Comentarios: El 22 de marzo el diario La Nación
publicó un editorial que en un marco político analizaba el comportamiento del
empresariado argentino.
Extraigo unas pocas frases para intentar complementarlo con
algunas observaciones:
"La Argentina y sus empresarios deben mirar estas
historias y otras más. Deben ser conscientes de que en las últimas décadas, el
espíritu emprendedor decayó y eso se manifestó en la venta de empresas de
capital local a grupos y fondos del exterior. ... Lo que desalienta es que
refleja una carencia de vocación empresarial por el riesgo y por el esfuerzo..."
Las frases anteriores reflejan calcadamente el
accionar de la mayoría de los armadores argentinos de ese periodo.
En la década del 90 fue lo que motivo la desaparición
de la Marina Mercante y se dieron en un marco político donde el Estado se
retiraba y dejaba a los empresarios a que transformasen el escenario. La
consecuencia fue quedarnos sin Marina Mercante.
Curiosamente en estos días vemos a un dirigente armatorial
ser una de las voces importantes en los distintos foros del sector y en su momento fue
el autor intelectual y material de dicho Decreto. Además de haber sido
funcionario de aquel Presidente.
También preocupa saber que hoy la mayoría de los
grandes armadores argentinos son filiales de multinacionales, y siguiendo la
frase del diario: "... No es
el caso repudiar ese fenómeno desde una visión chauvinista o meramente
ideológica...". Los pocos Armadores netamente argentinos tal
vez deberían repensar sus posibilidades de competencias salvajes.
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Como
ocurrió en otros países, la recuperación de la Argentina dependerá en buena
medida de los hombres de empresa y de reglas claras por parte del Estado.
Martes
22 de marzo de 2016
La
Argentina encara una nueva etapa en la que debe superar la gravosa herencia
dejada por el kirchnerismo para luego consolidar el crecimiento y la
estabilidad de su moneda.
El
colosal desajuste fiscal y el déficit de infraestructura son un desafío, pero de
ninguna manera comparable al que enfrentaron los países que emergieron de la
guerra y debieron reconstruirse desde cero. Alemania y Japón son un ejemplo de
lo que puede la voluntad del hombre y de la sociedad cuando se lo proponen. La
ayuda externa y las inversiones provenientes de otros países colaboraron en la
recuperación de esas dos naciones, pero no fueron lo primordial. Alemania
Occidental sólo recibió un 11% del Plan Marshall a pesar de ser el país más
dañado. En Japón, la ayuda externa tampoco fue el factor relevante.
En
esos dos casos, el Estado estaba quebrado y no se hallaba en condiciones de
financiar ni de operar inversiones, pero contra ello sus gobiernos
establecieron un marco atractivo para la inversión privada. De la respuesta
dependía el éxito de la recuperación. Si el empresariado local fracasaba, la
recuperación se hubiera demorado o tal vez nunca se hubiera producido. Pero
tanto Alemania como Japón apoyaron su crecimiento y modernización
principalmente en grupos empresarios locales. Lo importante es que ello ocurrió
en contextos competitivos, con bajas barreras arancelarias. No hubo
proteccionismo ni se lo consideró como un instrumento necesario para sostener
la recuperación y el posterior desarrollo. El empresariado local fue clave en
los dos "milagros" de la posguerra, el alemán y el japonés.
La
Argentina y sus empresarios deben mirar estas historias y otras más. Deben ser
conscientes de que en las últimas décadas, el espíritu emprendedor decayó y eso
se manifestó en la venta de empresas de capital local a grupos y fondos del
exterior. No es el caso repudiar ese fenómeno desde una visión chauvinista o
meramente ideológica. Lo que desalienta es que refleja una carencia de vocación
empresarial por el riesgo y por el esfuerzo. La contrapartida de esa
declinación fue la fuga de capitales y la falta de reinversión en actividades
productivas. El producido de esas ventas fue al exterior en colocaciones
financieras o inversiones inmobiliarias.
