Comentarios: Gracias a que Felipe
Francisco Fiasche subió a Facebook esta nota de NuestroMar, pude
comprobar algo que en algún momento lo escuche pero no podía verificarlo.
Alain Bombard cruzó el
Atlántico en solitario en 65 días con una dieta a base de jugo extraído de peces
y pequeñas cantidades de agua de mar. Podríamos arriesgar a que se
complementa con las vivencias de Louis Zamperini, quien es noticia por
la película de Angelina Jodie de estos días “Inquebrantable” , donde este
norteamericano que “…en 1941 se alistó para pelear por los Aliados. En medio de
una batalla aérea, el B-24 en que volaba cayó al Pacífico partido en pedazos,
dejándolos a él y otros dos sobrevivientes a la deriva en el ancho mar,
flotando sobre dos botes salvavidas sin provisiones ni equipamiento. Durante algo más de un mes y medio, creyeron que no sobrevivirían y uno de ellos, de hecho, murió al mes. Calcinados por el sol, debieron no
sólo sortear a los tiburones que los querían de almuerzo, sino eventualmente
aprender a cazarlos para no morir de hambre, así como a atrapar el agua de la
lluvia para no deshidratarse, y arreglarse para esquivar la metralla de los
aviones enemigos que de tanto en tanto surcaban en cielo. Al día 47, fueron
“rescatados” por un buque de bandera japonesa…”
Como marinos mercantes,
estamos en deuda con muchos predecesores, quienes desde distintas
circunstancias fueron dejando valiosos aportes y enseñanzas.
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En el otoño de 1952
el doctor Alain Bombard realizó un arriesgado experimento de supervivencia,
navegando desde Canarias al Caribe en un bote salvavidas.
En un “Espejo de
Navegantes”, la palabra naufragio es junto a tiburón otro término
maldito del que no podemos prescindir. Desde la Odisea hasta las aventuras de
Tintín pasando por las Mil y Una Noches o el Robinson Crusoe, la literatura
universal y sus secuelas cinematográficas se adornan con incontables naufragios
y robinsones. Ya tratamos en su día de un náufrago famoso, el Capitán Grant
de Julio Verne, que pretendía fundar una nueva Escocia en los mares del
Sur; y Javier Noriega nos habló en otra ocasión del espantoso naufragio de
La Méduse. Los náufragos son todos involuntarios pero existe una admirable
excepción, la del doctor Alain Bombard (1924-2005), el náufrago
voluntario por antonomasia, modelo de
científico y navegante que cruzó el Atlántico, desde Las Palmas hasta el
Caribe, en una modestísima embarcación a la que llamó “L’Hérétique”.
La muerte de cincuenta mil náufragos al año
En la primavera de
1951 Alain Bombard era un joven médico recién graduado, con experiencia en
navegación; también era un valiente y robusto deportista que se había
cruzado el canal de la Mancha a nado. Estando de guardia en su hospital,
tuvo ocasión de asistir a las consecuencias de un naufragio en el importante
puerto de Boulogne, su ciudad natal. Se
trató de un incidente en apariencia poco aparatoso: un arrastrero que encalló
contra el inmenso espolón Carnot. El
accidente costó la vida a 43 marinos. Bombard nunca olvidaría la llegada de
aquellos 43 cuerpos al hospital, ni la impotencia que sintió al no poder
reanimar a ninguno…
En
aquel tiempo, el mar se tragaba doscientas mil vidas al año.
Bombard estudió la forma de reducir tan siniestra estadística. La cuarta parte
de esas muertes correspondía a personas que habiéndose salvado inicialmente del
naufragio por medio de botes o balsas improvisadas, morían más tarde tras
espantosas agonías, generalmente por falta de agua dulce.
