Ahora su vida era una meseta. No había emociones, ni siquiera cuando llegaba al
orgasmo con alguna mujer que lograba, de vez en cuando, meter en su cama. No sabía
cuanto tiempo había pasado, miró hacia afuera y había algo de claridad. El transito era
pesado a esa hora., Acomodó de nuevo el asiento, dejó abierto el techo corredizo y le dio
arranque al auto. Sentía un ardor en los ojos muy fuerte, los había tenido cerrados todo el
tiempo que había estado recordando y ahora le molestaban.
Le costó algo más de cuarenta minutos llegar al Plaza Hotel. No sabía donde dejar el auto, la calle era un infierno de autos y colectivos. Después de dar una vuelta, decidió embocarlo de nuevo por la entrada de huéspedes, puso las balizas y bajó rápido. Atravesó la puerta de madera y bronce bruñido, como una exhalación. Se acercó a la recepción con su aspecto deplorable.
—Perdón, ¿espera a alguno de nuestros huéspedes? –preguntó el conserje antes de que él hablara.
—Si, si… - contestó Aníbal.
—No puede dejar mucho tiempo su taxi parado ahí.
El conserje se dirigía con mucha corrección y respeto, como si no hiciera diferencia entre un taxista desalineado, con los cabellos desprolijos y los ojos inyectados en sangre y un embajador. Ante el requerimiento del empleado del hotel, Aníbal se puso nervioso y le dijo:
—Mirá, en realidad quiero hacer una pregunta, rápidamente. ¿Se hospeda aquí una mujer, Karen Bowler? Es inglesa.
—Perdón, pero es confidencial. No podemos dar información de nuestros huéspedes.
—Si, si, entiendo. Lo que pasa es que alguien se olvidó o se le cayó una billetera en mi auto. Es de mujer ¿viste? Y hay como seiscientos dólares en ella. Estaba en el piso del auto.
Primero pensé en quedármela ¿me entendés?, pero me remuerde la consciencia, por eso
estoy medio nervioso. Yo creo que es de esta mujer porque la traje hoy. Claro, hubo otra
extranjera y no sé de quién es, pero me parece que es de ésta. Creo que está con un hombre,
el marido, o algo así, un tipo colorado.
El conserje lo miraba y estudiaba al mismo tiempo, entre incrédulo y sorprendido.
—Bueno, vamos a ver que podemos hacer.
Tomó el gigantesco registro y lo abrió.
—¿Cómo me dijo qué se llama?
—Mirá Karen seguro, Bowler o algo así…
—Karen Bowler no. Se llama Karen Schollar. El marido es Peter Schollar, pero ahora no están , salieron.—¿Cómo la puedo encontrar? –insistió Aníbal.
—No lo sé, quizás más tarde. Salieron en un auto oficial, el hombre tiene algo que ver
con la Embajada Británica.
—¡Qué macana! Más tarde no puedo.
—Haga una cosa, mañana venga temprano porque se van a Ezeiza para viajar.
—Por si no consigo llegar ¿no sabés en qué aerolínea y el horario en que viajan?
—El horario no, sé que es de mañana. Por las etiquetas del equipaje, viajan por British
Airways.
—¡Al pelo, gracias viejo!
—¿Les aviso algo?
—No, no, mirá quiero darle una sorpresa, a ver si por ahí me ligo una recompensa.
Estate seguro que paso y te tiro unos dólares.
—Está bien, está bien. Pero sáqueme ese auto de ahí, por favor.
Cuando Aníbal llegó al bar de Tito, estaba totalmente abatido. Había abrigado una leve
esperanza de haberse equivocado, de que esto era sólo un sueño desagradable, un fantasma
del pasado y nada más. Pero ahora que había confirmado el nombre, las dudas se
esfumaron. Era ella, su edad, su nombre, los ojos, los pocitos, todo coincidía.
—¿Qué pasa flaco? ¿Ya ni saludás? ¡Uh, estás hecho mierda...!
—Perdoname Tito, traeme una hamburguesa.
Después de unos minutos Tito le sirvió la hamburguesa con una Coca cola, sabiendo
que después vendrían los whiskies.