Las
representaciones gremiales empresarias no realizaron, en general, una franca
oposición a las políticas intervencionistas y muy frecuentemente se mostraron
de acuerdo con el proteccionismo. Sólo en los meses finales del gobierno de
Cristina Fernández de Kirchner dejaron más explícitamente de concurrir y
acompañar con su aplauso los discursos presidenciales. Hasta entonces no había
habido una resistencia institucional que impidiera la aparición de nuevos
impuestos y el incremento de los existentes hasta alcanzar la mayor presión
tributaria de nuestra historia. Tampoco objetaron con la energía suficiente los
frecuentes cambios en la legislación laboral promovidos por el diputado Héctor
Recalde, que erosionaron la competitividad de la Argentina sin por ello mejorar
la situación de los trabajadores. Hoy la legislación laboral argentina ahuyenta
la inversión y limita la creación de empleo.
La
debilidad más patente del carácter exigido de un empresario se demostró en la
falta de reacción frente a los abusos del ex secretario de Comercio Guillermo
Moreno. Con excepciones que se cuentan con los dedos de una mano, hubo un
sometimiento a las citaciones imperativas, a los insultos soeces y a las
amenazas y burlas intimidatorias. Se recuerdan no sólo las extralimitaciones de
este personaje, sino también las de ambos miembros del matrimonio Kirchner en
sus discursos en la cadena nacional. El empresario supermercadista Alfredo Coto
seguramente no olvidará la falta de solidaridad de sus colegas cuando lo
descalificó Néstor Kirchner durante el Coloquio de Idea que él presidió en
2005.
Tal
vez la primera reacción institucional empresaria de importancia fue la creación
del Foro de Convergencia Empresarial, en abril de 2014. Esta iniciativa logró
agrupar a 75 entidades empresarias y ONG relacionadas, entre las que cabe mencionar
la Asociación Empresaria Argentina, la Sociedad Rural Argentina, la Asociación
Cristiana de Dirigentes de Empresa y Confederaciones Rurales Argentinas, entre
muchas otras.
Los
postulados y las declaraciones públicas del Foro han ido en el sentido correcto.
Planteó una crítica severa a las políticas destructivas del kirchnerismo y,
además, precisó correctamente la función del empresario: "El rol esencial
e indelegable del empresario es el de crear valor, organizando ideas, trabajo y
capital, de una manera eficiente". Esta debe ser la tarea de un empresario
y no la lucha por favores regulatorios o impositivos que desvirtúan su
verdadero rol y lo desmoralizan. La venta de la empresa suele ser el punto
final de ese ciclo, no sin antes pasar por la insuficiencia de reinversión y de
innovación.
Hace
unos días, un grupo de empresarios argentinos junto a funcionarios del actual
gobierno se reunieron convocados por la organización Endeavor. En ese
encuentro, el jefe de Gabinete Marcos Peña expresó: "No vamos a cambiar la
Argentina, sino a darle las herramientas para que los argentinos la cambien".
Quiso decir que la iniciativa debe provenir del sector privado, en el que los
empresarios tendrán la verdadera responsabilidad de emprender. En la misma
reunión, el titular de IRSA, Eduardo Elsztain, afirmó: "Estamos hace mucho
deseando ser un país donde el Estado no cumpla la función de todas las
compañías". Respondiendo a esta misma filosofía, el secretario de
Emprendedores y Pymes, Mariano Mayer, anunció la elaboración y presentación de
un proyecto de ley para emprendedores, con normas para facilitar la inversión
con capitales de riesgo.
Nuestro
país ha iniciado una nueva etapa en la que poco podrá esperarse del Estado como
inversor o emprendedor. Pero el nuevo gobierno nacional está trabajando en
crear un marco de reglas apropiadas y en la recuperación del crédito que
facilitarán y alentarán la inversión privada. En adelante, la respuesta deberá
provenir de empresarios que lo sean auténticamente.
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