batería del segundo teléfono de los navegantes. Y el Selje,
además, había perdido toda comunicación con la Marina; recién la pudo reanudar
a las 7.30 de la mañana, cuando comunicó que había escoltado el Tunante hasta
las cuatro de la mañana y que luego los había perdido de vista.
Al día siguiente, miércoles, el remolcador Tritao de la Marina
brasileña, una bestia de mil toneladas de acero, se acercó a la última ubicación
constatada. No encontró nada. Un par de helicópteros rastrillaron la zona.
Nada. El Selje nunca los volvió a ver. El jueves a las tres de la mañana, el
primer teléfono satelital del Tunante se encendió y trató de iniciar una
llamada; las baterías de esos aparatos tienen una pequeña recuperación residual
de energía las primeras horas después de agotarse. A las 11, volvieron a hacer
el intento, esta vez desde el segundo teléfono. Ninguno tuvo éxito. Entre la
noche del martes y la mañana del miércoles, los tripulantes del Tunante se
habían convertido en náufragos.
El Tunante salió del puerto de San Fernando, provincia
de Buenos Aires, el viernes 22 de agosto a las siete de la tarde, en un viaje
de placer a Río de Janeiro.
Además de Mauro Capuccio -35, empleado público, fanático de River y de Manu
Ginóbili- y Vernero -62 años, cardiólogo, un cruce del Atlántico en su
currículum náutico-, a bordo iban Jorge Benozzi -62, un muy reconocido
oftalmólogo dueño del barco, suegro de Capuccio y padre de Giovanna- y Horacio
Morales -62, guardia administrativo, basquetbolista amateur-. Planeaban llegar
a Río de Janeiro, dejar el velero y volver en avión; más adelante, en otro
viaje, lo buscarían y se volverían navegando. Ese viernes había buen tiempo:
pocas nubes, viento suave del sudeste, unos veinte grados de temperatura. La
mujer de Benozzi les preparó bombones de chocolate para el viaje.
Luana Morales, hija de Horacio, cuenta que venían planeando el viaje
hacía tiempo. "Entrenaban en el Río de la Plata, cruzaron a Uruguay un par
de veces, iban haciendo los arreglos del barco. Una vuelta suspendieron un
viaje a Mar del Plata por una tormenta", dice, y larga una risa suspirada.
"Querían participar de una regata Buenos Aires-Río de Janeiro que se hace
en febrero, pero no llegaron por los arreglos".
El domingo 24 de agosto al mediodía, Gloria Holzmann y Maritza Delgue
andaban en auto cerca de la costa de La Paloma, Uruguay, cuando les llamó la
atención un velero que se dirigía al puerto maniobrando entre olas enormes.
"Hasta el mástil se escondía entre una ola y otra", recuerda Maritza
ahora. Fascinadas, se desviaron de su camino y lo siguieron desde la ruta, bien
cerca de la costa, durante veinte minutos, desde la playa Los Botes hasta el
puerto de La Paloma. Son cinco kilómetros en auto. En un momento los perdieron
de vista, pero se adelantaron y los esperaron, hasta volver a encontrarlos.
Cuando el velero entraba en el puerto, Maritza agarró su celular y le sacó una
foto. "Me parecía increíble que ese velero no se hubiera guarecido en
Punta del Este", dice Gloria. "Sin duda que sabían navegar, porque la
entrada a puerto fue una maniobra impecable".
Los tripulantes del Tunante habían parado en La Paloma por una falla
técnica del velero. Llenaron a tope el tanque de combustible, compraron algo de
comida y fueron a la farmacia por una cajita de Aeromar, pastillas para el
mareo. "Se reparó una burda (el elemento que mantiene la verticalidad del
mástil de la vela) de las cuatro que tenía el barco. Quedó sumamente firme. De
todas maneras no era algo fundamental", cuenta Tato Seguessa, un velerista
uruguayo que los ayudó con el arreglo. "Estaba en buenas condiciones el
barco y en buenas condiciones el grupo".