Aníbal no tocó la comida, estaba estático como había quedado desde que llegara. Las
manos sosteniendo su cabeza, los codos sobre la mesa y los ojos inyectados en sangre y
perdidos.
—Che flaco, a vos te pasa algo. –afirma Tito, mirándolo.
—Vi una muerta Tito.
—¿Qué, fuiste a un velorio? ¿Te impresionó?
—…a una muerta que está viva.
—¡Pará con el whisky flaco!
—No, no vale la pena que te lo cuente. Es una historia larga.¿Para que querés escuchar
esto?
—A ver, contá. Me interesa. Dale que tengo pocos clientes.—¿Te acordás que te conté que yo navegaba?... ¿qué era oficial de la Marina Mercante?
Anibal comenzó a relatar la historia que, según entendía, había marcado el rumbo de su
vida y la de su amigo Julián.
—… es que mi vida comenzó a venirse abajo y esa mina que ví hoy tiene mucho que
ver - Tito lo escuchaba con atención-.
—Esta mina que te digo es inglesa, era la novia de mi amigo. La conocimos hace como
veinte años, en el primer viaje que hicimos a Europa, como cadetes de la Escuela Náutica.
Ahí donde estudiamos nuestra carrera. Era un viaje de práctica, no era de laburo, ¿entendés?
—Dale te sigo.
—…mi amigo estaba re-metido con ella, y ella también. Estaban encajetados hasta las
bolas. Se escribían, se prometieron casamiento, amor eterno y toda esa vaina. Cuando mi
amigo se recibió empezó a laburar y a juntar guita para ir a buscarla- continuó Anibal-.Se
embarcó una vez en un barco de ELMA al Mar del Norte para ir a verla. No fue a Liverpool
de donde era esta chica, pero se encontraron en otro puerto. En ese momento esta piba le
dijo que si no la iba a buscar y se casaba con ella , se mataría.
-¿Qué hizo tu amigo?- preguntó Tito-.
-Éste casi se queda allá, pero se volvió porque necesitaba juntar más plata y acomodar a
la vieja. Era hijo único ¿viste? La vieja era muy absorbente, lo volvía loco. Para colmo el
viejo había muerto y la madre cobraba una pensión mísera y él se hizo cargo de ella.
Todavía debe vivir en la Boca… ¿Me seguís Tito?
—Si flaco, nunca te ví hablar tanto.
—Si, es cierto, pero todo esto me esta dando vueltas en la cabeza...
—Bueno, dale que te escucho.
—Cuando la conoció- continua Anibal- yo le hacía la gamba con la amiga, pero en esa
época estaba de novio con mi ex y no quise saber nada más con la mina. No le dejé
dirección para que me escriba ni nada. Ella le mandaba cartas a él para que me las diera,
pero yo nunca le contesté ninguna.
—Ahh... vos tenías de las tuyas … te comiste a una inglesita.
—Si, pero fue mi desgracia. Un día, ya casado, mi mujer encontró una de esas cartas
que mi amigo me dejaba en el auto Yo ni la había leído y la olvidé en la guantera. Ahí
empezó mi calvario. A mi mujer ya de por si no le gustaba que navegue y para colmo
encontró la carta y me empezó a hacer la vida imposible.
—Uh, flaco ¡que mal!
—Así empezaron los problemas en mi matrimonio. En el la y la otra inglesa?
—Pasaron un par de años y seguían en la misma. Después vino la guerra de Malvinas y él perdió las esperanzas de ir embarcado para allá. Estaba desesperado y para colmo dejó de recibir cartas. Pensó que era por el asunto de la guerra, por la rotura de relaciones entre los países, por los servicios de inteligencia… que no llegaban. No sé, yo pensaba que la mina se había cansado de esperar y quiso olvidarlo.