Bombard postuló que
si bien la cantidad de agua de mar que el ser humano puede beber sin sufrir
daños renales es muy limitada, a
falta de agua potable una dieta a base de jugo extraído de los peces
que se fueran pescando y pequeñas cantidades de agua de mar, permitirían la supervivencia de un náufrago durante
varios días. Además, si el náufrago dispone de una fina red para el
plancton, podría obtener unos gramos de esa importante fuente de vitamina C,
conjurando el peligro del escorbuto.
Una singladura de 65 días
Para poner a prueba
su teoría, Bombard realizó varios experimentos en la costa atlántica francesa y
en el Mediterráneo.Finalmente optó por efectuar -sin haber cumplido los 28
años- una larga travesía en solitario en un bote de goma que le llevó primero
de Tánger a Casablanca y de ahí a Las Palmas. El 19 de octubre de 1952 dejó
el Puerto de la Luz y no volvería a tocar tierra hasta llegar a la isla
de Barbados, en el Caribe. Ese último trayecto supuso 65 días de
singladura en total soledad, interrumpida sólo una vez por su subida al
cargo Arakaka en que fue muy amablemente acogido y en que cometió la tontería
de realizar una opípara comida que tuvo, tras cincuenta días de dieta, muy desagradables consecuencias.
Un valioso testimonio
Lo más interesante
del experimento de Bombard es la importancia que dio al lado sicológico. La
desesperación mata al náufrago más deprisa que la sed. Bombard refleja con
encomiable sinceridad sus propios errores, como su equivocación a la hora de
determinar su posición; también detalla errores de los “manuales para
náufragos”, toda esa literatura más o menos científica acerca de los animales
que se veían en proximidad de una costa. El médico francés nos habla de la
realidad e irrealidad de los vientos alisios, nos proporciona detalles acerca
de la higiene y alimentación, el uso del tiempo a bordo, la importancia de
reparar una vela desgarrada y proporciona acertados consejos a la hora de
elegir cómo abordar una costa desconocida tratando de adivinar la presencia de
escollos y arrecifes. Su trabajo
constituye todavía un valiosísimo testimonio de la capacidad humana para
sobrevivir con limitados recursos cuando la suerte acompaña los conocimientos y
la determinación. Bombard mostró que el mar era el remedio del mar, y que
en los peces, en el agua y en el plancton podían encontrarse, a falta de otra
cosa, el alimento y la bebida necesarios para aguantar.
El balance de la
machada de Bombard y de las privaciones que tuvo que soportar, es que perdió
veinticinco kilos y acabó con una anemia importante, pasando de 5 millones de
glóbulos rojos al salir a 2,5 millones de glóbulos rojos al llegar. Sufrió
una dermatitis, perdió las uñas de los pies y experimentó una agotadora diarrea
que duró dos semanas. Pero sobrevivió,
que era de lo que se trataba, y no entró en el Cielo de los Héroes hasta medio
siglo más tarde, el 19 de julio de 2005.
Utilidad de una hazaña
El criterio que
debe regir nuestra valoración de una hazaña es el de la utilidad. Si superar
una prueba o sostener un desafío sirve para abrir nuevas rutas o para hacernos
más sabios, bienvenido sea; si permite encontrar nuevas especies, descubrir
paraísos perdidos, poner en contacto miembros aislados de la gran familia
humana, o demostrar una teoría histórica, pues fantástico. Pero sin duda la
hazaña más valiosa es la que más vidas salva, puesto que la vida humana es, sin
discusión, el bien más valioso. Ejemplar, útil y salvadora de quién sabe
cuántas vidas fue la arriesgada travesía de Bombard. Su obra
Naufragévolontaire (1953) fue un éxito editorial, siendo aquel mismo año
traducida por Francisco Payarols y publicada por Labor. La última versión
española, del editor José J. Olañeta (1999) tiene ya tres lustros a cuestas y
sería interesante que un testimonio tan valioso volviera a estar a disposición
del público.
(Por Luis Español; Espejo de Navegantes – ABC España)
18 de enero a la(s)
21:17
16/01/15
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