Ese día, varios sitios web de pronósticos meteorológicos anunciaban
tormenta. Luana explica que WindGURU, muy consultado entre navegantes y
surfers, auguraba buen tiempo, y que su padre y los demás pudieron haberse
fijado en ese sitio. "Varios veleristas de ahí nos dijeron que con ese
tiempo ellos también salían", dice. A las 11 de la noche del domingo 24 de
agosto, doce horas después de haber llegado, salieron del puerto de La Paloma.
Llevaban latas de gaseosa, de comida y un tanque de 180 litros de agua, además
de un potabilizador y elementos de pesca.
El lunes 25, a las 16.11, Mauro le mandó un mensaje de texto a Giovanna:
"Todo bien, a seis horas de Porto Alegre". El martes 26, cerca de las
nueve de la mañana, mandó otro: "Todo bien, pero bastante viento".
Esa misma noche, menos de veinticuatro horas después, se perdieron, y desde
entonces circularon en blogs de náutica distintas versiones que sugerían que
los náufragos habían sido negligentes. Se habló, entre otras cosas, de la falta
de un Epirb en el barco, un aparato con fuente de energía eléctrica propia que
emite una señal con su localización.
El resto de esa semana, la última de agosto, el Estado brasileño los
buscó con el remolcador Tritao y dos aviones. El sábado 30, Argentina se sumó a
la búsqueda: puso a disposición de la Marina vecina un buque militar y pidió
agregar un avión más a los operativos. Para el domingo 31 de agosto, dos barcos
y tres aviones buscaban el Tunante.
El 1 de septiembre, Luana y Tomás Vernero se tomaron un avión a Río
Grande do Sul. Querían estar más cerca de los hechos, constatar los esfuerzos
de búsqueda. A la semana Tomás volvió, y lo reemplazó Giovanna. Luana y
Giovanna abrieron un grupo en Facebook que sumaba miembros de a miles, una
cuenta de Twitter, página web. Y se contactaron con DigitalGlobe, una
empresa norteamericana que vende imágenes satelitales, pero que a través de su
subsidiaria Tomnod colabora gratis en proyectos humanitarios. En tomnod.com
postean imágenes y las dividen en pequeñas parcelas que voluntarios online
registran; si encuentran algún punto sospechoso, lo etiquetan y la empresa lo
chequea. Así buscaron los restos del avión de Malaysia Airlines y la tumba de
Gengis Khan. DigitalGlobe aceptó contribuir con imágenes del Atlántico sur para
la búsqueda del Tunante y cerca de 100.000 personas llegaron a rastrear
parcelas de océano para encontrar un velero blanco de 41 pies.
Desde que los tripulantes del Tunante II emitieron las últimas señales
de vida el pasado 27 de agosto, su búsqueda se convirtió en una pesquisa con
más interrogantes y signos misteriosos que pruebas concluyentes. El papel de la
Marina brasileña, las dudas de la familia y una idea que aún persiste: pueden
estar vivos
Pero la primera quincena de septiembre de 2014 transcurrió sin novedades
concretas. Y el 15 de septiembre, la Marina brasileña publicó un comunicado:
"La búsqueda estará suspendida hasta la aparición de nuevos
indicios".
El día que Brasil suspendió la búsqueda coincide con
el plazo de veinte días de provisiones que tenían los tripulantes del Tunante. A partir de ese lunes 15 de septiembre -días más si
lograron racionar la comida, días menos si no- tuvieron que pescar para
sobrevivir.
Estoy en una lancha de unos cuarenta pies, blanca reluciente y con
sillones de tapizado beige, llegando a la bahía de Nueva York, todavía algunas
millas metido en el Atlántico. Es el mediodía pero está todo oscuro. Hay
vientos de ochenta kilómetros por hora, truenos, mucha lluvia. En una tormenta
así el mar se pone negro y no hay -como esperaba- grandes olas que rompen: hay
bultos de ocho metros de alto, médanos vivos que se deshacen, se mezclan,
crecen de nuevo. La lancha se zarandea para todos lados y, en tres minutos, ya
van varias veces que casi la vuelco. "Y eso que el tuyo es a motor,
eh", me dice Guillermo Delamer, director del Centro de Investigación y
Entrenamiento Marítimo y Fluvial. "El de ellos no. Imaginate: es una
coctelera".