—Si, puede ser, por ahí conoció a otro quía… - agregó Tito sin saber qué decir-.—No, recibió otra carta de la piba que había salido conmigo, la amiga. Me la pasó y yo no la quería leer, la quería tirar a la mierda. Pero me insistió que la lea para ver si había alguna noticia. Yo se la devolví para que la abra él, ya no quería mas quilombos …lo grave fue que ahí decía que Karen se había suicidado con pastillas.—¡Uh… que pesado, flaco! El chabón estaría destruido.—Destruido es poco. Se vino abajo y comenzó a escabiar. Yo no sabía cómo sacarlo de esa. Era como mi hermano ¿viste?Tito notó que Aníbal se empezó a poner nervioso. Los ojos se le crisparon. Creyó ver brillo de lágrimas.—Bueno flaquito, no te pongas así.—¿Qué no me ponga así? Siempre desconfié de esa mina, de la que me escribía a mí. Leí algunas cartas, me parece que estaba envidiosa de la amiga. Decía que Karen sufría mucho pero que por lo menos mi amigo la iría a buscar, en cambio yo la abandoné. ¡Te juro que nunca le prometí nada!. ¡Andá a saber qué película se hacía!. Por ahí leí que la odiaba a Karen o algo así, estaba en inglés .¡Ahora me doy cuenta de que Karen no se suicidó una mierda! Fue un invento de esa hija de puta que nos cagó la vida a todos.—Pero flaco, la tal Karen dejó de escribir… por ahí es cierto. Mirá, yo no creo que por lo de la guerra no hayan llegado las cartas. Por un tiempo puede ser, pero después que pasó todo el quilombo tendrían que haber llegado si ella le hubiese seguido escribiendo. ¿Cómo le llegó la de la amiga?.—Si, es cierto, eso no me cierra bien.—Bueno, tranquilízate. Por ahí tu fulana no inventó nada y la mina se suicidó. ¡Qué le vas a hacer! Ya pasó, quizás la que viste hoy no era esa Karen, después de tanto tiempo te podés confundir.Tito notó que Aníbal comenzaba a sollozar.—¿Qué, qué le voy a hacer?... ¿Y mi amigo?—¿Qué le pasó a tu amigo, flaco?—¡Se mató Tito,… se mató!Aníbal comenzó a llorar y un par de tipos que estaban en la barra y el lava copas lo miraban sin entender. —¿Cómo qué se mató?—Se compró una cupé Taunus con la guita que había juntado para ir a buscarla, nunca había tenido auto, casi no sabía manejar. Se mató con ese auto.- Uy, pobre chabón , nada le salió bien. Encima un accidente…—¡Ningún accidente! –Dijo Aníbal sin poder para de llorar — Venía como a mil por la Panamericana, en pleno día y se mandó contra un puente. Se enroscó él solo Tito, ¿me entendés?...—Bueno flaquito, calmate. ¡Cholo, traeme un vaso de agua!- le dijo Tito al lava copas-.—… él quiso que parezca un accidente, yo sé muy bien que no fue así y no pude hacer nada. Me madrugó Tito. ¿Me entendés? Yo lo sabía …Aníbal renovó su llanto Tito no sabía qué hacer.—Y… y ahora esta turra... vivita y coleando, con ese cara de verga, me la vengo a encontrar acá… Tengo ganas de cogotearla…—Pará Aníbal, no te culpes así. ¿Estás seguro de que es ella?—No sé con certeza Tito. Ya no entiendo más... nada. Mañana en los diarios te vas a enterar.Al llegar el Cholo con el agua, Tito le acariciaba la cabeza Aníbal. Estaba conmovido con el relato de su mejor cliente. Sentía una enorme compasión por aquel hombre solo. Hacía dos años que lo conocía, nunca un amigo, siempre se sentaba solo, con su hamburguesa y después sus whiskys con café. Pocas palabras, lo necesario. Ahora entendía todo. Era otro de los tantos que habían pasado por su bar. Otra alma gris de Buenos Aires, trashumando a medio camino, entre la luz y la penumbra. En la flor de la edad, casi entregado. “Los muertos que caminan “, como solía decir. Ya los conocía, sólo que éste tenía esperanzas. Se había rebelado, aún estaba vivo. Vio extinguirse a muchos en el alcohol. Éste no, éste se quería rebelar. Si sintió rabia y bronca, estaba vivo,“este se salva” pensó. Se salva porque lloró , lloró como un chico.*****Era temprano. Tomó la autopista 25 de Mayo, por la subida de la avenida Jujuy, Pagó el valor del peaje y empalmó con la autopista Dellepiane para luego tomar la Richieri.Se sentía bastante bien, llorar le había aliviado el peso. Ya se había olvidado como era, la última vez había sido en el entierro de Julián, hacía más de diez años.Cuando Julián murió, entró en una depresión aguda. Su matrimonio se vino abajo definitivamente. Ese hijo que llegó no pudo salvarlo. Lo rechazaban de los barcos, no ascendió más en su carrera y su vida se fue derrumbando de apoco. Ya no tenía diálogo con su esposa, él la amaba, pero no tenía fuerzas, no las encontraba. Se había cortado su fibra y ella no había hecho nada para remendarla. Lo humillaba, lo despreciaba. Él no entendía dequé se quería vengar con tanto desprecio. ¿Qué mal debía redimir? ¿Lo de la carta, quizás? ¿Lo de su profesión? ¿El amor por su amigo?... no sabía. Acabó con su última gota de dignidad cuando su esposa le confesó que tenía un amante y ni siquiera en ese momento lloró. Simplemente se convenció de que ya no era un hombre, era una basura, un inútil, un desecho. Se divorciaron al poco tiempo, en un proceso tortuoso y desgarrante. Con lo poco que alcanzó a rescatar, se compró el Peugeot y una licencia de taxi. No sabe muy bien porque no hizo lo mismo que Julián. Quizás tampoco le quedaba coraje… ¿por su hijo… quizás?.. No lo sabía.
Al llegar a Ezeiza, los taxistas de allí lo empezaron a mirar muy mal. A pesar de que cualquier taxi puede circular, ya se habían formado las mafias de las paradas y había que pedir permiso. No le importaba nada. Dejó el Peugeot en el estacionamiento del Espigón Internacional para demostrar que no venía a trabajar.
Se quedó por ahí hasta que vió como un auto oficial azul oscuro estacionaba, el chofer abría la puerta trasera derecha y luego el baúl. Asomaba una pierna enfundada en una media de seda y más arriba una pollera blanca sobre las rodillas. La mujer se paró en la calzada. Llevaba una blusa azul oscuro y esta vez no llevaba lentes. Saludó al chofer con una sonrisa y los pocitos en sus mejillas se acentuaron. El pelo a la “garzón” no pudo confundirlo, era ella. El hombre alto de cabello colorado salió del otro lado del auto. Mientras llamó al changarín y le dio la propina al chofer, la mujer empezó a caminar hacia el hall. Aníbal se adelantó para encararla y sin más dijo: —Karen.
Ella lo miró con desconfianza. Lo estudiaba. El vio esos ojos eternos, el mar, el cielo, la lluvia.—Do you remember to me? (Me recuerdas)—Sorry. I’don’t believe it. I’ don’t know you (Lo siento no creo, no lo conozco)—I’m Aníbal. Julian’s friend. (Soy Aníbal el amigo de Julián)Desconcertada, lo miro de arriba abajo. Él pudo percibir su perfume, su maquillaje, toda su sofisticación. Era una reina. Eso lo hizo sentir más miserable aún ,infinitamente.De pronto los ojos de Karen comenzaron a chispear. Sus parpados se movían rápidamente.—Oh... Aníbal. Yes, yes… yes…Aníbal quedó petrificado cuando ella se abalanzó con sus brazos abiertos, su cartera penduleando y lo tomó en un abrazo inconmensurable. Se sintió desfallecer, sintió que su mejilla caliente apretaba a la de Karen. Ella lo miró a los ojos bien de cerca. Le inspeccionó las arrugas, su barba, su calvicie, su miseria. Pero no le importó, lo beso suavemente en los labios, temblorosa, con los ojos húmedos. Aníbal seguía inmóvil. Su corazón se salía del marco y no le asomaban las palabras. Se esfumó como el humo del cigarrillo todo su odio, toda su angustia.Ella lo soltó, lo tomó del brazo y lo apartó unos metros hacia el costado de la puerta. Se pusieron frente a frente. Él le preguntó porqué, ella no entendía, le repreguntó el por qué del suicidio o del invento. Ella seguía sin entender. Le quiso explicar mil cosas con los ojos en un segundo. Aníbal creyó entender su sufrimiento. Ahora era ella quien le preguntaba el porqué. ¿Por qué Julián no contestó más sus cartas, que todavía hoy le seguía escribiendo? Aníbal trató de explicarle lo de aquella carta de Evelyn. Ella maldijo en voz baja mientras comenzaba a llorar y le explicó que sí, que había pensado seriamente en suicidarse, que una sola vez tomó pastillas., pero no lo suficiente.