En realidad estoy en el séptimo piso de un edificio de Avenida Roca
al 600, una tarde pegajosa de diciembre, en un simulador espectacular que tiene
el Centro de Investigación y Entrenamiento, a un par de cuadras de Plaza de
Mayo. Delamer -67 años, director del CIEMF- me recreó las condiciones de la
tormenta que agarró al Tunante aquel 26 de agosto. "Te metés en el
velero y esperás que pase. No hay otra".
El 28 de septiembre, algún voluntario encontró en su parcela de océano
una mancha blanca que se correspondía con el tamaño del velero desaparecido.
Esa misma noche, Luana y los familiares llevaron la imagen a las autoridades
brasileñas y argentinas, junto con las coordenadas del presunto Tunante y sus
posiciones estimadas para los días siguientes. No hubo respuesta. Durante los
diez días que siguieron, consiguieron una copia de mayor definición de la foto
y la acompañaron de informes y declaraciones del CIEMF, de un estudio de
oceanógrafos, de un especialista en teledetección espacial y del diseñador del
velero; concluían que la imagen tenía una compatibilidad del 90% con el
Tunante.
El 9 de octubre, la Armada brasileña decidió reanudar
la búsqueda. Los
familiares eran pura euforia. "Amigos, los encontramos. Ahora hay que ir a
buscarlos", escribió Luana en el grupo de Facebook. El sábado 11 a las
cinco de la tarde, un avión de la Fuerza Aérea brasileña que rastrillaba el
océano recibió un fuerte reflejo de luz blanca. Cuando bajó la altura para
revisar de dónde venía, avistó un velero con un objeto naranja a una milla
de distancia. Dio tres vueltas alrededor y marcó la zona con tinta
fluorescente y un disparo electrónico. Desde la Fuerza Aérea se comunicaron con
los familiares, les mostraron fotos que el avión había sacado y les dijeron que
se quedaran tranquilos, que estaban yendo a buscarlos.
El domingo 12, el remolcador Tritao llegó a la zona. La visibilidad era
pésima. No encontró nada. Mandaron cuatro aviones más: nada. El lunes el tiempo
estaba incluso peor. Un solo avión pudo salir y tuvo que volver a la hora.
Nada. "¿Sabés lo que es rastrear en el mar?", me dice Delamer.
"Es cielo y agua, nada más. Mirás para todos lados y es eso: cielo y agua,
una cosa interminable".
El martes 14 de octubre a las siete de la tarde, tres días después del
avistamiento del avión, la Marina brasileña comenzó a emitir por radio una
alerta SAR (un aviso de lectura obligatoria para los barcos que andan por la
zona) que informaba sobre una embarcación a la deriva con cuatro tripulantes a
bordo y una última posición conocida del 13 de octubre a las 19.31. Cuando
Luana se enteró, dijo a un diario de la ciudad bonaerense de San Pedro:
"Esto es una increíble meganoticia, estamos todos temblando". Todavía
no habían hablado con ninguna autoridad brasileña. Intentaron comunicarse con
la Marina de ese país, sin éxito.
Una hora después, a las ocho de la noche del martes 14 de octubre, la
Marina emitió otro comunicado: hacía dos días, el 12, había aparecido la balsa
del Tunante. La había encontrado un pescador, 190 millas al sur de la zona
donde estaban buscando.
Kopezca I es un barco pesquero brasileño de unos
cincuenta pies de largo, blanco con pinceladas de óxido naranja. Navega por el Atlántico sur, a la altura del estado
de Río Grande do Sul, y pesca con espinel: saca peces grandes. El domingo 12 de
octubre navegaba doscientas millas al este de la costa de Tramandaí cuando sus
tripulantes divisaron en la superficie del océano una balsa salvavidas color
naranja desinflada y semihundida. Uno de los marineros saltó al agua
pensando que podía haber personas, pero se encontró con una tortuga marina de
ochenta kilos enredada. La logró liberar con un cuchillo y subió la balsa a
bordo. Sus compañeros se burlaban, le decían que era un héroe. La balsa estaba
en muy buen estado: el naranja del material todavía refulgía. Adentro había
una riñonera con un DNI, una tarjeta de una obra social (ambos de Horacio
Morales), blísteres con remedios, monedas, una llave, y un buzo con varios
agujeros recortados y una soga atada. Vitor Valverde, el capitán del barco,
nunca había vivido nada parecido en el mar. "Debe haber sido una muerte
agonizante", escribió en su muro de Facebook el 25 de octubre. "Me
siento agradecido a Dios por haber encontrado la balsa y poder de cierta forma
ayudar a los familiares a aliviar el sentimiento de dolor".