—And Julian? He’s fine now? (¿Y Julián, cómo se encuentra ahora?).- Era la pregunta de rigor que Aníbal esperaba y que no sabía cómo responder-.Cuando el marido vino a buscarla, aquel inglés alto, de cabello colorado , la encontró abrazada a un extraño, desgarbado, semi calvo y desalineado , y ambos llorando. Al separarlos, y sin entender, casi pierde su flema, eso que distingue a los ingleses. Ella tomó algo rápidamente de su cartera y sin que Aníbal se diese cuenta, se lo deslizó por el bolsillo del pantalón. El inglés logró arrancársela de los brazos y mientras se la llevaba no dejaba de mirar a Aníbal. La vió como entraba en el hall con su marido y se perdía dentro. No atinó a nada , simplemente no podía despegar los pies del piso.Siguió de largo en la bajada de “9 de julio”, continuó por la “25 de Mayo” hasta la avenida Huergo, había demorado sólo treinta minutos desde Ezeiza. El Peugeot parecía una saeta serpenteando entre autos , camiones y colectivos. Dobló a la derecha hacia el lado de La Boca. Cuando llegó a la calle Necochea, buscó aquella casa de chapas pintadas de colorado que tanto frecuentaba en otra época , hacía mas de 30 años . La última vez que recordaba haber estado allí se remontaba a 7 u 8 años atrás. Nunca más había vuelto.Estaba todo igual. Algunas chapas habían sido cambiadas, pero todavía estaban aquellas coloradas. Golpeó una y otra vez la puerta.—¿Sí, qué desea?—Soy yo, Doña María, Aníbal.—¡Hijo! ¿Qué hacés por acá? ¿Te acordaste de esta vieja? ¡Uhh, que viejo estás! ¿Y la Cristina? ¿Tenías un nene, no?Aníbal no podía disimular su turbación. Nunca le había gustado la madre de Julián. Sabía todo lo que lo porfiaba, todo lo que lo sobreprotegía, todo lo que trató de hacer para retenerlo siempre. Todo lo que lo asfixiaba. Además, no soportaba el torbellino de preguntas que solía hacer.Se armó de paciencia y trató de explicar lo de Damián, lo del divorcio, lo del taxi, lo de la muerte de su madre. Una vez que creyó haberle respondido todas las preguntas le dijo sin rodeos:—Doña María la vi a Karen. La inglesa aquella que conocimos con Julián.—¿A quién?.. ¿Ah… a esa loca??. ¿Cómo que la viste? . ¿Estuviste allá? . Fijate qué coraje, escribirle a mi hijo estando en guerra con nuestro país. ¡Ingleses de mierda!—Estuvo en Buenos Aires y ya se fue.—¿Y que vino a hacer? A buscar a Juliancito ¿No sabe que se mató con ese auto demierda? ¿No sabe qué está muerto?Doña María se puso a llorar. Aníbal comenzó a exasperarse. Primero dudó, hasta que por fin le preguntó lo que sospechaba, lo que le quemaba…—¿Por qué tiró las cartas?—¿Qué cartas?- respondió haciéndose la sorprendida.—Las cartas de Karen, Doña María, usted sabe. ¿Por qué no se las daba a Julián?.—¿Y qué querías que hiciera? ¿Dejar que se vuelva loco? ¿Qué se me vaya atrás de esa loca para siempre? Igual… me mando la desgracia esa yegua. Lo convencí para que se comprara ese auto y se me mata en ese accidente… ¿Te das cuenta Anibalito?—Pero Doña María…Aníbal iba a hablar, pero se calló. Se preguntó para qué hablar. A veces la verdad no es imprescindible.-Fijate vos, todavía me llegan cartas de la yegua. Yo no sé lo que dicen, ni me interesa. ¿No sabe que mi Juliancito no está más?De nuevo el llanto mojaba la cara de Doña María. Aníbal se levantó de la silla sin decir palabras y encaró hacia la puerta.—Anibalito, hijo… ¿dónde vas? ¿Qué pasa? No me dejes sola. Quedate un poco mas…Sin responder nada Aníbal salió, sabiendo que nunca mas regresaría. Ahora lo entendía todo. La vieja , en su locura de celos había condenado a su hijo. La guerra de Malvinas y la interrupción de las correspondencias le dio una buena excusa para tratar de convencer a Julián de que desistiera de ir en busca de Karen. El resto es una simple deducción . Las cartas que volvió a recibir nunca llegarían a Julián , se encargó de hacerlas desaparecer una tras otra ayudada por el hecho de que su hijo navegaba y estaba poco en la casa. Todo hubiera resultado si no fuera por esa maldita carta de Evelyn que todavía no se explica cómo la vieja la dejó pasar. ¿No la tiró como hacía con las de Karen para querer ponerla en evidencia de que ya no le escribiría mas a Julián?. ¿Julián se juntó con esa carta por pura casualidad antes que la vieja?. No lo sabe ni tampoco le interesa . Sólo pensaba en su pobre amigo. Tenía todo para ser dichoso , para construirse una vida que valiera la pena ser vivida , como muchos , porfiándole a la poquedad de su origen , sin mas capital que su ángel y su nobleza. La suerte quiso que se viera rodeado de amores enfermos que no hicieron otra cosa que destruirlo.. . .Esa noche Aníbal no fue a lo de Tito. Entró en su departamento y vio un papelito doblado en el piso, lo habían tirado por debajo de la puerta. Lo tomó entre sus dedos y al abrirlo leyó:“Papi: Vení a buscarme mañana a la escuela. Vine a visitarte y no estabas. Damián.Te quiero.”La tercera vez, en dos días, que irrumpió en llanto. Sintió ganas de tenerlo cerca, de abrazarlo. Su hijo amado, lo único que aún no había perdido. Se ahogó en un sofoco y buscó la ventana. La abrió de par en par y respiró profundo, para que se le secaran las lágrimas que le caían.Estaba anocheciendo en Buenos Aires, allá abajo las luces, los autos, las personas y los otros, “los muertos que caminan“.Mientras se pasaba la mano por la cabeza pensó que ya era hora de cortarse ese cabello enmarañado, y hasta quizás, sacarse esa barba cenicienta. Pensó que ya era tiempo de volver, pero antes había que morir. Debía enterrar al muerto que camina junto con toda esa tragedia absurda. Era necesario renacer, refundir el metal.Cuando buscó el pañuelo para secarse, palpó algo en el bolsillo de su pantalón. La tarjeta decía: “Karen Bowler…” y seguía con una serie de prefijos, un número de teléfono y otro de fax.El cielo ya estaba definitivamente oscuro en Buenos Aires y Aníbal seguía inmóvil en su ventana. Imaginaba al sol bañando otras latitudes, inundando los campos y el mar, penetrando en los intersticios de las cordilleras. Entre la tirantez de sus lágrimas secas, se descubrió una leve sonrisa. Sintió la tibieza de un amanecer lejano, como si lamiera el borde polar de su alma y cerró los ojos. Creyó ver pasar fugazmente los vagones color ocre del tren a Southport, otra vez esa impureza que se logro colar en su mente, pero inmediatamente la hizo a un lado. Por primera vez en mucho tiempo se sintió vivo.No esperó mucho en llamar a Karen. Supo que ella nunca había dejado de amar a Julián, aunque se había resignado hacía tiempo . Que no era feliz, se casó con ese hombre por su posición y para poder olvidar, pero que no lo había conseguido. Al poco tiempo empezaron a escribirse, cada vez con mayor asiduidad. Hasta que ella le confesó que se estaba separando. Cuando le escribió que pensaba viajar de nuevo a Buenos Aires, que quería verlo , Anibal hacía rato que se afeitaba la barba y que se ocupaba de su pelo. Ya no tomaba whisky ni comía hamburguesas . Sospechaba que algo iba a suceder con su vida , ya era hora de volver a soñar.
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