"Los días siguientes al anuncio de la aparición de la balsa fueron
emocionalmente muy duros", dice Giovanna. Martes, miércoles y jueves los
familiares llamaron constantemente a la Marina brasileña para conseguir
detalles: no sabían si la balsa era motivo de esperanza o un punto final. Las
autoridades les dijeron que por el mal tiempo no se podían comunicar con el
Kopezca pero que ya habían mandado el Tritao a buscar la balsa. Pero después
tampoco pudieron entablar comunicación con el Tritao: había que esperar a que
volviera.
El viernes 17 de octubre citaron a los familiares en
la sede de Río Grande de la Marina. Les mostraron la balsa. "No había
rastros de comida ni de bebida, ni herramientas ni elementos de supervivencia,
no había nada", dice
Giovanna. Les informaron que un barco pesquero la había atrapado en sus redes
(aun cuando el Kopezca usa espinel), y les dijeron que los resultados del
peritaje de la balsa estarían listos el 30 de noviembre.
"Es una clara señal de que están vivos", dijo Tomás Vernero
refiriéndose a la balsa. "La pueden haber soltado como señal de auxilio o
se les puede haber desprendido en algún momento". A la balsa -además de
todos los elementos de supervivencia- le faltaba el piso, una lona refractaria
plateada que se usa para mantener la temperatura corporal. Delamer explica que
es casi imposible que se desprenda sola (está enganchada con tirantes), y que
pueden haberla sacado para reflejar el sol y hacer señas, llamar la atención.
Mulhall dice que el reflejo fuerte del día del avistamiento del avión pudieron
haberlo hecho con esa lona o con un espejo heliográfico que también estaba en
la balsa. Y que el buzo con la soga puede haber sido un parche improvisado para
arreglar el timón: "Pueden haberse subido a la balsa para hacer el arreglo
y, en algún momento, se desprendió y la perdieron". Agrega que los cortes
en el buzo están hechos con tijera, y no había tijeras en la balsa.
Desde que los tripulantes del Tunante II emitieron las últimas señales
de vida el pasado 27 de agosto, su búsqueda se convirtió en una pesquisa con
más interrogantes y signos misteriosos que pruebas concluyentes. El papel de la
Marina brasileña, las dudas de la familia y una idea que aún persiste: pueden
estar vivos
Los familiares calcularon que la balsa, por el buen estado en el que apareció y comparándola
con un ejemplar nuevo que la empresa fabricante armó especialmente, estuvo
entre quince y veinte días en el mar; esto confirma que el barco sobrevivió
a la tormenta que los tumbó aquel 26 de agosto. Y están convencidos de que no
activaron la balsa porque se hundía el velero: "Si te subís a la balsa,
¿no te llevarías todo lo que pudieras? No había bolsas para juntar agua, no
había comida, no había nada para sobrevivir", dice Giovanna.
Néstor Völker tiene 64 años y diseñó el Tunante hace tanto tiempo que ya
ni recuerda la fecha. "Serán unos veinte años, poco más, poco menos",
dice. Además, se pasó la vida navegando por el mundo. Corrió, entre tantas
otras, la regata Fastnet de 1979, en el Reino Unido, que terminó con dieciocho
muertos y generó la operación de rescate en tiempos de paz más grande de la
historia ("Pensamos que habíamos tenido mala suerte con un par de olas,
pero cuando volvimos era un ce-men-te-rio").
Es ingeniero naval y más de cincuenta de sus modelos de embarcaciones se
fabrican en serie en distintos países. No conoció a ninguno de los tripulantes
del Tunante y lo diseñó para un dueño anterior que -escuchó- no lo tenía en
buen estado. Dice que es un velero más para crucero que para regata, pero que
perfectamente puede hacer el viaje Buenos Aires-Río de Janeiro. Que lo de la
foto de Tomnod del 28 de septiembre casi seguro que era el Tunante. Y no habla
más del barco. Völker no lo dice, pero no cree que tenga sentido hacerlo: un
velero un poco anticuado, nada fuera de lo común, un poco más grande de lo que
se usa ahora.
El viaje de Buenos Aires a Río lo hizo varias veces: "Es bastante
duro. La parte de Punta del Este a Florianópolis es jodida, a mí me parece más
dura que cruzar el Atlántico. Últimamente se están armando unas tormentas bien
bien bravas. La tormenta que los agarró. Y, es común, sí, te puede agarrar una
así. Ochenta kilómetros por hora no es mucho. Es bastante, pero no es para
perderse, ¿no?".
Tras diez días sin novedades, el 22 de octubre la Marina de Brasil
suspendió por segunda vez la búsqueda. "Con la aparición de la balsa
tuvieron la excusa perfecta", dice Luana. Y el 29 de octubre, basándose en
el supuesto semihundido que había anunciado la Marina, Tomnod suspendió la provisión
de imágenes satelitales.
Desde que encontraron la balsa no hubo más novedades del Tunante. El
Estado argentino siguió con la búsqueda, un poco más pasiva. Los familiares
siguieron trabajando con el Ministerio de Defensa y con la Comisión Nacional de
Actividades Espaciales del Estado argentino (CONAE), que escanea el océano
con sus satélites. El 31 de enero de 2015, un informe -encabezado por Patricio
Mulhall y con el apoyo de Elbio Palma, eminencia en el campo de la
oceanografía- inyectó energía a la búsqueda. La CONAE ya sabía cada vez menos a
dónde apuntar la mirada. Mulhall y los demás tomaron un modelo que los
oceanógrafos usan para analizar el movimiento del plancton, le cargaron datos
de la NASA de vientos y corrientes marinas y calcularon el movimiento del
Tunante desde las últimas posiciones conocidas. También se fijaron qué pudo
haber pasado si los tripulantes armaron un aparejo de fortuna (unas velas
bastante precarias) para dirigir el velero, y si les duró mucho tiempo o no. El
modelo les dio cientos de resultados posibles, pero casi todos estaban dentro
de un cuadrado relativamente chico: desde el sur de la provincia de Buenos
Aires hasta el sur de Brasil, casi a la altura de Porto Alegre, y desde la
costa hasta una línea imaginaria a unos 1.100 kilómetros en el océano. La
CONAE concentró esfuerzos en esas áreas y encontró un buen número de puntos
sospechosos, que suelen notificarse a embarcaciones que andan por la zona para
que chequeen. Por ahora no encontraron más que ballenas muertas e islotes de
basura. También intentan hacer correr la voz, comunicándose con embajadas,
puertos, asociaciones náuticas, y repartiendo flyers en varios idiomas para que
los barcos que naveguen por el Atlántico cerca de Brasil estén atentos.
"A diferencia de quienes sobrevivieron a la deriva en un pedazo
de madera, de fuselaje, o en la puerta de una heladera, los navegantes que
buscamos están en un departamento. Tiene dos médicos a bordo, con botiquines
completos y tienen con qué conseguir comida", dice Cristian Unda,
rescatista sanjuanino que participa en la búsqueda. Los familiares se basan en
comparaciones con naufragios largos para sostener las posibilidades de vida y
seguir con la búsqueda. Y en el hecho de que no apareciera ni el barco ni sus
restos, ni los tripulantes ni sus cuerpos. "Nosotros creemos que están
vivos. No hay ningún indicio para pensar lo contrario y hay muchos testimonios
de personas que han naufragado durante mucho más tiempo en peores
condiciones", dice Giovanna Benozzi sobre esta historia con final abierto.
"Hay cosas concretas que muestran, más allá de una esperanza o de un
deseo, que esto es posible".
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